Opinión
Que sí, que no, que caiga una pensión


Por David Torres
Escritor
Uno de los grandes éxitos del PP es haber acertado en el bautizo con unas siglas breves, folklóricas y excitantes que resumen a la perfección su credo político. Claro que llegar a la quintaesencia de esas siglas no fue tarea fácil. La chiquillería a lo mejor no se acuerda, pero, recién estrenada la democracia en España, un montón de prebostes y dirigentes del antiguo régimen se vistieron de demócratas de la noche a la mañana y formaron una especie de metástasis franquista a la que bautizaron con el sonoro nombre de “Alianza Popular”. Podían haberla llamado, no sé, “Viva Franco” o “Sotanas arriba” o “Manuel Fraga y cierra España”, pero pensaron que tampoco hacían falta tantas pistas. Alguien cayó en la cuenta que, ahora que tenían que votarles, lo importante era acercarse al pueblo llano, a los pobres, aunque fuese de palabra, que ya se encargarían ellos luego de alejarse de pensamiento, obra y omisión.
En efecto, lo de “popular” estaba muy bien, sin embargo, lo de “alianza” sonaba demasiado bíblico, demasiado matrimonial, como si el voto contuviese una promesa que había que mantener para siempre. Eso de guardar la palabra dada no se le suele dar muy bien a los políticos españoles, ya sean de derecha o de extrema derecha. Había algo peor todavía y era que lo de “Alianza Popular” no acababa de sonar bien, no se prestaba al apócope, más bien remitía a los grandes y pedorros lemas del franquismo, al estilo de “25 años de paz”, “conjura judeo-masónica internacional” o “una, grande y libre”. No en vano, Forges, a quien tanto echamos de menos, los retrató de una vez por todas con una variante cacofónica que repitió en multitud de viñetas y a la que los populares siguen siendo fieles hasta la muerte: “Afananza pandillar”.
En cambio, la refundación de AP en PP, con su gaviota ratonera reconvertida en una sola ceja, resultó un acierto mayúsculo. Decir PP era mucho más sencillo que decir AP: aunque la gente lo acentuara en la segunda sílaba, en el inconsciente colectivo la formación quedo indisolublemente unida a “Pepe”, diminutivo por excelencia de la onomástica española, un señor que anda por la calle, un peatón casi anónimo, un currito, lo más lejano posible del terrateniente, el arzobispo, el aristócrata, el señorito, el general y el millonario a quienes realmente representan. Sin olvidar la referencia alcohólica al “Tío Pepe”, la monumental botella de fino que aún sigue plantada en la Puerta del Sol, justo enfrente del edificio de la Comunidad de Madrid, antigua sede de la Dirección General de Seguridad. En España, a poco que escarbes un poco en el suelo, te sale un hueso de Lorca.
Gracias a esa afinidad fonética con el sentimiento popular, el PP ha conseguido el milagro de que su electorado les disculpe atracos, abusos, rescates bancarios, sobres rellenos de dinero negro, latrocinios, insultos y bandazos con una alegría cabaretera, como quien perdona los vaivenes a un borracho. Sin ir más lejos, esta misma semana Feijóo ha cambiado de opinión respecto al decreto ómnibus propuesto por el gobierno, un decreto que incluía la subida de las pensiones y la ayuda a las víctimas de la DANA. Primero votó no, para no hacerle el juego a Sánchez, y ahora ha votado sí, para no hacerle el juego a Sánchez. No es sencillo explicar este bamboleo de caderas a menos que uno sea un especialista en análisis político con tres botellas de Tío Pepe entre pecho y espalda.
A ver, tampoco es la primera vez que Feijóo se columpia de un lado al otro del balancín sin que le tiemble un párpado. El año pasado, por ejemplo, lanzó una propuesta para reducir la jornada laboral mediante el audaz procedimiento de aumentar la jornada laboral, un proyecto que aún trae de cabeza a los mayores expertos mundiales en sociología, estadística, matemáticas y petanca. También dijo, cinco años atrás, que no tenía intención de pactar con Vox y que nunca lo haría, una promesa a su público que se tragó, como tantas otras, en dos bocados de empanada gallega. En cuanto a sus tumbos con Puigdemont y los independentistas catalanes -cuando oscilaba entre la vergüenza que suponía el indulto y el estudio de una posible amnistía-, hubo momentos en que estaba bailando una muñeira a ritmo de sardana. Al Tío Pepe se le disculpa cualquier cosa. Más que una gaviota o una ceja, tendrían que poner de símbolo una veleta.
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