Opinión
El Borbón desencadenado
Por Anibal Malvar
Periodista
-Actualizado a
Por fin OK Diario ha hecho un servicio a la patria y a la humanidad. De algo han servido todas las subvenciones y paguitas arbitrarias con que José Luis Martínez-Almeida e Isabel Díaz Ayuso riegan ese parque temático del bulo y la maledicencia. Hoy Eduardo Inda se merece un sillón en el parnaso de Mariano José de Larra. Quizá Inda no había dicho o escrito una verdad en su vida, pero cuando publicó una, era la Gran Verdad.
La Gran Verdad de nuestra historia reciente es que Juan Carlos I fue uno más de los cómplices que urdieron el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 para acabar con la naciente democracia. Todos lo sabíamos, pero jamás nadie había podido aportar una prueba concreta. Hasta que llegó Eduardo Inda y publicó los audios de una conversación de Juan Carlos con Bárbara Rey sobre el que fuera su mentor, el general Alfonso Armada, que sí acabó en la cárcel como cabecilla del asalto al Congreso: “Palabra de honor, me río, cariño, de Alfonso Armada. Ese ha pasado siete años en la cárcel, se ha ido a su pazo de Galicia y el tío jamás ha dicho una palabra. ¡Jamás!”, se carcajeaba nuestro emérito de la fidelidad de aquel viejo general que había ejercido de segundo padre para él (el legítimo, don Juan de Borbón, andaba de martinis en Estoril).
El hecho de que un audio de un jefe de Estado democrático muestre que podría haber participado en un golpe militar contra su propio país no es muy noticia en España. Los medios zurdos la han ninguneado como una borbonada más, y los diestros y las teles han preferido profundizar en las aguas vaginales de la vedette de antaño. El golpe de Estado, el conocimiento de nuestra Historia, es una menudencia al lado de un beso en público con Bárbara Rey.
El propio rey, de su propia y lúbrica boquita, nos habría confesado que los cimientos de nuestra democracia se levantan sobre una falsedad. Hasta ahora florecían manadas de periodistas repitiendo que Juancar sería un poco gamberro, pero que sin su concurso nuestra democracia no hubiera salido adelante. Ahora parece claro que nuestro amado rey intentó dinamitar esa democracia con un golpe militar que no acabó con muertos porque los hados y la CIA comprendieron enseguida que el alzamiento era un despropósito. Pero fue un intento de crimen de Estado en el que los borbones estaban implicados, y no han tenido nunca que pagar por ello. Sobre esto yo creo que Felipe VI sí debería dar explicaciones. Es la historia de su sangre, y él está en el trono solamente por su sangre, no por ninguna otra virtud.
Dicen los espantaditos de las tertulias que Juan Carlos está dilapidando todo el prestigio que ganó en la Transición, y hoy ya no pueden invocar ese prestigio, pues ha caído el mito del único momento de gloria histórica que tuvo su reinado (al margen del “por qué no te callas”): fueron aquellos 90 segundos de televisión en que dijo: “Confirmo que he ordenado mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente”. Ahora parece claro que solo estaba deteniendo un autogolpe. Para un acto heroico atribuido a un Borbón, y nos lo jode el mismo rey. Los monárquicos no ganamos para disgustos.
A mí lo que más me entristece no es la indiferencia de los españoles ante el hecho de que los borbones no sean solo unos ladrones, sino también unos golpistas. Lo que más me solivianta es escuchar a Juan Carlos I reírse del hombre que lo dio todo por él, el único amigo desinteresado que tuvo. Es una muestra de ingratitud cruel e innecesaria. Pobre Armada, tan leal y tan fascista, y objeto de burlas delante de una vedette. Al miserable personaje Borbón ya lo conocíamos. Ahora también conocemos a la miserable persona borbona. A un rey se le puede permitir que se ría de sus plebeyos, pero no de sus amigos, pues los reyes suelen tener muy pocos. Por razones obvias.
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