Opinión
Albert Rivera, líder en fracasos
Por David Torres
Escritor
Actualizado a
A Albert Rivera le ha caído la del pulpo en las redes sociales por un video en el que promociona un curso de liderazgo en el Centro de Enseñanza Superior Cardenal Cisneros. No sólo por los ecos de su pasado político sino por las chapuceras condiciones de la grabación, que parece más un video de ésos para encontrar pareja que el anuncio de una prestigiosa universidad privada. Muchos han recordado el modo en que Albert huyó de Ciudadanos después de la última catástrofe electoral de la formación, sin comprender que ésa era precisamente la clave del asunto, la adecuación entre fondo y forma, de manera que el eco, la falta de micrófono y las vistas a un enchufe proporcionaban el paisaje perfecto a sus palabras. Después de que lo echaran de un bufete de abogados por no dar ni palo al agua, podía haber salido con la camisa sin planchar y la chaqueta remendada, pero tampoco quería dar demasiadas pistas.
La idea del vídeo -me imagino- era evocar el momento más difícil para un jefe de equipo, el momento en que un capitán debe abandonar el barco, puesto que el éxito está chupado de gestionar: lo jodido es capear el fracaso. Ahí Albert Rivera puede equipararse a Shackleton, el heroico explorador irlandés sobre el que se han escrito tantos libros de liderazgo a pesar de que sus expediciones se contaban por naufragios y que todos sus negocios y empresas mercantiles terminaron en desastre. Shackleton fracasó varias veces al intentar llegar al polo Sur y ni siquiera llegó a tocar la Antártida en su último y magnífico proyecto de cruzar el continente helado de punta a punta; sin embargo, lo que fascina a los historiadores, a los mercachifles y al público en general es su coraje y su temple al no perder un solo hombre durante más de dos años marchando entre témpanos a la deriva. En ese duro sendero de la supervivencia Albert ha llegado tres pueblos más lejos que Shackleton al abandonar también a la tripulación y dejar la nave de Ciudadanos a merced de los elementos.
En las clases que impartía hace años en algunas academias de literatura, siempre me esforzaba en predicar que lo máximo que puede hacer uno es fracasar y que más vale hacerlo con todas las consecuencias. En ese sentido, cabe añadir que yo era un profesor excelente, puesto que, de haber alcanzado la gloria literaria, no iba a estar ahí, dando lecciones de escritura frente a una pizarra. Más de un alumno se me rebeló, pretendiendo que le enseñara a triunfar, algo que estaba tan lejos de mis posibilidades como el éxito de Albert Rivera. Supongo que los más díscolos entre mis alumnos ya habrán llegado a las inmediaciones del premio Planeta y la última vez que vi a uno de ellos en las redes sociales tenía cientos de miles de seguidores: únicamente le faltaba metamorfosearlos en lectores para cumplir sus sueños.
El no va más en literatura es el premio Nobel o un sillón de la Real Academia, mientras que en política el puesto más alto que alguien puede obtener es sentarse en un sillón de una compañía hidroeléctrica. Borges dijo que el éxito literario siempre es un malentendido (“quizá el peor”, añadió) y con no poca ironía recordaba los tiempos en que anhelaba ser un fracasado. No lo logró, pese a todos sus esfuerzos y su genio, lo cual da una idea de lo difícil que es hundirse. Malcolm Lowry contaba que de niño su padre y él solían encontrarse con un vecino que iba a casa dando tumbos, borracho perdido. Su padre le decía que se fijara bien en aquel tipo para no acabar como él, sin comprender que el pequeño Malcolm admiraba en secreto a aquel hombre al que no arredraba el frío ni la nieve ni la ventisca a la hora de buscar un trago: entonces decidió lo que iba a ser de mayor, borracho, un destino que cumplió contra viento y marea, perdiendo manuscritos, quemando casas y tocando el ukelele hasta que el repentino éxito de Bajo el volcán lo dejó estupefacto. Fracasar hasta el final es el empeño de las almas nobles, se lo digo yo y se lo dijo Albert Rivera con un adoquín en la mano.
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