Opinión
Abascal, traidor


Periodista
Como ya tengo edad de contar batallitas cebolleteras, hoy traigo un recuerdo para El peor programa de la semana, aquel show intempestivo y canalla que amenizaba las noches de La 2 en los primeros años noventa. Con un humor bizarro no apto para todas las edades, el Gran Wyoming departía con un simio guionista, David Trueba se disfrazaba de oficial de las SS, Anabel Alonso interpretaba a una Blancanieves alcohólica y Pablo Carbonell entrevistaba a un torero prepúber conocido como el Niño del Paquete, que salía a hombros de la plaza de Las Ventas después de haber cortado hasta seis orejas por toro.
Ahora, al revisar los archivos de TVE, me doy cuenta de que la tenían tomada con la ultraderecha. En un gag que parodiaba un anuncio de Sanex, una voz en off vendía un gel para intolerantes llamado Fachex. En otra secuencia, un empresario de la industria de armamento y un cabeza rapada defendían los intereses de la Asociación Nacional de Hijos de Puta. Y lo mejor, Moncho Alpuente presentaba un noticiero tan socarrón como visionario que anunciaba el Primer Congreso Mundial de Organizaciones Xenófobas. “No se llevará a cabo ante la negativa de todos los grupos participantes a que se celebre en un país extranjero”.
Me he acordado mucho de este noticiero. En los últimos años, al calor de las incertidumbres materiales, han brotado como setas alucinógenas los nuevos popes de la derecha extrema, populistas de salón, siglas relucientes con apariencia contestataria que vienen a ofrecernos un viejo mundo de posibilidades. Después, en una fase más avanzada, han surgido tentativas de articular un gran cártel planetario de supremacistas turboliberales, libertarianos, replicantes neocon y trogloditas de garrote y bandera. Los antiglobalistas de derechas, en flagrante contradicción consigo mismos, han querido organizarse en términos globales. Y la cosa ha salido regular.
La Internacional Reaccionaria, heredera del viejo anticomunismo, pugna ahora contra un enemigo de paja que llama “marxismo cultural”. El año pasado, la National Conservatism Conference multiplicaba sus discursos en Bruselas y Washington con la sonrisa triunfal de quien se siente en la cresta más espumosa de la ola. Los susodichos han ratificado sus alianzas tras la investidura de Donald Trump, que quiso reunir en una misma estampa a Javier Milei, Nayib Bukele, Viktor Orbán y Giorgia Meloni. Santiago Abascal no cabía en sí cuando escuchó su nombre —o algo parecido a su nombre— pronunciado con acento neoyorquino. San Diego Obescal.
Pero después llegó la bomba de los aranceles y Abascal ya no sabe dónde esconderse cuando le sacan el tema, se enfurece, titubea y canta por peteneras, que si la casta corrupta, que si los impuestos y los sindicatos. Pero aquellos que antes de ayer lo llamaban traidor a la patria, como Sánchez en el Congreso, tienen hoy más munición argumental que nunca. El cocido está tan caliente que hasta algunos prohombres de la “retrosfera” escupen sobre la tumba de Vox y tratan a Abascal como a un caballo de Troya. Ahí tenemos el lirismo de Jiménez Losantos, que los llama “payasos, “catetos”, “secta extractiva”, “cipayos de Trump” y “sicarios de Putin”.
No fue en El peor programa de la semana sino en El programa de Ana Rosa donde Isabel Díaz Ayuso compartió plató con un Carlos Latre caracterizado de Trump. Entre risas y pitorreo, el presidente fake prometía aranceles millonarios y agradecía a Ayuso su apoyo. Había alguna verdad tras aquel “jijijajá”, pues la presidenta de Madrid siempre miró con simpatía el ascenso de los republicanos y aun ahora, en plena debacle arancelaria, sigue cargando todas las tintas contra Sánchez. Losantos, eso sí, no zurrará a Ayuso. Los cheques de la publicidad institucional también sirven para comprar el fuego amigo.
El otro día, El Confidencial sugería que Sánchez tal vez desee adelantar las elecciones. Que Moncloa podría enviarnos a las urnas este mismo año ante un paisaje global endiablado y un horizonte económico penoso. Ayer El Mundo añadía que el nombramiento de Irene Montero ha terminado de cavar la tumba de Yolanda Díaz y pone fecha de caducidad a la legislatura. Por una parte, las hostilidades entre Podemos y Sumar podrían facilitar la movilización del voto útil al PSOE. Por otra parte, el Partido Popular corre como pollo sin cabeza buscando excusas peregrinas para no hacer seguidismo de Sánchez en la tramitación de las medidas contraarancelarias.
Al otro lado, en el extremo derecho de la cámara, Vox tiene ya algo de apestado en su condición de agente doble o infiltrado trumpista. Con pasitos de equilibrista ebrio, Abascal se ofrece como mediador ante la Casa Blanca sin querer aceptar que ya nadie lo escucha. De propina, tira con posta contra el Gobierno de Sánchez y lo acusa de haberse echado en brazos del malvado comunismo chino. Las carcajadas se escuchan desde Buenos Aires. “No solo no voy a hacer negocios con China; no voy a hacer negocios con ningún comunista”, decía el candidato Milei en 2023. “China es un socio comercial muy interesante”, decía el presidente Milei en 2024.
El peor programa de la semana lo pronosticó con treinta años de antelación: los xenófobos lo tienen jodido para forjar coaliciones internacionales, mucho más quienes reivindican antiguos esplendores imperiales pero terminan presumiendo de obedecer a otros imperios. Y aquí no se salva nadie. La Europa liberal prepara paquetes de ayudas al son del rearme y sin cuestionar lo más mínimo la alianza atlántica. Pero en fin, Abascal pasará por traidor y Sánchez querrá pasar por héroe de los subsidios públicos, flotadores de corcho para un vendaval que se avecina largo y tormentoso.
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