madrid
Casi todas las mujeres saben lo que significa tomar la precaución de elegir un camino de vuelta a casa un poco más largo que el que recorrerían si no fuera de noche para evitar cruzar callecitas estrechas y mal iluminadas. Quienes son madres seguramente hayan vivido la experiencia de no poder llegar al sitio al que querían ir porque era imposible circular con el carrito de su bebé. Lo mismo les ocurre a diario a las personas que tienen algún tipo de problema de movilidad: a las mayores, a quienes se desplazan en silla de ruedas o con ayuda de una muleta. Las ciudades no están hechas para ellas porque, al igual que el resto de intervenciones humanas, el entorno urbano también es ideológico. El patriarcado y el capitalismo están presentes en cada piedra, ladrillo, vidrio y hormigón, como ha explicado la investigadora Jane McDowell en su ensayo Género, identidad y lugar. Un estudio de las geografías feministas. También desde ahí controlan el acceso y la participación de los cuerpos al espacio público.
Cierto es que puede resultar un problema insignificante y que pasa desapercibido para muchos. La semana pasada veíamos a la bancada del Partido Popular de Madrid ironizando y burlándose del concepto "urbanismo feminista" que habían mencionado desde Más Madrid durante el pleno en la Asamblea. "Esto de la falsa igualdad tiene que terminar de una vez (...) Me han llegado a decir que tiene que haber una construcción inmobiliaria feminista, vamos al ridículo máximo", espetó la presidenta Isabel Díaz Ayuso.
Manuela Bergerot: "En el fondo, les parece ridícula la idea de una sociedad que garantice la igualdad entre hombres y mujeres"
Una invisibilización que, sin embargo, no resulta demasiado novedosa. "A Ayuso y a los diputados del Partido Popular les parece una idea ridícula que el urbanismo pueda ser feminista porque, en el fondo, les parece ridícula la idea de una sociedad que garantice la igualdad entre hombres y mujeres", ha explicado Manuela Bergerot, número uno de Más Madrid y líder de la oposición, en declaraciones para Público.
"Por eso se rieron cuando lanzamos ese guiño a todas las mujeres que llevan décadas pensando esto de organizar las ciudades para hacerles la vida más fácil y segura a las mujeres, y, de paso, también a las niñas y niños, a los mayores y a las personas con discapacidad", continúa Bergerot. La frase "urbanismo feminista", a su juicio, les parece "absurda" porque "también les parece absurdo que haya una escuela infantil en cada barrio o que haya parques abiertos al público y concebidos para la convivencia entre todas las generaciones".
El hecho de que Ayuso y toda la bancada de la derecha se ría del urbanismo feminista "no es de extrañar", considera en la misma línea Blanca Valdivia, socia del Col·lectiu Punt 6, cooperativa cuyo trabajo trata de repensar los espacios domésticos, comunitarios y públicos desde una perspectiva feminista. Al fin y al cabo, lo que esta mirada comprometida con la perspectiva de género, pero también de clase, antirracista y anticapacitista disputa "no es una ciudad que sea mejor para todos, sino una que sea más justa para todas", explica Valdivia, y ello implica "cuestionar los privilegios androcéntricos y vinculados con la economía que ellos mismos han creado y disfrutan".
Si el contexto es un Gobierno como el del PP en Madrid, que no se replantea "cómo se distribuyen los puestos de trabajo, los equipamientos básicos de las personas", como son los hospitales, centros de salud, residencias, colegios, etcétera... Es "normal" que se rían de estas ideas porque "están cuestionando su modo de vida", argumenta la socióloga urbana nacida en Móstoles. El espacio, lejos de limitarse a imitar y reproducir las desigualdades que existen en la sociedad, puede generar condiciones materiales que favorezcan el cambio y dejen de penalizar a buena parte de la población.
¿Por qué llamarlo urbanismo feminista?
La relación entre la división sexual del trabajo y el urbanismo es clave para entender las propuestas de este enfoque, ya que el diseño urbano feminista nace, en gran medida, como una respuesta a las dinámicas espaciales generadas por esa dualidad. Como explica Blanca Valdivia en su artículo Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora, tradicionalmente, la división sexual del trabajo ha asignado roles específicos a mujeres y hombres. Esta dicotomía, que asocia a los hombres con el trabajo productivo en el ámbito público (empleos remunerados fuera de casa) y a las mujeres con el trabajo reproductivo o de cuidados en el ámbito privado (crianza, limpieza, cuidado de ancianos, entre otros), impacta profundamente en la manera en que se diseñan y organizan las ciudades.
Las ciudades han sido diseñadas para favorecer los desplazamientos entre hogar y trabajo, ignorando las necesidades cotidianas asociadas a sostener la vida
El urbanismo tradicional ha seguido un esquema segregador, dividiendo los espacios en los dedicados a la producción (zonas industriales y de oficinas) y aquellos dedicados a la reproducción (viviendas y entornos residenciales), como si ambas esferas no estuvieran interconectadas. Esta organización espacial refleja y reproduce la idea de que el trabajo productivo, llevado a cabo en fábricas, oficinas y otros espacios públicos, es el más importante; mientras que el trabajo reproductivo, cuyo peso y tareas asumen mayoritariamente las mujeres, es secundario y prescindible. Como resultado, las urbes han sido diseñadas para favorecer los desplazamientos entre hogar y trabajo, ignorando las necesidades cotidianas asociadas a sostener la vida (ir al supermercado, llevar a los hijos al colegio, cuidar de familiares), que implican trayectos complejos y dispersos.
Desde los años 70, sin embargo, las geógrafas feministas comenzaron a contraargumentar el carácter falaz de esta dicotomía. "Sencillamente no es real", remarca Valdivia. "Las mujeres siempre han participado de la esfera pública, aunque sea de una manera más cubierta y más invisibilizada", señala. Frente a las narrativas capitalistas que promueven la autosuficiencia como un ideal, en realidad todas las personas "somos interdependientes unas de otras y, además, dependemos del entorno y del medio ambiente en el que vivimos", apunta la científica social. De alguna manera, la dimensión relacional de nuestras existencias, la importancia de los afectos y la interdependencia hacen que el trabajo reproductivo nos atraviese aun sin pretenderlo.
Se habla, por tanto, de urbanismo feminista y no solamente de urbanismo con perspectiva de género porque, como explica el Col·lectiuPunt 6 en un artículo para la Global Platform for the Right to the City (Plataforma Global por el Derecho a la Ciudad), "si bien el género es una herramienta analítica que nos permite visibilizar las diferencias en los usos de los espacios por el hecho de ser mujeres y ser hombres, y las tareas, estereotipos y roles que se le atribuyen a cada uno", el objetivo es analizar "cómo estos roles de género influyen y tienen implicaciones directas en las decisiones urbanas", además de cómo combatir las situaciones de exclusión espaciotemporal que producen.
La doctora en Diseño Arquitectónico y Urbano Serafina Amoroso menciona, por ejemplo, la recuperación de la noche en condiciones de igualdad a través de adecuados sistemas de alumbrado público y de un conjunto de medidas que favorezcan un sentido de seguridad, tanto percibido como efectivo. En su artículo ¿Por qué necesitamos un urbanismo con perspectiva de género y feminista?, publicado en Crítica Urbana, pone de relieve que la seguridad es "uno de los elementos fundamentales" de la lucha contra las situaciones de discriminación espaciotemporal en las que se encuentran las mujeres −pero también las personas LGTBI+, migrantes o con discapacidad− y que "las inhabilitan como ciudadanas de pleno derecho".
Bajo el afán, precisamente, de reconocer esa condición plena de ciudadanía la planificación urbana feminista aboga por democratizar la toma de decisiones. Una "ciudad cuidadora" subvertiría el actual orden de prioridades, literalmente edificado por expertos alejados de la cotidianidad de sus habitantes, e incentivaría los procesos de participación. Frente a la expulsión de todo aquello que no se ajuste a las dinámicas de obtención de valor económico y a la medida del sujeto masculino, este diseño de entornos se basa en crecer a partir de las necesidades de la vida.
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