Sagrario Ribela Fra, la mariscadora gallega que venció al franquismo tras enfrentar una denuncia por adulterio
Sagrario se enfrentó a su marido, a su época y hasta un Tribunal Eclesiástico para reivindicar su derecho a decidir a quien amaba. La cineasta gallega Margarita Ledo Andión rescata su historia a través del documental 'Prefiro condenarme'.
Madrid-
Mariscadora, gallega, inconformista. Soportó abusos y malos tratos y se enfrentó a las leyes franquistas para conquistar su derecho a decidir a quién amaba. Una decisión que la colocó frente a un Tribunal Eclesiástico, acusada de adulterio. “Es cierto”, diría ante el tribunal, y, contra todo pronóstico, le dieron la razón.
Su nombre fue Sagrario Fra Domínguez (Maniños, 1939) hasta los doce años. Durante ese tiempo llevó solo los apellidos de su madre, Chelo, una mujer difícil con la que nunca tuvo buena relación y que no le permitió ver a su padre. Fue a un colegio de monjas en Ferrol gracias a un tío suyo hasta la muerte de éste, cuando regresó con la madre y su padrastro, Félix, de quien tomó el nombre que llevaría desde entonces: Sagrario Ribela Fra.
“Por un ‘tris’ pudimos acabar nosotros en un orfanato y mi madre en un manicomio”, resume María Sagrario Beceiro, la hija de Sagrario y que recoge también Margarita Ledo Andión (Castro de Rey, 1951) en su nuevo documental Prefiro condenarme (2024); un tris que la cineasta reivindica como una forma de “continuar hasta el final”, de no perder la esperanza. “Lo grandioso de Sagrario es que no tiene apoyo en una sociedad opresiva, con ella y con sus hijos, y aun así llega al juicio y dice ‘sí señor, es mi derecho. ¿Por qué no?’”.
"Sí señor, es mi derecho. ¿Por qué no?"
“Deseo, desobediencia, clase social”. Son las palabras con las que Ledo Andión resume la película, distribuida por Atalante y presentada el pasado noviembre en el festival de Sevilla, donde recibió la mención especial del jurado. Basado en la vida de esta mariscadora de Ferrol, Prefiro condenarme retrata a Sagrario como una reencarnación contemporánea de Antígona, aunque algo diferente: “Era una Antígona de clase trabajadora”, cuenta Ledo Andión a Público.
“Sagrario es reclamar el derecho a decidir a quién quiere”; una Antígona a través de la que puede reivindicar “la importancia de los afectos como parte de la lucha por la igualdad”. Un acto de amor y moral, un ejemplo de mujer que se enfrenta a la ley para reclamar justicia, o para reivindicar “la ley aún no escrita”.
Con el agua hasta la cintura
“Las monjas me enseñaron que no dejase que ningún hombre me tocara”, asegura Sagrario en el documental. Cuenta cómo de pequeña tuvo que soportar a un padrastro cruel, que al ver cómo se defendía cuando intentaba abusar de ella, le pegaba. Su madre lo dejaba hacer, y fue una hermana de éste, Amor, quien salió en defensa de la niña y denunció, sin resultado, a Félix. Al final, la niña se quedó con su tía Amor, mientras madre y padrastro marchaban a Asturias, y no los volvería a ver hasta años después, cuando estaba ya casada y con un hijo y se vio obligada a ir a vivir con ellos para huir de su vida en Galicia.
En ese prisma que es la vida de Sagrario, fue su matrimonio, precisamente, el que la empujó a enfrentarse a lo establecido. Su nombre era Bernardo y trabajaba en unos astilleros. Poco después de tener a su primer hijo, el pequeño Bernardo -Nardo-, comenzó la pesadilla. “Si no das con la persona adecuada, es un infierno”, dice Sagrario en el documental. Su marido se iba de bares y visitaba prostíbulos al terminar su turno de trabajo, y cuando volvía, Sagrario confrontaba con él. Ella era fuerte y sabía que lo que hacía no estaba bien. Entonces él empezó con las humillaciones, mostrándole fotografías de las mujeres con las que bailaba e incluso llegando a agredirla. “Siempre me atacaba por detrás”, cuenta en el documental Sagrario. “De frente no se atrevía”, responde, orgullosa.
Al tiempo que esto sucedía, Sagrario conoció a Nicolás Colás, un carpintero “digno de querer”. Ella lo justificaba tranquilamente, comparándose con su marido: “¿Por qué Bernardo sí y yo no?”. La razón no estaba tanto en la moral, sino en la ley: durante el franquismo, el adulterio -crimen exclusivamente femenino- estaba penado con hasta seis años de cárcel; el amancebamiento -el mismo delito, pero cometido por un hombre- no tenía pena alguna.
Sagrario escapó con su hijo Nardo a Asturias en la década de los 60. En su pequeño pueblo de Galicia ya la conocían como “la adúltera” y había vivido varios episodios que volvían insostenible la relación con su marido. “No lo maté de casualidad”, relata la mujer al contar la vez que, al responder a un ataque de Bernardo por la espalda, agarró un hacha y por poco falló el golpe, clavándola en el marco de la puerta.
En Asturias vivió con su madre y padrastro, trabajó en una conservera y planeó escapar a Francia junto a su tía Amor, que ya vivía allí. Se tornó una misión imposible, pues Amor podía garantizar pasaje para Sagrario, pero no para el pequeño Nardo, quien a ojos del Estado era propiedad de su marido. La mujer se quedó al final en Asturias, y finalmente su madre la delató a Bernardo y se vio obligada a volver con él. Durante un tiempo vivieron allí y tuvieron dos hijos más: Santi y Javi. Al final, regresaron a Galicia, a otro pueblo donde nadie los conocía, y allí Sagrario volvió a coincidir con Nicolás, con quien marchaba en moto a lugares solitarios donde eran felices.
Sagrario Ribela Fra contra la ley del Estado
En 1970 nació María, hija de Sagrario… y Nicolás; y poco después Sagrario tuvo que enfrentarse a una acusación formal por adulterio de su marido ante un Tribunal Eclesiástico. “La mujer es un elemento subalterno”, comenta Ledo Andión, “y en el momento en que construye un espacio de emancipación, parece que existe el derecho [del hombre] al castigo”.
Sagrario se enfrentaba a una acusación que podía meterla entre rejas y apartarla de sus hijos durante años. Una vez en Compostela, frente al tribunal, Sagrario admitió que era cierto, que María era hija de Nicolás y que con él mantenía una relación extramatrimonial.
En este contexto, las posibilidades de salvarse eran ínfimas. Todo parecía ir en su contra: la ley, el credo, el Estado, el género y la Justicia. Sin embargo, el vicario de Compostela le dio la razón. Este hombre, al que Margarita califica de “anómalo”, “tenía fama de que si había maltrato, daba automáticamente la razón a la mujer”. Justificaba su decisión a través de la figura del "temor reverencial", un criterio jurídico que se escuda en un miedo total frente a quien se debe "sumisión".
Sagrario obtuvo la custodia de sus hijos y una separación canónica en 1972, que una década después se materializó en divorcio, una vez aprobada la ley en democracia. “Esto es lo original en el tema de mi madre”, comenta María: “La anulación era algo que se daba a las señoritas, pero los pobres a eso no accedían”.
"La anulación era algo que se daba a las señoritas, pero los pobres a eso no accedían"
Bernardo había intentado conseguir la anulación para casarse con otra mujer con la que mantenía una relación y con quien, además, tuvo un hijo. “Si hubiera conseguido que condenaran a mi madre por adulterio, él sí podría haber pedido la anulación”, pero el cambio de los acontecimientos provocó que cambiase de estrategia. Durante años, Bernardo se confabuló con abogados y curas de la zona para intentar que la declarasen “loca”, sin éxito.
Su caso es un “triunfo accidental”, bautiza la cineasta; la historia de una mujer que se enfrentó a lo establecido y, por un pelo, lo superó. Prefiro condenarme, precisamente, comienza con una frase de Maite Garballo Maeztu que subraya lo excepcional del caso de Sagrario: “En la España de 1976, todavía había hasta 350 mujeres en la cárcel acusadas de los llamados delitos específicos de las mujeres: aborto, prostitución y adulterio”.
“Mi madre es una fuerza de la naturaleza”, declara María, entre risas. “Es portentosa, porque es súper valiente”. Una mujer gallega capaz de sacar adelante lo que fuera necesario, fuerte de puertas para afuera, dominante, pero “extremadamente cariñosa” con sus hijos. “Era fuerte y cercana al mismo tiempo, y ella hizo de nosotros una piña. Teníamos clarísimo que de la unión nace la fuerza”.
En Prefiro condenarme, Margarita Ledo Andión arma un documental que va más allá de la vida de una mariscadora de Galicia. “Esta historia no está pensada solo para nosotros, sino para que otras mujeres y hombres se sientan reflejados”, asegura María. Tras la victoria en el juicio, la vida no fue sencilla, pero salieron adelante. Sagrario y sus hijos continuaron juntos, también con Nicolás, hasta que éste se quitó la vida en 1983.
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