a coruña
Actualizado:Una de las muchas funciones del arte es dar vueltas. Desdibujarse. Perder sentido. Quedar fuera de lugar. Un elemento sacado de contexto adquiere otro atractivo, una riqueza que no siempre se asimila. Si es cierto que los trajes que lucía la Bella Otero en el París más frívolo sirvieron para vestir santos en la iglesia de Valga, cualquier pieza con valor histórico puede ser desahuciada. También la arquitectura: un pazo urbano del siglo XVI reconvertido en un Zara. Una antigua cárcel, en hotel de lujo. El arco visigótico de Panxón, usado como portería.
Hoy, la entrada del Metro de la Gran Vía de Madrid, el Templete que Palacios había diseñado para tal fin, está en un parque céntrico de O Porriño, haciendo nada, pegado a la puerta del cementerio en el que una mole de granito reposa sobre los restos del arquitecto, tal y como él había pedido.
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El gallego que inventó Madrid
Después de estudiar el bachillerato en Pontevedra, Palacios llegaba a Madrid en 1892 para comenzar sus estudios de arquitectura. Lo que el chico de provincias no sabía era que, años después, con sus obras, cambiaría el aspecto de la ciudad confiriéndole esa pinta de gran capital europea. Fue él quien, de alguna manera, inventó el Madrid que se vende en las postales turísticas, llenándolo de símbolos y dándole personalidad a su plano. El Palacio de Comunicaciones (hoy sede del Ayuntamiento madrileño y que tiene, en medio del escudo de España, el de Galicia que le puso Palacios, instigado por Paz Andrade), el Hospital de Maudes, el Círculo de Bellas Artes, el Banco Español del Río de la Plata, la Casa Comercial Palazuelo o significativos edificios de viviendas, son algunas de las obras que, siempre que pisamos esa ciudad, funcionan igual que un marcapáginas; son recordatorios en piedra de que estamos paseando Madrid y símbolos de la transformación de la capital.
Y también el Metro. En 1917, la Compañía del Ferrocarril Metropolitano le encargaba a Palacios a definición de la imagen externa del nuevo medio de transporte (bocas de metro, estaciones…), así como la línea decorativa de sus interiores. Con este encargo, el técnico porriñés entrará en contacto con el mundo de las obras públicas y la ingeniería, igual que había hecho Otto Wagner en Viena –uno de sus referentes– o Guimard en París.
Granito pulido, hierro y cristal
En 1918, Palacios diseña el pabellón de acceso al Metro de la Red de San Luis. Una fachada de granito pulido con evidentes referencias clasicistas interpretadas desde la libertad de la estética ecléctica que contrastaba con la hermosa marquesina de hierro y cristal que volaba por la parte trasera. Granito pulido, hierro y cristal, así definió Palacios a armonía a través de un elemento arquitectónico que no era más que una hermosa cubierta de un pozo de enormes dimensiones del que partían unas escaleras y también un gran ascensor que, por ser el primero de estas características que se instalaba en Madrid, se convirtió en una atracción desde su puesta en marcha el 8 de noviembre de 1920.
En 1977, seis años después de que Madrid se deshiciera de la obra, Francisco Umbral recordaba el Templete y decía de él que "era un puesto de aspecto muy neoyorquino". "Alrededor de aquella ermita laica y cuadrada –escribía– había siempre mucha gente (…) Por unos céntimos, se tomaban los grandes ascensores que subían y bajaban la inmensa fosa, hasta los corredores y las vías".
Dicen que el ascensor del Templete realizaba cerca de 800 ascensiones diarias y que 30.000 personas lo usaban cada jornada. El 30 de noviembre de 1932, el ascensor caía al vacío con 18 personas dentro.
Nadie sufrió daños graves, pero el accidente provocó que se decidiera desdoblar el elevador en dos. Treinta y cuatro años después, en 1966, los ascensores dejarían de funcionar debido a la ultramoderna rivalidad de las escaleras mecánicas. El conjunto de la obra perdía toda aquella exclusividad, y el Templete comenzaba a estorbar.
El 6 de diciembre de 1969 se clausura la entrada al Metro de la Gran Vía y la obra de Palacios queda desamparada.
El rescate de la obra
A comienzos de los años 70, la Compañía Metropolitana decide deshacerse del Templete. De una manera, además, fulminante. Por aquel entonces el porriñés Raúl Francés Valverde viajaba a menudo a la capital por trabajo. Un día, al llegar a la Estación del Norte, un compañero de trabajo le entrega la Hoja de Lunes de Madrid y le señala un titular mientras, con una sonrisa irónica, le dice: "por fin Madrid va a mejorar algo, derriban el Templete de manera inmediata". Francés cuenta que, en cuanto llegó a la oficina, llamó su madre, Elena, para pedirle que fuera corriendo a avisar el alcalde de O Porriño, en aquel momento Gonzalo Ordóñez. "No se podía permitir la desaparición de una obra de Palacios", comenta Raúl. Dos días después de aquella llamada de alerta, la madre le dijo que ya había avisado el alcalde y que éste, en un solo día, gracias a una gestión apresurada pero eficaz, había conseguido que el Templete fuera trasladado a la villa natal del arquitecto.
En aquel momento comienzan a surgir voces discrepantes con la decisión de que Madrid se deshiciera para siempre jamás de la obra de un arquitecto tan relevante para la ciudad. Que la Compañía del Metro tomara esa desafortunada decisión, y seguramente la pasividad de la Administración para evitar la desaparición del que ya era otro símbolo del urbanismo madrileño (el alcalde era Carlos Arias Navarro), provocó que importantes voces como la del director de la revista Arquitectura, Carlos de Miguel, o el Colegio de Arquitectos de Madrid, comenzaran una campaña de protesta. Pero de nada sirvió. El Templete llegaría al Porriño en 1971, desconcertado pero seguro.
Veinte años después, en la década de los 90, con Álvarez de él Manzano de alcalde, Madrid lo reclamará. Ahora sí. Incluso durante un tiempo, se genera un debate intelectual en la prensa de la época. Como ejemplo, es significativa la opinión del arquitecto Enrique Domínguez Uceta que, a través de una columna en el diario El Mundo, defiende que hay que "rescatarlo". "Devolvería a la ciudad una pieza arquitectónica valiosa del mejor momento de su autor", afirmaba. Por el contrario, el escritor Luis Antonio de Villena, que entra en el debate desde su espacio en el mismo periódico, aseguraba que "no se trata de quitarlo ahora de allí (de O Porriño), pues sus paisanos tienen derecho a recordarlo, pero hay que hacer una réplica exacta" y ponerla donde había estado la obra original.
Y la réplica se hizo realidad. El pasado mes de julio, veintipico años después de aquella opinión de De Villena, Madrid inauguraba una copia prácticamente exacta del Templete (una copia de la obra reformada cuando se le añadió el segundo ascensor, no de la original) en la calle Montera. Con su sorprendente marquesina, con los leones de casi dos metros, sin las escaleras pero con un ascensor que descenderá lo necesario, como hacía el de antes, para que los viajeros puedan acceder a las líneas 1 y 5 del Metro desde el 16 de julio.
Palacios, uno de los mayores divulgadores del granito porriñés, el arquitecto que mejor lo entendió porque fue capaz de darle la importancia que se le da al juguete preferido, abrió una línea entre la villa gallega y la gran ciudad que aún sigue en marcha
Y la historia del Templete selló la unión definitiva entre los dos lugares. Porque incluso es la porriñesa Godoy Maceira, una empresa familiar emblemática que lleva más de cuarenta años vinculada a la piedra, la encargada de construirle la copia. Un clon reluciente que tendrá una función lógica mientras la obra original descansa aburrida en un parque de O Porriño mordida por el liquen.
No sé que diría Palacios sobre esta pirueta de la historia. Es posible que paseara por la Gran Vía y sonriera, nada más. Que cogiera su móvil, que se acercara a la Puerta del Sol y que hiciera lo que todos los paisanos cuando la pisamos: agacharnos, señalar la placa que marca el famoso «Kilómetro 0» y sacarnos un selfie para remarcar que está hecha por el artesano porriñés, de Cans, Paco Candán.
Existe una conexión O Porriño-Madrid fundida para siempre jamás con una costura de piedra. Palacios tiene la culpa.
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