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LuzesLos lisboanos: una emigración y un legado ignorados
Sirva este breve episodio personal para ayudar a fijar lo siguiente: la emigración en tanto que fenómeno social con múltiples dimensiones—afectiva, cultural, económica, etc.— está muy presente en la sociedad gallega. ¡Hasta en los juegos de los niños de entonces!
Carlos Pazos-Justo / Luzes-Público
Madrid-Actualizado a
Aún hoy tengo vagos recuerdos de saltar con tres amigos a un juego en el que teníamos que escoger un país extranjero. Las elecciones, invariablemente, eran las mismas y todas se relacionaban con los destinos migratorios de parientes: Francia, Brasil, Suiza y México. Yo era el de México por causa de una larguísima parentela que allí había ido a parar y que consiguió una pequeña fortuna. Más tarde supe que, en rigor, sería más apropiado escoger también Brasil pues mi abuelo Jaime, como muchos otros jóvenes de Redondela (Vigo), había estado por allí unos años lo cual, se diga de paso, dio lugar a una tradición oral y familiar llena de divertidísimas anécdotas.
Más allá del contacto de proximidad personal o familiar, el fenómeno migratorio gallego ha tenido una presencia importante en los medios y, de manera determinante, en el sistema educativo. De hecho, no parece inverosímil considerar la emigración como un elemento central de la cultura gallega contemporánea; esto es, muchos gallegos se entienden hoy, no de manera exclusiva, mas también formando parte de un pueblo emigrante, con sus saudades.
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Con esta perspectiva, sorprende en cierta medida la escasa atención que la emigración con destino en Portugal ha recibido a nivel institucional, educativo o hasta cultural. La sorpresa es mayor, para quien esto escribe, cuando se compara con la dimensión cuantitativa y cualitativa de este fenómeno. Porque aún en la actualidad falta luz sobre la proporción real, por ejemplo, en lo que respecta a sus orígenes temporales. ¿Cuándo comenzaron a cruzar el río los gallegos del norte del Miño? Además de que muy probablemente el río Miño siempre fue navegable, sí sabemos con certeza que en el siglo XVIII la ausencia de conflictos sobresalientes entre las dos monarquías peninsulares y el éxodo luso a la conquista de las riquezas descubiertas en Brasil —Minas Generales— hizo de Portugal, en acertada expresión recogida por el historiador Domingo G. Lopo, «unas Indias al lado de la puerta».
Los motivos de tal desatención se deben, en mi interpretación, a dos factores. Por una parte, el hecho de que los enclaves gallegos de América fueron, tras el 36, el destino de significados agentes de la emergente cultura gallega —con Castelao a la cabeza—, que hizo que el espacio americano destacase para los galleguistas, entre otros; y, por otra parte, una amplia visibilidad en medios académicos, hasta el presente. Frente a esto, la emigración gallega en Portugal, nombradamente a otrora pujante colonia gallega de Lisboa, en el seno del Estado nuevo salazarista —apoyo fundamental de los golpistas españoles del 36—, dejará de ser una referencia destacada para los galleguistas metropolitanos. Sin embargo, conviene tener presente que, especialmente a partir de mediados del siglo XX, Portugal pierde su capacidad de atracción migratoria.
Se suma a esto, en segundo lugar, un factor no menor como es el hecho de que en la Galicia autonómica Portugal se convierte en un foco de polémicas varias —nombradamente la cuestión lingüística— y, en general y con los matices necesarios, un referente cultural no promovido por los grupos centrales del emergente sistema cultural gallego. En otras palabras, la portugalidad de esta emigración gallega ha sido un obstáculo para alcanzar su (re)conocimiento institucional y social e igualmente su pertinencia como objeto de estudio.
Son estos los motivos, a mi ver, de la extrañeza que eventualmente podrá causar en el lector de estas páginas, dicho naturalmente con la mayor de las cautelas, la palabra lisboeta o, en general, la emigración con destino a Portugal.
En dirección contraria a este aparente desconocimiento, cabe tener presente el intenso y amplio flujo que llevó a muchos gallegos, de la zona sur sobre todo, a tierras portuguesas, con Lisboa como destino principal. Entre las varias existentes, anoto una descripción habitual —de la autoría de G. Felgueiras— de los gallegos en Portugal:
«El grupo racial, aldeano, rudo y de sana virilidad, una masa inculta proveniente de Tui, Lugo, Redondela y sus términos, tenía figuras características, con sus peinados, corte de pelo a cepillo, cuello redondo, pecho grande y brazos erizados, chancas, boina vasca y amplios pantalones de pana. Dividió su actividad en las ocupaciones más subordinadas: portador de agua, conductor de 'bombas' para apagar incendios, vendedor de encajes, criado de pastos, tabernas y tabernas, chico de carga (gorrones) y afilador de tijeras y navajas».
A las profesiones indicadas podría aún sumarse la de castrador de felinos, como apuntaba otro autor interesado por la materia gallega con, probablemente, intención más jocosa.
Este tipo de descripciones, sin embargo, no cobran sentido hasta mediados del siglo XIX. Como afirmaban en Vida Gallega con indisimulado entusiasmo, en 1910, «No son todos jóvenes de cordel ni son todos aguadores. La creencia de que los gallegos salen a recorrer el mundo para desempeñar los cargos más humildes desapareció. Todos los ejes y todas las ruedas del mecanismo económico de Portugal están influidos por nuestros hermanos». Efectivamente, a partir de mediados del siglo XIX, grosso modo, comienza a despuntar una élite entre la colonia gallega de Lisboa que, con orígenes humildes, consigue poco a poco alcanzar logro en diversos emprendimientos comerciales. Cuantitativamente no son muy numerosos, en medio de unos estimados 30 mil gallegos que residían en la capital lusa, mas sí son cualitativamente muy significativos, pues comienzan a luchar por otros capitales más allá de lo económico. Además, sus éxitos comienzan a contrariar una imagen abiertamente negativa bien fijada en el imaginario portugués, explícita en textos como el siguiente de 1912:
«El gallego vulgar, el que va allí por ciertos misterios, es una especie de judío en lo que a negocios se refiere. Si su actividad se encamina a la taberna o al café, el gallego distorsiona todos los productos que vende; además de estar feliz por nunca dar la medida completa de los líquidos vendidos o el peso correcto de las cosas que se le compra.
Además de eso, en la mayoría de los casos es inmoral y porcino, una especie de topo que pincha por un montón de estiércol como por otra tierra más higiénica. La cuestión es sobre el dinero, y el gallego, a cambio de este metal se presta a todo».
Estos emigrantes, oriundos principalmente de A Cañiza, Arbo, As Neves, Creciente, Ponteareas, Salvaterra, Mondariz, Fornelos de Montes, Ponte Caldelas, A Lama... pasan a ser conocidos en la capital lusa y en la zona sur de la Galicia por lisboanos; y de esto da noticia la cantiga recogida en Caritel en la que se destaca la fama de adinerados: «Lisboetas de Lisboa/¿qué venís a hacer al campo?/Venís a engañar a las mozas/con la fama del dinero».
Uno de los elementos más sobresalientes de los lisboetas es la duradera lealtad que muchos establecen con las tierras de origen. La relativa cercanía, frente a la emigración americana, parece facilitar el mantenimiento de lazos fuertes con el espacio de la emigración. Un ejemplo magnífico me parece ser el caso de la familia Guisado, originaria de la parroquia de Pías, en Ponteareas (Pontevedra): teniendo constancia —gracias a las pesquisas del historiador compostelano antes mencionado— de la presencia en la Lisboa de 1745 de un tal Francisco Guisado, natural de Pías, de profesión chico de carga, el diciembre pasado tomé un café en Lisboa con otro Francisco Guisado, lisboeta de nacimiento, mas con segunda residencia en Pías...
El caso de la familia Guisado, particularmente la del escritor y político Alfredo Guisado —al cual he dedicado alguna atención investigadora— es especialmente ilustrativo de las lógicas de los lisboetas. En las primeras décadas del siglo XX, gracias al éxito de los negocios familiares, los Guisado naturales de Pías consiguen alcanzar un nivel social que les permitió otrora imposibles, como es enviar sus hijos —hombres— a la universidad. Este, Alfredo Guisado, además de abogado llegará a ser diputado en la Asamblea de la República antes del golpe de estado de 1926. Y, a pesar de estar en el lado erróneo cuando la historia literaria estaba siendo escrita, tendrá también una correcta visibilidad en un medio literario portugués como miembro fundador del Grupo de Orpheu del lado de Fernando Pessoa y Mário de Sá-Carneiro, entre otros. Xente d’a Aldea. Versos gallegos, publicado en Lisboa en 1921, con capa de Castelao, fue uno de los numerosos libros de poemas que publicó durante las dos primeras décadas del siglo pasado.
La élite de la colonia lisboeta, como en otros destinos de la emigración gallega, pronto sintió la necesidad de dotarse de organizaciones propias para defender sus intereses, tener espacios donde socializar y, por ejemplo, formar una rondalla. Después de la Asociación Galaica de Socorros Mutuos de 1888, la colonia avanza con Juventud de Galicia, fundada en 1908 y origen del actual Centro Gallego de Lisboa. En las mismas páginas de Vida Gallega, Rogelio Riveiro, miembro activo de la colonia, celebraba así la nueva sociedad: «ahora ya son todos más expertos, / ya viven asociados/ n-a culta sociedá d’os bôs gallegos».
Hay que decir que el pazo donde se encuentra actualmente el centro de la colectividad gallega fue donación de otro conocido y reconocido lisboeta, Manuel Cuerdo Boullosa, fundador de la empresa petrolífera Sociedad Nacional de Petróleo —matriz de la actual Galp— y medalla Castelao en 1991.
El relevante emprendedurismo, como se dice ahora, de los lisboetas dejó marcas notables en la capital portuguesa. Es este, por ejemplo, el caso del Barrio Estrella d’Oro, construido por el multifacético empresario Agapito Serra Fernandes, donde se alojaban muchos de sus empleados, también paisanos suyos. Serra Fernandes, en sociedad con otros lisboetas, pasó en su Cinema Royal el primer film sonoro en Portugal. En los primeros filmes portugueses, por cierto, no eran raras, así como en las novelas del siglo XIX, los personajes gallegos.
Al igual que en otros destinos de la emigración gallega, los lisboanos avanzaron con varias empresas periodísticas, las más efímeras. En esta dirección, por méritos propios, destacó el polémico Alejo Carrera Muñoz que había llegado a la capital portuguesa desde Mondariz con tan sólo 14 años. Allí fundó la Agencia Telegráfica Radio y creó una empresa para la distribución de publicaciones periódicas, portuguesas e internacionales. En 1916, con 23 años, es nombrado «socio adjunto» de la Real Academia Gallega, en 1920 recibe del Gobierno portugués la Orden de Santiago y, el mismo año, es nombrado «Caballero de la Real Orden de Isabel La Católica» por el Gobierno español. También sería el primer edil republicano de Mondariz en 1931. Su legado, por decirlo así, está hoy bien presente en el Castelo do Sobroso, actualmente patrimonio público, que él reconstruyó y que dignifica y, de alguna forma, testimonia la lealtad con los orígenes de los lisboanos.
Otro de los trazos más destacables de la colonia gallega de Lisboa, fue la incipiente gana de intervenir también políticamente. Es conocido el interés de los grupos agraristas y republicanos gallegos de promoverse y financiar en los espacios de la emigración lo que propició una notable politización de la colonia. Se recuerda a este respeto los pros y contras de la experiencia lusa de los gallegos emigrados: si de una banda, para los militantes republicanos, Portugal significaba a partir de 1910 un modelo a seguir, de la otra colocaba a muchos en melindrosa posición relativamente a la situación política de las tierras de origen, de las cuales, conviene no olvidar, fueron promovidas incursiones militares contra la República. Esta situación, de hecho, parece estar detrás de algún desencuentro entre una parte significativa de la colonia lisboeta y alguna prensa gallega de signo más conservador, como es el caso de Vida Gallega, a partir de 1910 pierde interés por los lisboanos.
Hay probablemente una singularidad de la emigración gallega a Portugal de fines del siglo XIX y principios del XX que tiene que ver con la centralidad que el Gran Hotel Balneario de Mondariz ejerce como espacio simbólico, social pero también político para muchos lisboanos. Frecuentado por estos en las vacaciones estivales, el establecimiento termal de la familia Peinador será, como se sabe, un caso de participación de la burguesía comercial en el programa de los galleguistas. En agosto de 1920, los actos académicos celebrados en el Balneario —«tiempo de galleguismo» para A Nosa Terra— con motivo del ingreso en la Real Academia Gallega de Rey Soto y Ramón Cabanillas o con el homenaje a Manuel Murguía ilustran la vinculación del establecimiento termal con el proyecto cultural de los galleguistas.
El agrarismo de la comarca del Condado (Pontevedra), representado por Amado Garra y El Tea, así como la tendencia abiertamente galleguista de los Peinador contribuyeron decisivamente para una objectivización y problematización de Galicia a una parte significativa de los lisboetas más interesados, cabría pensar, en el progreso de sus emprendimientos comerciales. En esta dirección, junto a Alfredo Guisado —que llegó a ser multado por el gobierno civil por sus actividades agraristas—, se significó Ramiro Vidal Carrera. Además de miembro fundador de Juventud de Galicia e igualmente empresario de éxito en Lisboa, va a ser el primer edil del Ayuntamiento de Mondariz de 1925 hasta 1930. Participando en las iniciativas de la colonia o en sus crónicas publicadas en el semanario El Tea se significaba públicamente, a menudo en gallego, en sintonía con los postulados galleguistas y agraristas; también como literato, por ejemplo, en el poema de 1921 Galicia y Lusitania: «Mientras tanto, los pensamientos / ¿Cruzan los cielos a llorar? / Por Galicia no ser libre, / ¡Por Galicia no volar!». En fin, parece notorio como los otrora chicos de carga ampliaron progresivamente sus horizontes y ocuparon nuevas posiciones sociales, tanto en Lisboa como en la tierra de los orígenes.
Por último, no puedo dejar de añadir lo siguiente: el patrimonio material e inmaterial vinculado a esta emigración, particularmente en las tierras del Condado y en la capital portuguesa, está necesitado, en mi opinión, de un plano más o menos ambicioso de (re)conocimiento, capaz de superar las lógicas localistas y de dignificar una memoria aún viva en las poblaciones locales, tanto del Condado como en Lisboa.
Este artículo se publicó originalmente en gallego en la revista Luzes. Ahora Público lo reproduce como parte de un acuerdo de colaboración con la revista. Aquí puedes encontrar más artículos de Luzes en Público.
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