Este artículo se publicó hace 4 años.
El lado Norita de la vida
Es difícil encontrar a una persona más fotografiada que ella y pocos seres humanos despiertan tanta devoción en la Argentina de hoy en día. Nora Cortiñas, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, es una suerte de 'rockstar'. Lleva 43 años buscando a su hijo Gustavo, secuestrado y desaparecido en el año 1977, y en este tiempo se ha convertido en referencia moral en un país carente de ejemplos.
Luzes-Público
A Coruña-
En esa tierra de dicotomías que es el país austral, en la que no siempre es fácil saber donde colocarse, ella es el norte de todos los que quieren luchar por un mundo más justo. Si las ventanas estuviesen abiertas de todo, a estas horas de la tarde, la luz aclararía la sala. Se verían mejor las fotos en blanco y negro, la mesa con tapete de hilo que alguien hizo a mano, los premios, los pequeños regalos y recuerdos. Pero no. La sala está en penumbra. Si las ventanas estuviesen abiertas del todo, esta tarde de primavera contradictoria en la que hace frío y puede que llueva, se escucharía el rumor de la Avenida de Mayo, a cien pasos de este primer andar del centro porteño en el que funciona la oficina de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Pero no.
La sala está muda. Argentina es un país de contrastes, como la primavera, como las luces y sombras de esta tarde de viernes en el corazón de la ciudad de Buenos Aires. Peronistas y antiperonistas. Los del Boca y los del River. Los liberales en lo económico y los estatistas. Los que exigen la despenalización del aborto con un paño verde en el pulso y los que prefieren que siga siendo clandestino con un paño celeste. Una tierra de dicotomías en la que no siempre es fácil saber en dónde colocarse. Con todo, desde hace unos años, la juventud inventó un compás que dice así: "Si no sabes de qué lado estar, ponte del lado Norita de la vida". Se abre la puerta y delante de una luz cariñosa entra ella: Nora Morales de Cortiñas. "¿Bebéis café?", dice.
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No hay mejor retrato de Norita Cortiñas que lo que escribió la superviviente de la dictadura argentina Ana María Careaga, que estuvo secuestrada por los militares y su madre, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo, fue secuestrada, torturada y lanzada al Río de la Plata drogada desde un avión en los 'vuelos de la muerte'. En la biografía Norita, la madre de todas las batallas, de Gerardo Szalkowicz, Ana María Careaga anotó: "Te considero tan eterna como el agua y el aire, como Borges consideraba a Buenos Aires. Si no habías existido, había que inventarte". Hace un ademán, compone una sonrisa simpática y dice: "Son exagerados".
Pero a sus 89 años, andar por la calle le es tan difícil como podría serlo para una celebridad televisiva, un cantante de pop, un deportista de los que salen en los periódicos. Ella dice que es por los libros. El que escribió Szalkowicz y otro de conversaciones con el psicólogo Pablo Melicchio. Que es por eso, que esas páginas de memoria explican los remolinos de adolescentes que le piden selfis y besos por la calle, que en esos textos está la explicación de cientos de abrazos que da cada día a completos desconocidos, del cariño que entrega y recoge en una universidad, en una plaza, en un campamento, en un centro de vecinos, en una escuela, en una fábrica, en Cataluña o en Palestina, en Cuba o en Bruselas, en Chiapas o en el Japón... en todos los lados del mundo. "Es increíble –repite ahora, mientras pinta los labios porque quiere salir bien en las fotos–. Es que tanto Gerardo como Pablo escribieron con mucha pasión, y esa pasión llega a las personas que leen". Pasión es una buena palabra.
"Pienso que estar en el lado Norita es darse cuenta de que ella siempre apoya los débiles y necesitados –dice la cantante gallego-argentina Lorena Lores, secretaria de la Federación de Asociaciones Gallegas de la República Argentina–. Ves pasar una manifestación de los pueblos originarios que piden por sus tierras, y ahí está Norita, nunca junto a los terratenientes y explotadores. Fui a una mani en el Hospital Posadas hace pocos días y ahí la encontré, pequeña en su tamaño pero enorme en su fuerza. Donde hay un trabajador al que quieren espoliar derechos, ahí ves a Norita. Y también la encuentras entre las jóvenes de 14 o 15 años que piden el aborto legal, con su puño en alto y el paño verde en el pulso como una chica más. Por algo es llamada 'la madre de todas las batallas'".
Precisamente por esos motivos, la Federación organizó un homenaje a Cortiñas en el pasado mes de septiembre "en agradecimiento a su lucha que no claudica a favor de los derechos humanos". Diego Martínez Duro es el presidente de la entidad y está en este momento en Galicia. Desde allá, cuenta en un puente de palabras que van y vuelven: "Aunque se concretó ahora, la idea de un acto de agradecimiento a Norita viene de hace mucho tiempo. Francisco 'Paco' Lores, presidente de la Federación hasta su muerte, tenía en su despacho un paño que ella le había regalado muchos años atrás, y siempre decía que le tenía que organizar un reconocimiento. 'Le debemos mucho, siempre estuvo con nosotros', repetía Paco".
El vínculo era mutuo: el pazo de la calle Chacabuco 955 había acogido a las madres cuando otros se cobijaban detrás de las puertas cerradas por miedo, y ellas acompañaron luego las querellas que la organización de la colectividad gallega en Buenos Aires presentó tanto en la Justicia argentina por los desaparecidos de origen español como en la Justicia española por los represaliados por el franquismo. "Norita es todo un ejemplo para la colectividad, para la Argentina, y para el mundo todo".
De vuelta a Barcelona
Este año, Cortiñas estuvo en Catalunya. Fue a pedir "Libertad a los presos políticos" con un lazo amarillo en el pecho, cerca del broche que la identifica como Madre de Plaza de Mayo y la foto de su hijo mayor, Carlos Gustavo Cortiñas, desaparecido desde el 15 de abril del año 1977, de la que nunca se separa. En la sala de este primer andar sobre la calle Piedras, dice sorprendida: "Tenían fotos mías en la calle. Si mis padres vivieran aún, estarían encantados". Mercedes Vicent tenía ocho años cuando cruzó el Atlántico desde su Barcelona natal en el barco Miguel Gallart. Allá quedaban las calles del barrio Gótico en el que había nacido.
Sin saber nada de ella, Manuel Morales dejó el mismo barrio pocos años más tarde con idéntico destino: Buenos Aires. De manera que no fueron los enroscados callejones sombríos barceloneses, sino las soleadas de San Telmo las que los cruzaron. Se casaron y fueron a vivir a una vivienda en el número 1324 de la calle Estados Unidos, a cinco minutos andando de la Estación Constitución. Entre esas paredes crecieron la pequeña Nora y sus cuatro hermanas. "Luego, ella ya tenía el carácter firme y maneras de formiguiña paseandeira, de ir y venir, un chisquiño hiperactiva. También era muy graciosa, hacía chistes y era, sobre todas las cosas, muy sensible", recordaba su hermana Juanita en el libro de Szalkowicz.
Carlos Cortiñas era hijo de gallego. Un hijo de gallegos como millares había por las calles porteñas en la mitad de los años 40. "Él pasaba todos los días por la puerta de la casa de los Morales en los tiempos en los que hacía la mili –cuenta el periodista Szalkowicz–. Alto, ojos azules, buen joven, era centro de los vistazos de las jóvenes del barrio con su andar perfumado con Atkinsons de lavanda inglesa. Además de las horas que cumplía en el cuartel, tenía un empleo a media jornada en el Ministerio de Economía. Nora, de 15 años, tenía bien registrado el horario en el que el joven pasaba por la calle y siempre encontraba la manera de estar ‘casualmente’ lista en la puerta para mirarlo y ser mirada". Un día, Carlos dio un paso más en ese código de mirar, paró delante de ella y le dio las buenas tardes.
Se casaron. Él tenía 25 años y ella 19. E hicieron lo que casi todos hacían: tener hijos y seguir la vida. Carlos Gustavo nació en el año 1952 y Marcelo Horacio, en 1955. En aquellos años que Norita recuerda como felices, ella daba clases de costura en casa y se ocupaba de la comida y de los niños. Las cosas que hacían todas las mujeres de aquella. Luego sería feminista. Pero en aquellos años no. "Yo nunca le escuché a mi suegra la palabra feminismo, pero era una mujer que hacía lo que pensaba que tenía que hacer, le gustase o no a su hombre –recordó en diálogo con el psicoanalista Melicchio en el libro El lado Norita de la vida–. Y le hacía frente. A mí, uno de los consejos que me dio (y fueron muchos porque era una mujer extraordinaria) fue así: 'Mira, la última palabra en una discusión tiene que ser tuya. Aunque no tengas razón'. ¡Y era mi suegra! Y luego, también me dijo: 'Nunca dejes que te pongan un pie encima porque luego viene el otro pie y ya nunca te puedes liberar'. Fue una buena madre pero ella sabía cómo eran sus hijos, tal y como había sido su marido. De manera que aquellas fueron buenas recomendaciones".
Ahora, Norita dice que el hijo aprendió a ser solidario en casa. "Crecieron ellos y también crecimos nosotros porque éramos muy jóvenes. Gustavo salió con el interés por la política, mientras que Marcelo es más sereno. Luego, como hoy, la política estaba ahí y los chicos se enteraban temprano de las cosas. Gustavo vivió siempre en una familia en la que había mucha solidaridad, entre mis hermanas, con nuestras primas, y llevó eso adelante. En el año 70, fue a trabajar ayudando a la gente de un asentamiento de chabolas y de allí pasó a la acción política en la Juventud Peronista. En la casa teníamos miedo, pero él quería cambiar el mundo".
Quería cambiar el mundo, pero otros no querían. Norita y su hombre, Carlos Cortiñas, sabían que eran tiempos duros. El 24 de marzo de 1976, los líderes de las fuerzas armadas de la Argentina dieron un golpe de estado contra la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón. La llevaron presa y lanzaron un operativo de secuestro, tortura y asesinato de opositores que dejó 30.000 desaparecidos. "Le pedí: 'Gustavo, no vayas delante en las manifestaciones'. Y él me respondió: 'Mamá, ¿lo que quieres es que vaya el hijo de alguna otra madre? Es igual, todos nosotros somos el mismo'", contó Norita en el libro de Melicchio.
El hijo mayor tenía de aquella 25 años, era padre de un niño de dos años llamado Damián y trabajaba en la agencia pública de encuestas. La madre lo vio por última vez el domingo de Pascua de 1977. Fue secuestrado en la mañana del día 15 de abril, en la estación de tren del barrio de Castelar, en el extrarradio bonaerense.
Los huesos de Franco
"Quitar el cuerpo de Francisco Franco de ese espacio funesto, creo que es un triunfo del pueblo. Más aún, pienso que las cosas van a cambiar ahora. Es un paso que se tenía que haber dado hace muchos años, pero como quedan los hijos y los nietos de los fascistas, la Justicia no puso las cosas en su lugar. Es un progreso muy grande y un reconocimiento al pueblo republicano". La entrevista no había comenzado, pero Norita ya quería hablar de España. Viene de una mañana llena de compromisos y, cuando esta conversación termine, va a pasar por la Plaza de Mayo donde cientos de chicos y chicas piden acciones contra el cambio climático.
Luego, se irá a la Universidad de Morón a hablar con los estudiantes no sin antes visitar la Plaza del Congreso en la que saludará a unos enfermeros que exigen derechos laborales. Y así, cada día. "Me voy a Palestina a finales de octubre. Nunca quise ir, pero una asociación catalana me invitó a un foro y quiero conocer y hablar con las familias de las víctimas del Estado de Israel. Entonces, voy", dice. "La relación de las Madres de Plaza de Mayo con la Federación de Asociaciones Gallegas viene desde siempre con madres como Carmen Cornes y Dionisia López Amado, gallegas emigradas, la propia Norita –retoma Diego Martínez Duro, presidente de la entidad– y Adolfo Pérez Esquivel, Nobel de la Paz y gallego también. Todos ellos apoyaron las tres querellas que presentamos en la Justicia argentina exigiendo por los gallegos desaparecidos y también la que llevamos contra el Estado Español por los crímenes del franquismo".
En un diálogo con varios días de por medio, Cortiñas recuerda aquellas primeras reuniones: "Con otra madre catalana fuimos al Casal de Catalunya en Buenos Aires. Aunque nos recibieron y pudimos dar testimonio de lo que pasaba con nuestros hijos, ellos nunca hicieron nada. Es verdad que no había muchos hijos de catalanes desaparecidos, pero un solo caso tendría que ser suficiente. Pienso que tenían miedo... –dice y acuesta las manos sobre el pecho en una inmovilidad infrecuente para ella–. Luego, fuimos a la Federación".
Martínez Duro dirá dos días más tarde que no conocía el episodio del Casal de Catalunya: "Pero no me extraña –añade–. El único estado que tiene desaparecidos de por sí en la Argentina y nunca se querelló por ellos en España. Por eso, lo hacemos nosotros. Es inexplicable, pero esa es la realidad que tenemos: un Estado Español que no hace nada por los desaparecidos en su territorio y tampoco lo hace con las víctimas de dictaduras latinoamericanas". "Las madres siempre apoyaron la Federación y viceversa –va a decir la cantante Lorena Lores–. Fue Norita quien acompañó a mi padre, Paco, cuando se presentó en la embajada de España para pedir la desclasificación de la información que ellos tenían sobre personas desaparecidas. Se negaron, claro. Pero con el tiempo y con la ayuda de otra gente, esos datos aparecieron. En definitiva, la Federación es una casa republicana y ellas, que estaban perfectamente al tanto de todo, sabían eso y también se sentían republicanas. A fin de cuentas, siempre es la misma lucha: contra el franquismo, contra la dictadura asesina argentina... una única lucha". Las maneras de esa batalla que tiene mil caras no guardan secretos para Nora Cortinas: en una foto del año 2008 se deja ver con un pasamontañas en Chiapas, México. En otra, de 2010, le da un abrazo a Evo Morales en la asunción de su segundo mandato como presidente aborigen en Bolivia. Una imagen sin fecha, la muestra junto a Fidel Castro en Cuba y otra con Lula De la Silva en Brasil. Las hay con asociaciones de mujeres japonesas, con la diputada kurda Leyla Güven, hablando en una manifestación de la plataforma Ni Una Menos contra los feminicidios en Argentina, en otra que pide la legalización del cannabis y exigiendo el aborto legal, seguro y gratuito. Siempre una misma lucha.
"Soy la única de las Madres de Plaza de Mayo en adherirme a la petición del aborto legal –dice Norita escoltada por las fotos de una generación amputada–. Desde luego, eso no quiere decir que yo esté a favor: ninguna mujer se practica un aborto por gusto y luego presume de eso. Es una necesidad y yo apoyo todos los puntos: que no se penalice, que se haga en los hospitales y gratuitamente, y que el Estado cuide a las mujeres. No es verdad que, si se despenaliza, vaya haber más abortos. Ahora mismo –y levanta el puño de la camisa para enseñar el paño–, en la clandestinidad, es una práctica que mata a chicas, deja niños huérfanos y muchos daños en los cuerpos de las que sobreviven. Es por eso que decidí poner el paño verde, porque quiero el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo".
Puede medir metro y medio como mucho y con seguridad no pesa más de 50 kilos. Los cabellos blancos se enroscan en ondas armoniosas. Conserva la belleza de la juventud con un encanto que la hace especial. Cuando la conversación acabe, se va a poner el paño blanco que identifica las Madres de Plaza de Mayo y en esta sala, las leyes de la física suspenderán un rato su mandato porque, sin tocar las ventanas ni los interruptores de la luz, algo brillará delante de los incrédulos ojos visitantes. Pero aún no. Aún tiene cosas para decir.
Ser madre, volverse Madre
"El primer grupo de las Madres comenzó el 30 de abril de 1977. El día 15 se llevan a Gustavo y yo comienzo a correr de aquí para allá, recursos de habeas corpus, la comisaría, los obispados, el Ministerio del Interior", recordó en una conversación en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y en muchas otras entrevistas, conferencias y mismo delante de la Justicia. Lo cuenta en presente. Aunque pasaron 43 años. Un cuñado suyo la avisó de que otras madres se juntaban en la Plaza de Mayo, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, a 27 kilómetros de su casa en Castelar. Allá fue. Eran todas mujeres que buscaban a sus hijos secuestrados.
Nadie les daba razón e intercambiaban ahí, en la plaza que es el ombligo simbólico y político del país, informaciones e ideas de cómo seguir. "Fui y ahí conocí a Azucena Villaflor y a las otras y comenzamos. En la casa quedaba mi hombre y mi nuera (la mujer de Gustavo) con el niño. La prioridad era buscar a mi hijo y entré en una espiral de locura, porque es una locura. Con todo, nunca bajé los brazos. ¡Nunca! Y tenía miedo. Y recibía amenazas: llamadas por teléfono y pintadas en las paredes del barrio en las que ponía mi nombre completo y 'Madre terrorista'".
De aquella eran pocas. Llegarían a ser 400. "Las que éramos al inicio, íbamos tres a un sitio, cuatro a otro. Hacíamos operativos grupales muy parecidos a lo que formula la psicología social elaborada por Enrique Pichon Riviere. Yo, con el tiempo y de mayor, fui a estudiar psicología social, porque las alumnas de ese centro nos hacían entrevistas para sus trabajos. Y ellas nos decían: 'Vosotras hacéis en la práctica lo que Pichon Riviere enseña en la teoría'".. Pero antes de formarse en psicología social, Norita y todas las madres aprendieron algo de sus hijos: "Nuestro cambio, yo diría nuestro avance, fue a tomar conciencia de que se habían llevado a nuestros hijos porque eran militantes sociales y políticos. Entonces, pasaron los años y fuimos aprendiendo con los sindicalistas, con los maestros, con los médicos, y con la gente toda que sale a la calle a luchar para mantener la batalla que habían dado nuestros hijos y nuestras hijas contras estas mismas políticas de opresión, de falta de trabajo, de hambre, de encogimiento de un país rico que siempre se vuelve pobre... todas esas cosas las aprendimos en la calle".
-¿Sois conscientes del peso que tiene el paño blanco en un juicio, en una manifestación, en una rueda de prensa?
-El paño marca una diferencia. Mismo si solo hay una Madre ahí. Antes, íbamos varias, tres o cuatro a apoyar causas. Pero ahora quedamos muy pocas. Entonces, vamos una y a apañarse.
Norita abraza a Sergio Maldonado: su hermano fue secuestrado y asesinado durante una redada de fuerzas de seguridad al mando del Gobierno de Mauricio Macri y su cuerpo estuvo desaparecido casi un año. Norita abraza a las familias de los 44 marineros desaparecidos en el océano en el submarino ARA San Juan. De nuevo, el Gobierno de Macri no controló el estado de la nave y luego tampoco buscó los cuerpos. Solo la presión de la gente llevó a encontrar a los muertos varios meses después. Norita abraza la familia de los chicos Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, asesinados por la policía durante lo Gobierno de Eduardo Duhalde en el año 2006. Norita, en las marchas del orgullo gay. Norita, en la mani a favor del autocultivo de cannabis. La abogada Gabriela Conde, miembro de la Gremial de Abogadas y Abogados, dice: "Cuando Nora u otras Madres van a una audiencia judicial, los jueces saben que las Madres están mirando. Y eso aporta mucho. Nora siempre está lista para ir a cualquier juicio, tiene una empatía impresionante con la gente más vulnerable".
Es difícil encontrar una persona más fotografiada que ella en este país austral: ahí donde llega, mareas de adolescentes, treintañeros, y mujeres y hombres del tiempo de sus hijos, se acercan, le hablan, le piden un selfi. "Pocos seres humanos despiertan tanta devoción en la Argentina de hoy en día. En el universo 2.0 como en la vida real, Nora Cortiñas es una suerte de rockstar", anota en el prólogo de su libro Szalkowicz. La coherencia es la explicación. "Guardo como postales inolvidables dos momentos –dice Fernanda Lores, hija de Paco e integrante de la directiva de la Federación que organizó el homenaje a Cortiñas–: que ella había venido a despedir mi país en su funeral, y su presencia durante la represión a los médicos del Hospital Posadas en enero del año pasado. Yo estaba ahí con mi hijo menor, parapetados detrás de unas escaleras cuando Nora subió. Mi hijo, Beltrán, le salió al paso, le dio un abrazo y me dijo: 'Mamá, yo quedo con Norita'. Para nosotros, ella es ejemplo de dignidad, de conducta intocable y de lucha que no claudica".
En 43 años de Madre de Plaza de Mayo y en 89 de vida, Norita Cortiñas no se dejó seducir por ningún partido político ni gobierno. Ella exige Memoria, Verdad y Justicia. "No perdonamos. No nos reconciliamos", repiten las Madres. Y así como critica a Macri, tampoco fue nunca a los actos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández que reforzaron las políticas de derechos humanos en el país y reivindicaron la lucha de la generación asesinada en los años 70. "La vida de nuestros hijos no se negocia –dice–. Las Madres no pensamos todas del mismo modo. Tenemos una única meta común, tenemos eso claro, pero política e ideológicamente no pensamos igual. Así como hay algunas de nosotros que decidieron apoyar a algunos partidos, yo no lo hice nunca". Y no se deja conmover. En el libro Norita, la Madre de todas las batallas, su nieto Damián Cortiñas, hijo de Gustavo, le escribe un texto de homenaje: "Siempre bromeo y le pido tres cosas: que se cuide, que se porte bien y que sea un poco más peronista". Pero Norita no se hace peronista ni antiperonista. Norita no es como la primavera austral ni como las luces y sombras de esta sala. "Gustavo quería cambiar el mundo –dice ahora, justo antes de finalizar–. Y nosotros aún queremos cambiarlo, a pesar de que es difícil... muy difícil".
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