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Crecer también era aprender a despedirse: el artículo de 'Luzes' finalista del premio de Xornalismo Fernández del Riego

La autora, Antía Yáñez, reflexiona en el texto seleccionado sobre cómo influye la pérdida de seres queridos en el proceso de madurez de una persona.

29/7/24 recordé que a finales del 2022 mi madre me había pedido un texto para dejarle a la abuela en la tumba en su aniversario y yo, que estaba en un mal momento, fui incapaz.
"Recordé que a finales del 2022 mi madre me había pedido un texto para dejarle a la abuela en la tumba en su aniversario y yo, que estaba en un mal momento, fui incapaz". M. G.

A Consuelo y a Julio.

Llega una edad en la que sabes que si tu padre o tu madre te llaman en horas no habituales, es que algo ha pasado. A veces una caída, algunas la tensión, otras un malestar extraño. Las mejores son aquellas en las que devuelves la llamada angustiada y la respuesta es "el móvil ha hecho cosas raras dentro del bolsillo". Crecer era que tus seres queridos se convirtieran en usuarios más o menos habituales de hospitales. Y menos mal que siempre nos quedará el hospital, pienso.

Recuerdo las ganas que yo tenía de crecer. Salir con chicos, ir de fiesta, vivir sola. Vivir rápido. Ahora quiero que el tiempo se detenga. A veces quiero poder volver atrás y observar a mi abuelo llevando las vacas al prado o a mi abuela recogiendo los huevos del gallinero. A ambos sonriendo con ganas cuando su nieta mayor decía alguna chorrada o hacía alguna jugarreta. No, sonriendo no: echándose a reír con ganas, inclinando la cabeza hacia atrás y poniendo la mano en el estómago. Recuerdo ese sonido de las carcajadas y sé que será lo último que olvidaré de ambos, porque las voces y las caras, algunas, ya han ido desapareciendo.

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Y es que crecer era recordar las cosas que ya no podremos hacer con los que se fueron. Pasear. Acompañarlos a visitar otros familiares que están peor, porque no salen de la casa, de la cama. Abrazarlos. Besarlos. Escucharlos. Eso es lo que más me pesa. Cuánto tiempo perdí oyendo chorradas en la tele, en Instagram, en Twitter, y qué poco hablé con los que ya no están. Supongo que es algo habitual, pensar en todo eso que te quedó por hacer y que sabiendo lo que ahora sabes, cambiarías.

"Crecer era recordar las cosas que ya no podremos hacer con los que se fueron"

Crecer también es caminar sobre el filo que separa el "cualquier tiempo pasado fue mejor" y "el futuro es nuestro". Caer de ambos lados, un montón de veces. Entender que el futuro no sería sin el pasado, que si estamos aquí hoy es por obra y gracia de lo que hemos vivido hasta el momento. De las personas que nos acompañaron en el camino, incluso cuando cogimos atajos que resultaron ser lodazales.

Crecer también es olvidar todo lo anterior y vivir solo en el presente, en lo inmediato. Y no sentirte culpable por eso, pero al segundo siguiente, sí. Crecer es pensar en los "y si…", arrepentirse, aprender, desaprender y volver a caer.

Y mientras creces no eres consciente de todos esos ojos que te observan en el proceso. Que te quieren, que te sostienen, que te echan de menos en la distancia. Todo el mundo ha perdido un abuelo o una abuela, es ley de vida. No por eso deja de ser un trance menos triste. Y yo ahora pienso, en este proceso que me toca hacer, en si yo habré sido también un apoyo para ellos en algún momento. Si los habré querido lo suficiente, si los habré sostenido lo suficiente, si los habré echado de menos lo suficiente. Supongo que ahora nada es suficiente, y que eso también es crecer. Supongo que recordar a mi abuela dándome chorizo u ofreciéndome huevos fritos porque sabía que no me gustaba el cocido, y a mi abuelo cuidando de las ovejas o subido en el tractor, no es suficiente. O sí.

Espero que para mi abuela fuera suficiente verme en la misa de su entierro, sabiendo que yo solo entro en las iglesias para admirar la arquitectura. Que fuesen suficientes aquellas risas que le saqué cuando a sus palabras "has aprobado todos los exámenes de la carrera porque he rezado mucho por ti" yo respondí: "Abuela, a ver, he aprobado porque estudié como una cabrona, aquí Dios no tiene nada que ver". Rió y dijo: "Pero yo ayudé". Ni ella misma fue consciente de la verdad que había en esas palabras.

"Cuando mi madre me llamó a una hora no habitual este lunes, recordé a aquella niña que quería crecer tan deprisa"

Espero que para mi abuelo fuese suficiente saberme rezando alguna oración de esas que me metieron en la cabeza en la infancia y que ya nunca se marchó. Si eso le hace feliz, fue un lavado de cerebro bien aprovechado. Que fuesen suficientes los silencios compartidos mientras la memoria jugaba cada vez más al escondite con él. Aunque ninguno de ellos vaya conocer a mi hija, su bisnieta, espero que se hayan ido sabiéndose suficientes. Sabiéndose imprescindibles e imborrables.

Cuando mi madre me llamó a una hora no habitual este lunes, recordé a aquella niña que quería crecer tan deprisa. Deseé viajar al pasado y a la vez que el tiempo transcurriera lo más rápidamente posible para pasar un viaje y un entierro cuanto antes. Pensé, también, que no estaba para escribir nada y que tenía que avisar a la persona responsable en Luzes de que esta semana no habría artículo. Luego recordé que a finales del 2022 mi madre me había pedido un texto para dejarle a la abuela en la tumba en su aniversario y yo, que estaba en un mal momento, fui incapaz.

En aquel momento no, pero hoy sí. Adiós, abuela. Adiós, abuelo. Crecer también era aprender a despedirse.

Este artículo se publicó el 26 de marzo de 2024 en luzes.gal y el pasado 17 de julio fue declarado finalista por el jurado del premio Afundación de Xornalismo Fernández del Riego.

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