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ProstituciónZwi Migdal, la mafia judía que prostituía a sus mujeres
Rufianes polacos emigrados a Buenos Aires explotaron hace un siglo a sus compatriotas, a quienes habían captado en aldeas empobrecidas de su país con falsas promesas, lo que motivó que la comunidad hebrea los expulsase por impuros.
Madrid-Actualizado a
No fue la única comunidad que explotó a sus mujeres, ni tampoco la más numerosa, pero el estigma caló en el imaginario popular: los judíos polacos que recalaron en Buenos Aires desde finales del siglo XIX prostituyeron a sus propias compatriotas, a quienes habían llevado a la capital argentina desde el Este de Europa atraídas con falsas promesas. Lo mismo hicieron los franceses, italianos o españoles, aunque el antisemitismo amplificó las despreciables prácticas de la mafia judía.
Tampoco ayudó el silencio posterior del propio colectivo, quien catalogó a sus criminales como impuros. En realidad, el hecho de que los denunciasen y los rechazasen diferencia a esta comunidad de las otras —que integraban a sus conciudadanos—, pese a que luego ese pasado oscuro se convirtiese en un tabú debido al temor a que la sombra de las actividades delictivas de unos cuantos indeseables se proyectase sobre todos ellos.
Cuando fueron expulsados, los rufianes inauguraron una sinagoga y un cementerio, pues les habían prohibido ser enterrados en el camposanto hebreo. Gerardo Bra sostiene en el libro La organización negra (1982) que, si bien la exclusión de los impuros manifestaba un acto de honestidad del colectivo judío, los habría reforzado, pues decidieron unirse y organizarse, una tesis rebatida por otros historiadores.
Antes, los proxenetas se hacían llamar el Club de los 40 y, a comienzos del siglo XX, fundaron en Avellaneda la Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia, una pantalla para sus actividades ilícitas, pues solo le concedieron la personalidad jurídica en esa ciudad de la región metropolitana de Buenos Aires. Precisamente allí, en la calle Córdoba de la capital, estaba su auténtico cuartel general, dotado de bar, comedor, salón de fiestas, sinagoga y velatorio.
Con la connivencia de las autoridades y de la Policía, a quienes sobornaban, los rufianes polacos se hicieron fuertes, aunque los franceses eran más poderosos. Obligados a modificar el nombre de su asociación por la mala fama que le daba a su país, la reubatizaron como Zwi Migdal, que llegó a contar tras la Primera Guerra Mundial con más de cuatrocientos miembros. A pesar de que las fuentes difieren, controlaron unos dos mil burdeles, por donde llegarían a pasar cientos y cientos de jóvenes, a quienes captaban en aldeas de su país con promesas de trabajo o, ejerciendo de falsos novios, de matrimonio.
Ese era entonces el verdadero delito, la trata de personas, pues hasta 1936 la prostitución fue una actividad legal en Argentina. Ellas y sus familias, acosadas por la necesidad, aceptaban el ofrecimiento y caían en la trampa. "El mayor desarrollo de esta actividad se inicia en coincidencia con las décadas de miseria que impulsaron a vastos sectores de la población europea en su sueño transatlántico. Habrá que sumarle a esto la limpieza étnica desatada con los pogromos del imperio zarista de los Románov", escribe el investigador José Luis Scarsi en Tmeiim, los judíos impuros (2018).
Muchas de ellas embarcaban en Bremen (Alemania) y, una vez en Argentina, eran explotadas durante largas horas en burdeles. "Buenos Aires como un tenebroso puerto de mujeres desaparecidas y vírgenes europeas secuestradas, que se veían obligadas a vender su cuerpo y a bailar el tango", describe su situación Donna J. Guy en El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires (1994). La historiadora estadounidense subraya que en 1934 las mujeres polacas y rusas prostituidas representaban el 48,6%. Las segundas eran sometidas por la Sociedad Asquenasum, formada por los inmigrantes judíos rusos que habían integrado la disuelta Varsovia.
Unos y otros se aprovecharon de la pobreza de las chicas, muchas de ellas menores, cuyos padres no dudaban en dejarlas marchar para que tuviesen un futuro mejor. Sin embargo, una vez en la ciudad porteña, eran exhibidas desnudas en subasta, según los cronistas de sucesos de la época. "El rufián no crea. No hace más que explotar lo que encuentra. Si no encontrara esa mercadería, no la vendería [...]. Conoce la fábrica de donde sale la materia prima, la gran fábrica: La Miseria", escribe en 1927 el periodista francés Albert Londres en el libro El camino de Buenos Aires (La trata de blancas).
"Ofrecida al mejor postor"
Una mujer escribió una carta a la asociación contra la trata y la explotación sexual Ezrat Nashim: "Estaba en una de las casas de la Migdal. Mi cuerpo sería ofrecido al mejor postor. Toda mujer que se iniciaba en la vida era cotizada. Y yo lo fui". Sin embargo, durante años las denuncias cayeron en saco roto debido a la corrupción policial. Los tentáculos de los polacos, una mafia surgida como sociedad de ayuda mutua para protegerse entre ellos, alcanzaban a los encargados de velar por los ciudadanos y se antojaba necesario un comisario incorruptible y un juez que sentase a los criminales en el banquillo.
Solo encontraban oposición entre las instituciones judías y entidades como Ezrat Nashim, si bien su labor ha sido cuestionada. Débora Aymbinderow sostiene que tenía una "actitud paternalista y moralista hacia las inmigrantes por las diferencias de clase y de país de origen entre ellas y los filántropos", de modo que intervenían en su vida privada, incluso cuando no había indicios de que la mujer corría el riesgo de ser explotada. La prevención, entendían, pasaba porque se casasen con un judío y encontrasen un "trabajo honesto".
Por otra parte, la lucha del colectivo logró visibilizar el problema, aunque "paradójicamente fue utilizada para reforzar la estigmatización de los judíos", añade la historiadora, quien refleja sus magros resultados en Rufianes y prostitutas en Buenos Aires (Universidad Nacional de General San Martín). Así, Pedro Katz, director de Di Presse, declaraba al diario Crítica que la comunidad judía argentina llevaba cuatro décadas luchando para "destruir y aniquilar a los repugnantes componentes de la sociedad tenebrosa Migdal", a quienes calificaba como "gavilla de tratantes".
De ahí que en 1906 emprendiese una campaña para eliminarlos, pero reconoce que solo logró expulsarlos. "Nadie los repudia tanto ni los combate más que la colectividad israelita", concluía Katz, unas declaraciones recogidas por Aymbinderow en su investigación, que como otros trabajos deja claro que todas las comunidades tenían sus redes de trata, mas la judía fue la única que renegó de sus proxenetas. Véase, por ejemplo, el libro de Scarsi.
"Mientras que los rufianes italianos, franceses, españoles y criollos que operaban en la ciudad eran abarcados por el colectivo de la nacionalidad y, a la vez, integrados como sujetos activos en las prácticas sociales, comerciales y religiosas de sus respectivas comunidades, la colectividad judía se esforzó por identificar y expulsar a los tratantes de blancas, a quienes veían como seres despreciables.
Desarraigados, pero aún portadores de sus tradiciones y una fe sui generis, se dieron a la tarea de reproducir las instituciones, sociales y religiosas, de las que habían sido separados. De esta manera, se visibilizaron y dejaron sus huellas, agrupados bajo la figura de una sociedad de socorros mutuos.
Así, se las ingeniaron para administrar un cementerio propio, una sinagoga y una palaciega sede social. Tuvieron la capacidad de moverse dentro del marco legal y al igual que cualquier otra institución de su tipo brindaban el auxilio debido a sus asociados. Este es, precisamente, el argumento por el cual hablamos de rufianes judíos a la hora de identificarlos".
José Luis Scarsi. Tmeiim, los judíos impuros.
Bajo su cobertura de asociación, el objetivo de Varsovia —fundada por Luis Migdal, Noé Trauman, Bernardo Gutvein y Libert Selender— y luego de Zwi Migdal era encubrir sus actividades ilegales y protegerse ante las autoridades, escribe en La trilogía sobre la trata de blancas (1933) el comisario Julio Alsogaray, quien pese a su encomiable labor rezumaba un discurso estigmatizador hacia todos los judíos.
"Si bien el ejercicio de la prostitución y el proxenetismo no se limitaban a ninguna colectividad en particular, en Argentina como en otros lugares del mundo, los judíos fueron señalados por diferentes actores como los protagonistas principales del comercio sexual", corrobora Débora Aymbinderow en su investigación. "Es por eso que la comunidad judía en aquellos años se organizó con el propósito de combatir contra la actividad de los proxenetas dentro de su propia colectividad".
Modus operandi
La mafia polaca regentó el 25% de los prostíbulos de Argentina, no solo en Buenos Aires sino también en otras ciudades limítrofes y en Rosario. Scarsi calcula que, aunque durante más de dos décadas podría haber explotado a tres mil jóvenes captadas en Europa del Este, la cifra no pasaría de mil en el mismo período de tiempo. Rebaja el número que barajan otras fuentes, que también exageran sobre las condiciones de las mujeres. Así, Albert Londres afirmaba en la época que debían atender a setenta clientes al día, algo que para Elsa Drucaroff carece de lógica.
La escritora describe en el artículo en La Zwi Migdal. Para una memoria de la vergüenza argentina el modus operandi de la mafia: "La Varsovia —luego Zwi Migdal— financiaba viajes, supervisaba las ventas de mujeres, indemnizaba a los asociados que por algún motivo perdían una esclava, organizaba los traslados de pupilas de un prostíbulo a otro, imponía multas por incumplimiento de compromisos, prestaba dinero para instalar burdeles, gestionaba su aprovisionamiento y las compras del material de trabajo (ropa de cama, lencería), ofrecía jueces para arbitrar los conflictos que surgían entre los rufianes y todo el respaldo institucional que podía dar, dadas sus excelentes relaciones con el poder".
Esa complicidad con los gobernantes, jueces y fuerzas de seguridad era necesaria para ejercer su actividad en Argentina, hasta el punto de que su crecimiento le permitió exportar su régimen de esclavitud sexual a otros países, entre los que destaca Brasil. "En realidad, esa fue la función definitoria de la mutual: gestionar y pagar las coimas a la policía, a la municipalidad, a la justicia; apoyarse en su legalidad institucional para ejercer, clandestinamente, la gestión organizada de las relaciones públicas con toda esa red masculina de funcionarios que eran socios legales o clandestinos en la explotación de la prostitución", analiza la autora de la novela El infierno prometido, que versa sobre el tema.
Elsa Drucaroff desmiente en cambio el mito de "las inocentes", pues da crédito a la tesis de Donna J. Guy, quien subraya que un alto porcentaje de las chicas ya había ejercido la prostitución en Europa. Otras no, pero sabían lo que les esperaba en Argentina, mientras que algunas fueron engañadas. "Es interesante hacer hincapié en el hecho de que no hay un acuerdo académico sobre el facto de si la gran mayoría de las mujeres sabían qué iban a hacer al otro lado del océano o no", plantea Samanta Fernández Cortés en la tesis La inmigración masiva y la prostitución en Buenos Aires (1875-1940).
Así, recuerda que Gerardo Bra sustenta que eran seducidas con mentiras "para convertirlas por coacción en carne de prostíbulo", mientras que Albert Londres se mostraba convencido de que sabían "el camino que han emprendido". También cita a la socióloga Silvia Chejter, quien afirmaba que, "con frecuencia, los padres conocían el motivo y el destino del viaje al Nuevo Mundo y, en ocasiones, también la hija". Scarsi, que desmonta algunos lugares comunes en su libro, llega a calificarla de "novelesca construcción" alejada de los hechos.
"Rufianes y madamas que ejercían su crueldad y violencia sin límites sobre jóvenes inocentes, carentes de toda maldad. Hombres de oficio ruin que recorrían los poblados de Europa del Este seduciendo a humildes campesinas con la tentadora y reiterada promesa de bienestar en el Nuevo Continente. Familias engañadas en su buena fe que entregaban a sus hijas con la esperanza de un buen casamiento.
Ya fuera que parte de estas historias —contadas en blanco y negro, donde conviven sin matices buenos y malos— haya sido sobredimensionada para generar conciencia sobre la existencia de un grave problema social; o que las mujeres, sus familias y la propia sociedad que las expulsaba se apropiaran del discurso de la victimización como una manera de ignorar cierta responsabilidad en los hechos, lo cierto es que, durante décadas, muchos autores han abrevado en las fuentes de esta novelesca construcción que poco tiene que ver con la realidad".
José Luis Scarsi. Tmeiim, los judíos impuros.
El experto en trata y rufianismo en el Río de la Plata va más allá y asegura que la tesis de que la mayoría fueron engañadas responde al discurso de la sociedad patriarcal de la época. Y, de la misma manera que Débora Aymbinderow criticaba la "actitud paternalista y moralista hacia las inmigrantes" de la asociación local Ezrat Nashim, Scarsi cree que la consideración de Buenos Aires como capital de la prostitución responde a los prejuicios de las entidades inglesas que defendían a las explotadas.
"Solo la falta de cuestionamiento al discurso oficializado a fuerza de reiteración puede justificar que todas las muchachas fueran consideradas como niñas engañadas carentes de todo discernimiento; mientras que los proxenetas eran presentados como lo más aborrecible de la raza humana. Hay que tener presente que, en este esquema binario que proponía la sociedad patriarcal, las mujeres carecían de todo tipo de derechos. Aceptar que pudieran ingresar al mundo de la prostitución por decisión propia y sin mediar engaños, era otorgarles la capacidad para cuestionar y poner en peligro el sistema imperante.
El tráfico con destino a los prostíbulos de Buenos Aires fue de tan veloz crecimiento que, en unos pocos años, la ciudad pasó a ser vista como el mayor centro mundial de perversión y comercio inmoral. Si bien esta caracterización puede resultar un tanto excesiva, hay que considerar que provenía, principalmente, de organizaciones inglesas de protección a las mujeres, que no podían dejar de lado ciertos prejuicios referidos a la conducta de los latinoamericanos y a la importancia que su economía comenzaba a tener a nivel mundial".
José Luis Scarsi. Tmeiim, los judíos impuros.
Sea como fuere, la trama de los proxenetas —conocidos como cafishos— toparía con una mujer que les plantaría cara. Una vez más, hay una controversia sobre su pasado, por lo que su biografía varía en función de los estudiosos. Nacida en 1900 en Berdýchiv (Ucrania) y criada en Varsovia, Raquel Liberman denunció a la Zwi Migdal por forzarla a la la prostitución, lo que desencadenaría una investigación por parte del comisario Julio Alsogaray.
Fruto de sus pesquisas, el juez Manuel Rodríguez Ocampo dictó prisión preventiva para 108 miembros por asociación ilícita, mas pronto saldrían en libertad por falta de pruebas, excepto tres de ellos. Otros 334 huyeron de la Justicia, por lo que se dictó una orden de captura internacional. De poco sirvió, aunque la organización terminaría disolviéndose.
Nora Glickman, en el libro The Jewish White Slave Trade and the Untold Story of Raquel Liberman (2000), relata que la redada en la sede de la mafia polaca y el cierre de decenas de prostíbulos tuvo lugar en 1930 tras el golpe de Estado del teniente general José Félix Uriburu. La operación ocupó las portadas de los periódicos y, como resultado de su "valiente acción", publicaron listas detalladas de los nombres de los traficantes y madamas.
"Raquel Liberman se convirtió así en un símbolo de la lucha de las mujeres por liberarse de la explotación", escribe en The Encyclopedia of Jewish Women la profesora universitaria, quien sostiene que en 1922 había llegado a Tapalqué con sus dos hijos para encontrarse con su esposo emigrado.
Él moriría de tuberculosis a los pocos meses, por lo que ella tuvo que dejar a sus pequeños con unos vecinos e instalarse a sus veintitrés años en Buenos Aires, donde después de trabajar como costurera empezó a prostituirse, a la fuerza o voluntariamente, según Glickman. Después de un primer intento infructuoso, Raquel consiguió librarse de sus proxenetas y denunciarlos el 31 de diciembre de 1929.
En el libro de ficción La Polaca, Myrtha Schalom plantea que tras el fallecimiento de su marido fue engañada por sus cuñados, miembros de Zwi Migdal, y obligada a prostituirse por la mafia. Hay teorías aún más rocambolescas, como que fue captada en su país por un falso novio. Y en sus declaraciones a la Policía abundan las lagunas y omisiones sobre su vida hasta entonces, probablemente con el objetivo de proteger a sus hijos.
José Luis Scarsi, en una entrevista al periodista Osvaldo Aguirre, afirma que su historia "es peor y más dramática" que la expuesta. "En sus cartas, Raquel le pide al marido que la rescate del infierno que sufría en Polonia, en medio de la pobreza". Una vez en Buenos Aires, cuando su esposo vende un negocio de peluquería se mudan a Tapalqué, donde su cuñada Elke regentaba una casa de citas. "Había trabajado muchos años antes en un prostíbulo de la calle Sarandí y con esos ahorros instaló el suyo propio", explica a Público Scarsi, quien añade que cuando Yaacob fallece su mujer se traslada a la capital. "Allí termina en un burdel, seguramente con su cuñada como entregadora".
También desmiente que, tras zafarse de la Zwi Migdal y montar un negocio de antigüedades, un rufián le pidiese matrimonio para luego robarle sus ahorros y obligarla de nuevo a prostituirse. Finalmente, la "heroína accidental" —como la denomina el autor de Tmeiim, los judíos impuros— denunciaría a la mafia e intentaría regresar con sus hijos a Polonia. Sin embargo, en 1935 falleció de cáncer de tiroides a los treinta y cuatro años.
Poco importan los pormenores de su biografía, pues —forzada o no— fue explotada sexualmente y gracias a su denuncia se desmanteló la organización criminal. Su historia ha sido objeto de libros de ficción, ensayos, obras de teatro y telenovelas, mientras que una estación de metro porteña y un premio contra la violencia de género reciben su nombre: Raquel Liberman.
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