jerusalén
Los resultados de las elecciones municipales del pasado domingo en Estambul constituyen la mayor derrota política y personal del presidente Recep Tayyip Erdogan desde su acceso al poder en 2002. Es un fracaso personal porque él puso todo su empeño en repetir la votación de marzo, cuando su candidato perdió la alcaldía por un puñado de votos. Los resultados del pasado domingo, en cambio, donde su candidato perdió por más de 800.000 votos, se revelan como un revés trascendente.
Una de las amenazas que sobrevuelan al partido Justicia y Desarrollo (AKP) tiene que ver con las disensiones internas que han aflorado en los últimos años, disensiones protagonizadas por distintos barones que ahora podrían cristalizar con la formación de nuevos partidos salidos de AKP que debilitarían la posición de Erdogan en el interior de Turquía.
No obstante, Erdogan dispondrá de varios años para corregir las irregularidades que han afectado a AKP de manera cada vez más visible. Después de 17 años ininterrumpidos en el gobierno, la corrupción ha minado la imagen del partido y de su líder, y lo mismo puede decirse del fuerte autoritarismo y de la arrogancia que caracterizan a las formaciones islamistas o nacionalistas.
Los últimos cinco años han estado plagados de elecciones, hasta el punto que una campaña se ha superpuesto a la siguiente, y el país ha vivido bajo la frenética presión de una agotadora campaña permanente. Ahora habrá una tregua en las urnas hasta las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2023, una tregua durante la cual Erdogan tendrá la oportunidad de enmendar los errores.
El sistema presidencialista que fue avalado mediante un referéndum hace dos años requiere una victoria por más del 50% de los votos, pero las elecciones del domingo cuestionan que Erdogan pueda obtener el resultado requerido. Los recientes resultados también cuestionan su principal logro, el proceso de islamización del país.
Elecciones generales de 2023: Erdogan tendrá la oportunidad de enmendar los errores
El nuevo alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, ha concurrido como candidato de un partido claramente laico que justamente quiere acabar con el proceso de islamización y reintroducir el laicismo kamalista que caracterizó a Turquía durante décadas, hasta que Erdogan comenzó a revertirlo. Los resultados del domingo también muestran que una parte considerable de la población rechaza la islamización, aunque podría ser que tan solo rechazase la corrupción que se ha asociado al AKP. A partir de ahora habrá que seguir de cerca la lucha entre islamistas y laicistas por el control de Turquía, teniendo en cuenta que los islamistas tienden a ser más fuertes en las zonas rurales y los laicistas en las urbanas.
También habrá que ver el papel político que juega Imamoglu hasta las elecciones de 2023, y si es capaz de convertirse en un rival serio para Erdogan a nivel nacional. Como alcalde de Estambul, tendrá que administrar una megalópolis que produce el 30% del PIB y la mayoría de las exportaciones del país, aunque no será nada fácil.
Distintas informaciones periodísticas señalan que Erdogan quiere aprobar una ley que limite la capacidad de los alcaldes para aprobar las inversiones locales en infraestructuras. El AKP se ha servido durante años de esas inversiones para atraerse a los grandes empresarios, quienes a cambio de importantes contratos han financiado al AKP.
Algunos analistas han indicado que lo ocurrido en Estambul marca el inicio de una redemocratización del país después de tantos años de Gobierno. Pero esto es solo una hipótesis que dependerá tanto del comportamiento de Erdogan como del comportamiento de la oposición que aspira a destronarlo en 2023.
La reintroducción del islamismo se ha hecho a conciencia durante los últimos años y ha calado de manera importante en las zonas rurales, donde el kamalismo nunca logró desterrarlo completamente. De hecho, puede dudarse de que el kamalismo recupere todo el terreno perdido con Erdogan, y mucho menos en apenas unos pocos años.
El ejército, que durante décadas fue garante del laicismo y no permitió ninguna veleidad disidente, ha sido purgado a conciencia por Erdogan. En el dominio castrense siguen existiendo oficiales laicistas, como los que propulsaron el reciente fallido golpe de estado, pero también existe un gran temor hacia el sultán Erdogan.
Una de las cuestiones clave serán sus relaciones con EEUU
Desde 2002 la formación de Erdogan ha venido obteniendo entre el 40 y el 50% de los votos, lo que le ha permitido gobernar Turquía de la mano de partidos afines de la derecha. Han sido unos gobiernos que han extendido su poder en el ámbito de los medios de comunicación y las universidades. El sistema político que ha funcionado en Turquía desde 2002 ha sido calificado de democracia iliberal, un apelativo que se ha aplicado a distintos populismos de todo el planeta y que ha erosionado la imagen de Erdogan a nivel internacional.
Nada indica que la política exterior de Ankara vaya a cambiar significativamente de aquí a 2023, pero una de las cuestiones clave serán sus relaciones con Estados Unidos. Se trata de unas relaciones que se han deteriorado sustantivamente en los últimos años debido a la autonomía en la adopción de decisiones que ha buscado Erdogan.
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