Washington
El pasado lunes, la administración de Donald Trump anunció que no concederá visados de estudiantes, y expulsará del país a quien tenga uno, a aquéllos que estén matriculados en una universidad que no vaya a ofrecer clases presenciales sino online a partir del inicio del curso, el próximo mes de septiembre. Sólo el año pasado, Estados Unidos concedió 400.000 visados de este tipo. Las principales universidades del país, muchas de las cuales han previsto clases online debido a la pandemia, han demandado al gobierno ante los tribunales. Es el enésimo pulso de Trump para forzar al país a que vuelva a la normalidad a pesar de que la pandemia de coronavirus que está completamente disparada y avanza ya a un ritmo de más de 60.000 contagios confirmados diarios.
Desde que el 21 de enero un hombre en la treintena que regresó a Seattle procedente de China se convirtiera en el primer caso de coronavirus en el país norteamericano, Donald Trump ha basado sus políticas a menudo sobre tres ejes: en primer lugar, la politización del virus; en segundo término, la negación de la realidad o la minusvaloración de la gravedad de la situación; y, por último, el empleo de medidas impactantes y de demostración de fuerza, pero al margen del criterio científico para atajar la epidemia. Entre estas últimas, su empeño en forzar al país a la apertura mucho antes de que la transmisión del virus estuviera relativamente bajo control, en una versión un tanto cínica de aquél ¡Es la economía, estúpido!, de la campaña electoral de Bill Clinton en 1992.
Desde abril, Estados Unidos ha sumado millones de parados cada semana hasta superar los 40 millones y una tasa de desempleo por encima del 10%. Son las tasas de paro más elevadas desde la Gran Recesión y han llegado tras el pleno empleo técnico en que vivió el país entre octubre del año pasado y febrero (un desempleo varado en un nimio 3,5%). Pero las elecciones presidenciales son en noviembre, las encuestas dan a Trump una y otra vez por debajo del candidato demócrata Joe Biden y el actual presidente quiere agarrarse como a un clavo ardiendo a cualquier cosa que huela o pueda oler a buenos números económicos. Aunque eso sea, como está sucediendo, a costa de que se disparen los contagios por coronavirus y las muertes por covid-19.
El pulso a las universidades para que abran en otoño como si no pasase nada, es la última polémica medida de Trump sobre el coronavirus. Pero ha habido muchas más. Éstas son las más controvertidas que ha tomado el presidente en estos casi seis meses al frente de un país en pandemia, empezando por las más recientes y yendo hacia atrás en el tiempo.
Las universidades demandan a Trump
La decisión del 6 de julio de la administración Trump de no conceder más visados de estudiantes universitarios y retirar los ya concedidos y expulsar a sus beneficiarios si éstos no están inscritos en una universidad con clases presenciales el próximo curso, ha puesto patas arriba el sistema educativo universitario del país y llevado a varias de estas instituciones a demandar al gobierno, entre otras, Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachussets (el MIT), dos de los centros más prestigiosos.
La acción del gobierno de Trump deja a cientos de miles de estudiantes internacionales sin ninguna opción educativa
En la demanda interpuesta, ambas instituciones denuncian que la acción del gobierno de Trump ''deja a cientos de miles de estudiantes internacionales sin ninguna opción educativa en Estados Unidos. A pocas semanas de comenzar el cuatrimestre de otoño, esos estudiantes difícilmente podrán cambiarse a instituciones con planes presenciales, a pesar de la sugerencia de que lo hagan para evitar su expulsión del país''.
''Además, para muchos estudiantes'', arguyen Harvard y el MIT en su demanda, ''regresar a sus países de origen para así dar las clases online es imposible, impracticable, prohibitivamente caro y/o peligroso''. El gobierno de Trump, de momento, se ha mostrado inflexible y remiso a realizar cualquier concesión en este sentido, a pesar también de que la inscripción de estudiantes internacionales es una importante vía de ingresos para las universidades.
Trump proclama ‘El Gran Regreso’
La reacción de Trump ante el virus fue desde el principio la de negar su gravedad, a pesar de que cuando el virus llegó al país ya había golpeado con fuerza China, Italia, España y media Europa. Si bien casi ningún país se caracterizó por reaccionar a tiempo, Estados Unidos tiene un récord en sentido contrario. Y lo ha batido varias veces. A pesar de que tan pronto como el 21 de enero el país confirmó su primer contagio por coronavirus y de que la Organización Mundial de la Salud (OMS), constantemente atacada por Trump, declaró el 30 de ese mes la emergencia sanitaria internacional, no fue hasta el 13 de marzo cuando Trump proclamó la emergencia sanitaria. Los 50 Estados y el Distrito de Columbia (la capital del país, Washington) secundaron este anuncio y lograron aplanar y en muchos casos hasta reducir la curva de contagios.
Sin embargo, como este parón hizo que cada semana se sumaran millones de personas a listas del paro, a primeros de junio Trump dio el asunto por acabado y lanzó su nuevo lema: El Gran Regreso (The Great Comeback), que repite hasta la saciedad como si fuera un conjuro mágico que fuera a alterar la realidad y a hacer desaparecer el virus por el mero hecho de pronunciarlo sin parar.
Siguiendo la proclama de Trump, muchos Estados abrieron la actividad y volvieron a la normalidad a primeros de junio (sobre todo en el Sur y especialmente los republicanos, como Texas, Arizona y Florida). A mediados de mes la curva empezó a subir con fuerza y ahora está disparada, a más de 60.000 positivos diarios y con un balance total de más 130.000 muertos, cuando en abril se esperaba llegar a septiembre con 120.000. La presión de Trump a las universidades para que abran con normalidad y no se limiten a ofrecer clases online el primer cuatrimestre del próximo curso se explica precisamente por su apuesta por El Gran Regreso.
Reparto de ayudas: más ricos y más desigualdades
A primeros de marzo, Donald Trump firmó el primer paquete de ayudas por la pandemia del coronavirus, financiado con 8.000 millones de dólares, una cifra que parecía entonces elevada. Después llegaron otros tres. Entre los cuatro suman ya unos tres billones de dólares. El quinto paquete ya ha sido aprobado por el Congreso y está esperando a ser debatido en el Senado, la cámara, de mayoría republicana, que será la encargada de su aprobación final. Sin embargo, todo ese músculo financiero se está centrando en sostener sobre todo a los grandes sectores económicos y no tanto en las familias y la clase trabajadora, lo que está aumentando enormemente las desigualdades sociales en el país en medio de la pandemia.
Entre otros datos, un informe del Instituto Aspen alerta de que para el próximo septiembre hay 20 millones de estadounidenses que viven de alquiler que corren un riesgo muy elevado de ser desahuciados. Al mismo tiempo, las compañías que gestionan hospitales privados están recibiendo abundantes fondos públicos, sin embargo, la administración Trump, en medio de una crisis de salud pública galopante y con muchos millones de norteamericanos quedándose sin seguro médico al irse al paro, no ha querido garantizar en esos paquetes de ayudas el acceso universal y gratuito a la atención médica, como piden recurrentemente la diputada Pramila Jayapal y el senador Bernie Sanders, cada uno en su respectiva cámara del Congreso.
Entretanto, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, ha disparado su riqueza hasta una cifra récord de 171.600 millones de dólares mientras que los milmillonarios han aumentado su fortuna en 584.000 millones de dólares entre el 18 de marzo hasta el 17 de junio de este año, según un informe del Instituto de Estudios Políticos, que indicó que, pese a la crisis, otros 29 nuevos nombres se habían añadido a esa lista de personas con un patrimonio de más de mil millones de dólares (890 millones de euros). La lista de milmillonarios pasaba a tener 643 miembros; las fortunas sumadas de todos ellos acumulaban un total de 3,5 billones de dólares, es decir, siete veces el presupuesto de gasto de España de 2019.
Para rematar las cosas, según un informe de la ONG Public Citizen, al menos 40 lobistas conectados directamente con Donald Trump hacen cabildeo para captar fondos de los paquetes públicos sobre la pandemia para al menos 150 clientes diferentes. Éstos habrían recibido ya, según Public Citizen, unos 10.500 millones de dólares. Es decir, una cifra superior a todo el primer paquete de ayudas aprobado por la administración Trump en marzo.
''Si hiciéramos menos pruebas habría menos casos''
Ante el extraordinario repunte de casos que se está produciendo en el país en los Estados que, siguiendo las recomendaciones de Donald Trump, abrieron sus economías a principios de junio, el presidente, lejos de reconocer que las cosas están empeorando, hace justo lo contrario con un argumento que desafía cualquier lógica: ''Los casos están subiendo porque hacemos más pruebas que ningún otro país. Si hiciéramos menos, ¡habría menos casos!'', exclamó el 23 de junio, en declaraciones recogidas por la cadena CNBC.
Sin embargo, la misma cadena reveló que en junio se realizaron 478.000 test diarios de media, una cifra que en mayo era de 345.000. Esto implica que en junio se han hecho un 38% más de pruebas de detección del coronavirus. Sin embargo, si en mayo la media de casos diarios fue de 20.000, la media diaria de junio no fue un 38% más de positivos, sino el doble: junio cerró con 40.000 positivos al día confirmados. Una cifra que sube sin freno puesto que julio ya ha alcanzado los 60.000 casos cada 24 horas.
Es más, el director del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas y coordinador del plan de respuesta del coronavirus del gobierno de Estados Unidos, Anthony Fauci, ha pronosticado que, si no se ponen medidas, en septiembre el país puede estar sumando 100.000 positivos diarios. ''No creo que se pueda afirmar que Estados Unidos lo está haciendo bien. Sencillamente, no es así'', aseguró a la web FiveThirtyEight el pasado 9 de julio.
Mítines en plena pandemia
Las llamadas de Trump a la reapertura y volver a la vida normal, a pesar del incremento de casos, no se quedaron sólo en eso, en palabras. El presidente pasó a los hechos y dio su primer mitin en la era del coronavirus el 22 de junio en Tulsa, Oklahoma. No salió bien. En el recinto hubo bastantes asientos vacíos. Pero Trump no cejó en su empeño. Tres días después dobló la apuesta y dio otro, esta vez en Phoenix, Arizona. En este evento sí logró reunir a muchos asistentes, muchísimos de ellos sin mascarilla: ni éstas ni el distanciamiento social eran obligatorios. El propio Trump ha desacreditado las mascarillas y él mismo no ha aparecido públicamente nunca con una.
Claro que unos días más tarde de estos mítines, dos empleados de la campaña de Trump y dos agentes del servicio secreto dieron positivo por coronavirus. En realidad, el presidente y los organizadores del evento eran perfectamente conscientes de todo. Según la CNN, los asistentes a los eventos tuvieron que firmar un documento que renunciaban a demandar a Trump o las compañías organizadoras de su campaña si contraían el virus. ''Al asistir al mitin, usted y cualquier invitado asumen voluntariamente todos los riesgos relacionados con la exposición a la covid-19 y acuerdan no responsabilizar a Donald J. Trump for President, Inc.; BOK Center; ASM Global; ni a ninguno de sus afiliados, directores, funcionarios, empleados, agentes, contratistas o voluntarios por cualquier enfermedad o lesión [puesto que] existe un riesgo inherente de exposición al covid-19 en cualquier lugar público donde haya personas presentes'', decía el descargo de responsabilidad presentado a los asistentes.
No contento con todo esto, el viernes el mandatario tuvo un acto de su partido en Florida y para el sábado 11 de julio Trump había anunciado un nuevo evento electoral, en Portsmouth, New Hampshire, aunque éste finalmente fue cancelado ante la previsión de tormentas tropicales. Con todo, el acto se había previsto al aire libre en el aeropuerto de la ciudad y el equipo de campaña del mandatario había informado días antes de que, ahora sí, se iba a recomendar a los asistentes usar mascarillas y geles desinfectantes.
Promocionó un medicamento y dijo que se estaba medicando
El 18 de mayo, contradiciendo cualquier recomendación médica y sin ningún resultado que lo avalara, Trump anunció que estaba tomando por su cuenta y riesgo hidroxicloroquina. Dijo que lo había tomado todos los días durante una semana y media. No sólo no hay ninguna evidencia de que el medicamento funcione contra la covid-19 sino que un estudio publicado ha alertado de que en algunos casos puede causar problemas cardíacos.
Antes de su anuncio, Trump llevaba varias semanas reclamando insistentemente en sus ruedas de prensa y a través de su cuenta de Twitter a las autoridades sanitarias que usaran ese medicamento para luchar contra la covid-19. La insistencia en la hidroxicloroquina sugería que había algún tipo de interés oculto en no usar el medicamento para curar a la gente. La teoría de la conspiración ha sido una de las defensas más usadas por Trump para avalar su gestión (asentó la base de esta estrategia en sus ataques a la OMS y cuando llamó al coronavirus ''el virus chino'').
Los consejos médicos de Trump habían llegado a su límite un mes antes, cuando el 23 de abril, en una rueda de prensa en la Casa Blanca, sugirió matar al virus en el cuerpo humana usando inyecciones con la capacidad ''desinfectante de la lejía'' para así tratar de ''limpiar los pulmones''. También ha hecho a menudo de epidemiólogo improvisado y se ha atrevido a afirmar, sin base alguna y en contra del criterio de los servicios de epidemiología del país, que hay que volver a la vida normal cuanto antes porque la epidemia de coronavirus desaparecerá por sí sola.
Veto a vuelos de la UE y veto a periodistas
El veto anunciado a los estudiantes se suma al veto de entrada a las personas procedentes de multitud de países del mundo, una herramienta que Trump está usando para frenar la inmigración al país usando como excusa el coronavirus, siempre en la figura del enemigo exterior que potencialmente puede importar el virus al país y poner en peligro la vida de los norteamericanos, a pesar de que Estados Unidos es uno de los países del mundo donde la pandemia está más descontrolada. El primer país que sufrió el veto fue China el 2 de febrero, entonces centro mundial de la pandemia. Trump, en su estrategia de culpar a un enemigo exterior, no ha dejado de llamar al coronavirus “virus chino” o Kung Flu (un juego de palabras con flu, el término inglés para la gripe).
Sin embargo, no se quedó ahí la cosa. En marzo, tras China, le llegó el turno los ciudadanos del espacio Schengen, entre ellos España. Desde entonces, cualquier persona que provenga de esos países, tiene prohibida la entrada en Estados Unidos. Y, aunque hay excepciones, como el personal diplomático, esto incluye a los periodistas. Las embajadas sobre todo las europeas y la Asociación de Periodistas Corresponsales Extranjeros en Estados Unidos están reclamando a la administración Trump que levante este veto, pero sin éxito. Este veto a los medios de comunicación preocupa sobre todo porque muchos medios internacionales quieren cubrir la campaña electoral y las elecciones presidenciales, que tendrán lugar en menos de cuatro meses.
Con todo, el veto a Europa tampoco sigue una lógica aparente al centrarse sólo en los países Schengen, de manera que se permite la entrada a personas procedentes de Rumanía, Bulgaria o Turquía, pero no de Alemania, Grecia o Portugal, a pesar de que la pandemia en estos tres países ha estado en niveles muy bajos y controlados. De nuevo, otra demostración de fuerza sin efecto real, de cara a la galería y sin estar basada en un criterio técnico o epidemiológico.
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