Este artículo se publicó hace 9 años.
Los hijos de Toro Sentado unen sus voces a los palestinos para denunciar el exterminio de los lakotas
John Wayne no los mató a todos. Los descendientes de Caballo Loco y de Toro Sentado han vuelto a unir sus voces a las de los palestinos para denunciar la ocupación de las tierras ancestrales lakotas y la usurpación sistemática de sus derechos. Las reservas donde viven confinados son más pobres que el Níger o Haití.
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“Todas las políticas de exterminio que se están practicando hoy con los palestinos fueron ya ensayadas mucho antes con los indios”, aseguraba a las puertas de la muerte el líder libertario sioux Russell Means. El actor amerindio que en su día encarnara al jefe Chingachgook en El último mohicano murió en octubre de 2012 de un cáncer de esófago dejando tras de sí un legado activista que inevitablemente invita a describirlo como el Malcolm X de los lakotas. Al igual que el líder afroamericano, Means fue durante muchos años el azote de los “tío Tom” de las reservas, los consejos tribales a los que mil veces acusó de “vichys de pacotilla” y de “marionetas colaboracionistas del Gobierno”.
“Le comparaban con Malcolm frecuentemente y a él le parecía un honor”, nos decía su viuda esta semana mientras nos sugería conocer a algunas de las viejas camaradas de su difunto esposo. Pearl Means fue la quinta de sus mujeres. Permanecieron juntos quince años, desde que unieron sus destinos hasta el mismo día de su muerte. En cierto modo, hoy Pearl se ha convertido en la principal valedora de la memoria de este controvertido y carismático activista, tan a menudo denostado por algunos de los suyos como amado. Quienes admiran y valoran su legado comparan su espíritu irredento con el de los míticos jefes sioux Toro Sentado y Caballo Loco. Pagó su rebeldía con la cárcel y a punto estuvo de morir como consecuencia de un disparo de los agentes del gobierno.
En 1973, Russell tomó parte en la ocupación de Wounded Knee, una aldea situada junto al mítico arroyo donde un destacamento del Séptimo de Caballería asesinó salvajemente hace algo más de un siglo a cerca de doscientos indios. Niños, viejos, mujeres inermes... Todos fueron pasados por las armas. Los concentraron mediante ardides y engaños en lo que hoy es la reserva de Pine Ridge y los fundieron, literalmente, con cuatro cañones Hotchkiss. Quedaron tan desfigurados por las balas que en las viejas fotos sepia de las partidas de enterramiento apenas se distinguirían sus cadáveres, de no ser por las prendas de bisonte con las que todavía se vestían a finales del siglo XIX.
Derrotaron a Custer
A los lakotas no les perdonaron nunca que derrotaran a Custer. Ninguno de los western clásicos donde los norteamericanos mixtificaron la conquista del oeste menciona siquiera de pasada este vil acto de traición. Los veinte militares que más indios abatieron recibieron por sus méritos la medalla de honor. La habilidad y los recursos de los estadounidenses para revestir de una pátina heróica y épica las brutalidades sobre las que se sostiene la creación de su nación no tiene parangón en toda la historia contemporánea de Occidente.
¿A quién representaba Russell Means y quiénes eran estos indios burdamente parodiados en los western cuya sangre tiñó el arroyo de Wounded Knee? Los lakota son un pueblo de la tribu sioux que originalmente habitaba en las márgenes del río Misuri. El empuje de los europeos los obligó a abandonar sus formas semisedentarias de vida y los forzó a tornarse nómadas y a ocupar de forma sucesiva los territorios situados en los estados de Minnesota, Dakota del norte y del sur, Nebraska y Wyoming. La llegada del caballo a América y de las armas de fuego les ayudó a perfeccionar las técnicas para cazar bisontes. Probablemente, fue la única aportación indirectamente debida a los españoles que de algún modo agradecieron.
A medida que los colonos fueron avanzando hacia el oeste, los antepasados de Russell fueron empujados y concentrados en áreas cada vez más reducidas, por la fuerza militar y en virtud de tratados sistemáticamente incumplidos por el Gobierno de Washington hasta el mismo día de hoy. El exterminio de los bisontes, el alcohol, las enfermedades y el Séptimo de Caballería hicieron el resto. Sioux era Toro Sentado y sioux era también el jefe indio que derrotó y mató al general Custer y a 210 de sus hombres en la batalla de Little Big Horn, (1876). Jamás rindieron su libertad sin plantarle cara al enemigo.
Incluso hoy siguen siendo el paradigma de los nativos irredentos, los más críticos y combativos de entre todas las tribus de amerindios, además de los más pobres. Pese al exterminio programado y sistemático de su cultura y de su pueblo, pese a que han sido diezmados y convertidos en un triste reflejo de lo que fueron, no se ha apagado por completo su espíritu rebeldey son varias las facciones que defienden su soberanía y tratan de plantarle cara a la pobreza. Viven, por decirlo de algún modo, en permanente estado de rabia y de insurrección.
Al decir de sus líderes, ambas cuestiones -miseria y usurpación de sus derechos- se hallan indisolublemente unidas. “La primera es consecuencia de la segunda y no hay forma de luchar contra ella sin combatir al mismo tiempo el proceso de colonización al que los lakotas siguen todavía sometidos”, coinciden en señalar los representantes del Movimiento Indio Americano (IAM, de acuerdo a sus siglas originales inglesas) y de la República de Lakota. Sus reservas se asemejan a enormes campos de concentración a cielo abierto. “En nada se diferencia nuestra sociedad a la del apartheid surafricano”, aseguran sus líderes.
Según nos dice Pearl, unir sus voces a las de los palestinos o comparar la situación de ambos era simplemente inevitable. “Russell tenía muy claro que la lucha de los lakotas era un episodio de la historia que se había repetido muchas veces, en diferentes contextos y con diferentes víctimas”, asegura su viuda. “Por eso solía referirse a ellos como los indios de Oriente Medio”.
En el transcurso de los últimos años, han sido varias las delegaciones de nativos que han viajado a Israel y a Palestina para fortalecer los vínculos y crear fórmulas de apoyo recíproco. Claro que no todos lo han hecho del lado de los árabes. A principios de esta década, un grupo de navajos suscribió varios acuerdos con el Gobierno de Israel para poner en marcha programas de colaboración en materia agrícola. Estos navajos “colaboracionistas” fueron duramente criticados por los líderes indigenistas cercanos a las posturas de la República de Lakota. En su opinión, “trabajar con los sionistas equivalía a tender la mano al enemigo”.
Los “tíos Tom” de las reservas
Al igual que Malcolm X, y salvando las distancias, Means y sus camaradas invirtieron buena parte de su energía activista en combatir a los representantes de algunos consejos tribales especialmente dóciles con la Administración norteamericana. “Russell solía decir que no tenemos líderes, sino gestores de programas y meros transmisores de las políticas opresoras de los Estados Unidos”, nos dice Pearl. Si algo tenía claro Means desde que comenzó su lucha era la necesidad de estrechar las relaciones con otros pueblos oprimidos. Sólo su enfermedad llegó a impedir que se reuniera en 2011 con el presidente boliviano Evo Morales, lo que hubiera sido un hito histórico. En cualquier caso, los lakotas no han renunciado a celebrar este encuentro y menos todavía, a seguir recabando el apoyo de otras naciones subyugadas.
Los vínculos con los palestinos -oficiales y oficiosos- creados por Means y sus colegas se han mantenido vivos hasta el mismo día de hoy. Hace sólo unas semanas, los cineastas Malek Rassamy y Matt Peterson presentaron en Oriente Medio un cortometraje donde se enumeraban las sorprendentes similitudes de las tragedias a las que han hecho frente tanto lakotas como palestinos. Tal y como decía Rassamny ataviado con el tradicional kefiya de su Beirut natal, “unos y otros comparten una historia similar de ocupación y colonialismo. Por eso han vuelto a unir sus voces para pedir justicia al mundo”.
El caso de los lakota es incluso más trágico -si es que eso es posible-, habida cuenta de que se hallan casi al borde de la extinción. Quedan 70.000, la mitad de los cuales viven dentro o en las proximidades de once reservas norteamericanas y ocho comunidades canadienses. Las mayores y más conocidas -Standing Rock y Pine Ridge- son, a todos los efectos, un pedazo de paupérrimo Tercer Mundo en el corazón del país más poderoso del planeta. Su renta per cápita es inferior a la de algunos misérrimos estados africanos. Sienten la misma veneración por Colón y la conquista que los judíos por Hitler o los chinos por Hirohito.
Alcoholismo y pobreza
“Chante waste' nape' ciyuzapi. Mni uha najin win hemachiyapi. Reciba un cordial apretón de manos. Me llamo “Mujer que está en el agua”, asegura, a modo de presentación, la activista Phyllis Young. Esta líder amerindia -antigua compañera de Means- es miembro de la Nación Dakota-Lakota, además de representante electa del consejo tribal de Standing Rock. “Hemos sido castigados, masacrados y condenados a morir de hambre. ¿Sabía usted que el presidente Lincoln ordenó ejecutar mediante una orden de gobierno a 37 indios lakota al tiempo que liberaba a los afroamericanos?”, asegura Young. “Desde 1910 a 1978, nuestra cultura, nuestros cultos y nuestro lenguaje estuvieron terminantemente prohibidos por las políticas del Gobierno”.
En efecto. Sus valores fueron reemplazados por tradiciones ajenas a sus formas de vida que jamás asimilaron y que han terminado por convertirlos en verdaderos parias. Y así, hasta el día de hoy. El 60 por ciento de los niños que viven en centros de acogida de Dakota del Sur son de origen amerindio. El alcoholismo afecta a ocho de cada diez familias de nativos que viven en reservas. Las tasas de consumo de metanfetamina y los índices de abandono escolar, diabetes, malnutrición o bipolaridad son tres, cuatro o muchas veces superiores a los de la media norteamericana. Y ello, por no hablar de la esperanza de vida de los indios: 48 años, en el caso de los hombres, y poco más de cincuenta, en el de las mujeres.
Un día antes de que charláramos con Young, la emisora local daba a conocer en sus informativos que otra joven de Standing Rock se había quitado la vida. Ocurrió la pasada semana. Desde principios de este año, doce adolescentes más de Pine Ridge se han suicidado. No es la primera vez que se produce una epidemia como ésta. “De hecho, el problema comenzó a mediados de los noventa”, nos explica la activista. “Están destruyendo nuestra tierra y devastando nuestro pueblo. El suicidio es la consecuencia de seguir bajo el yugo colonial; es el resultado de un dolor generacional que se ha mantenido vivo en la memoria colectiva desde que robaron nuestras tierras, nuestro lenguaje y nuestra cultura. Todas las terribles patologías sociales que estamos sufriendo se deben a la imposición de un estilo de vida ajeno a nuestras tradiciones. Quizá el suicidio sea honorable en otras sociedades como la japonesa o entre las gentes de ISIS, pero no entre nosotros”, afirma Young.
Tampoco los abusos sexuales forman parte de la tradición lakota. Y lo cierto es que la mayoría de los suicidas habían sido víctimas de alguna forma de agresión sexual. A juicio de Phyllis, la explicación es obvia: “Sólo hay una generación de lakotas que ha experimentado la libertad y que es finalmente libre para celebrar sus cultos tradicionales. Hemos comenzado a sanar de nuestras heridas, pero restañarlas por completo tomará al menos una generación más”. Estos niños y jóvenes que han pagado con su vida el sufrimiento de su pueblo son, en palabras de Young, los muertos en la cuneta del sistema de apartheid “económico y cultural” con el que se ha subyugado y destruido a los indígenas. Sólo hay una palabra que, en opinión de la activista, resume con acierto su historia más reciente: genocidio.
La pobreza es tan notoria en Standing Rock o Pine Ridges que vistos desde la distancia, los asentamientos indios se asemejan a la peor de las favelas brasileñas o al más pobre de los bidonville de África. En muchas de las casas no hay agua corriente ni electricidad. Viven a menudo hacinados en viejas casas pefabricadas de chapa y maderas o en el interior de caravanas y destartalados vehículos, dispuestos en círculo a la antigua usanza, tal y como solían hacer en tiempo con los tipis. La inapelable pobreza de estos poblados les confiere un aspecto cuasi grotesco, como si en verdad hubieran sido dispuestos de ese modo para humillar más todavía a sus misérrimos pobladores. Los ingresos medios anuales de estas familias indias no superan los 3.700 dólares. En algunos territorios como el condado de Shannon, cada vez son más frecuentes los casos de tuberculosis. Un nativo del Níger o de Angola no lo tendría mejor que estos amerindios.
Hace ahora un par de años, los habitantes de Pine Ridge decidieron poner fin en referendo a una ley seca que databa de finales del siglo XIX. Beber o comercializar alcohol estaba prohibido desde la misma creación de la reserva, de manera que los nativos se acercaban a comprar bebida a un villorrio cercano con catorce almas censadas. Whiteclay -ese es su nombre- llegó a vender hasta el final de la prohibición... ¡30.000 cervezas diarias!, en cuatro pequeños tugurios a cuyos propietarios han hecho multimillonarios. Los indios mantenían la prohibición dentro de la reserva con la esperanza de impedir que creciera la tasa de alcoholismo.
En realidad, lo único que lograron fue engrosar las arcas del estado de Nebraska con el pago de cuantiosos impuestos indirectos (los gravámenes que pesan sobre las bebidas alcohólicas). La única calle de Whiteclay, una suerte de aldea surreal con inequívoco aspecto de decorado de western, se llenaba a diario de nativos borrachos mientras los índices de desempleo de la reserva alcanzaban al 80 por ciento de la población. Hasta el levantamiento de la ley seca, la policía tribal hacía la vista gorda y los indios traficaban con alcohol como en los tiempos de Elliot Ness. Muchos se mudaron definitivamente a Whiteclay y vivían como vagabundos en los aledaños de los almacenes. En invierno, no era infrecuente hallar por la mañana el cadáver de un nativo fallecido de hipotermia.
Casinos
Al igual que otras tribus americanas, los lakotas intentaron conseguir algún dinero creando un casino, pero a diferencia, por ejemplo, de los opulentos seminolas de Florida, el negocio no arrancó jamás debido a que se halla a muchas millas de la ciudad más próxima. Las mesas de juego suelen estar vacías y sólo algunos indios se dejan caer de vez en cuando alrededor de los tableros, lo cual confiere a ese lugar un aspecto aún más simplemente deprimente, más incluso que las tristísimas postales de la vida en la reserva que retrató hace algunos años la directora de Frozen River (en aquel caso eran mohawks).
A la postre, la nación lakota ha devenido en una pesadilla postapocalíptica desigualmente combatida por unos pocos irreductibles amerindios. Los “campos de concentración” que Young menciona poseen la belleza salvaje de lo auténtico, aunque poco o nada queda ya de aquel estereotipo de indio altivo perfilado por la Metro o la United Artists para mayor gloria de Lee Van Clift o Robert Mitchum.
Hay algo incluso truculento en los montones de basura y de chatarra que se hacinan hoy en sus asentamientos y en toda la miseria humana que han llegado a atesorar estos nativos. “Resisten algunos -eso es verdad- pero no vaya usted a pensar que están todos en pie de guerra”, dnos ice Pluma Amarilla, una joven lakota implicada en la lucha contra las adopciones de indios por familias blancas. A las protestas que eventualmente organiza su colectivo no suelen asistir más de un centenar de indios, lo cual viene a confirmar un hecho bien estudiado en otros lugares del planeta: cuanta más pobreza e ignorancia, menos capacidad de movilización social. “Lo de manifestarse es cosa de los blancos”, nos dice un viejo del poblado.
“La mayoría de la gente sobrevive. Actúan como si hubieran sido derrotados, aunque después todos se ufanan de ser la única tribu con la que nunca pudo en campo abierto el Séptimo de Caballería. ¿Quiere que le diga la verdad? Nos han convertidos en auténticos zombies”, añade Pluma Amarilla. “A muchos le reprochan que se arrimen a los consejos tribales y se rindan a la voluntad de Washington. ¿Pero qué tiene eso de extraño? Es el único lugar donde hay empleo o un poco de dinero, a cambio de acatar a pies juntillas las directrices del Gobierno”.
El propio Russell Means fracasó varias veces en sus tentativas electorales por hacerse con el control del consejo de su reserva. Los “colaboracionistas” a quienes él se refería le reprochaban sus tácticas y su “discurso violento”. Lo cierto es que, al final de su vida, Means repetía a menudo que la violencia no es una opción. Textualmente, se refirió a ella en numerosas ocasiones como una “completa imbecilidad”. Claro que el hecho de que los lakota renunciaran a la violencia y a plantarle cara a tiros al FBI no significa que ellos no sigan siendo víctimas de ella. En las penitenciarías norteamericanas hay todavía presos políticos nativos, encarcelados por denunciar las espeluznantes situaciones e injusticias que los han hecho languidecer o por protagonizar actos de rebelión como la ocupación de Wounded Knee. “El caso más emblemático es el de Leonard Pelletier y cualquier apoyo externo del resto del mundo nos vendrá bien para conseguir que lo liberen”, subraya Pearl Means. El, digamos, sector duro de los lakota no está dispuesto ya a aceptar más dinero a cambio de sus territorios, tal y como pretenden diferentes compañías energéticas que han profanado sus territorios. “Los tiempos de acallarnos con baratijas, whisky y espejitos se acabaron”, afirman.
Soberanía lakota
Según explica Young, “uno de los principales objetivos fundacionales del Consejo del Tratado Indio Internacional celebrado en 1974 era simple: apoyar la independencia de la Nación Oglala. Los asesinatos de nativos continuaron durante aquellos años. Incluso el propio Means fue alcanzado por un disparo de la policía de la oficina de asuntos indios, en 1975”. Para aquel entonces, tres generaciones de lakotas habían sido obligados a hablar en una lengua diferente a la suya y a asistir a centros educativos -las llamadas “boarding schools”- cuya única finalidad era aniquilar cualquier traza de su cultura. Tuvieron que esperar hasta 1978 para que se levantaran esas prohibiciones. Es decir, sucedió, como quien dice, anteayer. El dictador Francisco Franco llevaba ya tres años muerto y los lakotas aún seguían siendo encarcelados por practicar el rito sagrado de la danza del sol (Sundance).
En 2007, activistas como Young o Russell Means declararon la independencia de su nación y rompieron unilateralmente varios tratados suscritos por sus antepasados con el gobierno de los Estados Unidos, no tanto para segregarse como para reafirmar su soberanía. Alegaban, entre otras cosas, que no podían dar por buenos unos acuerdos incumplidos. La Prensa norteamericana ignoró, cuando no se burló abiertamente, de las pretensiones de este sector más aguerrido de la resistencia sioux. “Son cuatro indios levantíscos”, repitieron los periódicos. “Histriónico y teatrero”, llegó a llamar al propio Means el New York Times. No los tomaron en serio, pero el objetivo se cumplió: recordarle al mundo que, aunque diezmados, su lucha sigue en pie.
República de Lakota
La entonces proclamada República de Lakota se extiende a lo largo y ancho de varios pedazos de territorio de los estados de Nebraska, Wyoming, Montana y las dos Dakotas. El mayor núcleo de población de esa tierra que reclaman como suya es Omaha (Nebraska), curiosamente, la ciudad natal de Malcolm X. La declaración de independencia planteaba la creación de una confederación regida por principios libertarios. Ninguno de los países a los que acudieron en busca de reconocimiento -Ecuador, Bolivia, Chile y Suráfrica, entre otros- han apoyado explícitamente sus pretensiones.
En palabras de Young, sus aspiraciones son más que razonables: “Las bulas papales del periodo de la conquista española decían que las tierras indias podían ser tomadas libremente. Esa fue la doctrina de España y la Iglesia Católica durante la era del descubrimiento. Y esa es todavía la filosofía que persiste y que hay que abandonar. Nuestro compromiso es con la Madre Tierra”. Como diría Pequeña Loba en Frozen River, “el amor es el creador”.
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