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Ser niño y vivir en Siria. Difícil combinación cuando UNICEF cataloga al país como uno de los lugares más peligrosos del mundo para la infancia. A su corta edad, ya llevan a sus espaldas las cicatrices de una guerra que, iniciándose su quinto año, no vislumbra el fin. La prolongación de la crisis está poniendo en peligro a una generación entera de niños, de los cuales 114.000 han nacido durante el conflicto.
Según la ONG, a finales de 2015, la vida de 8,6 millones de niños de toda la región habrá sido destruida por la violencia y el desplazamiento forzoso.
Algunos no han empezado a hablar, pero ya reconocen el sonido de las bombas. "Desde muy pequeños, identifican que fuera hay algo que genera miedo", cuenta a Público el director de Cooperación Internacional y Acción Humanitaria de Save the Children, David del Campo. Sin embargo, deben enfrentarse a amenazas aún peores que la hostilidad del entorno. "La mayor desprotección para un niño no es la guerra en sí misma, sino que a quien confían su protección tiene más miedo que ellos. Cuando ven que sus padres tienen ese terror, ellos también lo asumen", asegura.
En Siria permanecen 5,6 millones de niños, de los cuales dos millones viven en regiones del país a las que resulta imposible llegar para prestarles ayuda humanitaria debido a los combates y otros factores. Además, 1,9 millones se encuentran refugiados en Líbano, Turquía, Jordania, Irak y Egipto. Se prevé que a final de este año lleguen a estos cinco países alrededor de medio millón de niños más.
Obligados a abandonar sus casas e incluso su país, se enfrentan a un escenario lleno de desafíos. "Ni la peor película de terror que te imagines supera la realidad que viven estos niños", relata Rosa Otero, asistente de Comunicación y Relaciones Externas de ACNUR. "Algunos han visto cómo mataban a sus familiares y han tenido que mover los cadáveres y enterrarlos ellos mismos", lamenta.
Según un informe de Save the Children, uno de cada tres niños sirios se sienten indefensos, el 39% tiene pesadillas frecuentes y el 42% se sienten tristes a menudo. Sus dibujos se han teñido de rojo y presentan paisajes en los que las bombas y las armas están presentes en los caminos que trazan.
El 39% de los niños tiene pesadillas frecuentes y el 42% se sienten tristes a menudo
"Es importante tener en cuenta que son niños que tenían su casa, iban a la escuela, recibían atención médica y sus padres tenían un trabajo. Se han encontrado desprovistos de todo y, además, envueltos en un escenario de violencia que no ha respetado ni siquiera las escuelas", sostiene Blanca Carazo, responsable de Programas Internacionales de UNICEF.
En 2014, cientos de niños resultaron muertos o heridos en los, al menos, 68 ataques a centros educativos. Durante la guerra, el 25% de las escuelas han sido dañadas, destruidas o están siendo utilizadas como refugios colectivos o con fines militares. La prolongación de la crisis ha hecho que la tasa de escolarización en Siria se haya reducido a la mitad, convirtiéndose en la segunda peor tasa del mundo. Cerca de 2,3 millones de niños no tienen acceso a la escuela en Siria y casi el 50% de los 950.000 niños en edad escolar refugiados en los países de acogida vecinos no están escolarizados. En muchas ocasiones, son los propios padres los que, por miedo a hacer el trayecto al centro escolar, privan a sus hijos de acudir en pro de su seguridad.
Adultos desde la infancia
"Intentamos dar una educación mínima y no sólo por la cuestión de aprendizaje, sino porque la escuela es el mejor lugar para la protección de los niños y la mejor manera de normalizar la situación. Allí se juntan con otros niños, juegan y pierden un poco el miedo", afirma el director de Cooperación de Save the Children. Sin embargo, algunos no tienen esa opción. Aunque su cuerpo sigue siendo pequeño, han crecido de golpe. "Hay casos en los que deben buscar un trabajo para ayudar a sus familias. Se ven obligados a ser adultos desde la infancia", denuncia Otero. Se calcula que uno de cada diez niños sirios trabaja. En Jordania, por ejemplo, el 47% de las familias refugiadas reconocieron depender parcial o totalmente de los ingresos de sus hijos.
En Jordania, el 47% de las familias refugiadas reconocieron depender parcial o totalmente de los ingresos de sus hijos
Los que tienen la suerte de poder estudiar deben enfrentarse a las nuevas condiciones: planes de estudio diferentes, desconocimiento del idioma en el que se imparten las clases y falta de las infraestructuras adecuadas. Asimismo y ante la avalancha de desplazados sirios, las escuelas de las comunidades de acogida están saturadas. En los países vecinos, la matriculación en educación formal y no formal aumentó desde los 169.500 alumnos en 2013 a los 489.000 en 2014, multiplicándose el número de alumnos por aula, lo que ha hecho que se "dupliquen los turnos", como señala Otero.
"Los países de acogida están dando todas las facilidades que pueden. La mayoría de las familias dan mucha importancia a la educación. También es algo que demandan los niños, lo cual es un signo. A pesar de todo lo que han visto, hay niños que cuando les preguntas qué quieren ser de mayores se les iluminan los ojos y te dicen que quieren ser médicos, enfermeros o profesores. Realmente todos sueñan con poder tener un futuro y seguir ayudando al pueblo sirio".
La falta de educación representa una seria amenaza para los niños y no sólo a nivel formativo. Crecer en un entorno de miedo, inseguridad y violencia conlleva el riesgo de generar en ellos odio y rabia. Los adolescentes son particularmente vulnerables por la frustración añadida que supone la falta de oportunidades, con el peligro de que se pierdan "en un ciclo de violencia y repitan en la generación siguiente lo que han sufrido y continúan sufriendo", tal y como advierte el director ejecutivo de UNICEF, Anthony Lake. De hecho, algunos ya manifiestan su deseo de adherirse a grupos armados.
Trabajar la reconciliación
"Es muy importante la escolarización para evitar el reclutamiento infantil. Hay que trabajar con los niños para evitar una generación perdida. Se juntan grupos de refugiados de diferentes ciudades, de diferentes orígenes, de diferentes culturas... También dentro de la comunidad siria, porque Siria era un crisol de culturas y de religiones. El que estos niños puedan estar unos con otros y se trabaje en esa reconciliación, también es trabajar en el futuro del país", sostiene Otero, recordando que van a ser ellos los que cuando regresen a Siria creen "una comunidad futura en sintonía con la normalización y en la que no haya tensiones".
Por ello, Carazo defiende que se deben "redoblar los esfuerzos para ofrecerles educación y entornos protectores, donde puedan desarrollar formas de relacionarse no basadas en la violencia, y convertirse en ciudadanos capaces de construir la paz en su país y en la región". Ya lo decía la activista pakistaní Malala Yousafzai: "Un niño, un profesor y un lápiz pueden cambiar el mundo".
Siria cuenta con el mayor número de desplazados forzosos del mundo
Con más de 200.000 víctimas mortales, 50.000 desaparecidos, 9 millones de personas que han perdido su hogar, 3,8 millones refugiadas fuera del país —a la espera de ser censadas más de 81.000—, y 7 millones desplazadas dentro de sus propias fronteras —Siria cuenta con el mayor número de desplazados forzosos del mundo—, los cuatro años de conflicto suponen ya la mayor crisis humanitaria de las últimas dos décadas, habiendo aumentado por 12 las necesidades desde su comienzo en marzo de 2011. Según ACNUR, uno de cada seis hogares de refugiados sirios se encuentra en la pobreza extrema, con menos de 40 dólares al mes por persona para cubrir sus necesidades.
Actualmente, se calcula que 3,9 millones de niños y mujeres embarazadas y en período de lactancia necesitan servicios preventivos y curativos de nutrición. "La ayuda es escasa. Uno de los elementos más complicados es la accesibilidad", reconoce Del Campo. Por eso, una de las peticiones que hacen las ONG es que haya "correderos humanitarios y un alto el fuego". Si bien la ayuda humanitaria por sí sola ya no es una opción. "Son pequeños parches que vamos poniendo", confiesa Otero.
El quinto año de aquella revuelta popular que acabó transformándose en una cruenta guerra civil no parece que sea el último. Para Del campo la solución pasa por el embargo de armas: "Comerciar con armas dentro de Siria es posible. A medida que se siga alentando la posibilidad de que las partes tengan armas, bien por un lado o bien por el otro, las guerras no acaban". Más aún cuando "la comunidad internacional con una mano dota de armamento y con la otra ayuda a los refugiados", sentencia.
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