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La cancelación indefinida del suministro de gas ruso a Europa Occidental por el gasoducto Nord Stream 1 dispara la tensión entre la Unión Europea y Rusia, y añade mayor incertidumbre a la crisis económica ya galopante que se vive en el viejo continente. No por menos anticipado, este paso de Rusia certifica que la guerra de Ucrania llega ya a los hogares e industrias de Europa, y que es perentorio algún tipo de acuerdo que ponga fin al conflicto.
La suspensión por la estatal rusa Gazprom del flujo de gas, alegando supuestos trabajos de mantenimiento, se produjo pocas horas después de que el Grupo de los 7 países más poderosos del planeta decidiera imponer un tope máximo al precio del petróleo ruso y prohibiera su suministro marítimo si no se paga por ese crudo un precio limitado. La intención del G-7 es torcer el brazo a la maquinaria de guerra rusa y reducir su financiación con los miles de millones de euros mensuales que Europa paga por el gas y el petróleo rusos, a la vez que reducir el impacto que está teniendo el conflicto en las subidas de precios de los combustibles y la electricidad en todo el planeta.
La reducción que Rusia venía aplicando al suministro de gas hacia Europa desde que comenzó la guerra hace poco más de medio año ha disparado los precios de ese combustible en más de un 400% respecto a los del año pasado, lo que ha repercutido también en unos elevadísimos costes de la electricidad en este continente.
El G-7 (Grupo de los Siete) está integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido. Todos estos países han condenado la invasión rusa de Ucrania y secundan las sanciones impuestas contra Moscú como castigo por su ataque.
Golpe por golpe: la guerra en los hogares europeos
Europa parece olvidar su implicación directa en la guerra de Ucrania, aún sin poner tropas sobre el terreno, con el suministro de armas al ejército ucraniano, la asistencia con inteligencia militar al Gobierno de Volodímir Zelenski y el ostracismo internacional a los ciudadanos rusos. No es difícil, pues, comprender que un paso como el del G-7 (con cuatro países europeos en sus filas) conlleve una respuesta inmediata de Moscú, con el cierre de la espita de gas del North Stream 1.
¿Chantaje económico por parte de Rusia? Es más que eso. A un acto de guerra económica, Moscú ha respondido con otro acto de guerra económica. En Europa se ha tratado de limitar las acciones rusas al campo de batalla, donde quienes ponen la sangre son los ucranianos pertrechados por el dinero occidental. Pero ahora la guerra ya está en los hogares europeos, en las industrias europeas y, dentro de poco, podría estar en las calles europeas si la carestía en marcha es respondida con movilizaciones sociales, como ya ocurre en Reino Unido, donde este verano se han multiplicado las protestas contra la escalada de precios, en buena parte debida a la crisis energética derivada de la guerra.
El presidente Zelenski lo ha señalado sin ambages: Rusia lleva a cabo una ofensiva energética y utiliza el suministro de gas como "un arma de guerra". Zelenski advierte además de que Moscú prepara "un golpe decisivo" contra Europa en este ámbito, para dejarla inerme en los meses próximos.
Washington y Berlín, optimistas
En Estados Unidos, el principal soporte de Ucrania en su resistencia a Rusia, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, ha sido también tajante, pero optimista: el tope establecido por el G-7 al precio del petróleo ruso ayudará a afrontar la inflación y asestará un golpe a la capacidad de Moscú para financiar su invasión.
Esta observación de Yellen parece bastante ingenua. Las restricciones anunciadas por el G-7 se refieren a los precios del petróleo, pero las principales compras europeas de hidrocarburos son de gas, cuya energía permite hacer funcionar las fábricas de un país como Alemania, donde se vaticina una inminente recesión de efectos negativos incalculables sobre toda la economía continental.
El canciller alemán, Olaf Scholz, ha querido también rebajar la preocupación y ha declarado que su país "pasará este invierno" pese al corte del gas ruso. La coalición tripartita que integra su Gobierno ha anunciado además un nuevo paquete de ayudas por 64.000 millones de euros para aliviar la presión de la inflación y la subida de los precios energéticos sobre las empresas y la ciudadanía.
Según el Gobierno alemán, los tanques de almacenamiento de gas en su país están al 85% de su capacidad, de ahí la tranquilidad aparente del canciller Scholz. En el resto de Europa, ese porcentaje ronda el 81%.
Los empresarios alemanes, pesimistas
Este optimismo de Scholz fue puesto en duda hace unos días por el presidente del regulador de la red de energía alemana, Klaus Mueller, quien ya advirtió de que, incluso aunque las reservas de gas estuvieran al 100% en su país, la total suspensión por Rusia del flujo de ese combustible vaciaría los tanques de nuevo en menos de dos meses y medio, es decir, antes incluso de que llegue el invierno.
Por eso los empresarios alemanes no lo ven tan sencillo como su canciller y sus perspectivas apuntan a que la economía alemana sufrirá contracciones durante tres trimestres consecutivos a partir ya de este septiembre. El anuncio de Gazprom puede haber sido la gota que colme el vaso hacia el desastre económico alemán a pesar de que Scholz insista en que hay acopio de gas suficiente.
Temor en el Báltico
Las subidas de precio de los combustibles y la inflación derivada (un 9,1% de media en agosto en la Eurozona) han expuesto los flancos más débiles de la Unión Europea y de la propia OTAN, implicada de lleno con sus armas y las aportaciones económicas de sus miembros en la guerra de Ucrania.
Es muy preocupante la situación en los países Bálticos. Así, Estonia está sufriendo una inflación superior al 25%, según los datos de agosto, mientras Lituania y Letonia no le van a la zaga, duplicando la media de la Eurozona. En estos países fronterizos con Rusia y con importantes minorías rusófonas, la recesión se da por segura antes de fin de año, con un creciente temor a que venga acompañada de protestas sociales.
Salvini, contra las sanciones
Ante el miedo de que los próximos meses se conviertan en una debacle para las economías europeas, con la industria desmantelada, el desempleo desbocado, la población pasando penurias y la guerra sin visos de un alto el fuego, aumentan las llamadas a favor del diálogo. Si hasta ahora la izquierda europea aglutinaba las voces que apostaban por reanudar las negociaciones de paz, ahora es en la ultraderecha europea donde se subraya abiertamente el daño que están causando a los propios europeos las sanciones impuestas a Rusia.
El líder del partido ultraderechista italiano Liga, Matteo Salvini, ha reclamado a la Unión Europea la revisión de unas sanciones "destinadas a parar la guerra y a castigar a un régimen", pero que en realidad "no están perjudicando a los sancionados sino a los que sancionan", es decir, a los países europeos. "Debemos continuar apoyando, defendiendo y ayudando al pueblo ucraniano, pero las sanciones no están perjudicando a Rusia", ha insistido Salvini.
El líder soberanista italiano ha reclamado acciones inmediatas para que los ciudadanos puedan pagar las facturas de la luz y el gas, y ha criticado los rimbombantes planes "verdes" a medio y largo plazo, cuando el desastre está ya a las puertas de Europa. Estas declaraciones han sido calificadas como "insolidarias" por otros políticos italianos, que además han pedido un cierre de filas en la Unión para afrontar el desafío ruso.
Una muestra fehaciente de que la preocupación en Europa crece día a día la ofrece la reunión que el próximo 9 de septiembre mantendrán en Bruselas los ministros de Energía de la Unión Europea. Entonces se podría plantear una fórmula para intervenir urgentemente el mercado eléctrico. La propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se ha mostrado partidaria de establecer un techo al precio del gas ruso para a su vez contener los precios de la electricidad.
Rusia, desgastada militarmente, ¡se va de maniobras!
Y mientras Europa tiembla y afronta el cambio de estación con una incertidumbre desconocida en décadas, Rusia soporta impertérrita los daños a su economía por la guerra y las sanciones, y organiza unas monumentales y carísimas maniobras navales de una semana en el océano Pacífico, junto a China, India y otros aliados. Porque, pese a lo que digan Bruselas o Washington, Moscú sigue teniendo amigos ahí fuera.
Los ejercicios navales Vostok 2022 empezaron el 1 de septiembre y se prolongarán hasta el día 7 de este mes en el Extremo Oriente ruso y el mar del Japón, con la participación de cerca de 50.000 efectivos militares, 149 aviones y 60 buques de guerra. Un dispendio bastante poco comprensible para un país que, según los expertos occidentales, está desangrado por la guerra.
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