Este artículo se publicó hace 16 años.
El rey de los desposeídos
Muqtada al Sáder aspira a que su movimiento llegue a ser la primera fuerza política chií de Irak
Larga vida a Muqtada al Sáder. Sadam Hussein escuchó esta frase mientras los verdugos le ponían la soga al cuello. Justo antes de que se abriera la trampilla respondió con ironía "¿Muqtada Al Sáder?"; luego farfulló una oración mientras uno de los presentes le espetaba "Vete al infierno".
Era el 30 de diciembre de 2006 y hacía ya tiempo que un joven clérigo chií, casi desconocido hasta 2003, había ocupado en parte dos vacíos; el primero, el que había dejado la quiebra de un Estado y sus instituciones, y el segundo, el de malo de la película en Irak, mirada aviesa incluida, para el invasor norteamericano. El Hojatoleslam Sayed Muqtada al Sáder nació a principios de los setenta- se cree que en 1973-, en el seno de una de las familias de linaje más ilustre del mundo árabe. No en vano queda fuera de duda su título de Sayed, descendiente directo de Mahoma, lo que le concede el honor de tocarse con un turbante negro, signo de autoridad entre los chiíes.
Cuarto hijo del respetado clérigo Mohamed Sadeq al Sáder, durante su adolescencia llevó la existencia despreocupada de un joven de familia noble. Sus compañeros en el seminario de Nayaf, su ciudad, le llamaban mulá atari porque le interesaban más los videojuegos que la teología.
Ni su carácter ni su formación son los de un líder religioso, sino los de un político investido de los signos de autoridad religiosa proporcionados por su linaje.
La vida del joven cambió en 1999 cuando unos pistoleros a sueldo de Sadam Hussein asesinaron a su padre y a dos de sus hermanos. A partir de este momento, el clérigo se rodeó del aura de pertenecer a una familia de mártires en una cultura, la chií, que considera el martirio como uno de sus pilares. Éstas han sido las armas con las que Al Sáder ha superado su deficiente formación religiosa y su juventud, que le granjean aún hoy el escepticismo de los otros líderes chiíes, todos de edad provecta.
Pero Al Sáder no sólo heredó la aureola de su familia. También una compleja red de asociaciones caritativas, clave en su capacidad de convocatoria y su popularidad entre los chiíes más menesterosos.
En 2003, tras la invasión norteamericana y el colapso del régimen de Sadam, sus seguidores distribuyeron alimentos en los barrios chiíes más pobres. Una vez derrocado el dictador, el vecindario de Bagdad conocido como Ciudad Sadam, el más mísero del país, pasó a llamarse Ciudad Sáder, en honor del padre del clérigo.
Éste líder ha sido además el único dirigente chií que desde el principio ha denunciado la presencia norteamericana. Frases como "No hay tregua con el ocupante y aquellos que lo apoyan. Anunciamos que el actual Gobierno es ilegítimo e ilegal" adornaban ya en 2004 su discurso.
Pragmatismo político
En plena invasión creó una milicia, el llamado Ejército del Mahdi, que de quinientos seguidores ha pasado a tener unos sesenta mil. Esta milicia plantó cara al Ejército norteamericano en las dos revueltas que protagonizó en 2004. Ambas fueron sofocadas, pero pusieron a prueba la resistencia de EEUU, que tuvo que recurrir a la mediación de otros líderes religiosos. De tan desigual batalla, Al Sáder salió reforzado.El haberse enfrentado militarmente con EEUU no le impidió apoyar a un Gobierno iraquí pilotado por los norteamericanos con los 30 escaños que obtuvo en las elecciones de 2005. Es más, Al Sáder ha sido, por momentos, el principal aliado del primer ministro Nuri al Maliki.
A pesar de haber retirado en 2007 sus seis ministros del Ejecutivo, sus diputados siguen participando en el juego político. Un pragmatismo que parece dirigirse a preparar el futuro de cara al Irak libre, cuando los Estados Unidos se marchen del país.
Para ello, Al Sáder pretende retomar el control de su movimiento, que parece habérsele ido de las manos. Desde sus inicios como milicia formada por seminaristas, el Ejército del Mahdi ha derivado a un cajón de sastre en el que campan no pocos bandidos y muchos jóvenes desocupados.
Algunos analistas creen que la tregua declarada en agosto por Al Sáder obedece al intento de hacer limpieza. Este líder aspira a que su movimiento evolucione hasta convertirse en la principal fuerza política chií del país, dejando a un lado su carácter paramilitar, lo que, vistos los últimos acontecimientos, no parece fácil.
La tregua no es óbice para que el líder invoque el derecho de sus milicianos a defenderse tras el bombardeo de Basora. Ésta es la razón que puede esgrimir, junto con llamamientos a detener los combates como el de ayer, si se le reprochan los actuales combates.
De lo que no queda duda es que este clérigo no es un líder chií al uso: tiene profundas relaciones con Irán, pero niega la pretensión de autoridad de los ayatolás sobre los chiíes de Irak; es un ferviente chií, pero no por ello deja de ser un nacionalista con una aguda conciencia de la identidad nacional de su país.
Puede que este clérigo no sea el ogro que los EEUU presentan, pero tampoco es un santo. La sombra de muchos asesinatos se cierne sobre su movimiento. De las muertes que se le atribuyen y él niega, la que más eco tuvo fue la Abdul Majid Al Joei, linchado por una turbamulta de sus simpatizantes, que masacraron a este otro líder chií por haber abogado por el entendimiento con Occidente.
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