La retirada de las fuerzas Wagner evidencia el caos del ejército ruso
El jefe de las unidades de mercenarios, Yevgueni Prigozhin, detiene el avance de sus tropas hacia Moscú y concluye una crisis que ha tenido a Rusia en vilo y ha demostrado la falta de cohesión en la estrategia militar del Kremlin.
Madrid--Actualizado a
Ha sido una jornada de infarto la de este sábado en Rusia, tras el motín de las fuerzas paramilitares del oligarca Yevgueni Prigozhin por sus desavenencias con el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, y el jefe del Estado Mayor ruso, Valeri Guerásimov, a quienes pretendían capturar en Moscú por su desprecio a los mercenarios.
El mayor desafío de las más de dos décadas en el poder del presidente ruso, Vladímir Putin, se ha resuelto finalmente sin sangre, pero ha mostrado la debilidad de su régimen y de su estrategia en Ucrania, donde fuerzas de mercenarios combaten junto al ejército regular sin orden ni concierto y, a veces, en abierta confrontación.
Un acuerdo in extremis ha impedido que la capital rusa y sus alrededores se convirtieran en un campo de batalla entre los héroes de Bakhmut, como denominan a estos paramilitares en Rusia, y el ejército regular ruso, al que Prigozhin acusa de dejar a sus hombres en la estacada en numerosas ocasiones en el frente ucraniano e incluso de atacarlos con misiles en sus campamentos.
El dictador Lukashenko, facilitador del acuerdo
La mediación del presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, que ha ganado una gran notoriedad por su papel como único aliado sin reservas del presidente ruso en la guerra de Ucrania, ha sido clave para detener, al menos por el momento, la rebelión de los mercenarios.
La población de Rostov aclamó a los mercenarios con gritos a favor del Grupo Wagner
Gracias a las garantías que le ha dado Lukashenko, el jefe del Grupo Wagner ha apostado por "evitar el derramamiento de sangre", como ha indicado, y ha ordenado a sus unidades que detuvieran su avance hacia la capital rusa, donde podrían haber recabado el apoyo de otros militares y de sectores de la población opuestos a la invasión lanzada por Putin en Ucrania el 25 de febrero de 2022.
El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, indicó que se retirarán los cargos contra los amotinados y que Prigozhin abandonará Rusia y se dirigirá a Bielorrusia.
En Rostov del Don, la ciudad del sur de Rusia que prácticamente tomaron a primera hora de la mañana los hombres de Prigozhin, antes de que 5.000 de ellos se dirigieran en blindados y camiones hacia Moscú, la población aclamó a los mercenarios con gritos a favor del Grupo Wagner cuando se conoció el fin de la crisis.
Shoigú contra Prigozhin, la clave de la crisis
El ministro de Defensa ruso, uno de los hombres de hierro de Putin desde su llegada al poder, ha considerado siempre un advenedizo a Prigozhin, un empresario que pasó diez años en prisión y que se forjó vendiendo perritos calientes en las calles, regentando restaurantes, explotando minas de oro en África y, finamente, con una vertiginosa ascensión como contratista militar.
El choque entre Prigozhin y Shoigú había disparado la tensión en las fuerzas armadas rusas
El reiterado enfrentamiento entre Prigozhin y Shoigú había disparado la tensión en las fuerzas armadas rusas que participan en la invasión de Ucrania, dificultó la toma de Bakhmut y otros objetivos bélicos, y puso en jaque la propia planificación militar del Kremlin en Ucrania.
Prigozhin había acusado al Ministerio ruso de Defensa de dejar a sus hombres sin municiones y otros abastecimientos, pero la gota que colmó el vaso de la paciencia del oligarca fue ese presunto ataque con misiles contra sus hombres.
Antes, Prigozhin se negó a acatar la orden del Kremlin para que todas las unidades de soldados contratados, paramilitares o no, firmaran un acuerdo con el Estado que, de facto, dejaba a los Wagner bajo el control de Shoigú.
Prigozhin se había convertido, así, en una espina clavada en el Ministerio de Defensa dirigido por Shoigú, a pesar de los valiosos servicios que sus mercenarios han prestado a Moscú en Siria, el Sahel, en otras zonas de África o en la propia Ucrania antes de la guerra.
Wagner, lo héroes de la guerra
Sus fuerzas de paramilitares fueron de las primeras en llegar al Donbás, en 2014 cuando las regiones de Donetsk y Lugansk, de mayoría rusófona, decidieron separarse de Ucrania con el apoyo de Moscú. El Kremlin no dudó en enviar al Donbás un ejército de mercenarios y militares encubiertos como fuerzas de voluntarios para defender los derechos de las minorías rusas en esas regiones.
El Grupo Wagner de unidades integradas por mercenarios, paramilitares y presos sacados de las cárceles para redimir su condena en las trincheras había sido hasta ahora la punta de lanza de la ofensiva rusa contra Bakhmut, en la región de Donetsk.
En esta localidad minera, los ucranianos erigieron su bastión en la parte del Donbás que había escapado a la conquista rusa. Durante meses se desarrollaron allí durísimos combates, con miles de muertos por ambas partes, pero sobre todo en las unidades atacantes Wagner.
Prigozhin acusó una y otra vez a Shoigú de no proporcionarle armas y munición y de dejarles solos en la carnicería de Bakhmut. Finalmente, el grupo Wagner tomó esta localidad y entonces Prigozhin anunció que retiraba a sus hombres de Bakhmut y dejaba la plaza a los soldados regulares para que estos aguantaran el embate ucraniano.
Soldados chechenos movilizados
Ni siquiera los soldados musulmanes de la unidad chechena Ajmat, conocidos por su ferocidad y capacidad de lucha, quisieron ocupar el puesto dejado por Wagner en Bakhmut, donde hoy día, y en sus inmediaciones, siguen los más encarnizados combates.
Esos mismos soldados chechenos habían sido comandados este sábado para aplastar a los hombres de Prigozhin en Rostov del Don y hacia allá se dirigieron en un largo convoy de blindados y automóviles. Semejante enfrentamiento habría recordado a los rusos los oscuros años de la segunda guerra chechena, en la primera década de los años 2000, y podría haber sido muy contraproducente para el propio prestigio de Putin.
Pánico en el Kremlin
Cuando las unidades Wagner tomaron la comandancia militar de Rostov del Don, a menos de cien kilómetros de Ucrania y a 1000.000 de Moscú, el pánico se disparó en el Kremlin, donde hasta entonces se veía a Prigozhin como un contratista eficiente, aunque un tanto gruñón y bocazas.
Las palabras de Prigozhin en Rostov sonaban a insurrección, no a simple motín
Ahora, las palabras de Prigozhin en Rostov sonaban a insurrección, no a simple motín. Al tiempo que Prigozhin descartaba cualquier rendición, parte de sus fuerzas se pusieron en marcha hacia el norte, en dirección a Voronezh, donde hubo varios enfrentamientos con el ejército regular ruso.
La respuesta de Putin fue fulminante. "Aquel que organizó y preparó la rebelión militar traicionó a Rusia y responderá por ello", dijo en un discurso televisado a la nación. Putin acusó a Prigozhin de traición y de utilizar métodos terroristas, lo que de facto le colocó en la misma lista de enemigos del pueblo ruso que ocupa el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski.
En una alocución a la nación televisada, Putin mostró su disposición a aplastar el amotinamiento. Pero en realidad no tomó ninguna medida de fuerza para detener a los rebeldes y dejó que éstos avanzaran hacia Moscú.
Dudas sobre la estrategia en Ucrania
La estrategia del Kremlin en Ucrania ha quedado vapuleada por esta rebelión, que ha puesto en evidencia la falta de una mínima cohesión entre las fuerzas militares rusas y ha tendido una mancha sobre la capacidad de Putin para controlar a sus pretorianos.
El motín ha recordado a la incertidumbre que marcó el fin de la URSS en 1991
El amotinamiento, avalado por gran parte de los 25.000 mercenarios de Prigozhin, ha revelado las profundas grietas que hay en el aparente monolitismo del círculo interior de Putin, formado por los llamados siloviki, los hombres fuertes que acompañan al presidente ruso desde que llegó al poder en 2000, así como una serie de magnates crecidos en las últimas dos décadas a la sombra de Putin.
El motín de Prigozhin ha recordado también en Rusia la incertidumbre que marcó el fin de la URSS en 1991, con intentos de golpes de Estado y guerras entre ex republicas soviéticas por doquier. Como muestra de la gravedad de la situación, Putin se puso en contacto con los líderes de algunas repúblicas ex soviéticas amigas, como Bielorrusia, Kazajistán y Uzbekistán, después de recibir el apoyo masivo de la clase política y el ejército rusos.
Prigozhin llegó a advertir del riesgo de "guerra civil" en Rusia. Putin fue más cauto, pero afirmó que los amotinados empujaban al país "a la anarquía y el fratricidio, a la derrota y a la capitulación".
También aprovechó para acusar a Occidente de provocar el enfrentamiento interno en Rusia y de lanzar contra este país toda su "maquinaria militar, económica e informativa".
El efecto dominó del motín en Ucrania
El líder ruso había acusado a Prigozhin de asestar "una puñalada en la espalda" a la patria, cuando Rusia precisamente reclamaba todos los esfuerzos para la guerra. E hizo una llamada a la unidad en esa batalla de Ucrania "en la que se decide el destino del pueblo ruso".
Putin estaba advirtiendo ante la posibilidad de que la desestabilización provocada por Prigozhin se refleje en Ucrania, donde ahora se espera la respuesta que pueda dar Kiev a la "debilidad rusa", como calificó Zelenski a esta situación.
El presidente ucraniano fue taxativo al definir lo ocurrido: "Rusia está ya inmersa en una guerra civil", en una "deriva autodestructiva". Y en su cuenta de Twitter fue más allá: "Hoy, el mundo vio que los líderes de Rusia no controlan nada. Nada en absoluto. Caos completo".
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