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ÖNCÜPINAR (FRONTERA TURQUÍA-SIRIA).- Tranquilidad absoluta en el paso de Öncüpinar-Bab al Salama. Patrullas del ejército turco, policías y muy poca gente. Tenderetes con frutas y tabaco, almendros en flor y buses que circulan con regularidad a Killis. Refugiados con bultos que pasean su esperanza rumbo a Killis o Gaziantep. Nadie diría que a media hora en coche, cerca del pueblo sirio de Azaz, al otro lado de la frontera, los últimos bombardeos han reducido a cenizas las vidas y casas de sus habitantes.
Al otro lado de la frontera, viven decenas de miles de refugiados que se encuentran ahora en los campos montados en Siria, dado que Turquía ha cerrado este paso fronterizo. El último campo levantado se ubica en los antiguos aparcamientos para camiones de la frontera turco-siria. En el lado turco de la frontera viven más de 11.000 personas en un solo campo. Cerca de allí un grupo de jóvenes resguardan sus fardos a la espera de cruzar en coche a Siria.
Regresan a Alepo, pues no han conseguido tener una vida estable en Turquía: “Mi familia sigue allí. Las milicias no se meten con los civiles y, si hay un bombardeo, paramos, no pasa nada”, explica Suliman sin bromear. Lleva un año en Turquía y, al tener la cartilla de registro, puede regresar. Como él, muchos civiles deciden retornar, incluso sin la documentación en regla. “Claro que hay gente que regresa. En la zona de Killis funcionan distintos campos, pero no se aceptan nuevas personas. Están llenos de gente. Conocí a una mujer con dos gemelos que, al salir del hospital en Gaziantep, no tenía a dónde ir y regresó a Siria”.
Turquía no levanta nuevos campos para recibir a los refugiados y, en los últimos meses, ha cerrado los centros para tramitar los permisos de estancia, explica Mahmoud Al Basha, miembro de una ONG que trabaja con los refugiados en Gaziantep.
Sin embargo, aunque las fronteras están cerradas, la gente sigue llegando. “En Gaziantep no hay más plazas para registrarse, es una locura. Ahora mismo hay miles de personas que están debajo de un árbol, en la frontera, y no se les permite entrar a Turquía. Por otro lado, no se registra a la gente que consigue llegar desde Siria. Así partirán hacia Europa, es una forma de empujarlos hacia allí. Y ahora Bruselas los quiere devolver a Turquía…”, relata Mahmoud.
El activista explica también que el Gobierno turco ha aumentado las medidas de seguridad: “Si te pillan sin un permiso de estancia, te puede detener la policía. No es algo que ocurra a menudo, pero existe esa posibilidad. Parece que todo el mundo obliga a la gente a regresar a Siria. En las últimas semanas, Turquía ha incrementado los controles de seguridad porque hay mucho miedo al Daesh y al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK)”, comenta.
Como otras organizaciones sirias que trabajan con los civiles, su ONG, Up to There, se ha instalado en Turquía, en la zona fronteriza: “Éramos objetivo de constantes bombardeos. Ahora mismo solo tenemos dos oficinas en activo en Alepo y, a través de ellas, hemos montado escuelas”, explica Mohanad Ghabbash, el coordinador de la ONG.
En Gaziantep intentan presionar a las autoridades locales para que solucionen la situación de los sirios que, a pesar de llevar meses en la ciudad, no están registrados y no tienen acceso legal a un trabajo para poder permanecer en el país. “Trabajamos conjuntamente con los Consejos locales para trasladar los problemas de los sirios a los políticos turcos. No nos faltan las promesas, pero hoy por hoy la situación no ha cambiado”, prosigue Mohanad.
Sobrevivir fuera de los campos
Junto al paso fronterizo se encuentra el campo de Killis. Allí se ofrece “comida, escuela y cama”, como especifica Mahmoud, y los refugiados tienen libertad absoluta para viajar a la ciudad. No obstante, permanecer durante años encerrado en un campo de refugiados no es una opción que escojan las personas a la larga.
Más de la mitad de los sirios que pasan por los campos ubicados en la zona de la frontera turca deciden trasladarse a las grandes ciudades en busca de un trabajo. “Los que tienen más dinero se van a Europa y otros miles se quedan en Gaziantep, sobre todo los que han llegado en los últimos dos o tres años. Normalmente la gente solicita un documento de registro en Turquía y espera más de ocho meses para obtenerlo. Durante este periodo viven en negro”, aclara la ONG.
En la ciudad, los refugiados improvisan para salir adelante. Aunque teóricamente los refugiados que llegan a Gaziantep tienen acceso al servicio de salud público, en la práctica se quejan de que las listas de espera pueden superar los seis meses. La solución reside en acudir a clínicas abiertas por los propios sirios, donde se paga una suma menor que en una clínica privada turca y no existe la barrera lingüística.
Para ganarse la vida, montan desde pequeños negocios hasta pastelerías, restaurantes o clínicas médicas. Muchos trabajan en negro o como voluntarios, para esquivar la falta de un permiso de trabajo. “Se acaba de aprobar una ley que permitirá trabajar a los sirios, pero aún no ha entrado en vigor. Esta ley tendrá muchas restricciones, dado que se impone un tope de contratación, siempre que no existan trabajadores turcos”, explica la investigadora Ayșen Ustubici, de la Universidad de Koç, en Estambul.
La gente que quiere labrarse un futuro en Gaziantep y no permanecer durante años en los campos fronterizos tropieza con esta ausencia de estatutos legales y con la precariedad que conlleva. Muchas de las mujeres sirias que han acudido a la ONG Up to There trabajan en talleres donde cobran una paga semanal que no les permite afrontar el alquiler, por lo que mandan a sus hijos a trabajar.
En las calles de Gaziantep es habitual ver a niños sirviendo en los restaurantes o trabajando en tiendas y panaderías en lugar de ir a la escuela. “La propia familia los manda a trabajar, porque de lo contrario no podrían sobrevivir aquí” explica Mahmoud.
Morad, un niño de menos de doce años que está solo con sus dos hermanos mayores y su tío, trabaja en una de las tiendas de ropa del barrio antiguo de Gaziantep. Sus padres siguen en Alepo. Trabaja en una tienda de maletas y guantes, donde pasa todo el día, y cada semana se saca unas 37 liras, el equivalente a unos diez euros.
A pesar de que en Turquía los niños sirios tienen acceso legal a la escuela, muchos no acuden a las clases. No hablan turco y tampoco existen centros oficiales donde puedan aprender el idioma, con la excepción de las clases organizadas por las asociaciones de los mismos sirios o por los voluntarios.
A la espera de una respuesta en el lado sirio
Al otro lado del paso fronterizo de Öncüpinar, en el lado sirio, la gente vive esperando la apertura de la frontera. Los campos allí ubicados, con el fin de evitar los bombardeos, disponen de tiendas y casas prefabricadas para acoger a decenas de miles de personas. La única ONG que cruza la frontera hacia Siria para trabajar en esos campos es la Fundación de Ayuda Humanitaria (IHH), que diariamente conduce hasta allí camiones de comida. A pocos minutos de la frontera, en sus instalaciones, ha montado una panadería que hornea 120.000 panes al día y una cocina que produce 50.000 comidas calientes diarias.
“Hemos establecido siete campos. Al inicio con tiendas y después con casas prefabricadas. Los campos antiguos están mejor organizados. Tienen escuelas, servicios de salud, mezquitas y servicios de seguridad. Allí viven cerca de 70.000 personas”, explica Abdulsalam Al Shareef, coordinador de la ONG. Tras los bombardeos del mes de febrero, más de 30.000 personas se han desplazado hacia la frontera y se ha establecido un nuevo campo. “Hemos instalado tiendas y al principio había sesenta personas por tienda. Necesitamos tiempo para poder montar un campo en condiciones”, relatan desde IHH.
Permanecen en estos campos porque no pueden regresar a sus casas. Ya no existen. “La gente se quedará en ellos durante años, por eso les montamos las casas prefabricadas. Aquí se sienten seguros, no cae ninguna bomba”, comenta Al Shareef. Muchos esperan poder cruzar la frontera con Turquía para construirse una vida en este país o en Europa, en vez de permanecer años en un campo de refugiados. Por el momento, con el nuevo acuerdo entre la UE y Turquía, las puertas a este nuevo futuro han sido completamente cerradas.
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