El 27 de abril de 1994, 17 millones de surafricanos a los que, debido al color de su piel, el Estado nunca había permitido votar, acudieron a su histórica cita con las urnas en las primeras elecciones democráticas celebradas en Suráfrica. En un remoto colegio electoral de la provincia de Transvaal Norte (hoy Limpopo), una anciana que no sabía cómo seleccionar su papeleta pidió ayuda a un funcionario electoral. 'Quiero votar -le dijo- por el chico que viene de la cárcel'.
El 'chico' tenía por entonces 75 años, había pasado 27 de ellos en prisión y tras varias décadas de lucha colectiva había conseguido doblegar al régimen de segregación racial del apartheid, que consagraba la supremacía blanca y los privilegios de una minoría y despojaba de dignidad y derechos a la mayoría negra o de color. El 'chico' se llamaba Nelson Mandela, había sido el prisionero 466/64 en la cárcel de Robben Island, el preso de conciencia más famoso del mundo, y era ya una leyenda, un mito vivo, mucho más que un hombre: un símbolo de la lucha por la justicia, la igualdad y la dignidad en Suráfrica y en todo el mundo.
Su muerte deja a su país y a un mundo escaso en referentes huérfanos de uno de los hombres más reverenciados y de una de las grandes figuras de la historia. El preso de conciencia que se convirtió en un hombre libre, en presidente y en voz por la reconciliación. El héroe que no llegó a ser mártir, porque no fue ejecutado o asesinado, como Mahatma Ghandi o Martin Luther King. Vivió para contarlo. Vivió para cambiar el mundo. Vivió 95 años.
Huérfana queda Suráfrica de ese héroe que Mandela fue y todavía es, aunque él se empeñara en negarlo ('siempre me preocupó ser contemplado como un santo. Nunca lo fui', escribió), y sola ante la grandiosa tarea de honrar su legado trabajando en el presente por un país mejor, libre del apartheid, sí, pero con enormes desigualdades y una epidemia de sida devastadora. Madiba, su nombre en la tribu xhosa por el que era cariñosamente conocido, siempre expresó su convicción de que 'la equidad social es la base de la felicidad humana'.
Rolihlahla Mandela nació el 18 de julio de 1918 en una aldea del Transkei llamada Mvezo y fue su profesor de primaria el que le puso por nombre Nelson. A la muerte de su padre, el pequeño fue confiado al monarca regente del pueblo thembu y todo hacía presagiar que se convertiría en un líder de su comunidad. De hecho, se esperaba que se casara con una novia elegida por el regente. Pero Rolihlahla comenzó pronto a romper con las reglas que le imponía su sociedad. 'Salí huyendo de un matrimonio forzado y eso cambió toda mi carrera. Si me hubiera quedado [en la aldea], hoy sería un jefe respetado, con una gran barriga, y muchas ovejas y ganado', confesó Mandela al periodista estadounidense Richard Stengel cuando preparaba con él su autobiografía.
Pese a esa ruptura, Mandela conservaba con orgullo la disciplina, el autocontrol, el respeto por otros y la costumbre de escuchar, hábitos adquiridos a temprana edad, exigidos tanto por la autoridad tradicional como en los lugares donde estudió. 'La civilización occidental no ha borrado del todo mis raíces africanas -escribió en un manuscrito autobiográfico sin publicar- y no he olvidado los días de mi infancia cuando solíamos sentarnos alrededor de los líderes de la comunidad y escuchábamos su experiencias y su pozo de sabiduría'.
'Los ideales que acariciamos, nuestros sueños más dulces y esperanzas más fervientes pueden no hacerse realidad. Pero esa no es la cuestión. El saber que hiciste tu parte en su día y viviste para cumplir las expectativas de tu gente es en sí misma una experiencia reconfortante y un gran logro'
En 1941, parte hacia Johannesburgo, donde encuentra trabajo primero como guarda nocturno en una mina y después como administrativo en un bufete de abogados. Comienza a asistir a reuniones del Congreso Nacional Africano (CNA), cuya liga juvenil funda en 1944, el mismo año en que se casa con Evelyn Mase, su primera esposa, con la que tendrá cuatro hijos y de la que se divorciará doce años después para casarse con Winnie Madikizela, madre de sus otras dos hijas.
Elegido presidente del CNA para la provincia de Transvaal en 1952, lanza la Campaña de Desobediencia a las leyes del apartheid: 8.500 personas, incluido él mismo, pasaron temporadas en la cárcel por desafiar leyes que estaban destinadas a humillar y a mantener separada a la población de color (india o negra).
A medida que el régimen surafricano se torna más violento en la represión de la lucha contra el apartheid -con masacres como la de Sharpeville en 1960 y la ilegalización del CNA- Mandela lidera la organización del partido en la clandestinidad; recibe formación militar en varios países africanos y monta Umkhonto we Sizwe (MK), el brazo armado del CNA, que emprende una serie de campañas de sabotaje.
La cúpula de MK, con Mandela a la cabeza, es detenida y juzgada en el juicio de Rivonia, donde Mandela expuso en un famoso discurso los principios de su carrera política. 'He luchado contra la dominación blanca y he luchado contra la dominación negra', dijo. 'He acariciado el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas vivan con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y ver realizado. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir'.
El 12 de junio de 1964, Mandela y otros siete líderes del CNA eran sentenciados a cadena perpetua y recluidos en la prisión de máxima seguridad situada en la isla situada frente a Ciudad del Cabo, hoy convertida en museo y que enseñan al público antiguos presidiarios.
Robben Island. Durísimas las condiciones penitenciarias. Inicialmente, sólo una breve carta y una corta visita eran permitidas cada seis meses. Más tarde llega más correspondencia pero 'mutilada a gusto del censor'. La dieta, penosa. Y nada de libros o periódicos. Obligados a trabajar picando a cielo abierto en un yacimiento de cal, muchos presos sufrieron perforaciones graves en la retina por estar todo el día al sol. Algún guarda llegó a mear delante de ellos, humillándolos. 'En aquella época los guardas miraban a cada preso negro como subhumano. Eran racistas, crueles y crudos', recordaba Mandela.
“Empezar una revolución es fácil, pero mantenerla es lo más difícil”, se lee en el cuaderno de notas tomadas por Mandela en 1962
'Querían romper nuestro espíritu. Así que lo que hacíamos era cantar canciones de la lucha por la liberación mientras trabajábamos'. Les obligaban a decir baas (jefe, en afrikaans), pero nunca lo hicieron. 'Es fútil pensar que cualquier forma de persecución va a cambiar nuestra forma de pensar', se quejaba Mandela, que en una carta al ministro de Justicia denunció que privilegios disponibles para otros presos, incluidos los condenados por asesinato o violación, no eran dados a los presos políticos.
Nunca tuvo pesadillas. Lo peor fue la impotencia: 'Ver cómo mi esposa estaba siendo acosada por la policía, a veces incluso atacada, y yo no estaba ahí para defenderla', le contó a Stengel. 'A veces me preguntaba si había hecho lo correcto por ayudar al prójimo, poniendo a mi familia en tales dificultades. Cada vez terminaba diciéndome: fue la decisión correcta'.
Durante sus más de 27 años de encarcelamiento se convirtió en un símbolo internacional de la lucha por la justicia. 'Su ejemplo -admitió el presidente de Estados Unidos, Barack Obama- ayudó a que yo despertara a un mundo más amplio y a la obligación que todos tenemos de alzarnos por lo que es correcto'.
Puesto en libertad en 1990, siguió siendo un modelo, ahora de tolerancia, de respeto y del afán por la reconciliación, reconocido con la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1993 junto al presidente F. W. De Klerk. Fueron tiempos de duras negociaciones con el gobierno del apartheid, en medio de una ola de violencia política que dejó miles de muertos. Fueron los difíciles años de la primera presidencia democrática en Suráfrica, con él en el cargo tras arrasar el CNA en las elecciones de 1994, con el reto de 'restaurar la dignidad humana eliminando toda forma de discriminación racial', según sus propias palabras. Fue el periodo en el que vivió su progresivo alejamiento de Winnie, de la que se divorció en 1996. Y fue la etapa en la que todo el país escuchó atónito los relatos de crueldad y salvajismo de las víctimas del apartheid, expuestos en toda su crudeza en la Comisión por la Verdad y la Reconciliación, un órgano creado no para fomentar la venganza, sino la empatía y el entendimiento.
Dejó el cargo tras un solo mandato -algo de lo que pueden presumir pocos presidentes- y se dedicó a la vida familiar -en 1998 se casa con su tercera esposa, la mozambicana Graça Machel- y a hablar alto y claro de los retos pendientes de África: la lucha contra la pobreza y contra la epidemia de sida, que se ha llevado la vida de millones de surafricanos, incluida la de su hijo Makgatho. Mandela fue uno de los primeros líderes en admitir públicamente que el sida no sólo afectaba a clases bajas, a gays o a personas sin educación. También había causado estragos en su familia.
Madiba encarna el espíritu de Ubuntu, esa palabra de origen bantú que nombra el concepto de humanidad. 'Es la esencia de ser humano -la definición es del arzobispo surafricano Desmond Tutu-, el hecho de que no puedes ser humano de forma aislada. Estamos interconectados. Uno pertenece a algo más grande y se hace más pequeño cuando otros son humillados, oprimidos o torturados'.
'Un mundo nuevo será ganado no por aquellos que se mantienen a distancia con los brazos cruzados, sino por los que están en el ruedo, cuyas ropas rompen las tormentas y cuyos cuerpos son heridos en la batalla'. Carta a Winnie Mandela, Junio de 1969
Era exquisito, cortés y amable en extremo. Durante una conferencia pronunciada ante grandes eminencias se le acabó el agua, y un camarero depositó discretamente otro vaso lleno en el atrio. Mandela paró su intervención, se giró y dijo al hombre: 'Thank you very much'. En las personas en las que nadie reparaba, Mandela veía seres humanos, dignos de reconocimiento.
De hecho, a algunos no les gustaba ese exceso de bondad. El periodista Stengel le hizo la pregunta durante una de sus conversaciones.
— La gente dice que el problema de Nelson Mandela es que está demasiado dispuesto a ver lo bueno en la gente. ¿Cómo responde a eso?
— Creo que trae beneficios [pensar bien de los demás]. Es bueno asumir y actuar sobre la base de que los demás son personas de honor e integridad porque tiendes a atraer integridad y honor si así es como miras a quienes trabajan contigo.
'En la vida real -le dijo- no tratamos con dioses, sino con humanos ordinarios como nosotros: hombres y mujeres llenos de contradicciones. El sospechoso siempre estará atormentado por la sospecha, el crédulo siempre estará dispuesto a tragarse todo, y el vindicativo usará el hacha afilada en lugar de la suave pluma. Pero el realista mirará al comportamiento desde todos los ángulos y se concentrará en aquellas cualidades de una persona que son edificantes, que elevan tu espíritu y despiertan en ti el entusiasmo por vivir'.
Queda su legado, sus escritos, su recuerdo. Como epílogo, la frase suelta que Mandela anotó en una de sus libretas: 'Las puertas del mundo abiertas'.
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