BOGOTÁ
Actualizado:Si en Colombia se siguen cuidando las formas de su democracia aparente, esta semana no habrá golpe de Estado; no matarán a ningún candidato presidencial; no suspenderán administrativamente al registrador nacional, funcionario a cargo de dirigir las elecciones; no suspenderán administrativamente a ningún funcionario elegido por el voto popular; y la primera vuelta para elegir presidente tendrá lugar, como está previsto, el domingo 29 de mayo, con probable segunda vuelta tres semanas después.
Las elecciones en el exterior comenzaron en Australia desde el lunes 23 hora local, y se prolongarán toda la semana. En Colombia sólo se podrá votar el domingo.
El progresista Gustavo Petro, líder del Pacto Histórico, compite por la Presidencia de Colombia con el ex alcalde de Medellín Federico, Fico, Gutiérrez, candidato más bien gris del expresidente de ultraderecha Álvaro Uribe (2002-2010), pero el favorito de toda la maquinaria de los políticos tradicionales.
A Gutiérrez le pisa los talones el ingeniero constructor Rodolfo Hernández, de 77 años, exalcalde de Bucaramanga, capital del departamento de Santander: polémico y contradictorio, pragmático, histriónico y malhablado, y multimillonario, es dueño de un sentido común que conecta con la población indignada por la corrupción, su bandera central.
Petro apunta a ganar en la primera vuelta, para lo cual tendría que obtener la mitad de los votos más uno, lo que parece remoto, aunque en una encuesta reciente doblaba a Fico.
El retador Hernández va escalando en las preferencias y, en la recta final, se acerca peligrosamente al candidato uribista, mientras parece absorber a indecisos e incluso a parte de la votación de Petro y de otro ex alcalde de Medellín, Sergio Fajardo, centrista, antipetrista y que está cayendo en picado: la decisión de Fajardo hace cuatro años, de irse "a avistar ballenas" el día de la votación presidencial, con tal de no votar por Petro ni por Duque, le pasó factura. Los tiempos que corren ya no tienen espacio para la indecisión, aunque algunos ven en esto polarización.
El hecho es que huele a cambio. Lo dicen las encuestas. Sobresale en la publicidad colaborativa masiva, espontánea, del Pacto Histórico, la coalición que sostiene la fórmula Petro/Francia Márquez. Se nota en el miedo a Petro de una porción variopinta del electorado, que cree que Colombia se va a volver como Venezuela y que el que lo va a evitar es Fico.
Petro no es el único candidato del cambio. A su modo, también lo es el ingeniero Hernández, que eliminaría todas las consejerías presidenciales (hoy son ocho), cortaría de un tajo todas las prebendas de los funcionarios públicos con tal de ahorrar y aplicaría el programa de Petro, pues le parece el mejor. Si no pasa a segunda vuelta, Hernández votará por Petro. De llegar a la Presidencia, el ingeniero no cambiaría, eso sí, el sistema de hipotecas, pues ha sido una fuente clave de su riqueza personal. Y es poco probable que este Trump colombiano se atreva hasta donde se atreve Petro cuando el izquierdista habla de que Colombia debe dejar de vivir de sus "tres venenos": el carbón, el petróleo y la cocaína, que generan 65.000 millones de dólares, dólares que se convierten en productos importados que, a su vez, matan la producción nacional.
A Petro sus contradictores lo tildan de "populista". Lo acusan de promover la polarización. Sus manifestaciones colman las plazas y el entusiasmo y la fe en el triunfo son desbordantes. Viene el cambio, pero en el cierre de campaña en Bogotá, el domingo 22, el candidato Petro habló parapetado detrás de un atril cilíndrico blindado y flanqueado por dos escoltas, cada uno con un escudo blindado. Como en las peores épocas.
Para la primera vuelta, Petro gana con toda seguridad. En el escenario de una segunda vuelta aún no están echadas las cartas. Puede todavía repetirse lo que ocurrió en 2018, cuando todos los candidatos se unieron contra Petro y votaron por el candidato de Uribe, Iván Duque. En esa ocasión hubo, además, compra de votos para Duque por parte de un mafioso (apodado Ñeñe, que fue asesinado), según grabaciones descubiertas por la Corte Suprema de Justicia, pero el caso está congelado.
Iván Duque sacrificó el poder del uribismo al no haber sido capaz de leer el paro nacional, que el historiador colombiano Medófilo Medina prefiere llamar "estallido social". Esa rebelión tuvo un espasmo inicial en 2019, otro en 2020, pero a partir del 28 de abril de 2021 se convirtió en la protesta ciudadana más prolongada, generalizada y extendida desde la Independencia de Colombia. Duró dos meses y medio y cubrió el 75% de los municipios del país. La gente reclamaba no solo contra la carga impositiva y por oportunidades de trabajo para la juventud, sino también contra la represión policial, por el cumplimiento del acuerdo de paz, contra el asesinato de líderes sociales y contra las masacres que volvieron a ser frecuentes bajo Duque. En las encuestas, el 75% apoyaba el paro y la mayoría rechazaba la violenta represión policial. Fue esa movilización masiva y la torpe respuesta violenta de Duque lo que desató esta vez el nudo acumulado de las ansias de cambio en Colombia.
Y es que Duque respondió a la protesta con una violencia desmesurada, de guerra. Al comenzar la pandemia, se apresuró a adquirir costosos equipos policiales para la represión de la protesta ciudadana, que era inexistente en ese momento. De personalidad superficial, creyó que sortearía incólume la serie de desplantes que le hizo a la opinión pública colombiana durante su mandato. En uno de ellos, vistió el chaleco de la Policía después de que unos agentes causaron airadas protestas de dos días en Bogotá al matar a Javier Ordóñez, un padre de familia, con descargas eléctricas de una pistola Taser y a golpes, estando detenido por haber consumido licor en espacio público. Las protestas dejaron 13 asesinados por la brutalidad policial.
O en otra ocasión, cuando el estallido social de 2021 consiguió tumbar una reforma tributaria lesiva para las mayorías y cayó el entonces ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla. Duque lo nombró en la influyente junta de copresidentes del banco emisor, haciéndose al control de la entidad que se supone es independiente del Ejecutivo.
Desplantes de similar calibre se multiplicaron durante el mandato Duque, adobados con una represión brutal que todavía no termina. El paro nacional o estallido social dejó 47 muertos (de ellos, 30 en Cali, capital del Valle del Cauca) y 105 jóvenes con amputación de uno de sus ojos, pues los policías les disparaban al rostro para mutilar a los manifestantes. Algunos jóvenes -generalmente los reservistas que se habían entrenado en el servicio militar- se quedaban atrás enfrentando a la policía para que los demás pudieran huir, y que dieron en llamarse "primera línea", siguen siendo objeto de persecución judicial y policial, y son tratados por el gobierno como si fueran un nuevo grupo insurgente. Público supo que en el cementerio de Cartago, ciudad del Valle del Cauca al occidente del país, el pasado 16 de mayo un cuerpo policial de asalto llamado GOES irrumpió durante el sepelio de al menos uno de los dos funerales de jóvenes de la primera línea que tuvieron lugar ese día en la localidad. Uno de ellos era un menor de 17 años que se suicidó.
Encuestas hechas durante el paro muestran que la gente ansía un cambio de timón a ese tratamiento de la protesta ciudadana. Por los días del paro, la ciudadanía, mucha con escasa o nula formación política, se decidió a presionar por una mayor participación en las decisiones de gobierno. Se lanzaba a la calle buscando mejorar, si no su propia condición, sí la de sus hijos y sobrinos más jóvenes, es decir, su lucha empezó a requerir una mirada más estratégica y de largo plazo.
El historiador Medófilo Medina publicó en 1984 La protesta urbana en Colombia en el siglo veinte (208 págs., Ed. Aurora, Bogotá) y en las presentes semanas prepara una actualización. En esos estudios, identifica una coincidencia repetida entre levantamientos urbanos importantes y coyunturas políticas críticas a los largo de 130 años en el país: mayoritariamente, aunque con excepciones, la protesta urbana terminó en cambios de régimen o en reformas históricas. Por eso, el historiador Medina sonríe optimista y comenta que no abriga muchas dudas acerca del desenlace final de las próximas elecciones presidenciales.
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