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Elecciones en Venezuela Oxígeno para Maduro, varapalo para la oposición

El contundente triunfo del oficialismo en las elecciones regionales y municipales le da alas para llevar la iniciativa en sus pleitos con una oposición dividida que ha pagado sus propios errores en las urnas.

El presidente Nicolás Maduro utiliza gel hidroalcohólico tras votar.
El presidente Nicolás Maduro utiliza gel hidroalcohólico tras votar. Fausto Torrealba / Reuters

Durante la campaña electoral sobre la reforma constitucional de 2009, un lema recorría las calles de las barriadas populares de Caracas: ¡Chávez dos mil siempre! Ha pasado más de una década desde entonces, Hugo Chávez murió en 2013 y el espíritu revolucionario languidece en Venezuela. Pero el chavismo conserva el poder todavía. Un chavismo, eso sí, despojado de la épica del pasado. 

Nicolás Maduro, a quien el comandante designó su heredero político, ha vivido en el alambre desde entonces, asfixiado por la crisis económica, las sanciones internacionales y la presión de la oposición. Sin levantar pasiones entre los suyos pero con inteligencia política, Maduro sobrevive. El contundente triunfo del oficialismo en las elecciones regionales y municipales celebradas este domingo le da alas para llevar la iniciativa en sus pleitos con una oposición dividida que ha pagado sus propios errores en las urnas.

La fragmentación de la oposición (que retornaba a una elección tras cuatro años de ausencia por decisión propia) ha propiciado su derrota en los comicios. Como premio de consolación, gobernará en 3 de los 23 estados en liza (el más importante, Zulia, polo petrolero). Tal y como se esperaba, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) ha barrido en casi todo el país, aunque la alta abstención (58%) desdibuja algo su victoria.

Salvo alguna excepción, los líderes de la oposición venezolana nunca han hecho una exégesis del chavismo. De dónde surge esa corriente telúrica, cómo se transfiguró un militar de carrera en un líder revolucionario, por qué irrumpió en la escena política a golpe de sable y cómo fue posible que, tras su intentona golpista, se ganara después en las urnas la confianza de millones de venezolanos con un mensaje de transformación social. 

"La revolución bolivariana aprovechó un nuevo boom petrolero para regar con dólares su programa de reformas sociales y obtener un respaldo mayoritario"

El capitalismo rentista agonizaba a finales de los años 80 por la brusca caída de los precios del petróleo, el maná que había permitido cierta estabilidad política y económica en Venezuela durante varias décadas. El Caracazo (los graves disturbios de principios de 1989) fue la antesala de la crisis institucional. El descontento había prendido en las capas más humildes, pero las élites no quisieron mirar a la cara a esos millones de desheredados, invisibles para el sistema. Chávez les otorgaría visibilidad, es decir, reconocimiento, dignidad.

La revolución bolivariana aprovechó un nuevo boom petrolero para regar con dólares su programa de reformas sociales y obtener un respaldo mayoritario, elección tras elección, ante la perplejidad de sus rivales y de una parte de la comunidad internacional. Después llegarían algunas decepciones, la megalomanía de Chávez, su narcisista apuesta por el liderazgo regional, la aparición de la boliburguesía, la persecución de las voces críticas…

Maduro no posee el carisma de Chávez, ni su capacidad de persuasión, ni sus dotes oratorias. Cuando trata de imitarlo, roza el ridículo. No era el dirigente más avezado del bloque bolivariano, pero fue el elegido de Chávez (y de La Habana) para pilotar la sucesión. Su destino parecía sellado en 2015. La oposición leyó bien aquel momento, se presentó con una sola lista a las elecciones legislativas bajo las siglas de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática) y ganó la mayoría en la Asamblea Nacional. 

La estrategia de derribar a Maduro en 2014 con manifestaciones masivas y violentas no había tenido éxito. En 2017, tras el cerrojazo del Parlamento por parte del gobierno, la inestabilidad social invadió de nuevo las calles. Pero el debilitado mandatario resistió a cara de perro, mostrando su rostro más autoritario.

Trabajadores del colegio electoral esperan al cierre de las urnas.
Trabajadores del colegio electoral esperan al cierre de las urnas. Fernandez Viloria / Reuters

A partir de mediados de 2018, con la reelección presidencial de Maduro en unos comicios sin rivales de altura, la oposición cambió de táctica. Era el turno de la presión internacional. Juan Guaidó, proveniente del partido Voluntad Popular y ex presidente de la Asamblea Nacional, se autoproclamó "presidente encargado" de Venezuela a comienzos de 2019. 

Su reconocimiento por parte de Estados Unidos y, durante un tiempo, de la Unión Europea y otros países, tiene rasgos de sainete. Dos años y medio después, Guaidó anda a la gresca con otros jefes de la oposición, como Julio Borges, por la administración de los activos venezolanos en el extranjero.

Legitimidad y diálogo

Fracasado el enésimo intento de acabar con Maduro fuera de las urnas, los errores y arbitrariedades de la oposición son el principal sustento del gobierno bolivariano. La crisis del petróleo y el bloqueo financiero impuesto por Estados Unidos y sus aliados han erosionado sensiblemente la economía venezolana. Maduro sortea como puede la situación con el apoyo de Rusia, China e Irán, principalmente.

Se abre en Venezuela un nuevo tiempo político que debería estar presidido por el diálogo entre el gobierno bolivariano y una oposición renovada

Y las protestas callejeras las solventa con represión policial y cárcel para los opositores. Las aventuras militaristas contra el gobierno solo han generado el descrédito de sus promotores. Ahora, la celebración de unas elecciones bajo la supervisión de observadores extranjeros y su triunfo en las urnas le otorgan al mandatario una legitimidad que puede aprovechar para revertir el aislamiento de una parte de la comunidad internacional.

Más allá de los cadáveres políticos que dejen los comicios, se abre en Venezuela un nuevo tiempo político que debería estar presidido por el diálogo entre el gobierno bolivariano y una oposición renovada. Un acuerdo que deje a un lado las posiciones maximalistas de Guaidó, Leopoldo López y otros líderes de la oposición que no han secundado las elecciones, y suprima para siempre la deriva autoritaria de Maduro (Amnistía Internacional, Human Rights Watch y la ONU han denunciado en sus informes la represión policial, y la Corte Penal Internacional acaba de abrir una investigación al respecto).

El 21N supone un punto de inflexión en Venezuela. Maduro suspendió las negociaciones con la oposición en México tras la extradición desde Cabo Verde a Estados Unidos de uno de sus hombres de confianza, Alex Saab, pieza clave en la red de financiación internacional de Caracas. La reanudación de ese diálogo sería el primer paso en la normalización política del país. Los dos bandos precisan un armisticio. Sus huestes ya no soportan más batalla que la lucha diaria por la vida.

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