Carlos Latuff nació en Río de Janeiro en 1968 y, desde hace 20 años, compatibiliza su trabajo como ilustrador gráfico con un sólido compromiso político que le ha llevado a enarbolar causas como la lucha contra la opresión del pueblo palestino, el zapatismo, la denuncia de la violencia policial en Brasil y, más recientemente, las revueltas árabes. Sus incisivas crónicas visuales de la revolución en Egipto le han valido fama internacional y 28.000 seguidores en Twitter. Aunque, para él, no se trata de una revolución...
¿Cuál es su visión de la Primavera Árabe?
No se trata de un fenómeno homogéneo, pero hay algo en común: en ninguno de esos países se ha conseguido una democratización del régimen, tampoco allí donde, como en Egipto, se ha derrocado al dictador. No es una revolución.
¿Cree que estas revueltas tienen que ver con el movimiento de los indignados?
Lo que sucede en Europa tiene que ver con la crisis económica en el continente. Pero creo que sí existe una influencia.
Usted ha sido muy activo en la causa palestina, y ello le trajo problemas con la derecha israelí...
En efecto. En 2006, un site ligado al Likud publicó un artículo en el que instaban al Gobierno a tomar medidas contra mí. Se me tildó de antisemita. Ha sido una estrategia bien planificada mantener esa relación entre la crítica al Estado y el odio a los judíos, como si la crítica a las políticas de un Estado equivaliese a la crítica a un pueblo. Es una estrategia canalla, que se aprovecha de la memoria del Holocausto para hacer de Israel una eterna víctima. Y es una visión que no se corresponde con la realidad: no es que haya desaparecido el antisemitismo en Europa, pero sí es mucho menos intenso. Lo que es virulento hoy en Europa es la islamofobia.
Hablemos de Brasil. Su país está de moda. ¿Cuál es su balance de la evolución de los últimos años?
No soy optimista. Brasil vive un periodo de crecimiento económico, pero continúo viendo meninos de rua [niños de la calle], violencia policial racista, corrupción. El hecho de ser la séptima economía del mundo no revierte la situación de los pobres. Que estos puedan comprar a plazos no es indicio de nada más que de que están cada vez más endeudados. En Brasil, la distribución de la renta y de la tierra siguen siendo problemas graves. La discusión no se puede hacer desde el punto de vista partidario o personalista: los partidos y los candidatos cambian, pero el sistema continúa. Hay que discutir el sistema.
Y, para mantener ese sistema, ¿cuál es el papel de los medios de comunicación?
En Brasil es lamentable. Es una versión única, que combate y criminaliza a los movimientos sociales.
Usted ha cuestionado la presencia militar brasileña en Haití...
Brasil tiene una tradición de enviar tropas 'de paz'. Participó en incursiones de la ONU en Suez, Angola... el caso de Haití es uno más. Y se hace con vistas a conseguir una plaza en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Creo que las tropas brasileñas están cumpliendo un papel de subimperialismo y que deben salir de allí cuanto antes. Es verdad que Haití vive una situación grave, pero lo que necesita son ingenieros y profesores, no soldados. Un militar brasileño confesó que lo que está haciendo Brasil es utilizar Haití como un laboratorio para ensayar incursiones en las favelas que luego fueron reproducidas en la invasión del Complexo do Alemão de Río (en noviembre de 2010). Es un campo de entrenamiento para las tropas brasileñas.
Hablando de las favelas cariocas, ¿qué opina de la nueva estrategia de seguridad de Sérgio Cabral, gobernador de Río de Janeiro?
Las famosas Unidades de Policía Pacificadora (UPP) se inspiran en la guerra contra las drogas en Colombia. Pero no era un proyecto tan nuevo; hubo intentos de ocupación de favelas parecidos desde los años ochenta. Ninguno acabó con el tráfico, porque este no se elimina con tiros. Lo que viabiliza el narcotráfico es la corrupción, y eso no se puede combatir, porque el Gobierno y la corrupción son miembros del mismo cuerpo. Todo el sistema es corrupto de arriba abajo. El narcotráfico, al contrario que las guerrillas, depende del Estado para sobrevivir; hay una relación espuria entre ambos. El crimen y el Estado están en íntima relación. En Río de Janeiro ha empeorado la situación, porque ahora, siguiendo el modelo colombiano, existen las milicias, los grupos paramilitares formados por policías o expolicías. Lo que está pasando en Río es que se está reconfigurando la territorialidad del tráfico.
Usted compagina su trabajo en la prensa sindical con la activa militancia en internet. ¿Cuál es el papel de las nuevas tecnologías para la transformación social?
Internet es lo que hagamos de ella. Ni las redes sociales ni los cócteles molotov hacen la revolución; la hacen los pueblos. Lo demás son instrumentos, herramientas. Para mí, la relevancia de la red es que antes sólo podía divulgar mi trabajo a través de los grandes medios de comunicación, y ahora puedo llegar a mucha gente con mi trabajo, permitiendo además su libre distribución. Internet es un aliado.
¿Y el papel del arte en la revolución?
Creo que se ha perdido mucho compromiso político. Buena parte de los artistas comparten esa idea posmoderna del fin de las ideologías y se preocupan de su propia carrera. Para mí, el arte que marca la diferencia sólo es el que transforma, el que se cuestiona los valores establecidos, el que promueve el cambio.
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