Washington
Actualizado:Desde que el lunes 25 de mayo empezara a circular por las redes sociales el vídeo de la muerte de George Floyd, asfixiado bajo la rodilla del agente Derek Chavin en Mineápolis, en Estados Unidos existe un comentario que, de tan repetido, se ha convertido en frase hecha: no se veían unas protestas de esta magnitud desde el largo cálido verano de finales de los sesenta.
Pero, ¿qué ocurrió a finales de los sesenta? Y, sobre todo, ¿qué similitudes hay entre aquellas protestas y éstas, entre aquellos años y ahora? "Los sesenta fueron una de las épocas más turbulentas en la historia reciente de este país. Hay diferencias entre aquellas manifestaciones y éstas, pero desde luego que hay similitudes: existen una rabia y una frustración latentes en cuanto a la desigualdad en general y, en particular, en cuanto a la brutalidad policial", explica a Público Eric Arnesen, historiador de la Universidad George Washington, en la capital del país, experto en historia de los negros y de los derechos civiles y laborales en el siglo XX.
Las protestas de finales de los sesenta tienen dos componentes fundamentales, que las diferencian de las desatadas ahora tras la muerte de George Floyd: fueron violentas y estaban protagonizadas fundamentalmente por negros. "La situación hoy es completamente diferente: las protestas son mayoritariamente pacíficas y no las hacen sólo los negros sino blancos, latinos y otras razas en la misma medida", asegura Arnesen. "Pero en ambos casos", continúa, "existe la misma rabia subyacente", una cólera, en este caso, que Arnesen vincula, por un lado, a los efectos de la pandemia de la covid-19 (más de 100.000 muertos y más de 40 millones de parados) y, por otro, a todo lo sucedido en la última década desde la crisis económica de 2008. Ha habido una carencia de justicia social, que afecta especialmente a la comunidad negra", señala el historiador.
En los últimos 50 años, los trabajadores han perdido multitud de derechos. Sigue sin haber (como piden, entre otros, el senador Bernie Sanders) una ley para garantizar un salario mínimo, unos 70 millones de ciudadanos no tienen ningún seguro médico o uno de muy escasas coberturas, la deuda por estudiar ha alcanzado un récord histórico de 1,7 billones de dólares (1,54 billones de euros, una cifra que equivale a cuatro veces y medio el presupuesto consolidado español de 2018) y, según la Universidad de Princeton, 2,3 millones de personas fueron desahuciadas en 2016.
Como explicó a Público en octubre de 2019 el director de esta base de datos, Benjamin Teresa: "Hay mucha más gente que alquila viviendas ahora que en los últimos 40 o 50 años debido a la crisis y al alza de los precios, de forma que alquilar no sólo es la opción de las familias con pocos ingresos o de la clase trabajadora, sino que viene a ser cada vez más la única opción para todo el espectro de la clase media", alertó. Junto a esto, la brutalidad policial no merma, y en los últimos años la Policía de Estados Unidos ha matado a una media de casi 1.100 personas cada año.
Los sesenta empezaron con malos augurios. En noviembre de 1963 fue asesinado en Dallas John Fitzgerald Kennedy, y esa herida abierta generó una desmoralización que contaminó toda la década. Las tensiones sociales alcanzaban cada vez una temperatura más elevada.
El sucesor de JFK, Lyndon B. Johnson, pudo aprobar la Ley de Derechos Civiles en 1964, que aumentaba los derechos de los negros, impedía la desegregación racial y prohibía la discriminación por razón de raza, sexo, religión o nacionalidad de origen. La norma también concedía más derechos a las mujeres.
Pero la mecha había sido encendida mucho antes y ya ese año se produjeron disturbios en Hampton, New Hampshire. En 1965, Estados Unidos aprobó la Ley de Derecho del Voto, que extendió este derecho entre los negros, y entró en la Guerra de Vietnam; esta vez, los disturbios fueron en Los Ángeles. Todo explotó definitivamente el verano de 1967, en el que hubo un estallido de protestas por todo el país; fueron especialmente violentas en Detroit y Newark, Nueva York.
Fue el Long Hot Summer (el largo cálido verano), cuyo último coletazo fueron las revueltas de Washington (los DC riots) de abril de 1968, cuando los barrios negros de la ciudad estallaron tras el asesinato el 31 de marzo de Martin Luther King. El último sermón dominical de éste antes de ser asesinado había sido en la Catedral Nacional de la capital americana. Estas protestas fueron violentísimas y destructivas. En las de Detroit, por ejemplo, murieron 43 personas y hubo cientos de heridos.
El novelista George Pelecanos tenía 11 años cuando estallaron las revueltas en su ciudad, Washington. "Me causaron una enorme impresión", recuerda a Público. Su novela Revolución en las calles (Hard Revolution, de 2003) está ambientada precisamente en esa década turbulenta, y su segunda parte, en las revueltas de Washington. "Los estadounidenses", asegura, "han estado aguantando muchos años y ya no aguantan más, cada vez hay más desigualdades y han estallado las protestas y en algunos pocos casos, revueltas".
"No se puede decir", continúa, "que el hecho de que se quemen cosas o haya ataques a la propiedad privada sean hechos positivos, pero siempre hay que mirar hacia atrás y ver qué ha pasado antes y, vista la historia, yo creo que lo que está sucediendo desembocará en algo bueno".
'The wire' en el reflejo
Pelecanos lleva años contando en sus novelas y como guionista el declive de la ciudad americana y el incremento de las desigualdades y de la quiebra del Estado social en Estados Unidos. Las series The Wire y Treme lo cuentan a través de Baltimore y de la Nueva Orleans posKatrina. "Hay una rabia latente y mucha desigualdad: tenemos 40 millones de parados y mira la Bolsa, está por las nubes. ¿Por qué? Porque se trata de gente rica invirtiendo en ella, es como un casino, y luego están la clase media y la clase trabajadora, y esa es la cruda división que hay en la sociedad", critica.
"De los réditos de la economía sólo se benefician los ricos, una absoluta minoría que es además básicamente blanca. La gente está protestando contra todo eso. George Floyd ha sido el detonante, la dinamita que lo ha hecho explotar todo, pero la gente lleva mucho tiempo sintiendo una enorme insatisfacción por la estructura social tal como está ahora", asegura el autor de El jardinero nocturno.
"Yo viví las revueltas del 68 en Washington siendo un chaval y luego el movimiento de los derechos civiles se aceleró diez años en una sola semana. Y eso es lo que puede pasar ahora", opina. Además de la cuestión de la desigualdad, estas protestas, añade Pelecanos, muestran, "por un lado, la necesidad de regular mejor los Cuerpos y el entrenamiento policiales, y esto ya empieza a ser una prioridad en el Congreso, y, por otro, el probable principio del fin de la Administración Trump". El presidente de Estados Unidos "se está mostrando como lo que es: no es un líder sino un separador y Estados Unidos quiere a un líder en la Casa Blanca y no a alguien como él", explica.
Arnesen coincide con este análisis: "La desigualdad creciente y la tremenda polarización política que está promoviendo la Administración Trump son dos factores clave en estas protestas. Desde luego, estamos viviendo el mayor momento de polarización del país desde los años 60", apunta.
Junto a todo esto, el historiador asegura que "el movimiento laboral no se encuentra hoy en buen estado. Desde los 70, especialmente, el número de trabajadores organizados en este país y representantes de sindicatos ha ido cayendo. Debido a la crisis económica de los 70 y a la Administración Reagan en los 80, el movimiento de los trabajadores ha recibido una paliza".
"La Junta Nacional de Relaciones Laborales [una agencia independiente del gobierno federal de los Estados], que fue establecida por la Ley de Relaciones Laborales de 1935, está ocupada por personas nombradas por los republicanos, quienes se han dedicado básicamente a no reforzar las leyes y permitir a los empleadores a hacer lo que quieran con ninguna o muy pocas consecuencias", afirma Arnesen, que concluye: "El resultado es un movimiento laboral que está a la defensiva desde hace muchos años y, como consecuencia, se ha hecho más heterogéneo, multirracial, y más de izquierdas de lo que era 50 años atrás".
Todo esto ha provocado que, "en las últimas décadas el movimiento de los trabajadores haya sufrido también como resultado de la industrialización, la globalización, las crisis económicas y un entorno político que no le ha permitido recrear el momento de auge que tuvo en los años treinta".
"La legislación laboral", concluye Arnesen, "al menos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 60, tuvo un efecto positivo en las desigualdades y fueron desde luego mucho menores en ese periodo que entre los 60 y 70 y la actualidad".
Arnesen, de todos modos, prefiere hablar más de las diferencias entre las protestas del largo cálido verano y las actuales. "Una de ellas", argumenta, "es el grado de violencia. En 1968, por ejemplo, Washington explotó. Fue, además, la consecuencia inmediata del asesinato de Martin Luther King, un líder nacional. Hoy ni Washington ni Estados Unidos han explotado y estamos hablando de la muerte de un ciudadano de Minnesota, un ciudadano normal".
"Las actuales manifestaciones han sido espontáneas, disciplinadas y pacíficas", añade el historiador. "Las de finales de los 60 fueron insurrecciones urbanas, las del DC en el 68 fueron directamente revueltas, disturbios civiles muy serios. No es esto lo que está pasando hoy. Ha habido algunos altercados y algunos saqueos, pero a una escala mucho menor y tampoco sabemos por ahora quién está haciendo ese daño y en muchos casos, los que están implicados en las revueltas y los ataques son diferentes a los manifestantes".
El historiador de la Universidad de George Washington menciona un último elemento diferenciador: "La simpatía hacia las protestas por parte de los medios de comunicación, del Partido Demócrata y de una parte significativa del país hacia estas protestas. Las revueltas del 67 y las del 68 en Washington no tuvieron un amplio apoyo público, incluso Martin Luther King no era una figura popular y era muy denunciado por ser una figura incendiaria, por promover revueltas, a pesar de sus reiterados llamamientos a la no violencia".
"Hoy, los medios de casi todo signo están con la reivindicación de la protesta y contra la manera de gestionar esta situación por parte de Donald Trump", explica Arnesen. "Muchísimos políticos se han mostrado a favor de las protestas y hasta han participado en ellas, como Elizabeth Warren el pasado martes en Washington".
Pelecanos, de hecho, ve en esto una diferencia clave, sobre todo en lo que respecta al Ejército. "En el 68 sucedió algo en Washington que poca gente sabe. Walter Washington fue el primer alcalde negro de Estados Unidos, fue nombrado por el presidente Lyndon B. Johnson y fue el alcalde durante las revueltas de 1968", recuerda el novelista, que prosigue: "Tras el primer fogonazo de protestas, Washington fue citado en el edificio del FBI y allí estaba John E. Hoover, que le ordenó: quiero que empieces a disparar a los saqueadores". Pelecanos cuenta que el alcalde se negó, "lo siento", le dijo, "pero los edificios se pueden reemplazar, pero los seres humanos no, y salió de la oficina".
Según Pelecanos, en los varios días de revueltas, "murieron sólo 12 personas y casi todas, por haber quedado atrapadas en edificios, pero no murieron disparadas por la Policía, que, junto a la Guardia Nacional, protegieron la ciudad pero no atacaron a la población, y no hubo tampoco violencia de la comunidad contra los manifestantes y por eso hubo tan pocos muertos. Y eso es también lo que pasó el jueves: el Pentágono le ha dicho a Trump", señala, "que las fuerzas armadas no están para esto".
Así que están las similitudes entre ambas épocas (desigualdades, racismo, violencia policial) a las que hay que añadir una diferencia clave más: Donald Trump y la polarización a la que está sometiendo al país. "Es el elemento más alarmante junto a la demagogia política, y no sólo está pasando aquí sino en todo el mundo. Los demagogos se están haciendo con el poder. Yo pienso que Estados Unidos es mejor que eso", dice Pelecanos; "jamás pensé que algo así pudiera estar ocurriendo en un país como éste. Nunca".
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