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Lula pone a Brasil en la senda de erradicar la miseria en 2016

Hay 55 millones de pobres, pero la cifra ha caído un 33% desde 1995. El descenso se atribuye al crecimiento y a los programas sociales. La oposición promete aumentar las subvenciones

NAZARET CASTRO

En Brasil, 55 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza y, de ellas, 19 millones sobreviven en una situación de pobreza extrema. Son cifras que estremecen en este país de dimensiones continentales y de 190 millones de habitantes que, aunque subido al carro del progreso, sigue figurando entre los más desiguales del planeta. Sin embargo, hay motivos para el optimismo: la última década y media no sólo ha registrado crecimiento económico, sino también un mejor reparto de la renta.

Entre 1995 y 2008, la pobreza absoluta se redujo un 33% y de esa situación salieron 12,8 millones de brasileños. De continuar esta tendencia, Brasil puede erradicar la miseria para 2016, con sólo un 4% de población pobre. Eso dice, al menos, un reciente estudio del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).

Los ingresos del 10% de la población más pobre han aumentado un 50%

Durante las dos legislaturas del presidente Luiz Inacio Lula da Silva, el índice Gini, uno de los indicadores de la desigualdad más usados internacionalmente, ha bajado cinco puntos. Pocos gobiernos lo consiguen. El Gini de Brasil sigue siendo uno de los más altos del mundo, con un 0,52 (donde 1 indica la desigualdad perfecta y 0 la igualdad perfecta), pero se aprecian signos de cambio.

El dato que más invita a la confianza es que la renta de los pobres crece en un porcentaje mayor que la de los ricos: según la prestigiosa Fundación Getulio Vargas, en los últimos cinco años el ingreso del 10% de la población más pobre subió un 50%; el del 10% más rico lo hizo sólo un 7%.

Los expertos lo atribuyen a una década y media de estabilidad macroeconómica, crecimiento y baja inflación, pero también a las políticas públicas. Los programas asistenciales, que se han convertido en el buque insignia del lulismo, comenzaron en realidad en tiempos del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, pero con Lula alcanzaron objetivos más ambiciosos. Hoy, el 57% de los brasileños vive en una familia que percibe algún tipo de ayuda directa.

El programa Bolsa Familia llega hoy a 11 millones de hogares y 45 millones de personas (un 25% de la población) y supone un coste del 0,4% del PIB. Se trata de un programa de transferencias directas y sin condiciones para familias en situación de extrema pobreza, por un monto que ronda los 60 reales (unos 25 euros) más 20 reales por cada hijo.

Su finalidad es atacar la urgencia, el hambre, en un país donde diversas instituciones calculan en unos 130 reales al mes el coste de la cesta básica. Pero el programa ha funcionado porque se inserta dentro de un marco en el que existen otras subvenciones que miran al medio plazo y apuntan a la inserción en el sistema educativo y productivo. Frente a las tradicionales críticas de la derecha a las políticas asistenciales, beneficiarios de esta ayuda han entrado en el mercado de trabajo en mayor medida que los que no la reciben.

Más de la mitad de las familias reciben algún tipo de ayuda directa del Estado

En el nordeste, donde hay más pobreza y menos trabajo, la Bolsa Familia ha tenido un impacto mucho mayor que en el resto del país. La asistencia social no se mira con buenos ojos en el próspero sur. Y no es casual que sea en la región nordeste donde los índices de popularidad de Lula que procede de una familia humilde de esta zona superan el 95%.

Lula lanzó en 2002, el año en que ganó sus primeras elecciones, un eslogan breve y conciso: 'Hambre cero'. Ocho años después, el líder del Partido de los Trabajadores (PT) ha sido aclamado internacionalmente y otros gobiernos le han pedido ayuda para poner en marcha iniciativas similares.

En la campaña electoral recién comenzada, nadie cuestiona los logros de la Bolsa Familia. La candidata de Lula, Dilma Rousseff, pretende capitalizar lo que muchos consideran el mayor logro del lulismo. El opositor José Serra, del Partido Socialdemócrata de Brasil (PSDB), no sólo no critica el programa sino que promete ampliarlo, así como 'ligarlo a cuestiones de preparación para el empleo, la educación y la salud'. En el nordeste, anunció que doblará el monto del subsidio. Las ayudas a los más pobres son un tema obligado de la agenda electoral.

'Con Serra, Brasil puede más' fue el lema de campaña que escogió el hasta ahora gobernador de São Paulo. Un eslogan que resume el discurso de una campaña peculiar, marcada por el legado de un Lula que ostenta históricos índices de popularidad, por encima del 80%. No caben los ataques directos. Serra se esfuerza por ser percibido como continuista y por transmitir que él será mejor heredero de Lula que la delfina del presidente.

Rousseff se anotó un tanto al sellar la alianza del PT con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño

No parece una misión fácil para el líder del PSDB. Porque, según el Instituto Sensus de Brasil del 5 de agosto, Rousseff tiene una amplia ventaja con 44,1% de los votos, mientras Serra se queda en 31,5%. Sin embargo, los comicios del próximo 3 de octubre se perfilan como los más reñidos de la historia de Brasil. Otras encuestas señalaban a finales de julio un empate técnico entre los dos candidatos, con Serra ligeramente por delante (37% frente a 36% para Rousseff), lo que da un papel relevante al 8% de intención de voto que acapara la candidata del Partido Verde y ex ministra de Medio Ambiente, Marina Silva.

Rousseff se anotó un tanto al sellar la alianza del PT con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, una formación política de centro que, aunque no consiguió lanzar un candidato con posibilidades de victoria, es la más votada del país. El PSDB de Serra lo tiene más complicado desde que su tradicional aliado, el conservador Partido Demócrata quedase debilitado tras el escándalo de corrupción que se destapó en Brasilia el pasado noviembre.

Pero Rousseff arrastra su inexperiencia electoral y es menos conocida que su oponente. Por ello, Lula ha intensificado su ya intensa agenda de jefe de Estado para recorrer el país al lado de Rousseff. El objetivo: que todos los brasileños sepan que ella es la candidata del presidente más popular de la historia.

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