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Irán y Arabia Saudí se aproximan a la normalización de sus relaciones

Después de más de un lustro de alejamiento y hostilidad, Irán y Arabia Saudí están en medio de un proceso de acercamiento diplomático con el fin de restaurar las relaciones interrumpidas en 2016. Los dos países tienen sus propias ambiciones hegemónicas, y no está claro si su acercamiento es solamente coyuntural y transitorio o si realmente contribuirá a la estabilidad de Oriente Próximo.

El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán.
El príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán. Bandar Algaloud / REUTERS

El ministro de Exteriores iraní Hossein Amir-Abdollahian declaró el jueves que las conversaciones entre su país y Arabia Saudí están en el "buen camino", unas palabras que satisfacen a algunos países de Oriente Próximo pero resultan problemáticas para otros, especialmente para Israel, países rivales de Irán que en la medida de lo posible torpedearán el acercamiento entre Teherán y Riad.
El jefe de la diplomacia iraní confirmó el viernes que en los recientes encuentros con altos funcionarios saudíes, su país ha propuesto "nuevas ideas constructivas" con el fin de restaurar unas relaciones bilaterales normales, que en realidad no han existido desde la revolución islámica de 1979. Al contrario, desde entonces las relaciones han sufrido fuertes tensiones.

Durante una visita a Beirut, Amir-Abdollahian no quiso realizar más comentarios sobre esas negociaciones, fuera de indicar que están en el "buen camino", una circunstancia que si se concreta, puede ser beneficiosa para el conjunto de la región. Al día siguiente, en El Cairo el ministro iraní explicó que ya se han logrado algunos acuerdos, aunque no descubrió el contenido.
Las negociaciones directas se iniciaron a principios de abril en Bagdad, y desde entonces ha habido numerosas rondas. Medio año después, las dos partes siguen dialogando en un marco de amplio secretismo y sin que se hayan anunciado resultados tangibles.

No cabe duda de que los contactos directos han podido realizarse gracias al cambio de administración en EEUU. El presidente Joe Biden no ha mediado para facilitar esas negociaciones, pero el príncipe heredero saudí Mohammad bin Salman sí que ha recibido de Washington mensajes claros en el sentido de sus anteriores políticas desestabilizadoras, a la sombra de Israel y de los Emiratos Árabes Unidos, no son bien vistas en EEUU.

En la última ronda celebrada en Bagdad a finales de septiembre, la primera desde el ascenso del nuevo presidente Ebrahim Raisi, las dos partes incluso hablaron de la importancia de reabrir las representaciones diplomáticas en Riad y Teherán, una cuestión clave para que la normalización de relaciones avance en la buena dirección.

La rivalidad regional entre los dos países se agravó en enero de 2016, cuando manifestantes iraníes atacaron la embajada saudí en Teherán y el consulado en Mashhad, a raíz de la ejecución del clérigo chií Nimr al Nimr en Arabia Saudí, en el marco de las tensiones habituales entre el gobierno de Riad y la población chií del este. Entonces Riad interrumpió las relaciones.

Es difícil creer que la nueva actitud de Bin Salman sea sincera y no una posición coyuntural con la que el príncipe quiere salir del ostracismo a que le ha sometido la administración demócrata, especialmente a causa del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul durante el mandato de Donald Trump, quien prefirió mirar para otro lado.

Las tensiones se derivan de varios frentes. En primer lugar tanto Riad como Teherán aspiran a comportarse como potencias hegemónicas en el mundo islámico. También chocan en la interpretación del islam. Irán es un país de mayoría chií mientras que la mayoría de Arabia Saudí es sunní. Por último también hay fricciones económicas ya que los dos países son grandes productores de petróleo y sus estrategias en este campo son diferentes.

La rivalidad se ha visto con mucha claridad en la guerra de Yemen y también en la de Siria, donde han apoyado a distintos grupos. Mientras Teherán respalda al gobierno del presidente Bashar al Asad, Riad ha apoyado a grupos islamistas radicales y yihadistas que han contado con el soporte financiero y militar de Occidente.

El cambio de administración en Washington ha obligado al príncipe Bin Salman a replantearse algunos aspectos de su política exterior, y no solo con respecto a Irán. Bin Salman tiene que mantener un perfil más bajo, y probablemente está jugando la baza de la normalización con Irán para adaptarse a las nuevas circunstancias y como un mal menor.

El abrazo de Riad a Israel, como el abrazo de los Emiratos Árabes Unidos al estado judío, es un arma de doble filo. Estos tres países han dado sobradas muestras que su objetivo estratégico pasa por desestabilizar la región y combatir sin descanso el islam político. Esa guerra abierta y soterrada al mismo tiempo ha sido exitosa hasta ahora aunque a medio plazo podría ser contraproducente.
Existe otro factor interesante en relación con Irán y Arabia Saudí que tiene que ver con la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, un país que también tiene ambiciones geopolíticas en Oriente Próximo. Las relaciones de Ankara con Teherán son correctas, pero las relaciones con Riad se han deteriorado especialmente desde el asesinato de Khashoggi.

Erdogan está a la espera del comportamiento de Joe Biden, pero mientras tanto, al igual que iraníes y saudíes, está tratando de remendar sus relaciones con otros países de la región, como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos. Todos estos movimientos, si concluyen satisfactoriamente, podrían crear un Oriente Próximo más estable mientras Biden siga en la Casa Blanca, puesto que cuando se acabe su mandato, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos podrían reanudar, junto con Israel, la desestabilización de la zona.

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