Entrevista a Jordi Arrufat"Las independencias de los países bálticos no fueron fáciles, podían haber terminado como Praga en 1968"
Barcelona-Actualizado a
Entrevistamos a Jordi Arrufat, politólogo y autor de 'La Via Bàltica. El somni d'Estònia, Letònia i Lituània de viure a l'Europa democràtica' (Saldonar) para hablar sobre sus procesos de emancipación nacional, la evolución que han protagonizado desde entonces y las miradas que tienen sobre Rusia y Catalunya.
Politólogo y trabajador del Diplocat, Jordi Arrufat (Tortosa, 1979) aprovechó la liquidación del "organismo" (en expresión de Soraya Sáenz de Santamaría) para emular a los dos millones de estonios, letones y lituanos que en 1989 unieron sus manos en una inmensa cadena humana, la Vía Báltica, para reivindicar la independencia de sus países. La meta se alcanzaría dos años más tarde, en pleno proceso de derrumbe de la Unión Soviética. En 2018 Arrufat recorrió a pie los 690 kilómetros que recorrieron esa enorme cadena humana báltica (fuente de inspiración de la Vía Catalana del 11 de septiembre de 2013) y ha plasmado la experiencia en La Via Bàltica. El somni d'Estònia, Letònia i Lituània de viure a l'Europa democràtica (Saldonar).
Conversamos con él sobre cómo fue el proceso de independencia de estos países y de cómo han evolucionado desde entonces, con la voluntad de huir de la homogeneización en la que demasiado a menudo caemos al hablar de ellos. Todo sin obviar la mirada que mantienen sobre el conflicto catalán las consecuencias de la guerra en Ucrania.
De entrada, ¿qué es lo que le lleva a realizar el recorrido de la Vía Báltica casi tres décadas después de que la hicieran dos millones de estonios, letones y lituanos?
En 2013 se produce la Vía Catalana y en ese contexto conocí a un señor de Estonia que se llama Ülo Laanoja, que sale en el libro y que en 1989 fue uno de los organizadores de la Vía Báltica. En 2013 se presentó en Catalunya sin conocer a nadie para ver si a alguien le hacía falta su conocimiento logístico y me quedé con su historia y su contacto. Tres años más tarde, Otto Ozols, un escritor letón, decidió hacer a pie el recorrido de la Vía Catalana, desde Alcanar hasta el Pertús. También me quedo con la historia. En 2017 yo trabajaba en el Diplocat y me había dedicado durante cuatro años a explicar a los países bálticos, entre otros, los motivos por los cuales Catalunya quería hacer un referendo. Luego salió Soraya Saénz de Santamaría diciendo "Diplocat, en liquidació". Así que me encontraba en la calle y decidí hacer un homenaje a toda la gente que desde los países bálticos se había interesado por lo que estaba sucediendo en Catalunya.
Hay un sesgo generacional muy marcado en relación con la Vía Báltica y los procesos de independencia. Para las personas que la vivieron es muy importante y la tienen muy presente, mientras las generaciones jóvenes casi ni hablan de ella, como si no fueran muy conscientes de ello. ¿Le llamó la atención?
Me sorprendió muchísimo. Soy de las Terres de l'Ebre y allí se sufrió mucho la Guerra Civil y todo el mundo, jóvenes o mayores, te puede hablar de ella, tiene algo que decir. Que llegues allí y tres décadas después no sepan decirte lo que piensan de la Vía Báltica me impactó mucho. Vi que por algún motivo los jóvenes no querían saber de este tema y debía centrarme en personas de más de 40 años. Y esa gente me decían que estaban preocupados por los jóvenes, con el argumento de que no valoraban la libertad y lo que ellos habían pasado.
Uno de los motivos por los que quería hacer el relato es que tenía la sensación de que ni en Catalunya ni en España se conocía bien lo que ocurrió allí. Hay una cierta mística y se piensa que todo fue muy fácil y se logró la independencia cogiéndose las manos y cantando y no fue así. Uno de los mensajes que quiero transmitir es que aquello podía haber terminado perfectamente como en Praga en 1968 o en Budapest en 1956 [con una represión muy dura del ejército soviético] si el golpe de estado de la línea dura soviética contra Gorbachov hubiese triunfado en agosto de 1991.
Tendemos a homogeneizar a los tres estados bálticos, pero destaca que más allá de la ocupación soviética y tener territorios muy planos tienen muchas diferencias. ¿Cuáles destacaría?
Hay diferencias de base histórica y también de los caminos que decidieron seguir después de conseguir la independencia, en 1991. A nivel histórico, la diferencia básica importante es que Estonia y Letonia eran países de tradición alemana, fueron colonizados por los cruzados alemanes durante la Edad Media y había unos señores alemanes que eran terratenientes y tenían la propiedad de la tierra hasta 1918, cuando se independizaron. La religión es protestante luterana y esto es un factor que pesa en la cultura y la forma de actuar de estos países. Lituania, en cambio, era un país católico que estaba confederado con Polonia y el sustrato católico se nota, se ven muchas cruces. Hablando con la gente del campo te das cuenta de que hay un sustrato conservador que hace que no sean tan diferentes al que puedes encontrar en Polonia, si bien no ves euroescepticismo; saben que su futuro es Europa, la alternativa es la esfera rusa y es lo que no quieren.
"Hay diferencias de base histórica y también de los caminos que decidieron seguir después de conseguir la independencia, en 1991"
A nivel político, a partir de 1991 Estonia decidió hacer tabula rasa y empezaron a gobernar los partidos neoliberales. Decidió construir una sociedad totalmente nueva y eso le está dando sus frutos. Al menos a nivel macroeconómico es un país exitoso, si bien también es el país en el que hay más diferencias de renta por género de la Unión Europea. En Letonia los partidos comunistas se pintaron de socialdemócratas y se quedaron en el poder y de los tres es el país que tiene un mayor índice de corrupción. Y también tiene el tema de los rusófonos. En Lituania, aunque [Vytautas] Landsbergis, que es el político que hizo la independencia, era y todavía es un líder moral, su carácter tan autoritario y tan fuerte hizo que su partido, los cristianodemócratas, perdiera las elecciones y entraran los socialdemócratas. Allí ha habido una alternancia de poder entre estos dos partidos, existe un sistema de partidos más consolidado, a diferencia de Letonia y Estonia, donde es más volátil, pero al mismo tiempo la sociedad lituana está más polarizada.
No fueron independencias exentas de sangre y, de hecho, en invierno de 1991 se produjeron una veintena de muertes -14 en Lituania y 6 en Estonia- a raíz de la intervención del ejército soviético. Visto con perspectiva, ¿aquél fue el momento más crítico de estos procesos de emancipación nacional?
Sí. Cuando hablé con la gente me di cuenta de que había dos tipos de narrativas, una cuando se referían a la Vía Báltica, del año 89, el año en que la perestroika y la glásnost permiten que la gente pase de hablar de ecología y medio ambiente a independencia sin miedo. Esto es una época en la que nadie tenía miedo, mientras que en 1991 la gente tenía miedo cuando veía entrar a los tanques. El discurso oficial es que todo fue fácil y bonito, pero cuando hablas con la gente ves que no fue así. Es interesante tenerlo en cuenta. Y es cierto, la gente tenía miedo, pero estaba ahí. Tenía la convicción de que debía hacerlo. En un momento del libro comento una cita del periodista Vicent Partal, que acudió allí en septiembre del 91 -justo cuando los rusos les habían reconocido la independencia-, y dice que de enero a septiembre todo el mundo estaba esperando, pero nadie sabía el que. Que nadie piense que estas cosas van con un plan de ruta bien definido, pero ocurrió lo que ocurrió, el golpe de estado fallido de agosto, que permitió que se abriera la puerta [de oportunidad].
Entrevista a uno de los Hermanos del Bosque de Lituania, que llevaron a cabo una resistencia armada contra la ocupación rusa. Sin embargo, duró poco. Durante décadas, ¿la resistencia activa era inviable?
Intento no compararlo demasiado con el contexto de aquí, pero los Hermanos del Bosque pensaban que Estados Unidos entraría a echar a los soviéticos de los países bálticos, porque no habían reconocido su ocupación. Un poco esperando a que llegara la ayuda de fuera se decidió ir a la lucha armada, como el maquis aquí. No había alternativa, huir era prácticamente imposible. Pero acabaron siendo todos traicionados o detectados por la KGB. Uno de los entrevistados me dijo que en los 70 se dio cuenta de que no había nada que hacer si no era de forma pacífica.
¿Qué explica el despertar nacional de los años 80?
La clave fue que la glásnost permitió primero que la gente no tuviera miedo a hablar de temas medioambientales. Las primeras protestas se realizaron para evitar minas o pantanos. La gente empezó a perder el miedo a reunirse y a partir de ese activismo verde pasaron a hablar de activismo cultural, se empezaban a reunir para cantar canciones. La ocupación soviética aplicó una brutal represión sobre las expresiones culturales, todo lo que eran instrumentos musicales se prohibió y la única forma que tenía la gente de mantener su cultura musical era el canto coral. Que, de hecho, es uno de los rasgos de identidades bálticas. Se pasa de la resistencia medioambiental al activismo cultural y la gente se da cuenta en 1988 de que lo hacen y no pasa nada, porque se aplica la glásnost. Deciden ir un paso más allá y en 1989 denuncian el pacto Mólotov-Ribbentrop con la Vía Báltica.
Toda esta movilización llega en un momento de inicio de derrumbe del poder soviético, en 1989 cae el muro de Berlín, que abre una ventana de oportunidad geopolítica para las independencias. Es un contexto muy distinto a la realidad catalana.
Los bálticos a nivel oficial te dirán que no tienen nada que ver con Catalunya, porque eran países que ya habían tenido la independencia previamente y Estados Unidos nunca dejó de reconocerlas. Pero el discurso oficioso que te hará mucha gente es que se veían reflejados en todas las movilizaciones que había aquí hasta el 2017, a partir de entonces ya es otra historia. El contexto geopolítico e institucional no es el mismo y es difícil comparar casos entre unos y otros, incluso con Escocia, pero si algo puede asimilarnos es el espíritu de querer ser y querer existir. Así como la apuesta por la vía pacífica. También quiero dejar claro que se percibe una admiración por Catalunya en los países bálticos, pero es una minoría; la gran mayoría de la gente no es que esté en contra de la independencia de Catalunya, sino que no tiene una opinión formada.
Los tres países comparten europeísmo, así como la adhesión a la OTAN. ¿El rechazo a Rusia, que también les une, se acentuará a raíz de la guerra en Ucrania?
"También quiero dejar claro que se percibe una admiración por Catalunya en los países bálticos"
Creo que sí. No lo reflejo en el libro, porque lo cerré cuando se iniciaba [el conflicto]. Pero sí ven reflejada su historia en lo que ocurre en Ucrania. Se empezaron a sentir amenazados [por Rusia] en el 2014, a raíz de la ocupación de Crimea. Existe el fenómeno de las unidades paramilitares, con personas que dedican los fines de semana a entrenarse, y se ha incrementado mucho en los últimos meses el número de gente que forma parte de ellas. Lituania, por ejemplo, reparte en todas las casas manuales de defensa civil, de cómo actuar en caso de ser agredidos por un país externo, que nunca se menciona pero que obviamente siempre se piensa en Rusia. La constitución lituana dice que todo lituano tiene derecho y deber de proteger al país en caso de agresión externa y esto es herencia de todo este pasado. Yo hace muchos años que voy y no me deja de sorprender que allí tener un arma es mucho más fácil que aquí, sin llegar al nivel de Estados Unidos.
¿La situación actual puede tener consecuencias para las comunidades rusófonas de Letonia y Estonia, que también han sufrido discriminaciones desde las respectivas independencias y han llegado a no tener la categoría de ciudadanos de pleno derecho?
Solo pude entrevistar a una persona de origen ruso y por boca de él sé que los miembros de su colectivo están desencantados de cómo se les ha tratado, porque han vivido allí toda su vida, han pagado impuestos y no tienen todos los derechos. La otra parte te dirá que solo tiene que pasar un examen de idioma. Me hubiera gustado preguntarle a alguien cómo es que no hacéis este examen de idioma, pero no me he encontrado a nadie que quiera contestármelo. Pero sí me dio la impresión es que no se les puede considerar quintacolumnistas, aunque culturalmente estén cerca de Rusia. Saben que, a pesar de tener estos problemas a niveles legal y social, tienen mucho más derechos que los que podrían tener en Rusia. En los años 90 se marchaba mucha gente desde Estonia y Letonia hacia Rusia, en los últimos años ya ha habido el efecto contrario.
Muchos de los testimonios hacen referencia al creciente individualismo que viven sus sociedades y lamentan la pérdida de cierto sentimiento colectivo y comunitario, seguramente consecuencia del cambio de modelo económico. Pese a todo, ¿es una cierta nostalgia de la época soviética?
Nadie me mencionó que echaran de menos la época soviética, en todo caso me decían que echaban de menos la época de los años 1988-1989, por el sentimiento colectivo que había, con un objetivo común y en el que sobre todo la gente confiaba en los demás. Ahora todo es muy individualista, de búscate la vida y el apoyo del estado es limitado. Son países que si los comparas con los estados que formaron parte de la Unión Soviética todos los indicadores son positivos, son historias de éxito, pero si lo miras en el contexto europeo depende ya de cómo lo mires. Depende de si miras datos macroeconómicos, de paro, de inmigración y emigración, el papel de la mujer... es cierto que la mujer tiene un papel relevante en la sociedad, pero también que en Estonia la diferencia de salarios es muy significativa.
"Nadie me mencionó que echaran de menos la época soviética, en todo caso me decían que echaban de menos la época de los años 1988-1989, por el sentimiento colectivo que había"
En Letonia todo el mundo habla del tema de los rusófonos, y nadie habla del tema de los derechos LGTBI. Estonia reconoce parejas de hecho homosexuales, pero no matrimonios, Letonia y Lituania ni eso. Es un drama. En Letonia hace pocas semanas por primera vez ha entrado en el Parlamento un partido verde y progresista, pro derechos LGTBI, algo que nunca había ocurrido en los países Bálticos. Y estaban negociando para entrar en el gobierno, que sería bastante significativo. Había partidos verdes, pero conservadores, y paridos progresistas, pero sin el tema LGTBI como prioritario.
¿El problema demográfico, la pérdida de población, es la gran preocupación compartida de estos países?
El tema demográfico es muy significativo porque han tenido mucha pérdida de población, no solo por los pocos nacimientos, sino también porque mucha gente se ha ido para buscarse la vida, sobre todo a partir del 2008, con la crisis. Sin embargo, ahora empezaba a haber un cierto repunte demográfico, sobre todo en Estonia, con más entradas que salidas de población y con cierta diversidad, la gente que llegaba no era sólo estonia. Letonia y Lituania habían detenido la sangría demográfica. No sé cómo evolucionará esto en el contexto actual.
La extrema derecha tiene peso en algunos países bálticos. ¿Se percibe como un problema?
Creo que está bastante normalizada. Como la sociedad es más conservadora que aquí, no se percibe como un problema tan grande. Hay dos partidos ultraconservadores importantes en la zona, en Estonia está el EKRE y en Letonia la Alianza Nacional, un partido que ha formado parte del gobierno en los últimos 15 años y eso le ha hecho moderar mucho su discurso.
¿Qué evolución futura prevé de los tres países? ¿Ganarán peso los derechos sociales? ¿Se abordará la desigualdad económica?
Me es difícil prever el futuro, pero no tengo la sensación de que las desigualdades sociales a nivel económico sean una prioridad que se quiera o pueda afrontar de hoy para mañana. Sí tengo la percepción de que los temas de derechos civiles sí pueden abordarse. Está subiendo gente joven que ha viajado por Europa y lo ve diferente y más temprano que tarde a nivel de derechos civiles se irán equiparando al resto de Europa.
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