¡Goudou, goudou! 12 de enero de 2010, 16.53 horas. La tierra brama en Haití durante 35 segundos y se traga su capital. Lo hace con tal fiereza que en Puerto Príncipe muchos se creen protagonistas del fin del mundo.
El país más pobre de América Latina, gran desheredado del hemisferio occidental, tardará décadas en olvidar ese sonido desgarrador, el goudou goudou que cambió sus vidas. El terremoto de 7,3 grados en la escala de Richter mató a miles y miles, entre 230.000 y 300.000 personas. Jamás se sabrá la cifra exacta. La implacable naturaleza les robó el futuro y también hirió a más de 300.000. Otros 4.000 han quedado mutilados para siempre.
'Vivo como un animal. Todo cambió para siempre', dice Brunette
Alrededor de 105.000 viviendas resultaron totalmente destruidas, aplastando entre sus entrañas a gran parte de las víctimas. Otras 208.000 sufrieron daños muy graves. Millón y medio de personas se convirtieron en fantasmas que vagaban por las calles buscando un sitio para dormir. Así nacieron los improvisados campamentos de desplazados, que hoy ya no son improvisados. Se han convertido en su hogar mínimo. Las autoridades contabilizan 1.150 campamentos, con 185.000 tiendas de campaña para 810.000 personas, casi medio millón menos que al principio de su apocalipsis.
Brunette Touissaint, de 37 años, es una más entre esos 800.000. Frota y frota su ropa en una palangana dentro de su tienda de madera. Un camastro y poco más. Destaca un trozo de espejo, lo único que quedó de su casa tras el terremoto. Tan resquebrajado como su vida. 'Vivo como un animal. Todo ha cambiado para siempre. ¡Qué difícil es ahora todo!'. A su marido Patrick le perdió durante los 35 segundos más largos de su vida. Jamás supo dónde fue a parar su cadáver. Le quiso, y mucho, pero hoy no tiene intención de recordarle: 'Rezaré a Dios para que otro hombre entre en mi vida', dice sin mucha convicción, domada por el hastío. Brunette baja la cabeza. Una canción, compuesta en horas de soledad, se le escapa de los labios: 'No puedo olvidar ese día. Cómo voy a olvidarlo. Mi vida es ahora tan trágica como fue aquel día'.
A Darlens le amputaron una pierna, pero mira hacia el futuro
No estamos en el infierno de Dante, aunque lo parezca. El país orgulloso de los mandingas y los cimarrones, primera república negra del mundo, segunda nación independiente del continente, lucha desde hace un año para ponerse en pie, pese al desgarro de personas como Brunette. 'Juro ante Dios que jamás recibí ninguna ayuda. Esta casita me la hizo mi cuñado. Y la comida me la entregan amigos y vecinos'. Brunette no cree ni de lejos que dos millones de haitianos todavía reciban comida de la ONU. 'Yo jamás la tuve. Lo único que me entregan es agua para bañarse, no para beber'.
Brunette y el país entero se enfrentan a la gran oportunidad histórica para revertir siglos de injusticia, pobreza perpetua decretada por los poderosos: el 10% de las familias más ricas controlaban el 68% de la renta familiar. Y el 67% de la población malvivía con dos dólares al día. El terremoto salvaje enflaqueció aún más su paupérrima economía: 7.804 millones de dólares perdidos, ligeramente por encima del PIB de 2009.
Haití se convirtió sin quererlo en el tubo de ensayo del fin del mundo. Un año después, la situación ha mejorado porque es imposible estar peor que aquel martes maldito. Pero hoy se ha transformado en el laboratorio fallido de la reconstrucción, pese al empeño internacional y de las ONG, que de forma masiva, y exagerada, han tomado el país.
El país caribeño comenzó hoy a recordar a sus muertos, pero muchos siguen rezando por sus vivos. El presidente René Préval encabezó la ofrenda floral en la antigua fosa común de Titanyen, sembrada de cruces a última hora. Otros homenajes se sucederán a lo largo del miércoles. Entre ellos, los dirigidos por una pléyade de pastores apocalípticos que atemorizan a sus paisanos, aprovechándose incluso de los informes geológicos que aseguran que Haití tiene un 100% de posibilidades de sufrir otro terremoto parecido.
Haití se convirtió sin quererlo en el tubo de ensayo del fin del mundo
Y realmente hay que ser muy sensato para no creer que cuatro jinetes del Apocalipsis, en su versión más cruel, recorren de nuevo las devastadas calles y llanuras de Haití. Al demoledor terremoto y a la pobreza de siempre se sumó el 19 de octubre un enemigo insospechado: el cólera. A la epidemia, que parece controlada tras matar a 3.732 personas, nadie la invitó. Pero amenaza con quedarse. Y convertirse en un mal endémico como lo es también la política nacional.
El cuarto jinete apocalíptico cabalga desbocado desde siempre. Los sucesores de los grandiosos padres de la patria haitiana, Toussaint-Louverture y Dessalines, se han empeñado en deshonrarles década tras década. Y en las últimas semanas han acelerado su galope. La primera vuelta electoral para elegir presidente quedó marcada por el fraude, donde los muertos votaban y los vivos no podían hacerlo. Algunas urnas ya estaban llenas desde la mañana o se aprovechaba cualquier descuido para introducir las papeletas de Jude Celestin, yerno de Préval. Los votos se compraban. Estas irregularidades han prolongado aún más la parálisis institucional del país.
Darlens Saint Fleur ni entiende ni quiere saber de política. A él le gusta el fútbol, Brasil y el Barça. Su padre, uno de los oficiales de policía que arría las banderas haitianas del Palacio Presidencial, le rescató entre los escombros de su casa transcurridas 72 horas de la gran tragedia. Nada pudo hacer por su madre y su hermano.
A Darlens le amputaron la pierna izquierda en República Dominicana. Pero este niño de 10 años, la nueva estirpe de héroes haitianos, sólo mira hacia el futuro. Y lo hace armado con su enorme sonrisa. Los ojos de la esperanza. En el hospital de la Comisión Europea de Ayuda Humanitaria se deshacen con Darlens. Es inteligente, aprende enseguida, un ejemplo para los demás. Y quiere ser médico. Para él, goudou goudou ya no es el bramido aterrador de la Tierra. Ahora se ha transformado en los aullidos de admiración que estallan por toda la ciudad cada vez que Messi se cose el balón a su bota y acelera buscando la portería. Hoy, un año después, hasta goudou goudou comienza a sonar distinto en el Haití de Darlens.
1 El impacto
Además de su coste en vidas humanas, el terremoto supuso unas pérdidas para el país más pobre de América Latina de 5.900 millones de euros. Hubo 105.000 hogares destruidos y otros 208.000 dañados severamente. El 23% de las 5.000 escuelas existentes resultaron afectadas.
2 El cólera
A la tragedia causada por el seísmo se sumó una epidemia de cólera –enfermedad que no se había dado en Haití en décadas– que ha matado a 3.732 personas desde octubre de 2010 y mantiene hospitalizadas a otras 99.631.
3 La promesa
En marzo de 2010, la comunidad internacional prometió en una conferencia de donantes 5.300 millones de dólares para 2010-11 (la mitad de los cuales ya ha sido aprobada por los gobiernos donantes, según el Banco Mundial) y otros 11.000 millones para los siguientes diez años.
4 La reconstrucción
El seísmo dejó 20 millones cúbicos de escombros. Oxfam dice que sólo el 5% ha sido retirado y sólo el 15% de las casas requeridas han sido construidas. Según la Organización Internacional de Migraciones, 810.000 personas siguen viviendo en campos de desplazados. Algunos tienen poca esperanza de trasladarse a refugios de transición u hogares semipermanentes. Otros no quieren porque reciben en los campos servicios básicos que antes no tenían.
5 Las escuelas
Se han construido 1.500 escuelas temporales para el 95% de los niños que ya estaban escolarizados.
6 La república de las ONG
Más de 10.000 organizaciones trabajan en reconstrucción y desarrollo. La falta de coordinación es uno de los aspectos más criticados.
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