La recomendación del Fondo Monetario Internacional (FMI) se emitió días antes de la caída del Silicon Valley Bank (SVB), aunque es una vieja reivindicación de economistas alejados del dogma de los neoliberales que no suele ver excesos del capitalismo en las tormentas crediticias como la de 2008, o en las actuales turbulencias que desvelan que el efecto dominó que afecta ya a cuatro bancos americanos está lejos de ser un mero amago financiero provocado por la mala gestión de sus activos. Las voces que, desde el FMI, apuestan por un giro sustancial de las ortodoxas y herméticas tácticas de los halcones conservadores de los bancos centrales (los defensores a ultranza de mantener a raya la inflación, en cualquier contexto) parecen haber elegido el momento idóneo para su implantación.
La ocasión lo merece. Las subidas de tipos sin techo se siguen produciendo bajo el argumento de unas inflaciones desbocadas a uno y otro lado del Atlántico y entre las potencias industrializadas.
Quizás no sea el instante adecuado para que el recetario neoliberal haga su exhibición de fuerza mayor, dada la tensión financiera, bancaria y crediticia que ha crecido como la espuma y se encuentra detrás del estrés de solvencia y de liquidez manifestada por las entidades en quiebra de EEUU. Pero tampoco es menos cierto que a sus detractores (las palomas que también habitan en esos mismos bancos centrales), no los ha acompañado precisamente la suerte: su último intento de que las subidas de tipos se decretaran por las expectativas de inflación (uno de los recientes consejos del FMI para sacar del atolladero actual a los organismos de regulación por la crisis en ciernes en EEUU) cayó en saco roto.
Fue en el último tramo de 2021. Semanas antes de que la Reserva Federal iniciara la escalada de tipos que mantiene en curso. Entonces, tanto la Fed como el BCE calificaron la espiral de precios iniciada en verano (por los primeros reajustes drásticos en el grifo energético ruso hacia Europa previos a la invasión de Ucrania) como unos "repuntes pasajeros" de los IPC. Meses después, ya con una confrontación armada abierta y con efectos geopolíticos inciertos en Europa, se comprobó que la inflación había vuelto para quedarse, después de cuatro décadas casi ausente de los cuadros macroeconómicos occidentales.
"La inflación está de regreso tras décadas de aquiescencia para demostrar a los bancos centrales que deben cambiar sus planteamientos monetarios", avisa el FMI
El debate fue lanzado este mismo mes de marzo por Markus Brunnermeier en la revista Finance & Developtment del FMI. Brunnermeier es profesor de la escuela de negocios Edward S. Sanford de la Universidad de Princeton, y, como todas las opiniones académicas, el Fondo se encarga de explicar que no necesariamente está de acuerdo con los análisis vertidos en el texto, aunque no todos los diagnósticos entran en su circuito oficial. Brunnermeier afirma que la inflación está de regreso tras décadas de aquiescencia para demostrar a los bancos centrales que deben cambiar sus planteamientos monetarios. Y dejar atrás la escuela de un modelo unificado que recomienda responder con subidas de tipos ante tasas inflacionistas fuera de los límites estatutarios fijados a estos organismos de supervisión financiera.
"Ahora, con la galopante y renovada inflación" encima de las mesas de discusión de sus comités ejecutivos, es el momento de revisar las directrices intelectuales que les han ocupado desde el estallido de la crisis crediticia de 2008, y a las que se han añadido "asuntos ineludibles como las potenciales y desastrosas consecuencias económicas del cambio climático", dice sin tapujos.
El FMI pone el sello oficial al debate
Casi en paralelo a esta crítica a la razón pura de los bancos centrales del profesor de Princeton, Gita Bhatt, directora de la institución, editora de la newsletter del Fondo y una de las asesoras más directas de la economista jefe del organismo, Gita Gopinath, dejaba constancia en el blog oficial de las nuevas preocupaciones que han aflorado en las autoridades monetarias, de las que (admite, parodiando a Alice Rivlin, vicepresidenta de la Fed en los años noventa) "tienen como trabajo la constante preocupación". Pero Bhatt advierte a los bancos centrales de la necesidad de "repensar sus modelos de conducta y explorar las dinámicas inflacionistas", en aras de ese pensamiento habitual que los acompaña en su gestión diaria.
La inflación "es una de esas varias preocupaciones", aunque no la única, enfatiza Bhatt, en medio de unos "cambios económicos fulgurantes que les ha dejado con escaso margen de maniobra a la hora de perfilar sus respuestas monetarias". Desde la desglobalización al cambio climático, las sociedades cada vez más envejecidas -al menos en la órbita industrializada- o el advenimiento del dinero digital. "Fuerzas estructurales que han puesto en cuestión tanto sus mandatos como su independencia de las presiones políticas y financieras".
Gopinath también entra en el debate e incide en que el mundo "asume cotas adicionales de complejidad a marchas forzadas", lo que implica mejoras de los instrumentos económicos para un cálculo más correcto de medición de la inflación. En línea con la idea de Brunnermeier de dar respuestas a una etapa post-pandémica de espiral de precios, bajo dinamismo económico y alto endeudamiento. Con espíritu reformista. Como "quince años atrás vieron la urgente necesidad de incorporar la estabilidad financiera y la deflación a sus preocupaciones tradicionales", dos de sus herramientas menos convencionales, que se unieron al sacrosanto criterio de mantener a raya los precios.
El problema actual se agrava con "una deuda pública en cotas inabarcables con tipos de interés al alza que la hace aún más cara y con efectos fiscales adversos que podrían contravenir la acción de gobiernos, por mucho que los estímulos de la Gran Pandemia también hayan contribuido al repunte de la inflación". Un fantasma que ha resurgido tras cuatro décadas y que ha camuflado el riesgo deflacionista de hace un lustro, explica Brunnermeier, quien avisa de que "la naturaleza y la frecuencia de los shocks han cambiado" y ya no se puede hablar en exclusiva de altibajos más o menos bruscos de la demanda para justificar la relación tipos de interés-inflación. Porque ya en la crisis petrolífera de los setenta se produjo una estanflación por disrupciones, como las de ahora, del lado de la oferta.
Una mayor interacción entre las políticas monetarias y fiscales que deje atrás el predominio de la estabilización de los precios
El académico de Princeton da un tirón de orejas a la independencia de los bancos centrales. En su opinión, es necesaria una mayor interacción entre las políticas monetarias y fiscales que deje atrás el predominio de la estabilización de los precios por encima de la creación de empleo o del dinamismo económico, los otros dos grandes objetivos a los que también deben atender, según sus mandatos. Lo cual -aclara- no debe hacerles dudar de una aparente falta de autonomía. "Los bancos centrales deben mantener la opinión pública de su lado, por ser esta la última y más real fuente de su poder e independencia". Y, por tanto, atender a un mayor abanico de análisis, desde garantizar unos sistemas bancarios bien capitalizados hasta extirpar activos tóxicos porque estos asuntos podrían implicar subidas de tipos más agresivas en casos de inestabilidades financieras.
Pero también deben velar por no caer en una "vinculación perversa" entre política monetaria y estabilidad financiera. Los bancos centrales "operan en un ambiente de elevado endeudamiento y primas de riesgo sobre activos que se tambalean con frecuencia y precios distorsionados que acaban drenando la liquidez del sector privado y provocando crisis sistémicas". Y "siempre existen tensiones compensatorias entre los objetivos de estabilidad financiera y de precios, incluso en el largo plazo", alerta Brunnermeier, para quien esta colisión tampoco debe entenderse como una afrenta a su independencia monetaria.
Buena parte de estos escollos y de las amenazas latentes o evidencias ocasionales que surgen a modo de alteraciones o tormentas financieras más o menos extensas o con una mayor o menor capacidad de contagio "están causada por la cerrazón de los bancos centrales a abandonar sus tradicionales diagnósticos y no fijarse en las expectativas de inflación", señala Brunnermeier. De ahí que convenga en que restablecer esta meta -en vez de los rigurosos datos mensuales sobre las evoluciones de sus IPC- "sea una prioridad central".
Los tipos de interés deben moverse cuando surjan 'flashes' de advertencia y teniendo en cuenta las perspectivas futuras que generan en hogares y en los mercados
A su juicio, sus decisiones monetarias sobre abaratar o encarecer el precio del dinero "no deben ni pueden decidirse solo por lo que ocurra en cada dato de inflación, sino que, más bien, tendrían que actuar tan pronto como surjan los flashes de advertencia o de relajación" y tener en cuenta, además, las perspectivas de futuro que los precios generan sobre los hogares y los mercados de capitales. Además de valorar exhaustivamente "las condiciones agregadas de la demanda y del precio de los activos".
Cuatro [bancos] en raya, sin control de inflación
Los consejos del FMI encajan como un guante en la mano que ha mecido la cuna de la reciente crisis bancaria desatada en EEUU y que ha tenido que poner bajo revisión a su sistema financiero ante el colapso, en realidad, de cuatro bancos, y las similitudes que han surgido con el tsunami financiero de 2008.
La rapidez ha sido el denominador común en la quiebra de cuatro bancos americanos. En apenas once días de marzo, y con alguno más en situación extrema, que ha devuelto la tensión inversora a las plazas bursátiles y ha puesto en alerta a la Administración Biden, empresas y reguladores del principal mercado del mundo. Porque la inestabilidad financiera en ciernes no solo afecta a Silicon Valley Bank (SVB). Silvergate Capital, banco proveedor de servicios de infraestructuras financieras, fue el primero en quebrar, el 8 de marzo, solo unos días antes de la salida masiva de depósitos del SVB, que ha pasado por considerarse el Lehman Brothers de la tormenta actual, casi quince años después de la nacionalización del banco de inversión americano. Aún bajo la Administración Bush.
La caída de Silvergate Capital, sociedad de cartera de Silvergate Bank, ocurrió por su exposición a la cripto-industria y recibió la autorización de la Fed para acudir a la FDIC o la Federal Deposit Insurance Corp -poseedora de los fondos de garantía recíproca- y discutir las fórmulas de gestión que evitaran su suspensión de pagos. Pero sin éxito. Porque la entidad con sede en La Jolla, en California, no pudo superar el escrutinio de los reguladores ni la investigación del Departamento de Justicia por fraude en la causa abierta contra Sam Bankman-Fried tras el doble default de los gigantes cripto FTX y Alameda Research, al comienzo del reciente invierno. El 8 de marzo arrojó la toalla, suspendió operaciones y se liquidó el banco.
Con el obituario de Sivergate todavía sin escribir, los inversores y depositantes del SVB pusieron ese mismo día en venta 225.000 millones de dólares de acciones y admitió significativas pérdidas de sus carteras de inversión. Los activos del banco descendieron un 60% en las siguientes fechas y colapsó en pleno diálogo de rescate con la FDIC. Y First Citizens BancShares, uno de los grandes compradores de préstamos fallidos, "todavía mantiene esperanzas de acordar" la absorción del SVB, admitían fuentes familiares próximas a la negociación a Bloomberg.
Signature Bank es el tercero en discordia. También con una alta exposición a los criptoactivos. Los reguladores federales dijeron haber perdido, de inmediato, durante sus conversaciones para el rescate, su fe en el liderazgo del banco y en sus niveles de liquidez y solvencia. Varios de los depósitos del Signature Bank fueron adquiridos por New York Community Bancorp Flagstar Bank el 19 de marzo: 38.000 millones de activos, incluidos 25.000 en cash y 13.000 en préstamos ya bajo la vigilancia de la FDIC. Además de responsabilidades por 36.000 millones.
El mismo día que UBS entró, con presiones monetarias, políticas y económicas de por medio, en el accionariado de Credit Suisse, que venía mostrando debilidades en los mercados desde el pasado verano, por 3.200 millones de dólares, el coste de eludir una nacionalización parcial de la histórica entidad helvética, que ha sucumbido tras más de 166 años de historia.
First Republic ha sido la última víctima del marzo negro bancario en EEUU, y el caso más flagrante del contagio de sus tres rivales nacionales, que llevaron a las autoridades federales a intervenir para evitar potenciales salidas de depósitos de 89.000 millones de dólares. Hasta once entidades prestamistas americanas intentaron remolcar, en vano, al banco con sede en San Francisco, con 30.000 millones de inyecciones de liquidez, por las elevadas necesidades crediticias otorgadas a las élites tecnológicas y otros grandes patrimonios individuales, según las partes involucradas en este diálogo dirigido a lanzar un último salvavidas a First Republic.
Un rescate público-privado se aprestan a interpretar las mentes liberales y obviando el retroceso fulgurante de las notas de calificación de las principales agencias de rating cavó su propia tumba.
El colapso bancario airea el dilema de los bancos centrales de primar la estabilidad financiera o combatir la inflación y deja traslucir la conveniencia de que operen con expectativas de precios
Todos ellos han sucumbido en un clima de subidas desaforadas de tipos de interés por parte de la Fed, que han acelerado las tensiones de liquidez y solvencia de los bancos en suspensión de pagos y elevado su exposición en los mercados de deuda. De ahí que en entidades como Bank of America se decanten por la teoría Brunnermeier y anticipen que la Fed "dejará de priorizar" la batalla contra la inflación por las expectativas a medio plazo de la evolución de precios.
Pese a que su presidente, Jerome Powell, haya dejado entrever que habrá otro movimiento de cuarto de punto adicional. O a pesar de que el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, pusiera el dedo en la llaga al admitir que "ciertos bancos podrían estar especialmente vulnerables a subidas de tipos". Entre ambos plantean el dilema al que se enfrentan los bancos centrales y que trata de resolver el debate creado por el FMI -la difícil elección entre estabilidad financiera o alta inflación- cuya incógnita podría despejarse con nuevos parámetros monetarios, cálculos e instrumentos de mayor precisión y, sobre todo, barajar unas expectativas a medio plazo de los precios.
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