parís
La fulgurante irrupción de Vox en las elecciones andaluzas, con 12 diputados y cerca de 400.000 votos, ha terminado con la excepción española. La ultraderecha ha dejado de ser extraparlamentaria en España y el partido de Santiago Abascal amenaza con irrumpir con fuerza en mayo a nivel municipal, autonómico y europeo. Una agenda política en la que la cuestión territorial continuará siendo central —el juicio contra los dirigentes independentistas catalanes empezará en febrero— favorece sus perspectivas electorales. La crisis interna en Podemos y los titubeos hacia el centro del gobierno de Pedro Sánchez dificultan una respuesta de la izquierda ante el auge de la extrema derecha. Ante este panorama poco alentador, ¿cómo confrontarse a la extrema derecha?
Tras casi cincuenta años de lepenismo, Francia se ha convertido en uno de los países paradigmáticos del auge de la ultraderecha. Fundado en 1972, el Frente Nacional (ahora Reagrupación Nacional, RN) arrastró el debate político francés hacia la derecha. Las cuestiones sobre inmigración, seguridad y la laicidad —el eterno debate sobre el islam— ocuparon un espacio central. Esta formación xenófoba y ultranacionalista llegó a la segunda vuelta de las presidenciales francesas en dos ocasiones: 2002 y 2017. Aunque Marine Le Pen consiguió más de 10 millones de votos, y el 33% de los sufragios, su partido cuenta con una escasa presencia institucional. Solo dispone de ocho diputados (de un total de 577) en la Asamblea Nacional y gobierna en 14 localidades.
De hecho, el sistema electoral a doble vuelta y el miedo que el lepenismo provoca entre la mayoría de los franceses han impedido la llegada al poder de la Reagrupación Nacional. A diferencia del caso del PP y Ciudadanos en España, la negativa de prácticamente todos los partidos franceses de aliarse con la ultraderecha refuerza este cordón sanitario. ¿El frente republicano francés es una buena solución para frenar a la extrema derecha? ¿Cómo se pueden contrarrestar las propuestas de la ultraderecha? ¿Cuál debe ser el rol de la izquierda?
Un frente republicano cada vez más cuestionado
Tras el shock generado por la llegada inesperada de Jean-Marie Le Pen a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, la derecha gaullista y el Partido Socialista se unieron para hacer frente a la extrema derecha. Desde entonces, esta táctica ha sido recurrente entre los grandes partidos. Aunque el partido de los Le Pen ha obtenido poquísimos puestos de poder, sus resultados electorales no han dejado de mejorar durante las dos últimas décadas. Lo que multiplica las dudas en Francia sobre la conveniencia de los cordones sanitarios.
“El frente republicano es inoperante y peligroso ya que no se cura una grave herida poniéndole una manta encima”, asegura a Público Willy Pelletier, coordinador de la Fundación Copernic, un espacio de reflexión de la izquierda francesa. Este sociólogo lamenta que las estrategias electorales hayan primado en lugar de la necesidad de resolver las “causas sociales” del voto a la Reagrupación Nacional, ya que “no todos sus votantes son racistas ni adhieren a los valores xenófobos de esta formación”. “Nos hemos concentrado excesivamente en los diques en lugar confrontarnos con las cuestiones de fondo que favorecen la ola de la extrema derecha”, afirma Marine Tondelier, concejala de oposición para los verdes franceses en Hénin-Beaumont (norte de Francia), la principal localidad dirigida por la Reagrupación Nacional.
Según el politólogo Jean-Yves Camus, director del Observatorio de las radicalidades políticas de la Fundación Jean-Jaurès, los principales partidos franceses “se han acomodado en una posición perezosa, ya que consideran que la Reagrupación Nacional no tiene ninguna posibilidad de ganar”. “Dado que no hay un sistema electoral proporcional, creen que siempre habrá una mayoría alternativa y para ellos su objetivo ha sido llegar a la segunda vuelta de las elecciones y entonces confrontarse con la extrema derecha”, añade.
“El liderazgo de los partidos antisistema”
Camus también lamenta que las formaciones “se hayan conformado con condenar moralmente las posiciones de la extrema derecha y decir que estas son irrealizables”. Según Pelletier, “ha habido una cruzada moral que ha exasperado a los votantes de Le Pen”, la mayoría de los cuales pertenece a las clases trabajadoras. Aún más contundente se muestra el geógrafo Christophe Guilluy, teórico de la Francia periférica. “La religión de lo políticamente correcto se ha convertido en un arma de clase muy eficaz contra las antiguas clases medias”, asegura Guilluy en su último libro No society, en el que advierte sobre un uso de un “antifascismo de pandereta” de la parte de la burguesía para estigmatizar a las clases trabajadoras francesas.
Apartado de los puestos de poder por el sistema electoral y condenado moralmente, la Reagrupación Nacional se ha convertido en el partido outsider por antonomasia. Esto le ha servido para canalizar el descontento. “La RN consiguió hacerse con el liderazgo de los partidos antisistema”, lamenta Tondelier. “Muchas personas votan a la extrema derecha para hacerle una peineta al sistema”, explica Pelletier.
Pese a tener una presencia institucional escasa, “la extrema derecha ha impuesto durante años su agenda”, reconoce Tondelier. Según el sociólogo francés Éric Fassin, “el gran error de los partidos franceses fue considerar que no debían dejar en manos del Frente Nacional sus postulados xenófobos y aceptar que había un problema con la inmigración”. “Una vez empezamos a hablar el lenguaje de la extrema derecha, hemos perdido, ya que la principal batalla es ideológica”, añade este experto en temas sobre feminismo, antirracismo y populismo. Fassin lamenta, asimismo, las escasas diferencias en la política migratoria entre la Italia de Matteo Salvini y la Francia de Emmanuel Macron, que también se opone a acoger a las embarcaciones humanitarias y el año pasado aprobó una restrictiva ley migratoria.
¿Cómo debe hacerle frente la izquierda?
“Lo más preocupante es que las ideas de la ultraderecha se están propagando en otros partidos”, advierte Pascal Debay, dirigente confederal de la CGT, quien se encarga de organizar talleres de educación popular a través del colectivo nacional de lucha contra la extrema derecha de este sindicato, uno de los más importantes del país. “Durante mucho tiempo, nos dedicamos a luchar contra la extrema derecha a través de la moral, pero ahora intentamos analizar sus programas. Demostrar a través de lo concreto los efectos negativos de sus políticas”, explica Debay.
De hecho, según Camus, una buena forma de confrontarse con la extrema derecha consiste en “coger los programas de los partidos populistas identitarios y demostrar punto por punto por qué sus propuestas resultan contraproducentes”. En cambio, según Pelletier, para frenar a la ultraderecha, “la izquierda debe erigirse en una solución de gobierno creíble y saber transmitir a todas las clases populares que sufren por las mismas causas, es decir, las políticas neoliberales y el aumento de las desigualdades”.
Un buen ejemplo de ello fue la excelente campaña de Jean-Luc Mélenchon (republicano y socio-ecologista) en las pasadas elecciones presidenciales francesas en la primavera de 2017. Su habilidad oratoria, el excelente uso que hizo la Francia Insumisa de las redes sociales o una inteligente adaptación de las tesis del populismo de izquierdas a la tradición republicana francesa. Fueron algunas de las claves de la remontada de Mélenchon. Aunque se quedó a las puertas de la segunda vuelta, con el 19,5% de los sufragios, su campaña contribuyó a que Le Pen obtuviera un resultado inferior al esperado (21,3%), mientras que los sondeos a principios de ese año le daban el 25%.
En una escala inferior, otro caso significativo es el de François Ruffin, diputado de la Francia Insumisa y figura emergente la izquierda francesa. Tras una intensa y original campaña, este periodista y autor del exitoso documental Merci patrron! (¡Gracias jefe!) logró ser elegido en junio de 2017 en una circunscripción del norte de Francia, en la periferia de Amiens, en la que Le Pen había conseguido el 29% de los votos pocas semanas antes. Arrasó en aquellas mismas localidades víctimas de la desindustrialización, como Flixecourt, donde la líder de la ultraderecha había conseguido hasta el 41% de los sufragios en la primera vuelta de las presidenciales.
¿Cuál fue su receta? Según explicaba Ruffin en junio del año pasado en un artículo en Le Monde Diplomatique, “al FN se le combate abriendo otra vía a la indignación, a la esperanza. Ofreciendo un conflicto distinto al que confronta a los franceses con los inmigrantes”. Abriendo otra puerta que saque a las clases trabajadoras del bucle de resignación e indiferencia.
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