Washington
En medio de la emergencia sanitaria por la pandemia de coronavirus, Washington sufre el embate de otra pandemia particular que nada tiene que ver con el vaivén de la naturaleza: los asesinatos. La alcaldesa de la capital de Estados Unidos, la demócrata Muriel Bowser, tuvo que declarar el miércoles pasado el estado de emergencia de salud pública ante el elevado número de homicidios que asuela Washington. La ciudad, de 700.000 habitantes y una de las más violentas del país, lleva más de un año subida a una ola de asesinatos que parece no tocar techo nunca: acabó 2020 con 200, la cifra más alta en 15 años, y en lo que llevamos de 2021 lleva ya 27, un 23% más que el año pasado en el mismo período, según el Departamento de Policía del Distrito de Columbia.
El colectivo local del Black Lives Matter desconfía del anuncio realizado por Bowser, a quien han acusado de no haber financiado las políticas y normativas municipales sobre criminalidad aprobadas en los últimos años. "A la alcaldesa Bowser le importa un pepino el índice de homicidios de la ciudad", decía un mensaje de Twitter publicado el miércoles mientras la propia alcaldesa ofrecía la rueda de prensa para anunciar la emergencia de salud pública.
Bowser admitió en su comparecencia pública que la capital necesita un enfoque diferente, más plural y holístico, y reconoció que tratar de combatir el crimen simplemente con más policías en las calles ni ha frenado ni reducirá las escalofriantes cifras. Pero no sólo alarman los datos sino también el perfil de los crímenes. Según el registro de la web DC Witness, la edad media de los 27 asesinados este año es de 28 años y hasta hay una chica de 18, otro de 17 y hasta dos chicos de 15, cuyas muertes a finales de enero y producidas en el plazo de cinco días conmocionaron la capital.
En el caso del último, Dayvon Lewis, fue asesinado en un coche a las 19.00 horas. Ese mismo día hubo otros dos asesinatos más. Todos ellos en el sudeste de la capital, una zona fundamentalmente negra y empobrecida. La mayoría de los homicidios tuvieron lugar en esta área y en el noreste de la capital, otra zona de características demográficas y de renta similares. De hecho, el 95% de los asesinados en Washington en 2020 fueron negros, a pesar de que éstos representan algo menos de la mitad del censo.
Y todo esto sucede en una ciudad donde es ilegal sacar un arma a la calle. Sin embargo, según el Washington Post, el año pasado 922 personas recibieron un disparo el año pasado, una cifra que no sólo representa un 33% más que en 2019 sino que implica que uno de cada 760 habitantes de la capital fue tiroteado en algún momento de 2020.
Desempleo, pobreza y acceso a la salud, en el centro
Para empezar a abordar esta ola de crímenes, el gobierno del Distrito de Columbia ha elaborado un programa dotado inicialmente con 15 millones de dólares (unos 12,4 millones de euros). Según Bowser, el centro de esta estrategia local para combatir los asesinatos será un "centro de operaciones de emergencia para la prevención de la violencia con armas de fuego", que estará dotado con personal municipal fundamentalmente de áreas no policiales como "la educación, la formación laboral, el asesoramiento de salud mental o la vivienda".
La recién nombrada directora de este centro, Linda K. Harllee Harper es una alta funcionaria del Departamento de Servicios de Rehabilitación Juvenil de Washington. Harper señaló que el objetivo es "atacar las causas fundamentales de la violencia con armas de fuego antes de que se produzca. Para ello, el centro trabajará uno a uno con los residentes más afectados para centrarse en las circunstancias que sitúan a las personas en alto riesgo de participar en la violencia o ser víctimas de ella". Según Bowser, el centro tratará de abordar problemas como la pobreza, el desempleo, carencias de acceso a la educación, problemas de salud y de acceso a la vivienda.
En un hilo de Twitter, Black Lives Matter DC acusó el miércoles a las autoridades locales de tener "amnesia". "Esta rueda de prensa", dijo el colectivo, "es EXACTAMENTE la misma que se dio cuando la Ley NEAR fue aprobada por unanimidad [en 2016] y que [Bowser] no ha financiado en el último año".
El colectivo fue a más incluso y aseguró que la regidora de la capital "ha saboteado intencionadamente la intervención y prevención de la violencia debilitando, retrasando o no financiando completamente la colaboración entre departamentos".
"Ni el ayuntamiento, ni Charles Allen [el concejal que preside la Comisión de Justicia y Seguridad Pública], ni el Departamento de Policía Metropolitana pueden ni nunca han mantenido ni podido mantener ni mantendrán a la gente a salvo. Ninguno está comprometido en la protección de TODAS las vidas negras".
La ‘capital del asesinato’ en la memoria
Mes a mes y a medida que esta ola de crímenes no termina de alcanzar su pico, Washington teme estar empezando a volver a ser aquella capital del asesinato, como fue conocida la capital del país entre finales de los 80 y principios de los 90, cuando sufrió más de 300 y hasta 400 homicidios al año, como cuando en 1986 alcanzó su cota histórica con 482, en los niveles de la Baltimore actual.
Pero eran otros tiempos: en el 89, los Bad Boys de Detroit le ganaron la final de la NBA por cuatro a cero y a mamporro limpio a los elegantes Lakers de Magic Johnson y Abdul-Jabbar. Así que en la estrategia local contra el crimen se acabó implicando al FBI y otras agencias federales para afrontar un problema que había alcanzado una magnitud tal que tenía noqueadas a las autoridades locales. Eran los años de la epidemia del crack en las ciudades de Estados Unidos. La película Teniente corrupto, dirigida por Abel Ferrara y ambientada en Nueva York, retrata esos años. En septiembre de 1986, el presidente y otrora actor de Hollywood Roland Reagan se dirigió a la nación en un discurso y declaró oficialmente la guerra a las drogas. Tres años más tarde, su sucesor, el también republicano George W. H. Bush hizo un discurso en la misma línea pero dando un paso más allá: "Les pido que se involucren en lo que promete ser una batalla muy difícil. Esto", dijo, momento en el que sacó del cajón y mostró ante las cámaras una bolsa de plástico llena de crack, que "ha sido decomisada", reveló Bush, "hace unos días en un parque al otro lado de la calle de la Casa Blanca". Eran los años mágicos de Pablo Escobar: en 1987 el narco colombiano apareció en la lista de Forbes de los más ricos del mundo y lo seguiría haciendo hasta 1993, el año en que agentes colombianos y estadounidenses lo mataron en Medellín.
Poco a poco, a mediados de los años 90, a medida que remitía la epidemia de crack y de la cocaína, los asesinatos empezaron a bajar en todo el país. También en su capital en parte debido no sólo a la acción policial sino también a la implementación de ciertas políticas de vivienda y de la expansión de la red de transporte público, especialmente el metro. Con la entrada del nuevo siglo, la tendencia a la baja se consolidó hasta que en 2012 Washington registró sólo 88 asesinatos: era la primera vez desde 1963 en que la capital bajaba de los cien.
Sin embargo, a partir de ahí, en parte por los efectos de la crisis de 2008 y por el aumento de las desigualdades sociales, los datos empezaron a subir. 2019 cerró ya con 166. Y aún no había llegado la pandemia de coronavirus, que metió al país en una crisis económica sin precedentes, así que el hecho de que Washington cerrara 2020 con 200 homicidios no fue una casualidad.
Escalada nacional de crímenes
La escalada de homicidios en Washington no es una excepción en Estados Unidos. La mayoría del país ha sufrido un aumento de los asesinatos y la violencia a lo largo de 2020, lo que está directamente relacionado con las crisis desatadas por la pandemia del coronavirus. Según un informe de la revista Time, el año pasado fueron asesinadas en 19.000 personas, la cifra más alta en dos décadas. En los últimos años, la UE, con casi un 50% más de población, ha promediado entre 4.000 y 6.000 homicidios anuales.
El punto de inflexión, el punto de no retorno, fue el verano pasado. Y Washington no fue la excepción. Para julio la capital había superado los cien asesinatos y el 9 de agosto se produjo el episodio definitivo. Un tiroteo masivo en el sudeste de la capital dejó 20 heridos y un muerto: Christopher Poppy Brown, un chaval de 17 años. Poco antes, en julio, ya había sido asesinado de un tiro, también en el sudeste de la capital, Devon McNeal, un niño de 11 años, mientras jugaba en el porche de una tía suya. Un informe de la Comisión Nacional sobre la Covid-19 y la Justicia Criminal reveló que en el verano de 2020 hubo 610 homicidios más en las 21 ciudades más importantes del país que el año anterior.
En un informe con opiniones de expertos locales sobre violencia y crímenes elaborado el año pasado por el medio local Washington City Paper, estos expertos vinculaban este auge de crímenes a la crisis económica y social que vive Estados Unidos y que la pandemia de coronavirus no ha hecho más que agudizar: "El acceso desigual a las oportunidades lleva a una deficiente educación, acceso a la salud y a la vivienda. La frustración que procede de la falta de oportunidades se intensifica cuando muchas personas se sienten excluidas".
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