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¿Se encuentran Occidente y
Rusia en una nueva guerra fría?

Los hitos diplomáticos de los años 80, para rebajar la escalada de tensión que amenazaba con un conflicto nuclear, han quedado enterrados en un clima cada vez más hostil.

El 8 de diciembre de 1987 Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov firmaron el Tratado INF.

MOSCÚ.- ¿Se encuentran Occidente y Rusia en una nueva guerra fría? A estas alturas son pocos los que dudan de su existencia, aunque el lenguaje diplomático aconseja la prudencia y el uso del condicional por ambas partes. El cruce de declaraciones entre Washington y Moscú por el bombardeo de aviones estadounidenses en la ciudad siria de Deir ez-Zor, en el que según Damasco murieron más de 80 soldados del Ejército Árabe Sirio y que según Estados Unidos se debió a un error, y la suspensión del tratado de reconversión del plutonio militar por parte del Kremlin, que considera que EEUU está violando desde hace años la estabilidad estratégica entre ambos países, son dos recientes ejemplos del considerable deterioro de las relaciones entre ambas potencias.

En 2015 el Reloj del Apocalipsis del Bulletin of the Atomic Scientists de la Universidad de Chicago fue adelantado a tres minutos para la medianoche ─donde la medianoche representa la “destrucción total y catastrófica de la humanidad”─ debido al cambio climático, el problema de los residuos nucleares y la modernización del arsenal atómico estadounidense y ruso. Para encontrar un valor tan bajo hay que retroceder hasta 1984, cuando la escalada de tensión entre EEUU y la Unión Soviética condujo al despliegue en Europa occidental de misiles crucero Tomahawk y misiles balísticos de medio alcance Pershing-II ─dotados de cabezas nucleares─ por parte de la OTAN, que justificó la medida por la necesidad de alcanzar la paridad estratégica con la URSS y responder al despliegue de los SS-20 soviéticos. Aquella decisión, tomada por la Alianza Atlántica en 1979, fue motivo de una de las grandes protestas de los ochenta en Alemania occidental hace 35 años.

El nacimiento del movimiento antiguerra en Alemania

Bajo el lema “Juntos, contra la amenaza nuclear” (Gegen die atomare Bedrohung gemeinsam vorgehen) y con el apoyo de 800 organizaciones, los impulsores del movimiento antiguerra en Alemania llamaron a concentrarse el 10 de octubre de 1981 en Bonn, la entonces capital de la República Federal de Alemania. El motivo eran las sombrías perspectivas que la decisión de la OTAN arrojaba sobre el futuro de Europa. “Los 80 se están convirtiendo cada vez más en la década más peligrosa para la humanidad. Una Tercera Guerra Mundial causada por la carrera armamentística mundial es cada vez más probable”.

La escalada de tensión entre EEUU y la URSS en 1984 condujo al despliegue en Europa occidental de misiles crucero Tomahawk y misiles balísticos Pershing-II por parte de la OTAN

El movimiento antiguerra señalaba además en sus escritos que los Pershing-II posibilitaban a la OTAN lanzar un ataque sin permitir a la URSS responder a tiempo, asegurándole a EEUU la primacía militar (first strike) sobre su rival. Muchos veían en la decisión de llevar a cabo este despliegue la plasmación de los planes de los 'halcones' del Pentágono de hacer posible un ataque sorpresa que acabase con la cúpula política y militar soviética en Moscú y las principales ciudades al oeste de los Urales y limitase la respuesta nuclear de la URSS al teatro europeo, dejando intacto a los Estados Unidos. En la convocatoria los organizadores recogían tres reivindicaciones: la prohibición de establecer armas nucleares en Europa, la retirada de los misiles de medio alcance para posibilitar el diálogo para la reducción de los arsenales nucleares y el desarrollo de una política de desarme y distensión.

A pesar de la oposición del canciller Helmut Schmidt y del líder de la oposición, el cristianodemócrata Helmut Kohl, así como de la DGB (la principal central sindical del país) y otros grupos de presión, la concentración logró reunir a 300.000 personas. Aunque las autoridades temían que se repitieran los disturbios que se habían producido el mes anterior durante la visita del secretario de Estado de EEUU Alexander Haig a Berlín occidental, la manifestación transcurrió sin incidentes. Desde la tribuna hablaron el escritor Heinrich Böll, los socialdemócratas Heinrich Albertz y Erhard Eppler, la co-fundadora de Los Verdes Petra Kelly y Coretta Scott King, activista de los derechos humanos y esposa del reverendo Martin Luther King.

Bonn inició un ciclo de protestas y manifestaciones que continuaría hasta 1983: el 25 de octubre de 1981 en Bruselas (200.000 personas); el 21 de noviembre de 1983 en Ámsterdam (400.000 personas); el 10 de junio de 1982 de nuevo en Bonn (500.000 presonas); el 11 de junio de 1982 en Berlín (50.000 personas); el 22 de octubre de 1983, de manera coordinada, en varias ciudades alemanas; el 23 de octubre de 1983 en Bruselas otra vez (400.000 personas), y el 29 de octubre de 1983 en La Haya (550.000 personas), además de numerosas conferencias, marchas por la paz y actos de protesta como sentadas y cadenas humanas. Entre 1980 y 1983 cuatro millones de alemanes firmaron el “Manifiesto de Krefeld” contra el estacionamiento de los misiles de medio alcance y de armas nucleares en Europa.

Bonn inició un ciclo de protestas y manifestaciones que continuaría hasta 1983, De todas las protestas la más conocida fue la del bloqueo del depósito de los Pershing-II en Mutlangen

De todas las protestas la más conocida fue la del bloqueo del depósito de los Pershing-II en Mutlangen. El 1 de septiembre de 1983 miles de alemanes acudieron a esta pequeña ciudad cerca de Schwäbisch Gmünd para bloquear la base estadounidense que hay cerca de ella. “La base militar fue cercada [...] por los manifestantes, que bloquearon una y otra vez su acceso, hasta que eran detenidos o apartados por la policía”, escribió en 2008 Oskar Lafontaine, entonces alcalde de Saarbrücken y uno de los representantes más conocidos de la izquierda socialdemócrata. En el bloqueo, que contó con el apoyo de numerosos habitantes del propio Mutlangen, participaron desde 600 jubilados hasta una orquesta sinfónica al completo, que interpretó un concierto frente a las puertas de la base militar. Casi 3.000 personas fueron detenidas y una veintena de jueces se negó a aplicarles las penas que la ley establecía. El 22 de noviembre de aquel año decenas de miles de personas intentaron incluso bloquear una votación en el Bundestag, desafiando la prohibición constitucional de manifestarse dentro del perímetro de seguridad establecido en torno al parlamento, el senado y el tribunal constitucional de la RFA.

Los Pershing-II permanecerían en Alemania hasta su retirada en virtud del Tratado INF firmado por EEUU y la URSS el 8 de diciembre de 1987, un acuerdo que fue posible después de varios encuentros entre el entonces presidente de EEUU, Ronald Reagan, y el premier soviético, Mijaíl Gorbachov.

Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en Reykjavik, Islandia, el 11 de octubre de 1986. - AFP

Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov en Reykjavik, Islandia, el 11 de octubre de 1986. - AFP

La cumbre de Reikiavik

El 11 de octubre de 1986 Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov se reunían en Hofdi, la antigua casa del cónsul francés en Reikiavik, en una cumbre bilateral sobre el control de armas. Ambas partes viajaron a Islandia dispuestas a realizar concesiones: mientras Washington accedió a retirar sus misiles balísticos en Europa en un periodo diez años, Moscú, por su parte, propuso eliminar el 50% de las armas estratégicas (aceptando excluir las británicas y francesas) e incluso la retirada de todas las armas nucleares en Europa por ambas partes en diez años. A cambio de esta última propuesta Gorbachov reclamó que Reagan confinase durante una década al laboratorio su Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI) ─el escudo antimisiles que los medios de comunicación bautizaron como “guerra de las galaxias”─. Aunque la cumbre de Reikiavik terminó sin ningún acuerdo debido a la insistencia de Reagan en mantener el SDI, aquella reunión de dos días es hoy recordada como una cita clave que allanó el camino para la firma del Tratado INF (Intermediate-Range Nuclear Forces, fuerzas nucleares de alcance intermedio) un año después en Washington.

Aunque la cumbre de Reikiavik terminó sin ningún acuerdo, aquella reunión de dos días es hoy recordada como una cita clave que allanó el camino para la firma del Tratado INF

La consecución de aquel tratado parecía imposible tan sólo unos años atrás. Reagan había llegado al poder con un discurso fuertemente antisoviético, llegando a calificar a la URSS de “imperio del mal”. De creerse los discursos de Reagan durante sus primeros años en la Casa Blanca, EEUU parecía estar a punto de perecer bajo un Armagedón bíblico nuclear desencadenado por los comunistas. Poco sorprendentemente, el primer encuentro Reagan-Gorbachev en Ginebra en 1985 arrancó entre tensiones. “Usted no es el fiscal y yo no soy el acusado”, llegó a responderle a Reagan un Gorbachov visiblemente irritado ante las exigencias de su homólogo estadounidense. “Por qué repite la misma cosa, deje de decir tonterías”, le espetó después ante las continuas menciones de Reagan a su Iniciativa de Defensa Estratégica.

A pesar del mal arranque ─o quizá debido al mismo─ en Ginebra, ambos líderes mundiales constataron la necesidad de emprender un arduo proceso de negociaciones para alcanzar un acuerdo mutuo que, al menos, alejase la posibilidad de un conflicto nuclear que hubiera significado el fin de la vida sobre la Tierra. Gracias al trabajo preliminar en Ginebra y Reikiavik, en 1987 se pudo firmar el Tratado INF, por el cual ambas potencias se comprometían a eliminar todos los misiles nucleares y convencionales de alcance corto (500-1.000 kilómetros) e intermedio (1.000-5.500 kilómetros), así como sus lanzaderas. Gorbachov y Reagan eran celebrados en sus respectivos países como los hombres que habían dado un paso decisivo hacia el fin de la guerra fría.

De una guerra fría a la otra

Treinta años después, aquel hito de la diplomacia ha quedado definitivamente enterrado en un clima cada vez más hostil entre Occidente y Rusia. Las doctrinas estratégicas de Washington y Moscú “han cambiado a peor y están expandiendo los límites de lo admisible en el uso de las armas nucleares”, dijo Mijaíl Gorbachov el pasado mes de junio en un mensaje grabado en vídeo que se emitió en la inauguración de una conferencia en Luxemburgo titulada Reikiavik: 30 años después - Lecciones del pasado y tareas para el futuro inmediato.

Gorbachov: “La ventana de oportunidad para un mundo libre de armas nucleares que comenzó a abrirse en Reikiavik ha sido cerrada y, además, atrancada”

Según explicó el antiguo líder soviético, citado por la agencia TASS, “se están creando nuevos tipos de armas nucleares y aumentando su cualidad, se están desplegando sistemas de escudos de misiles, se está trabajando para desarrollar capacidades de respuesta rápida no-nucleares comparables por su peligro a las armas de destrucción masiva”. Es por este motivo, añadió, “que el peligro de la proliferación de armas nucleares se ha incrementado”. Gorbachov se mostró pesimista a la hora de hacer balance de estos últimos treinta años: “La ventana de oportunidad para un mundo libre de armas nucleares que comenzó a abrirse en Reikiavik ha sido cerrada y, además, atrancada”, afirmó.

De un modo similar se expresó el ex secretario de Defensa (1994-1997), William J. Perry. “A pesar de las diferencias que tenemos con Rusia y a pesar de las preocupaciones que tenemos con Rusia, hemos de comprender que existe la posibilidad de un acontecimiento realmente catastrófico si esta retórica condujese, de algún modo, a un conflicto militar que podría entrar en una escalada y terminar en un conflicto nuclear”, alertó en una entrevista con The Observer. Para Perry, “es imperativo que encontremos un modo de rebajar el tono de la retórica, en particular encontrar un modo de implicar a Rusia en el diálogo”. “Esto no significa que tengamos que aprobar todas sus acciones, lo que significa es que, aunque estamos en desacuerdo en muchas cuestiones, hay otras donde tenemos intereses mutuos y hemos de trabajar juntos”, precisó el ex secretario de Defensa.

“Para ser claro sobre los riesgos, no creo que ni EEUU ni Rusia comenzasen de manera deliberada una guerra nuclear, pero podría haber algún tipo de choque militar que podría entrar en una escalada y terminar con una guerra nuclear, incluso por un error de cálculo, o podríamos tener una guerra nuclear por accidente”, agregó Perry al recordar que “nos enfrentamos a este peligro en varias ocasiones durante la guerra fría, cuando tanto EEUU como la Unión Soviética tuvieron falsas alarmas que podrían haberlas llevado a desencadenar una guerra nuclear por accidente”.

Vladimir Putin y Barack Obama en la última cumbre del G-20 en Hangzhou. - AFP

Vladimir Putin y Barack Obama en la última cumbre del G-20 en Hangzhou. - AFP

Oportunidades perdidas

Las negociaciones para poner fin a la guerra fría se llevaron a cabo “de manera que no hubiera perdedores, sólo ganadores”, según palabras del presidente George Bush. “Pero en el bando estadounidense estas realidades históricas pronto fueron reescritas”, escribe el historiador estadounidense Stephen Cohen en Soviet Fates and Lost Alternatives. From Stalinism to the New Cold War (Columbia University Press, 2011).

El último intento de un acercamiento entre Rusia y EEUU fue tras el 11-S, cuando Moscú accedió a cooperar con Washington en la lucha contra el terrorismo y la guerra de Afganistán

Inmediatamente después de la desaparición de la URSS, en diciembre de 1991, explica Cohen, “el fin de la guerra fría fue fusionado con y atribuido al fin de la Unión Soviética, y ambos fueron remodelados para una nueva narrativa estadounidense de tipo triunfalista. El propio Bush escribió el primer borrador, declarando en su discurso del estado de la Unión de enero de 1992 que 'América ganó la guerra fría... la guerra fría no terminó, fue ganada'.” Por ello, asegura el autor más adelante, “la guerra fría revivió rápidamente no en Moscú una década después, con Putin, sino en Washington a comienzos de los noventa”. Fue en esta década cuando Washington comenzó a tratar a Rusia “no como un socio estratégico, sino como una nación derrotada, análoga a Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial, de la que se esperaba que replicase las prácticas de EEUU y se inclinase a los intereses de EEUU”.

El último intento de un acercamiento entre Rusia y EEUU fue tras el 11-S, cuando Moscú accedió a cooperar con Washington en la lucha contra el terrorismo y la guerra de Afganistán. La administración de George W. Bush llegó incluso a estudiar convertir a Rusia en uno de sus principales proveedores de hidrocarburos. “El Kremlin creía razonablemente que, a cambio, Washington proporcionaría al menos la relación equitativa que esperaba de ella a comienzos de los noventa”, señala Cohen, pero, añade, “en su lugar EEUU se retiró del tratado sobre misiles antibalísticos; Washington reclamó bases permanentes en Asia Central y Georgia, y acceso libre al petróleo y gas del Caspio; llevó a cabo la invasión de Irak, a la que la administración Putin se oponía, y una segunda fase de expansión de la OTAN que incluyó a varias exrepúblicas soviéticas y miembros del bloque socialista; así como críticas cada vez mayores a la política nacional e internacional de Moscú”. Los sucesivos intentos de mejorar los vínculos entre Washington y Moscú ─el último, el ‘reset’ de 2009, con Dmitri Medvédev como presidente─ han sido todavía más efímeros.

Hoy, lamenta Cohen, “las fuerzas contrarias a la guerra fría que jugaron un importante rol político en los setenta y ochenta han desaparecido”. “Los lobbies de la guerra fría, viejos y nuevos, operan en consecuencia sin oposición, algunos de ellos financiados por oligarcas anti-Kremlin en el exilio. El apoyo a las nuevas políticas de guerra fría de EEUU ha sido bipartidista, de Clinton a Bush, de la secretaria de Estado Madeleine Albright a su sucesora, Condolezza Rice, del candidato presidencial Barack Obama en 2008 a su contrincante republicano, John McCain. Apenas ha habido más oposición en niveles inferiores. Los grupos favorables a una política de détente, otrora poderosos, particularmente los movimientos en contra de la carrera armamentística, han sido desmovilizados por las instituciones, los medios de comunicación y mitos académicos de que 'la guerra fría ha terminado' y con ella los peligros letales en Rusia”.

“La guerra fría fue una época en la que los líderes se centraban en reducir tensiones entre las potencias nucleares. Lo que tenemos hoy es mucho más peligroso"

Además, continúa este historiador, “también han estado ausentes (o callados) los especialistas académicos de EEUU y otros intelectuales que protestaron contra los excesos de la guerra fría. Mientras tanto ha surgido una legión de nuevos intelectuales y nuevos intelectuales de guerra fría, en particular en los think tank liberales y conservadores en Washington”. Con todo, Cohen enumera dos excepciones, también a ambos lados del espectro ideológico: “de reaganitas ofendidos por el desperdicio de lo que consideraban su mayor logro hasta colaboradores de [el semanario progresista] The Nation, aunque 'anatemizar Rusia', como lamentó un alarmado Gorbachov, se ha convertido en algo escalofriantemente políticamente correcto.”

Uno de aquellos reaganitas es el ex subsecretario del Tesoro Paul Craig Roberts, hoy un conocido crítico de la política exterior de EEUU. “Los expertos han declarado una 'nueva guerra fría'. ¡Ojalá fuera así!”, escribía sarcásticamente en un reciente artículo en su blog. “La guerra fría fue una época en la que los líderes se centraban en reducir tensiones entre las potencias nucleares. Lo que tenemos hoy es mucho más peligroso: la agresión irresponsable y temeraria hacia las otras principales potencias nucleares, Rusia y China”. Después del Tratado INF, recordaba Craig Roberts, “la paz parecía posible”. Pero, en su opinión, los neoconservadores “trabajaron para destruir la paz que Reagan y Gorbachov habían conseguido”. “Fue una paz efímera. La paz es costosa para los beneficios del complejo militar y de seguridad. Los gigantescos intereses militares y de seguridad de Washington son mucho más poderosos que el lobby por la paz”, sentenciaba. Es la política exterior lo que en parte explica que Craig Roberts o paleoconservadores como Pat Buchanan hayan depositado sus esperanzas en Donald Trump, quien no ha perdido ocasión de compararse con Reagan y que ha llegado a ser descrito en Counterpunch como un “Reagan con esteroides”.

Pase lo que pase este 8 de noviembre, incluso con una victoria del “Reagan con esteroides”, las perspectivas no invitan al optimismo. William Blum, otro veterano crítico de la política exterior estadounidense, ha resumido mordazmente la situación: “La primera guerra fría realizó una lobotomía a los americanos, reemplazando la materia cerebral con materia viral anticomunista, produciendo más de 70 años de estupidez nacional. Para todos los que os perdisteis aquel entretenido acontecimiento, aquí van las buenas noticias: la segunda guerra fría está aquí, tan grande y estúpida como la anterior".

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