Pese a su tétrica imagen ligada a agujas y cadáveres demacrados, el consumo de heroína vuelve a despuntar en Estados Unidos, impulsado por los bajos precios del narcótico, su mayor pureza y la creciente dificultad para acceder a fármacos opiáceos con receta.
Los últimos datos de la Agencia de Abuso de Sustancias y Servicios Mentales de EE.UU. (SAMHSA) revelan que el número de personas que se reconocían en el país dependientes de la heroína se ubicó en 620.000 en 2011, y ha registrado un crecimiento de más de 50% desde 2002.
'Llevamos recabando datos sobre el consumo de drogas desde 1970 por lo que la tendencia es relevante', afirma Kay Springer, portavoz de SAMHSA.
Asimismo, las muertes por sobredosis de heroína en el país se incrementaron entre 2000 y 2010 más de un 55 % hasta alcanzar las 3.094, según las estadísticas del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
Este resurgimiento de la heroína saltó de manera dramática a la primera plana de los periódicos con la muerte el mes pasado del joven actor Cory Monteith, de la popular serie televisiva 'Glee', quien falleció a causa de una sobredosis de heroína y alcohol.
Mientras un frasco de fármacos opiáceos vale 140 dólares, una dosis de heroina vale 10
El propio director de la Oficina de Política Nacional para el Control de Drogas de EE.UU., Gil Kerlikowske, reconocía recientemente su 'preocupación' por el auge del consumo de heroína en el país como reemplazo de los analgésicos opiáceos con receta.
La realidad es que un frasco de fármacos opiáceos como el OxyContin o Vicodin cuesta cerca de 140 dólares en EE.UU., mientras que una dosis de heroína se puede conseguir en las calles por cerca de 10 dólares.
Los expertos apuntan a esa diferencia de precios como una de las causas para el tránsito desde estos medicamentos a la heroína. 'Consigues más por el mismo dinero. Una vez adicto a un opiáceo, estás enganchado. Si no puedes conseguir lo que quieres, tomas lo que encuentras', afirma Amy Roderick, agente especial de la DEA en San Diego, en declaraciones al diario USA Today.
Las autoridades estadounidenses, que vieron un incremento notable del consumo de fármacos opiáceos legales durante la década de 1990, aumentaron los controles para su venta y fortalecieron los requisitos para conceder sus recetas.
Y es que las sobredosis de analgésicos derivados del opio causan cada año 15.000 muertes en EEUU, tres veces más que la cocaína, heroína y todo el resto de drogas ilegales juntas.
La adicción a esos analgésicos se ha convertido en la puerta de entrada a la heroína, una droga que en EE.UU. tuvo su momento álgido en la década de los 70 y los 80, pero cuyo consumo se había mantenido en niveles bajos desde entonces.
'Los pasos dados por el estado de Washington y otros estados para controlar el mal uso de los fármacos legales han sido importantes y exitosos hasta cierto punto, pero no han logrado enfrentar el problema más amplio de los riesgos del consumo y adicción a estas sustancias', explica Linda Richter, del Centro Nacional de Abuso de Sustancias de la Universidad de Columbia en Nueva York, en un comunicado.
Otro de los factores que ha contribuido al aumento del consumo es que la heroína procedente de México, que hace 20 años contaba con niveles bajos de pureza, ha ido ganando calidad en la última década.
El tráfico de heroína desde el vecino del sur también ha crecido, duplicándose en los últimos diez años, de acuerdo a los datos de alijos por parte de la Agencia Antidrogas de EE.UU.
La heroína ha comienzado a salir de su habitual ambiente urbano y a aparecer en localidades rurales
Por último, y fruto de esta nueva realidad, el perfil geográfico de su consumo ha variado. Cada vez más la heroína comienza salir de su habitual ambiente urbano y aparece en localidades rurales que no habían sufrido las consecuencias de su adicción.
El consumo ya no se concentra en las grandes urbes del país como Chicago, Nueva York o Los Ángeles. Estados de perfil mucho más rural, como Nuevo Hampshire, Minnesota, Vermont, o Washington reconocen el auge en sus comunidades y aseguran que sus infraestructuras sanitarias no están preparadas para este tipo de adicciones, lo que agrava los problemas.
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