Este artículo se publicó hace 4 años.
Dictadura uruguayaDictadura uruguaya: ni olvido ni perdón
Víctimas del terrorismo de Estado y familiares de desaparecidos recomponen sus memorias para seguir luchando contra la impunidad de las violaciones sistemáticas a los derechos humanos durante la dictadura uruguaya. Sus voces resuenan en un país que pactó su salida democrática basándose en el olvido y en el perdón de la transición española. Hoy se celebra la multitudinaria Marcha del Silencio, que esta vez será virtual por la pandemia, en un clima en el que el negacionismo vuelve a tener peso en la escena política.
Loreto Mármol
Montevideo-
Comprender el pasado reciente permite afrontar el futuro sin traumas ni heridas abiertas. Cartografiarlo a través de las memorias y testimonios de sus protagonistas ofrece la posibilidad de reinterpretar el relato histórico. En ese gesto de peinar la historia a contrapelo se oyen otras voces, decía Walter Benjamin.
Con el desafío de reconocerse en la construcción de otros caminos, hay un lugar con un nuevo significado que cuestiona el anterior. Su símbolo es la flor del nomeolvides.
La Institución Nacional de Derechos Humanos de Montevideo alberga el primer Sitio de Memoria recuperado en Uruguay, hace dos años
La Institución Nacional de Derechos Humanos de Montevideo alberga el primer Sitio de Memoria recuperado en Uruguay, hace dos años. Funcionó como centro clandestino de detención durante la dictadura que se inició con un golpe de Estado en 1973 y se extendió hasta 1985. Doce años que se enmarcaron en un periodo de regresión democrática en todo el continente, en el contexto de la Guerra Fría.
La antigua sede del Servicio de Información de Defensa tuvo un rol destacado en el Plan Cóndor, un acuerdo entre las dictaduras militares del Cono Sur para intercambiar "información subversiva". En la práctica supuso borrar fronteras entre Uruguay, Argentina, Bolivia, Chile y Paraguay para detener, torturar y asesinar a opositores políticos.
Con el inicio de la dictadura en Argentina en 1976, en plena escalada de persecución masiva, un comando de represores secuestró en Buenos Aires a varios uruguayos. Algunos de ellos fueron trasladados a este edificio donde permanecieron detenidos varios meses.
"Nos pusieron números para identificarnos. Somos 24. Ese es el número que me asignan", escribió Enrique Rodríguez Larreta en su informe de denuncia que presentó en Londres ante Amnistía Internacional nada más ser liberado. El escrito, en el que detalló las condiciones del secuestro, aportó pruebas fehacientes de la responsabilidad de las autoridades uruguayas y argentinas.
Hay dos bancos largos contra la pared, donde los mantenían sentados, "siempre vendados y con las manos esposadas. Como hay solamente cuatro colchones, la mayoría de los secuestrados debe dormir sobre el suelo cubiertos con una manta", prosigue el texto.
Sara Méndez, que acabó cumpliendo una condena de cinco años, había dado a luz 20 días antes del secuestro. El brazo en estas operaciones encubiertas era largo. Al tráfico de personas se sumaba la apropiación de niños. Encontró a su hijo Simón 25 años después en Buenos Aires.
En el recorrido hay proyecciones audiovisuales y se escucha el llanto de un niño. Debajo de una ventana tapida se lee el testimonio de la prisionera Alicia Cadenas: "Una actitud bien natural de un preso que está solo, secuestrado y desaparecido, es hacerse ver por alguien". Habían visto al otro lado a una mujer con un bebé.
Era la argentina María Claudia García Iruretagoyena de Gelman, a la que secuestraron junto a su esposo. La trasladaron hasta esta casa en la que dio a luz a su hija, Macarena Gelman, que fue sustraída por un policía uruguayo. Recuperó su identidad 24 años más tarde como consecuencia de la búsqueda incansable de su familia. Aún se desconoce el destino de sus padres.
Se conservan las baldosas amarillas y rojas. "Para nosotros tenía mucho sentido porque era lo que veíamos en la medida que estabas vendado; el piso era tu horizonte", dice Méndez.
Interrogatorios y torturas. Palizas y picana eléctrica. Una tubería atraviesa una de las estancias: "Ahí estábamos colgados como gallinas", recuerda Edelweis Zahn. Es "el cuarto del tacho", que muestra un medio tanque de 200 litros, donde les hacían el submarino, la inmersión de la cabeza en el agua hasta casi la asfixia.
"En la tortura el objetivo era la deshumanización, el sentir que no fueras nadie", según Ana María Salvo. Para Zahn, "en estas condiciones, sentir el aroma de una magnolia, ver una flor por la ventanita, tiene un significado increíble". A pesar de haber sido rodeado de construcciones que los militares fueron adicionando, este árbol permanece en el patio de la casa.
Cerca se lee parte de "Ese gran simulacro", de Mario Benedetti: cuando el olvido salte en pedazos "los recuerdos atroces y los de maravilla/ arrastrarán por fin la verdad por el mundo/ y esa verdad será que no hay olvido".
Para recomponer esos fragmentos de memoria e identificar estos lugares de detención y oscuridad es importante el entramado territorial. Relatos de testigos van ayudando a reconstruir esa verdad histórica que nunca termina siendo muy completa. Como armando un puzzle, "fuimos recabando varios testimonios, pero son indicadores, no información", dice Adriana Cabrera.
"En la tortura el objetivo era la deshumanización, el sentir que no fueras nadie", según Ana María Salvo
A su padre, comerciante y bancario, un gremio combativo que se oponía a la militarización del sector, lo secuestraron en Buenos Aires en abril de 1976. A partir de ahí quedó desaparecido. De lo que sucedió con él después se sabe muy poco.
La represión y el autoritarismo aumentaban, mientras ella, con 20 años, vivía en la clandestinidad. En julio detuvieron al que era su marido, que cumpliría una condena de cuatro años. Adriana iba alojándose con su hijo, de tres años, en diferentes casas y en una pensión en la que temía que la delataran. Hasta que en octubre se refugió en Suecia. Por fin podía "dormir sin pensar que podían venir a buscarme a medianoche".
Mantenía la esperanza de que su padre estuviera detenido. Solía pasar un largo tiempo desde que los secuestraban hasta que los llevaban a la justicia militar y de ahí a prisión. "Pedíamos que el Gobierno uruguayo diera explicaciones de dónde estaba. Siempre negó que lo tuvieran", rememora.
Durante mucho tiempo lo encontraba en sueños. "Le decía por qué me dejaste todos estos años. Ahora me estoy poniendo vieja y ya no me pasa".
Los más de 400.000 exiliados que dejó la dictadura crearon en el exterior la asociación de Familiares de Uruguayos Desaparecidos. "Vivos los llevaron, vivos los queremos", reclamaban.
Buscar, buscar y buscar sin encontrar. Las consignas fueron cambiando. "La esperanza y la frustración iban quebrando a la gente. Hubo un desgaste de la militancia, pero fuimos elaborando de a poco y entre muchos un marco normativo que guió los pasos posteriores y que sigue vigente hasta hoy: memoria, verdad y justicia", comenta.
Con unos 200 asesinados, más de 10.000 torturados y decenas de miles de presos políticos, en un país de tres millones y medio de habitantes
Con el fin de la dictadura, como muchos otros, regresó a Uruguay, donde ese movimiento confluyó con otros similares. Se gestó la agrupación Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos y Desaparecidos, en un país que afrontaba un pacto de impunidad a cambio de amnistía.
Con unos 200 asesinados, más de 10.000 torturados y decenas de miles de presos políticos, en un país de tres millones y medio de habitantes, "la transición española fue el modelo para una salida basada en perdón y olvido", explica Virginia Martínez, coordinadora del Sitio de Memoria.
Todo atado y bien atado para no remover ese pasado, y "así Uruguay pasó una década larga de silencio e impunidad", prosigue. En palabras de Adriana, "se instaló un periodo oscuro, pese a estar ya en democracia. Las denuncias que llegaban al Ministerio de Defensa quedaban en un cajón. El Estado decidió no castigar a los responsables de los delitos de lesa humanidad".
En la sala de oficiales hay retratos de condenados. Muy pocos. Falta justicia. "La Suprema Corte se ha erigido en un muro de impunidad. En los juicios casi no se ha avanzado. Convivimos todos estos años con militares que estaban libres. Unos pocos están presos o en arresto domiciliario", apunta Martínez.
Daniel, que reside en Suecia desde 1977, visita por primera vez este lugar que identificó su padre, Rodríguez Larreta, el primer gran cronista del operativo, en un año en el que el Río de la Plata arrojaba cadáveres de ambas orillas: "Desde que fue liberado y hasta que murió en 2007 se dedicó a denunciar y documentar estos hechos".
Su denuncia es hasta hoy causa abierta, y su testimonio contribuyó a encarcelar a torturadores y represores: "El juicio a Videla [dictador argentino] lo arrancó él", afirma. Pero "se tenía que haber hecho mucho más. La información por parte de los militares brilla por su ausencia", lamenta.
Según Martínez, "existe una tensión no resuelta con las propias Fuerzas Armadas", que no entregan la información que tienen de los cerca de 200 desaparecidos. Desde 2005, cuando se inició la búsqueda de sus restos en los terrenos próximos a los cuarteles, sólo se han podido encontrar cinco.
Se han hecho investigaciones antropológicas y arqueológicas, y se ha entrado en los archivos. "Sobre esa base se ha ido construyendo otro relato, un discurso oficial en contraposición al que hasta entonces defendía la teoría de los dos demonios; es decir, dos bandos, los militares y las guerrillas, enfrentados en una guerra. La equiparación entre ambos como si fuera un todo vale", incide Cabrera.
También se han acelerado causas empantanadas por la creación de una Fiscalía especializada en crímenes de lesa humanidad.
Si bien han habido avances, en estos últimos 15 años de gobiernos progresistas las expectativas eran más ambiciosas. "Se da la paradoja de que la mayor parte de militantes que pasaron por la cárcel pertenecieron al Ejecutivo", señala Virginia.
Más preocupada siempre por la impunidad que por el relato, Cabrera reconoce la importancia de "construir un discurso aleccionador y un pensamiento hegemónico en materia de derechos humanos; de lo contrario, te ganan los fundamentalismos. El relato es un territorio en disputa", concluye.
Con el nuevo Gobierno, una coalición de cinco partidos que incluye a la ultraderecha, vuelven a tener peso el negacionismo y la defensa del autoritarismo y el militarismo.
Regresa también lo de "dar vuelta a la página" y "no vivir con los ojos en la nuca". A juicio de Martínez, "aunque muchos digan que hay que mirar para adelante, cosa que es cierta, tenemos muchas marcas del pasado".
Y como decía Benedetti, cada vez que nos dan clases de amnesia nadie sabe ni puede olvidar un gran simulacro repleto de fantasmas.
Son memoria, son presente
En la medida en que el Estado no se ha puesto este tema sobre los hombros, son las asociaciones de víctimas y familiares las que han mantenido su lucha sacando fuerzas de flaqueza y dignidad. En su camino inclaudicable, la resistencia de la asociación de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos y Desaparecidos se hace patente cada 20 de mayo en la Marcha del Silencio, una movilización que es la más multitudinaria del país y que cada vez suma a más jóvenes.
Desde hace 25 años el silencio grita y desborda la avenida principal de Montevideo con un reclamo permanente. Hoy, a causa de la pandemia, será virtual, con varias actividades en redes sociales, pero el mismo atronador "¡presente!", la palabra que acompaña el nombre de cada desaparecido.
Porque es una historia reciente aún viva, los murcianos Abel Guillén y Javi Cerezuela han recopilado más de 30 testimonios de supervivientes y familiares de víctimas del terrorismo de Estado en Uruguay, desde 1968 a 1985, en el documental "Presentes", sobre memorias de resistencia a la represión.
El filme, que se proyectó en varias salas del país sudamericano en noviembre, fue nominado por la crítica de cine uruguaya como mejor documental de 2019 y premiado por el público.
El coronavirus ha aplazado los estrenos en Barcelona, Murcia y Madrid. No obstante, lo podrán ver hoy online quienes lo cofinanciaron en una campaña de crowdfunding y todo el público el 27 de junio (aniversario del golpe de Estado), también con subtítulos en inglés, italiano y francés.
Guillén viajó por primera vez al país sudamericano en 2014 y desde entonces ha realizado varias estancias para concretar este trabajo. En opinión del historiador, rescatar estas memorias subterráneas "debe ser una prioridad en la agenda política, más allá de medidas simbólicas y pequeños gestos".
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