Este artículo se publicó hace 17 años.
Diarios del Che
La leyenda negra de un cuaderno y de una agenda.El Ejército boliviano se quedó con sus papeles, pero no pudo mantener el secreto
El 10 de octubre de 1967, el Ejército boliviano expuso el cadáver del Che Guevara sobre los piletones de la lavandería del hospital Señor de Malta.
Cuando todavía no había pasado el estupor de ver esa figura con los ojos abiertos y un aspecto que podía recordar al Cristo en la cruz, salió el coronel Joaquín Zenteno Anaya y mostró un cuaderno, una agenda y varios papeles sueltos. “Éste es su diario de campaña. Aquí hay revelaciones que comprometen a mucha gente, bolivianos y extranjeros”, dijo Zenteno en forma enigmática. Leyó un pasaje sin mayor relevancia de una de las primeras hojas de la agenda de tapas color guinda con el 1967 en relieve y dijo que a partir de ese momento ésos eran documentos que se guardarían bajo el secreto de Estado. Desde entonces, los diarios del Che pasaron a ser una leyenda y el misterio rondó cada palabra escrita en estos papeles.
La próxima vez que se escuchó algo de los documentos fue en el proceso del tribunal militar de Camiri donde se juzgaba al francés Regis Débray, un intelectual que se había vinculado con la guerrilla del Che, y al argentino Ciro Roberto Bustos, uno de los hombres que organizó el primer intento de crear un foco insurgente en la frontera boliviano-argentina. Se leyeron pasajes de los diarios para incriminarlos.
Dos periodistas que trabajaban para medios estadounidenses y que en su momento fueron acusados de tener vínculos con los servicios de inteligencia, Juan de Onis y Andrew St. George, dos meses más tarde pudieron acceder a los diarios en una de las oficinas del comando central boliviano de Miraflores. Algunas referencias de lo que leyeron fueron publicadas en medios de Nueva York y Washington.
Pero en realidad ya había una copia completa de los diarios que había hecho el agente de la CIA Félix Rodríguez en La Higuera antes de que asesinaran al Che. Fotografió y microfilmó cada una de las páginas con el aval del propio coronel Zenteno. Esperó a tener la confirmación de la muerte y salió en un avión privado hacia Panamá donde entregó todos los materiales a sus superiores.
Contactos con editoriales
Paralelamente, al menos dos editoriales estadounidenses quisieron adquirir los derechos de los diarios. Hubo una negociación entre los generales bolivianos y las compañías Stein and Day y Mac Graw Hill que no llegaron a concretarse. Se barajaban cifras de hasta un millón de dólares. Pero Antonio Arguedas Mendieta, ministro de Gobierno y amigo personal del dictador René Barrientos Ortuño, desbarató todos los planes. Arguedas era militante del Partido Comunista Boliviano (PCB) y radio operador de la Fuerza Aérea cuando conoció a Barrientos con quien practicaba alpinismo. De su mano llegó primero a ser diputado por el sector barrientista del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) y luego a subsecretario de Gobierno. Su nombramiento provocó las iras de la embajada estadounidense, que lo consideraba un marxista.
Dos editoriales de EEUU quisieron comprar los documentos por un precio cercano al millón
El coronel Edgard Fox, agregado aeronáutico de la embajada en La Paz y considerado el ideólogo del ascenso de Barrientos, primero presionó para su renuncia, pero luego llegaron a un arreglo muy curioso. Arguedas, de acuerdo al historiador Carlos Soria Galvarro, hace un pacto con Larry Sternfield, el jefe de la estación de la CIA en Bolivia: si pasaba un interrogatorio sobre su verdadera identidad sería nombrado ministro.
“Lo llevaron a Lima escoltado por el agente Nick Leondiris y lo sometieron a cuatro días de preguntas ante un detector de mentiras y hasta lo inyectaron con pentotal, la droga de la verdad.
“Arguedas pasó todas las pruebas y en agosto del 66 es nombrado ministro de Gobierno”, cuenta Soria en su casa de las afueras de La Paz.
Copias para La Habana
Durante su ministerio, Arguedas ordenó realizar centenares de operativos contra dirigentes políticos, sindicales y estudiantiles.
El 20 de abril de 1968, cuando faltaban aún tres meses para su huida espectacular del país, dio una conferencia de prensa para mostrar “el desmantelamiento total de las redes de enlace que actuaron antes, durante y después de la intentona guerrillera que evidencian ampliamente la injerencia de Fidel Castro en la asonada que fracasó en Bolivia”. Poco después estaba enviando a La Habana una copia de los diarios del Che y otros documentos.
Era una copia del microfilm que había hecho la CIA. En unas declaraciones antes de morir, dijo que lo había hecho ante los chantajes a los que lo sometían hombres de la agencia de inteligencia estadounidense. “Me humillaron el día de mi cumpleaños y yo los humillé a ellos”, dijo Arguedas.
Lo cierto es que envió a su amigo Víctor Zannier, ex director del diario El Mundo de Cochabamba, a entregar las copias a unos periodistas de la revista Punto Final de Chile. Las ocultó en la tapa de unos discos de música boliviana.
Los detalles de la entrega fueron revelados en el libro Operación Tía Victoria del chileno Hernán Uribe. Allí se cuenta que quien entregó los diarios en La Habana fue el director de Punto Final, Mario Díaz Barrientos. Y que a Zannier sólo se lo conocía como El Mensajero y nadie sabía la identidad del ministro Arguedas.
Cuando salió la publicación de los diarios en Cuba, el 1 de julio de 1968, se produjo un verdadero vendaval político en Bolivia. Los generales se acusaban unos a los otros. El jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Juan José Torres, encargado de la seguridad de los documentos, decía que era “una publicación apócrifa y pura invención cubana”.
Temor a la CIA
Pero cuando diez días después los documentos fueron reproducidos por los diarios bolivianos Presencia y Los Tiempos, no había dudas. Pero un dato traicionó a Arguedas: la copia que él tenía era la misma que había llegado a Cuba porque le faltaban las 13 hojas que se habían traspapelado cuando las fotografió el agente de la CIA.
El 19 de julio, Arguedas se vio acorralado y temió que la CIA lo matara. Su hermano Jaime lo llevó en un jeep hasta la frontera chilena, donde pidió asilo. Le dieron un salvoconducto para llegar a un aeropuerto y salir del país. Un mes más tarde, insólitamente, regresa a Bolivia donde es sometido a juicio por un Tribunal Militar. Hace una defensa denunciando a los generales que querían vender el diario a las editoriales estadounidenses, levantando su solidaridad con Cuba. Tres meses más tarde es absuelto.
La CIA tuvo acceso a su contenido gracias al agente que fue testigo de la muerte del Che
Arguedas se convierte en columnista del vespertino Jornada, pero dos atentados –el último lo deja malherido– lo convencen de que se tiene que ir. Pero antes llama nuevamente a su fiel Víctor Zannier y le dice que tiene en su poder las manos amputadas del Che –se las habían cortado al cadáver como prueba de su identidad– y la máscara en cera que se le había tomado antes de hacer desaparecer su cuerpo.
Arguedas parte al exilio, primero a México y después a Cuba, donde permaneció siete años. Zannier desenterró los objetos y los entregó a Jorge Sattori, un dirigente importante del PCB.
En tanto, los originales de los Diarios permanecían guardados como trofeo bélico en una caja fuerte del Departamento II del Ejército. El Decreto Supremo 08165 del 6 de diciembre de 1967 les daba a los militares la facultad de “ejercer los derechos inherentes a su protección”. Cada tanto se designaba a algún comandante como “responsable directo” de los documentos. Los ex presidentes de facto Hugo Banzer y David Padilla fueron dos de ellos. No se sabe de nadie fuera del círculo militar que en esos años haya tenido acceso al sobre. Hasta que una inspección de rutina del 15 de diciembre de 1983 constata la de-saparición de los diarios.
Tres meses más tarde, reaparecieron en Londres. Un aviso de la casa de remates Sotheby´s en el Daily Telegraph anunciaba que los diarios del Che y Pombo saldrían a la venta el 16 de julio de 1984 sobre una base de 350.000 dólares. Se desató otro escándalo en Bolivia y los generales volvieron a echarse la culpa unos a los otros. La cancillería inició un juicio en Londres y en las audiencias aparecieron el intermediario y el ladrón.
Un tal Erick Galantieri, con pasaporte argentino e italiano, se pronunció como dueño de los diarios y como prueba presentó dos cartas de fines de 1980 y principios de 1981 del dictador Luis García Meza, quien le entregaba los documentos para su comercialización.
De vuelta a Bolivia
Tras tres años de juicios y más de 100.000 dólares en gastos de abogados y costas, el 16 de septiembre de 1986 los diarios regresaron a Bolivia. Desde entonces permanecen a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores y custodiados en la bóveda del Banco Central de Bolivia.
Antonio Arguedas regresó a Bolivia a fines de los ochenta y reapareció en las noticias cuando se lo acusó de secuestros y extorsiones. Pero pasó pocos meses en la cárcel. Unos años después se lo vinculó a un grupo terrorista denominado C-4 de origen nacionalista que realizó algunos atentados menores contra sedes bancarias.
Y el 22 de febrero del 2000 murió en la Plaza Roma del barrio paceño de Obrajes cuando una bomba le estalló en las manos. Nadie sabe si fue un atentado o la estaba manipulando. Lo cierto es que esa muerte terminó por alimentar la leyenda que habla de la maldición de todos los que estuvieron alrededor del asesinato del Che o tocaron su cuerpo y sus diarios.
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