En febrero de 2003 el ex primer ministro laborista Tony Blair consiguió una gran mayoría parlamentaria para invadir Irak gracias a los votos de los tories. Unos 120 (de 412) diputados suyos, votaron en contra aduciendo que hacía de marioneta del expresidente estadounidense George W Bush. Dos décadas después, Blair, que quería ser el bulldog de la diplomacia mundial, continúa rechazando que fuera el perro faldero de EEUU.
Una situación muy parecida a la protagonizada por Blair se está repitiendo estos días en el laborismo, con la diferencia de que Keir Starmer se perfila como el próximo primer ministro en las elecciones de 2024. A más tardar, de enero de 2025. Tras el liderazgo del izquierdista Jeremy Corbyn de 2015 a 2019, Starmer ha llevado al partido hacia el centro político difuso, tan difuso que se mezcla con el Partido Conservador, cuyo desgaste es palpable.
Starmer ha llevado al partido hacia el centro político difuso
Los laboristas que rompen rangos con el líder por no llamar al alto al fuego en Oriente Medio lo hacen de la forma más diversa. La diputada Zarah Sultana ha presentado una enmienda al Parlamento pidiendo el alto al fuego; el diputado Imran Hussein, miembro del gobierno en la sombra o alternativo, ha dimitido para criticar sin ataduras a su líder; el diputado Andy McDonald ha sido expulsado del grupo parlamentario por haber dicho en una manifestación propalestina (las hay cada sábado) lo siguiente: “No cesaremos hasta que los palestinos, desde el río al mar, puedan vivir en paz y libertad”.
La consigna que se grita por todo el mundo From the river to the see, Palestine will be free (desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo, Palestina será libre) se considera, por parte de sectores proisraelís, antisemita porque, a su juicio, implica la desaparición de Israel. La presión sobre Starmer procede de varios frentes. Algunos diputados laboristas defienden públicamente el alto al fuego. Unos 150 concejales musulmanes laboristas han escrito a su líder urgiéndole una tregua. Alcaldes como Andy Burrham, de Manchester, y Sadiq Khan, de Londres, y otras ciudades menores, han desafiado también la línea proisraelí del actual líder, así como 47 (de 6.500) concejales de ayuntamientos que han dimitido de sus cargos por discrepar. Algunos atribuyen a la esposa de Starmer, de religión judía practicante, el alineamiento familiar con Israel.
El líder laborista, por su parte, hizo clara y patente su posición en el Instituto de Asuntos Internacionales (Chathan House), siguiendo la posición del primer ministro quien a su vez declaró su actitud después de que EEUU hiciese pública la suya: apoyo incondicional a Israel. Starmer, con tono de maestro de escuela para que quedase bien claro, dijo lo siguiente: “Entiendo las llamadas al alto al fuego, pero creo que no es la postura que debemos adoptar por dos razones; una es que el alto al fuego dejaría a Hamás con su infraestructura intacta para continuar con ataques como el del 7 de octubre; la segunda razón deriva de la primera y es la necesidad de hacer pausas inmediatas para facilitar la ayuda humanitaria”.
Starmer, siguiendo la línea marcada por EEUU y el primer ministro, Rishi Sunak, (todos repiten la defensa de Israel y evitan el ‘después de la guerra, ¿qué?’) se mide las palabras con cuidado, sabedor que 11 de los 17 miembros del Gobierno alternativo representan distritos en los que más del 30% del electorado es musulmán y ven con impotencia el apoyo incondicional de Reino Unido a Israel. Por su cuenta, el Partido Nacional Escocés (SNP) reclama sin reparos el alto al fuego.
11 de los 17 miembros del Gobierno alternativo representan distritos en los ven con impotencia el apoyo incondicional a Israel
El laborista Ken Ritchie es uno de los críticos con su líder. En entrevista con Público opina que, “la política exterior británica, de gobierno y oposición, a día de hoy es la norteamericana, diez minutos más tarde”. Al laborismo no solo le salen grietas con Israel, sino que el republicanismo ha empezado a campar y dejarse ver por sus filas.
Ken Ritchie es secretario del grupo Labour for Republic, integrado por unos 250 miembros, militantes y bajos cargos (municipales y regionales), y unos diez mil seguidores. Aprovecha cada ocasión para recordar que la familia más rica de Reino Unido (la Windsor) no paga impuestos y mantiene poder e influencia política heredable desde la jefatura del Estado. Lanza su alegato el pasado 7 de noviembre, el día que Carlos III abre el Parlamento por primera vez desde la muerte de su madre. El rey y la reina Camilla, enjaulados en la carroza de oro, han pasado ante 500 manifestantes que les gritaban “Not my King” (No mi rey) y “Abolish de monarchy” (Abolir la monarquía).
Según cuenta Ken, “la mitad de los diputados laboristas son republicanos, pero ocurre como con Israel, no se atreven a declararlo públicamente porque con Keir Starmer se ha convertido en tabú; hay varios que acuden a nuestros actos y se dejan ver, pero no quieren destacar mucho, sobre todo los que aspiran a algún cargo en el próximo gobierno”. “Entre los británicos, la mayoría son apáticos respecto a monarquía o república”, apostilla Ken, quien continúa, “en la protesta contra el rey estábamos nosotros y los turistas y peatones que transitan por el centro de Londres a diario, no se ha desplazado ni un monárquico entusiasta con el estandarte real desde su casa hasta Westminster para presenciar la primera pantomima parlamentaria del monarca Carlos III”.
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