Hay dos secretos que Giorgio Napolitano se llevará consigo a la tumba. El primero es cuánto tiempo lleva preparando la promoción de Mario Monti como primer ministro. El segundo, cómo ha conseguido convencer a Silvio Berlusconi para que presente su dimisión en un proceso que ha levantado halagos y críticas por igual. Sobre todo en lo que se refiere a si se ha excedido en sus funciones.
Lo que no se le puede recriminar al veterano presidente de la República tiene 86 años es que no haya intentado por todos los medios que la clase política italiana se pusiera de acuerdo en este último año de legislatura y aunara esfuerzos para hacer frente a la crisis económica. Comunista en sus orígenes, Napolitano siempre ha hecho gala de una gran capacidad para pactar.
De hecho, en noviembre del año pasado tuvo la oportunidad de hacer lo que ha hecho esta semana, sacar adelante un nuevo Ejecutivo en apenas seis días. Entonces, el Gobierno de Berlusconi perdió su mayoría parlamentaria después de que Gianfranco Fini decidiera definitivamente dar el paso a la oposición llevándose a una veintena de diputados de la mayoría y formando el partido Futuro y Libertad. Napolitano actuó entonces como siempre ha hecho en los seis años que lleva al frente del país: con cautela e imparcialidad.
Pero seguramente el exceso de sentido del Estado le llevó a cometer un error crucial. Berlusconi se rearmó con los diputados tránsfugas de la oposición y se enrocó en el Parlamento con una mayoría ficticia, ya que no era la que había salido de las urnas. Si hubiera intervenido entonces, nadie se lo habría reprochado.
No lo hizo y la atmósfera de la Cámara se volvió irrespirable. Los procesos judiciales de Il Cavaliere y sus intentos por blindarse judicialmente empezaron a inquietar a Napolitano, que cada vez con más frecuencia fue devolviendo al Gobierno los proyectos de ley que le presentaba para su firma, haciendo hincapié en que la prioridad del país no debían ser los intereses de parte sino los de todos los ciudadanos.
El ataque de los mercados llegó en junio, pero el Gobierno no avanzaba a la hora de plantear un plan de ajustes serio por las peleas continuas de Berlusconi con su ministro de Economía, Giulio Tremonti, y con el Líder de la Liga Norte, Umberto Bossi. Y la gota que colmó el vaso de la paciencia de Napolitano llegó el pasado 11 de octubre.
El Ejecutivo fue incapaz de aprobar las cuentas del Estado de 2010 y Napolitano emitió un comunicado exigiendo a Berlusconi que certificara que aún contaba con los votos suficientes para seguir adelante. Después llegaron las críticas de Bruselas por el poco compromiso de Italia con sus cuentas, las sonrisas cómplices de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy cuando les preguntaron por Il Cavaliere y la ins-pección de la Comisión Europea y el FMI.
Napolitano se reunió con todas las fuerzas políticas y esperó al final que estaba anunciado: Berlusconi quedó en evidencia ante la Cámara, perdió la mayoría y se abrió la crisis. El presidente tomó entonces las riendas.
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