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Colombia firma la paz

“Una segunda oportunidad en la tierra”. El presidente de Colombia, Juan Manuel
Santos y el líder de las FARC, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, sellan los 
Acuerdos de Paz que ponen fin al conflicto armado más antiguo del continente.

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, estrecha la mano al máximo líder de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias "Timochenko", tras firmar los Acuerdos de Paz. - AFP

CARTAGENA DE INDIAS (COLOMBIA).- A las 17.13 de la tarde comenzó la ceremonia. Un total de 2.500 invitados, vestidos de riguroso blanco, se sentaron en la Plaza de Banderas del Centro de Convenciones de Cartagena de Indias para asistir a la firma de los Acuerdos de Paz entre las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Gobierno.

A las 17.31, con un balígrafo ─una pluma hecha con antiguas balas del conflicto, como símbolo del paso de la violencia a la educación─ el líder de las FARC, Rodrigo Londoño, alías Timochenko, fue el primero en estampar su firma. Enseguida, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, firmaba a su lado. Santos le ofrecía un broche con la paloma de la paz, que Londoño se colocaba nervioso en el cuello de la camisa. Aplausos, pañuelos blancos en el aire y las lágrimas de algunos de los presentes marcaban la emotividad de un evento sobrio en el que los discursos tanto de las FARC como del Gobierno mostraron la buena voluntad de dos bandos que a partir de este lunes caminan juntos.

A primera hora del día, Cartagena de Indias parecía una ciudad fantasma. Diversas vallas cortaban las calles y controlaban el paso de las pocas personas que se acercaban al centro histórico. Policías en cada esquina y algunos cámaras de televisión que madrugaban para colocarse en el el lugar idóneo para captar la mejor imagen del evento en el que se pondría fin a 52 años de guerra.

“No tengo un solo amigo o familiar que no tenga alguien cercano afectado por el conflicto”, contaba a Público, Nancy Rojas, responsable de prensa de la Policía Nacional en Cartagena de Indias. Las cifras hablan de casi ocho millones de víctimas que han hecho de Colombia el segundo país del mundo con más desplazados internos, y el segundo con mayor número de afectados por minas antipersona: “Aquí ha habido un baño de sangre y la hora de la paz es ahora, no puede esperar más”, dice Rojas taxativa.

A las ocho de la mañana, ya con 30 grados a la sombra, el presidente Santos se reunía con las Fuerzas Armadas del país, a quienes rendía el primer homenaje del día. El mandatario estaba exultante. El presidente que entró como segundo de Álvaro Uribe, un personaje en la sombra, más famoso por su familia ─una de las más ricas de Bogotá─ que por sus labores políticas, se ha convertido en el único mandatario que ha conseguido poner fin al conflicto con la guerrilla comunista más antigua de América Latina, después de tres intentos en los gobiernos de Belsario Betancur (1984), César Gaviria (1992) y Andrés Pastrana (1998).

Han sido cuatro años de negociaciones entre Juan Manuel Santos y Rodolfo Londoño, y sus dos negociadores clave: Humberto de la Calle, por el Gobierno; e Iván Márquez, por la guerrilla. La Habana (Cuba), donde se desarrollaron las discusiones y la elaboración de los acuerdos, jugó un papel fundamental para que el documento que se firmó este lunes saliera adelante: “El papel de los organismos y de los gobiernos internacionales ha sido indispensable”, decía el sábado Santos. Desde el Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC iban más allá y aseguraban que “sin los garantes internacionales” y el mecanismo tripartido (FARC, Gobierno y ONU) con Naciones Unidas como observador, “la guerrilla nunca habría aceptado abandonar las armas” e incorporarse a la vida política legal.

La siguiente liturgia del día fue a las 12 de la mañana en la iglesia de San Pedro Claver. Con sus guayaberas de lino blanco entraron al templo católico los 15 jefes de estado, 26 cancilleres, nueve presidentes de organismos multilaterales y tres ex presidentes, entre ellos Felipe González, que formaban parte de los invitados. La misa la dio el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolín.

Por las calles de la Perla del Atlántico, la ciudad que tantas veces inspiró a Gabriel García Márquez, paseaban algunas de las figuras claves de la negociación. Se pudo ver a Sergio Jaramillo (del Alto Comisionado de la Paz), al presidente de la OEA (Organizacón de Estados Americanos), Luis Almagro, o incluso al secretario general de las Naciones Unidas, Ban-Ki-Moon, que acompañaba a algunas de las 250 víctimas del conflicto invitadas a la ceremonia.

Cientos de personas siguen la firma de los Acuerdos de Paz desde la Plaza de Bolívar de Bogotá. - EFE

Cientos de personas siguen la firma de los Acuerdos de Paz desde la Plaza de Bolívar de Bogotá. - EFE

Desconfiados

Mientras en el centro histórico los invitados hablaban de “paz”, de “perdón”, de “nueva etapa para la historia”, en las calles de alrededor, el pueblo de Cartagena no estaba tan animado con el evento. Por un lado por las razones prácticas: calles cortadas, controles policiales (2.700 unidades de Policía y Ejército desplegadas por la ciudad), y más tráfico del habitual. Por otro, la desconfianza: “No me creo nada de lo que está pasando. Todo es un espectáculo que hace Santos para quedar bien con los países extranjeros. Para los más pobres las cosas no van a cambiar”, decía Nélida Bonilla, vendedora de una tienda de ultramarinos de la calle 30, del barrio de Getsemany, pegado a la muralla.

A la desconfianza se une la desinformación, en parte creada por un sector de los medios nacionales que dan eco al discurso del expresidente, Álvaro Uribe, principal opositor de los Acuerdos de Paz que desde hace semanas trabaja por la campaña del No en el plebiscito del próximo 2 de octubre donde el pueblo deberá ratificar o no el documento que se firmó este lunes.“Yo quiero la paz, pero a esos guerrilleros les están dando mucho dinero. Les han comprado para que dejen las armas”, contaba a este diario el taxista Jackson Rodriguez, que después de dar muchas explicaciones admitía que votaría por el No.

El argumento de la asignación que cobrarán los excombatientes de las FARC es uno de los que más se escucha. “Van a ganar más de un millón de pesos al mes”, decía Rodríguez. Sin embargo, lo que se puede leer en las páginas 66 y 67 del documento hablan de un 90% del salario mínimo, que serían alrededor de 620.000 pesos los primeros dos años desde la desmovilización, y siempre y cuando no tengan un vínculo contractual que les genere ingresos.

Lo mismo sucede con otra de las críticas más escuchadas, la relativa a la amnistía de los guerrilleros: “El mensaje que da el Gobierno es que se puede matar y salir impune. No me gusta que esos asesinos sigan libres, así no se hacen las cosas”, declaraba Nelson Segovia, un vendedor de souvenirs, que todavía no tiene claro si votará o se abstendrá en el plebiscito. El miedo de Segovia es otro de los falsos mitos en relación a los Acuerdos. En realidad, este documento contempla por primera vez en la historia del país que un grupo guerrillero tenga que someterse a la Justicia para responder por los crímenes cometidos por sus miembros. En acuerdos anteriores, con la entrega de las armas se daba a cambio la amnistía. Una mayoría de guerrilleros serán amnistiados pero aquellos que hayan cometido “delitos muy graves” y lo reconozcan cumplirán penas de hasta 6 años de cárcel. Aquellos que no lo admitan desde un primer momento,

Desafíos pendientes

Los Acuerdos de Paz firmados este lunes no sólo suponen el fin de una larga guerra, sino que plantean las bases de una nueva política para el país, en la que el Estado se haga cargo de las zonas campesinas, la reclamación más antigua de la guerrilla. Los cuatro puntos principales del documento tienen que ver primero con la puesta en marcha de una reforma agraria; después con la creación de las condiciones necesarias para que la guerrilla pueda convertirse en un partido político viable; por otro lado que las FARC colaboren con el Gobierno dando a conocer los procesos relacionados con el narcotráfico; y por último el punto de reparación de las víctimas, así como la elaboración de una Comisión de la Verdad en la que se incorporen los relatos de ambos bandos. “Este punto es más importante de lo que uno puede imaginar, porque en Colombia no todos los muertos valen igual”, decía la periodista colombiana María Márquez.

Pero los desafíos son muchos. El primero de ellos es la implementación de estos acuerdos, de la que en parte se encargará Naciones Unidas, como organismo de observación y también ejecución. Las FARC dejan las armas pero quedan las dudas sobre otra de las guerrillas más antiguas, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que en un primer momento se unió a los acuerdos y después se alejó. “Estamos abiertos a que se acerquen de nuevo”, decía el domingo el presidente Santos. También queda pendiente el futuro de guerrilleros “rebeldes” de las FARC como el Frente Primero que se desligó de la guerrilla y se negó a suscribir los acuerdos. El comandante Iván Márquez también invitó a que el Frente diera marcha atrás y “se uniera a los deseos de la guerrilla”. Por ahora ni el ELN, ni los rebeldes han respondido.

El traspaso de guerrilleros de las FARC al ELN o incluso a las bandas criminales (Bacrim) relacionadas con el narcotráfico es otro de los miedos del Gobierno. A su vez a la guerrilla le preocupa que la vida de sus guerrilleros esté en peligro y que pueda suceder una matanza como la que sufrieron los integrantes del partido Unión Patriótica, sigla que surgió tras los Acuerdos de Paz de 1984.

Pese a las incertidumbres y desconfianzas, este lunes en Cartagena de Indias se dio un paso histórico: “Una segunda oportunidad en la tierra”, dijeron tanto Santos como Londoño. El próximo se dará el 2 de octubre cuando los colombianos vayan a las urnas a ratificar o no lo acordado. Hasta ahora el Sí continúa por delante del No en las encuestas. En su discurso, Rodolfo Londoño quiso dejar claro que la sociedad colombiana podía confiar en ellos y pidió “sinceramente perdón” a todas las víctimas del conflicto “por todo el dolor que hayamos podido causar”. Juan Manuel Santos también dedicó su discurso a las víctimas: “Esto se ha hecho sólo por ellos” e hizo un último alegato por el Sí, con gritos de “No más guerra” que rápidamente el público hizo suyos.

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