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¿Busca Biden el colapso de China?

Los observadores internacionales alertan de los riesgos de la agresiva diplomacia de Washington hacia el gigante asiático que cuestiona la supremacía estadounidense y se alinea con el llamado eje del mal, Rusia, Irán y Corea del Norte.

Joe Biden en una rueda de prensa durante su visita a Japón, a 9 de abril de 2024.
Joe Biden en una rueda de prensa durante su visita a Japón, a 9 de abril de 2024. Christy Bowe / DPA / Europa Press

No existe unanimidad entre los analistas del orden global, pero el debate cobra fuerza y las notas discordantes de la táctica diplomática de la Administración Biden frente a China suenan con cada vez mayor intensidad. "No hay sustituto para la victoria" es el lema acuñado por Matt Pottiger, asesor de Seguridad Nacional de EEUU entre 2019 y 2021 y por Mike Gallagher, representante republicano que presidió el Comité del Partido Comunista de China en la Cámara Baja americana, en su libro del mismo título en el que desgranan la estrategia de la Administración Biden sobre el gigante asiático.

En un tono más elogioso que crítico, Pottiger y Gallagher justifican la preocupación de la Casa Blanca por el único estado, dicen, que intenta transformar el orden mundial haciendo uso de su poder económico, diplomático, militar y tecnológico. EEUU se toma en serio los esfuerzos del régimen de Pekín de proclamar el sorpasso a EEUU en innovación (sobre todo, en fabricación de chips e Inteligencia Artificial), aumentar la dependencia global de las cadenas de valor y del ritmo manufacturero chinos, tensionar los límites defensivos en Asia y alterar las zonas oficiales de Seguridad y alinear sus intereses a los de Irán, Corea del Norte y Rusia.

Sin embargo, para Jessica Chen Weiss, experta en Relaciones Internacionales de la Universidad de Cornell, y Rush Doshi, director de Estrategia China en Brookings Foreign Policy, la política que ha puesto en liza el presidente demócrata es "inadecuada" y sus pasos van por la senda equivocada, porque, por encima de todo, parten de un objetivo erróneo.

Pottiger y Gallagher aducen, en el fondo, que EEUU debería olvidarse de controlar la carrera competitiva con China y apostar por la confrontación sin límites a la espera de que el Partido Comunista de China (PCCh) colapse, de la misma manera que aconteció durante la Administración Reagan con la Unión Soviética desde finales de los años ochenta y que concluyó con la Guerra Fría.

Para ello, en estos momentos, Washington se debería fijar como objetivo prioritario reforzar su industria militar. Pese a que ello pudiera hacer perder apoyos entre aliados y socios. Cualquier otra alternativa, sería irresponsable y deterioraría el músculo estadounidense en su pulso contra China.

Weiss y Doshi recalcan en Foreign Affairs que la tesis de los dos políticos americanos se basa en combatir al gigante chino como en su momento se hizo contra la extinta URSS y ha sido reconfigurada por el actual asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan, que en un discurso en enero dijo que la concepción sobre la capacidad de EEUU de hacer quebrar el sistema político chino está basada en "premisas realistas".

Amplias reprimendas diplomáticas de la Casa Blanca

Varias de ellas ya están operativas (vetos exportadores a la transferencia de tecnología o a los chips) y algunas tienen un diseño a largo plazo que trasciende de la disputa partidista en EEUU. Quizás la de mayor enjundia sea la Alianza Indo-Pacífico, el espejo económico-comercial ideado por EEUU con potencias industrializadas asiáticas –Japón, Corea del Sur, Australia o Singapur– y mercados emergentes –Indonesia, Malasia, Filipinas, Tailandia, Vietnam o Brunéi– del llamado Diálogo Cuadrilateral de Seguridad AUKUS, la denominada OTAN del Hemisferio Sur oriental integrada por fuerzas militares de Reino Unido y Australia junto al Ejército estadounidense –con Japón en la recámara– y cuyo objetivo prioritario es evitar la anexión china de Taiwán y la expansión de Pekín más allá de sus límites geográficos; especialmente en el Mar de China.

Hasta ahora, esta doble iniciativa, propulsada por la Administración Biden, ha cumplido su gran reto: contener los dominios chinos en Asia y construir una coalición de fuerzas que defienden el interés geoestratégico de EEUU en la región. Aun a riesgo de escaladas de difícil manejo.

Europa ultima sus propios vetos a la importación de vehículos eléctricos chinos

La más reciente de ellas se acaba de gestar. En plena precampaña presidencial, Biden elevó otra vez los aranceles. En esta ocasión, con especial enjundia y muy por encima de la subida de 2018 de Trump que se concibió como una guerra comercial entre las dos superpotencias. El inquilino actual del Despacho Oval acaba de cuadruplicar las tarifas de entrada a los coches eléctricos chinos, que pasarán del 27,5% al 102,5% este año para "proteger a los estadounidenses de las prácticas desleales" del gigante asiático, que inunda los mercados de "mercancías baratas" y ha duplicado el gravamen sobre los chips, desde el 25% actual hasta el 50%, con entrada en vigor en 2025 para impulsar una industria vital para espolear la innovación y la transición energética en EEUU.

Por si fuera poco, ha encarecido las baterías y los paneles solares made in China mientras Europa ultima sus propios vetos a la importación de vehículos eléctricos chinos e intensifica sus ayudas a las cadenas de valor de su mercado interior y prepara nuevos subsidios para sus fábricas de circuitos integrados.

Andrei Lungu, del Study of the Asia-Pacific (RISAP) es otro de los analistas que piden cautela a los aliados atlánticos, a los que les recrimina que no han elegido "el momento inadecuado" para cargar contra China porque van a incentivar las represalias de Pekín después de "siete años con riesgo latente de decoupling". Junto a la número dos del FMI, Gita Gopinath, a la que le preocupa el coste de estas tensiones y la amenaza de otra Guerra Fría geopolítica y comercial que restaría, dependiendo de su gravedad, "hasta un 7% al PIB global".

O a Shuli Ren, asesora de inversiones que, en una tribuna de opinión en Bloomberg, se pregunta una cuestión clave: "¿por qué los norteamericanos manifiestan un enfado tan rotundo con China cuando su rival muestra calma en medio de la primera de sus tempestades económicas en más de cuatro décadas?". Quizás por la crispación electoral que vive EEUU, responde. Pero también por su creciente necesidad de señalar a un enemigo estratégico.

Las secuelas de cambiar las reglas del juego

Frente a esta afrenta, China ha impuesto un "escudo de seguridad táctico" con diálogos abiertos con Washington en asuntos que van desde la tecnología a Taiwán pasando por el reforzamiento de los cauces multilaterales y de la globalización. Eso sí, sin cambios en las reglas de juego, que son las que molestan competitivamente a EEUU y el G-7. Para Pottinger y Gallagher, este cuadro de mando debería ser un proceso en el que la Casa Blanca tendría que actuar con posiciones de ventaja de las que ahora no dispone. Por eso -asegura Weiss- son más partidarios de las acciones contundentes que de inaugurar nuevas vías de entendimiento, obviando que "la capitulación ya no requiere de la diplomacia".

A su juicio, en cambio, "es el tiempo de reconstruir". A la llegada de Biden, Xi Jinping pensó que EEUU estaba en declive, pero al final de su mandato, su percepción no es tal, sino más bien, que el mundo está en "un incierto estadio de cambios que determinarán el orden geopolítico de este siglo", que serán más convulsos con un Trump capaz de realinear o destruir las alianzas con sus socios o de imponer criterios erráticos, de forma que confía más en la carta diplomática de Biden que de su contrincante republicano, a quien considera más propenso al "sentido común".

Una tesis que secunda el historiador, diplomático y analista de inteligencia estadounidense, Paul Heer. Los líderes del PCCh quieren protagonizar un mundo multipolar, lejos de las percepciones de Pottinger y Gallagher de "infundir el caos global y desestabilizar con total impunidad el orden establecido". Contrariamente a esta doctrina, Pekín busca "un ambiente externo estable con el que atender sus problemas domésticos prioritarios" que, en este periodo, son de una gravedad desconocida en décadas. Washington "no debe temer una victoria competitiva pacífica", porque "Pekín es proclive a las tablas, no a dar jaque mate a América".

De ahí que haya remodelado su política económica en el último Congreso del PCCh, en el que, de paso, revisó su estrategia de Defensa y alteró su diplomacia con vistas a alcanzar su deseado liderazgo global, bien en un comercio interconectado, o disgregado en dos bloques comerciales, el capitaneado por EEUU y el liderado por su régimen y Rusia, y ha puesto en marcha renovadas tácticas de corte monetario y financiero para ganar independencia productiva; sobre todo, en el ámbito tecnológico.

Un tecno-nacionalismo irrumpe en el orden mundial

Robert Manning, estratega de Seguridad en Atlantic Council, habla de tecno-nacionalismo de las dos superpotencias con un doble rasero. Uno positivo, para avanzar en la transición energética, y otro de alta competitividad, que puede separar a ambas de la globalización. En su análisis para Foreign Policy, habla de paradojas, como la que las baratas placas solares y baterías de litio para coches eléctricos chinas pueden provocar en la aceleración de EEUU hacia el fin de las emisiones netas cero de CO2. O la reindustrialización a cargo de las arcas del Tesoro del país en un instante crucial para la IA, el Big Data y la modernización de las infraestructuras.

A día de hoy, asegura, la tecnología verde tiene más cartas para impedir la fragmentación del comercio y la arquitectura financiera globales y de reconciliar intereses con suma cero que de generar una competición de potencias con resultados inciertos y peligrosos. Aunque las espadas sigan en alto y con dialécticas preocupantes, como la disruptiva relación entre Jinping y Vladimir Putin que, dos años y medio después de la invasión rusa de Ucrania, siguen sin fijar límites, avisa The Economist. Y con las empresas chinas dispuestas a vender en cualquier latitud del planeta, además de en su país.

La red social TikTok o el gigante tecnológico Lenovo son dos botones de muestra de ello. Dos de los ejemplos de competitividad global procedentes de China. Peor hay más. Alibaba resiste en ese mismo empeño, igual que Luckin Coffee o sus marcas de coches eléctricos. "El actual clima económico de enfrentamiento con EEUU incentiva a las compañías a tener más presencia en el exterior", admite Chris Pereira, fundadora de la consultora iMpact a Business Insider. Más allá de la Nueva Ruta de la Seda, aclara, que registró en 2023 unas inversiones de 150.000 millones de dólares, según la firma de servicios profesionales EY.

De ahí la seria advertencia de Pekín a la UE estos días, antes de que desvele sus medidas para frenar las compras de vehículos eléctricos chinos en su mercado interior, de que responderá con represalias en sectores como el de automoción o el de alimentación y la alusión a los fructíferos acuerdos que mantiene con Grecia para contener las "iras arancelarias" de Bruselas. El Nobel de Economía Paul Krugman cree, sin embargo, que el modelo económico chino "es insostenible" y que el resto del mundo "no puede aceptar la sobreproducción" que genera. "Sencillamente, no puede absorber tantos bienes chinos", afirma en Bloomberg.

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