Este artículo se publicó hace 3 años.
La burocracia retiene en Ucrania a un joven becado en España: "En la frontera tienen la orden de no dejar salir a los estudiantes"
Antes, la guardia fronteriza permitía salir con facilidad a los estudiantes matriculados en el extranjero, pero ahora ha endurecido la burocracia y eso ha dejado a gente como Vladislav Bezkorovainyi, de 22 años, atrapada en Ucrania.
-Actualizado a
"Hace una semana se produjeron en mi ciudad los peores bombardeos desde el comienzo de la guerra. Llegaron a escucharse hasta 160 explosiones", dice Vladislav Bezkorovainyi. Yo me fui de Bajmut el 3 de abril, pero mi familia todavía sigue allí. Llevo seis meses tratando de convencerles para que se vayan. Tengo muchísimo estrés y no consigo sacarme de la cabeza unos pensamientos terribles. No recuerdo un solo día desde que esto comenzó que no me haya sentido angustiado. A pesar de que ahora vivo en Kryvyi Rih, los rusos también se nos están acercando. Sin embargo, me da completamente igual. Quien me preocupa es mi familia. Durante el bombardeo, mi padre y mi abuela tuvieron que esconderse en la entrada del edificio, junto al ascensor. Pasaron muchísimo miedo, como jamás habían pasado. Esa noche los rusos destruyeron todo nuestro barrio: mi escuela, el ayuntamiento... Hubo muchos incendios. Bajmut todavía sigue en llamas. Solo una semana antes, los rusos bombardearon un edificio en construcción situado a solo unos metros del mío".
Resulta probable que el rostro del muchacho que se expresa de ese modo le resulte familiar a varios millones de españoles. En enero pasado, le ayudamos a conseguir varios trabajos eventuales como fixer. Colaboró, entre otros, con una productora que viajó hasta el Donetsk a instancias de Telecinco. Vlad llegó a salir varias veces en directo durante El programa de Ana Rosa. Ya iniciada la guerra, protagonizó también portadas en medios como el suplemento Crónica, de El Mundo, donde confesaba abiertamente que la idea de que le obligaran a luchar le resultaba aterradora. Su voz contradecía los estereotipos patrióticos de un país barrido por una tormenta de devoción a la bandera. A decir verdad, no es compromiso con Ucrania ni resquemor contra los rusos lo que le faltaba a Vlad, sino deseos de morir. Había miles de jóvenes como él escondiéndose de los agentes del Gobierno que forzaban a los chicos a alistarse por la calle o que castigaban una infracción de tráfico con el envío a filas.
Los rusos ya llegaron
La apariencia atribulada de Vladislav encarnaba como un guante en la televisión la versión menos grandilocuente de las tripas de la guerra, de cualquier guerra. El muchacho nació hace 22 años en Bajmut, una ciudad de 72.000 habitantes situada a solo 89 kilómetros de la capital del oblast del Donetsk. En 1999, la localidad era todavía conocida con el nombre de Artyomovsk en honor a un revolucionario bolchevique cercano a Stalin.
Cuando Vladislav fue entrevistado por primera vez en televisión, los rusos se hallaban todavía a 25 kilómetros de su casa familiar y, a pesar de ello, eran ya habituales los bombardeos. "Solo es cuestión de tiempo que las tropas de Putin llamen a sus puertas, de manera que el muchacho se despide cada noche como si fuera el último día de su vida", escribimos entonces en una de esas crónicas que saludaban el inicio del conflicto. Ahora los rusos ya han llegado y Bajmut es una de las dos ciudades grandes más amenazadas por Moscú.
La situación de los civiles es dantesca, y entre ellos, el padre y la abuela de Vladislav, quien se fue tan pronto como pudo a Kryvyi Rih -situada a algo más de quinientos kilómetros al suroeste- mientras intentaba hallar alguna forma de viajar a España. Aprendió castellano en la universidad y lo habla con solvencia. Con el paso de los meses, Vladislav logró una beca de una prestigiosa universidad privada madrileña, pero no ha logrado salir del país porque ha sido literalmente retenido por culpa de la endiablada burocracia de Kiev y por la prohibición de abandonar Ucrania que pesa sobre todos los varones de entre 18 y 55 años.
Hace ahora dos meses, el Ejército ruso logró entrar en Syevyerodonetsk, que era hasta aquel momento la ciudad más grande de la región de Lugansk controlada por Kiev. A raíz de ese nuevo varapalo, las líneas de defensa ucraniana se desplazaron hasta las afueras de la ciudad natal de Vladislav. Su importancia es vital porque ese emplazamiento es una encrucijada donde confluyen las carreteras de Lysychansk, Horlivka, Kostiantynivka y Kramatorsk. Debido a su interés estratégico, las tropas del dictador ruso Vladimir Putin se están empleando en el lugar con la misma saña e interés que dedicaron a Mariupol.
Ante las nuevas circunstancias, la gente de Bajmut está literalmente enloqueciendo. "El abuelo de mi vecina ha perdido por completo la razón", me cuenta Vladislav. "Comenzó a caminar alrededor de nuestro inmueble mientras cantaba oraciones a Dios con un icono en la mano para que los cohetes no golpearan nuestro edificio. Al poco de salir, se le unieron más abuelas. De verdad, lo juro. No lo podrías creer. Aquello es exactamente igual que en las películas de apocalipsis zombie".
Mientras charlamos de la nueva situación, Vlad nos envía unas fotos del estado en el que quedó su escuela, completamente destrozada por el impacto de un misil de artillería el pasado mes de mayo. Entre los columpios y los toboganes de lo que fue el patio de recreo yacen como despojos grandes pedazos de metales retorcidos y maderas astilladas. En el inmueble anexo al de la familia de Vladislav, se aprecian las puertas arrancadas de los vanos por las ondas expansivas de las explosiones, las ventanas reventadas y un suelo alfombrado de cascotes y de añicos de vidrio.
A diferencia del grueso de los varones del país, Vladislav sí tiene un modo de sobrevivir en Occidente, a condición de que se le permita abandonar Ucrania. "Una universidad madrileña de las más reconocidas me ha admitido en un máster con una beca completa. Si logro escapar, me gustaría estudiar cultura internacional. Pero el problema es que aquí existe una porquería de burocracia. Al principio, los guardias fronterizos dejaban salir a los alumnos ucranianos que estaban matriculados en el extranjero. No te exigían que estuvieras ya estudiando antes del inicio del conflicto. Bastaba con una carta de invitación traducida al ucraniano y confirmada por notario. Un proceso que, dicho sea de paso, cuesta muchísimo dinero para nuestros estándares. He gastado casi 8.000 grivnas, que vienen a ser 200 euros, solo para compulsar los documentos. Pero como mucha gente falsificó papeles, han complicado este proceso. Los guardias fronterizos tienen ahora una orden inconstitucional: No dejar salir a los estudiantes. Pueden llamar a la Policía o romper tus papeles frente a tu cara. Es decir, han creado muchos obstáculos. Y no solo sufren los alumnos, sino sus madres, que gastan hasta su última grivna para que sus hijos puedan estudiar fuera".
"Somos europeos. No somos Siria. Solo en Siria se prohíbe salir a los hombres tras la entrada en vigor de una ley marcial. Pero allí esa norma afecta únicamente a los varones de entre 18 y 42 años. Además, la aprobaron un año después del inicio del conflicto. Aquí fue al tercer día. Al principio, los guardas dejaban cruzar al otro lado a cambio de un soborno de entre dos y seis mil dólares. Ahora ni eso. De verdad, créeme. Yo no quiero irme, pero mi familia dice que me vaya yo; que yo tengo un futuro y una oportunidad; la oportunidad de estudiar. No sé nada de la vida. Yo no he visto nada, ni jamás he salido fuera", prosigue.
Los últimos de Bajmur
A finales de primavera, habían abandonado la ciudad casi dos tercios de sus habitantes en minibuses de evacuación conducidos por voluntarios incluso en el transcurso de los bombardeos. Solo unos pocos se resisten.
El estudiante ucraniano vive en la pesadumbre desde que la guerra destrozó su vida y la de todos. "Mi familia ya no puede vivir en esas condiciones. Se han quedado sin agua, sin gas, sin electricidad y sin Internet. Tampoco hay cobertura para el móvil. Cada vez me cuesta más llamarles porque las líneas de teléfono colapsan debido a los incesantes bombardeos. ¿Sabes dónde están cocinando? En la calle, haciendo un fuego con el resto de vecinos".
"El presidente del Donetsk, Pavlo Kyrylenko, ha dicho que no contemos con calefacción en las ciudades del oblast porque toda la región se ha quedado sin gas. Este invierno va a ser el más duro, el más despiadado de toda la historia de Ucrania", añade. "Nuestros inviernos ponen los termómetros a 25 bajo cero. Solo de cuando en cuando la luz vuelve. Pero mi familia no puede ver la tele porque la señal llega por Internet, y ni hay conexión ni la habrá hasta que esto no concluya. ¿Qué significa eso? Que no saben ni qué está pasando en su ciudad. Solo escuchan bombardeos y, cuando pueden asomarse, ven los edificios destruidos. Mi abuela parece una zombie después de tanto tiempo sin salir de casa. Papá dice que la gente ha enloquecido. Ellos mismos han comenzado a tener problemas de memoria. No saben ni en qué día están, ni siquiera el mes. El tiempo se paralizó el 24 de febrero".
"¿Sabes?", nos contó Vladislav la noche en la que los rusos cruzaron la frontera, "la víspera de la invasión tuvo algo de especial. Era como si los relojes se hubieran detenido y las cosas estuvieran anormalmente tranquilas. Era la calma que precedía a la tempestad y todos sentimos que algo estaba a punto de ocurrir. La noche era tan calma que podíamos incluso escuchar los latidos de nuestros corazones. Hoy estoy a punto de acostarme, a sabiendas de que los rusos se hallan a unas pocas millas, y tengo la misma sensación. Tal vez este sea mi último mensaje. Si es así, cuéntale mi historia a tus lectores porque te juro que no quiero morir en vano".
No sucedió así. Vlad sigue todavía vivo, aunque más lleno todavía de aflicción, temor e ira. El pequeño piso de tres piezas donde resiste su familia es una de esas lúgubres jruschovas de los tiempos de Breznev. Cuando comenzamos a cruzar mensajes a principios de este año, no había visto aún ninguna foto del inmueble, pero daba por sentado que habitaba en uno de esos vetustos edificios, cenicientos y estereotipados, construidos hace cuarenta años con planchas prefabricadas de hormigón. Acostumbraba a imaginar al chico leyendo las noticias de la guerra en el sofá bajo algún tapiz barato mientras su abuela cocinaba borsch o jolodets de pescado en la cocina. Y, de hecho, acertaba.
Vladislav Bezkorovainyi se pasó cerca de un mes, desde marzo hasta abril, literalmente oculto en su pequeño apartamento con su babushka, su padre -un panadero- y con su gato Kuzma por temor a que la Policía o los militares ucranianos se lo llevaran por la fuerza al frente. La madre de Vladislav abandonó el hogar cuando él tenía un par de años y ahora vive en los territorios temporalmente ocupados, en algún lugar de Crimea.
Resentido con Pedro Sánchez
Nuestras conversaciones se hicieron todavía más frecuentes a partir del 24 de febrero y a partir de mayo, se interrumpieron por un tiempo. Ahora se siente un poco resentido incluso con los periodistas españoles que llaman a menudo a toda prisa "para usarle en una crónica" y después se desentienden de él. "Le pedí ayuda a tu amigo, el periodista de televisión, para estudiar en España y me mandó un enlace, ¿te lo puedes creer?", me dice.
Pero quien de verdad le ha decepcionado es Pedro Sánchez. "Dentro de poco tendremos que salir a la calle a hacer nuestras necesidades en un hoyo, tal y como se hacía antes de la llegada de la civilización. De verdad que me sorprende mucho que algunos europeos estén quemando sus vidas mientras nosotros sobrevivimos aquí de esta manera. Nuestro Ejército y nuestro país está defendiendo los derechos humanos de toda Europa. Estamos siendo usados como un escudo de protección frente a la agresión rusa".
"Me acabo de enterar de que vuestro presidente ha hecho a España dependiente del gas ruso. Cada español deberá pagar por ese gas, al tiempo que financia a las tropas de Moscú. Cada uno de vosotros estáis ahora alimentando un círculo vicioso e infinito de muerte. Presta atención, antes adoraba a vuestro presidente, pero ahora, literalmente, creo que está financiando el terrorismo con vuestros impuestos", continúa.
"Son tantas las historias de las que me gustaría hablarte", prosigue Vladislav. "Han sucedido tantas cosas... No sé cómo convencer a mi abuela y a mi padre para que se vayan de Bajmut... Aquí la gente está harta de esta guerra, pero no se rinde. Ya no puede imaginar una vida sin los sonidos de la artillería, como si su existencia precedente jamás hubiera existido.
"También yo estoy comenzando a volverme loco", me explica. "Cada día se parece al anterior. No logró conciliar el sueño. Tengo un vacío muy fuerte dentro de mí. Ya no consigo sentir nada, pero aun así sigo luchando para poder estudiar en tu país. Llevo seis meses peleando, como en un estado hipnótico. No salgo de casa, estoy completamente solo. Tenía un compañero, pero se fue a vivir a otra ciudad". Al llegar a ese punto me pregunta que dónde vivo yo y le envío algunos vídeos de mi perro Louka -un Spaniel ruano catalán- corriendo entre los arroyos de las cumbres del norte del país. "Ferran, qué bonito es tu perro. Ojalá pudiera yo también salir a pasear por un lugar así con mi gato Kuzma", zanja.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.