No es la flor

No es la flor. Es el brazo que se posa sobre una barandilla y junto a él otro, y otro, y otro. Es la línea azul que separa lo que se mueve de lo inerte, lo homogéneo de lo que disiente –esa línea nítida y firme y a la vez inestable y quizá, solo quizá, a punto de caer–. Son las cámaras apuntando hacia quien detenta el poder y lo ejerce. Son las horas de pie sobre el asfalto de una plaza, bajo el sol, y aun así no nos vamos, y aquella mujer que desde atrás, al fondo, sostiene la mirada. Es una mano aplaudiendo, una mano bebiendo, una mano abrazando, una mano contándole a otra mano, lejos, esta misma escena; una mano que busca otra mano, una mano ofreciendo agua para seguir ahí, no sabemos cuánto tiempo, hasta que se vayan. Todos.

No es la flor.

Es lo que sostiene la flor, lo que está detrás, o abajo, o a los lados: las hojas, la raíz, las semillas.