Resarcir la desprotección
Por Por Esmeralda R. Vaquero
Periodista
"Salí totalmente destruida como persona, el adoctrinamiento religioso y político era brutal, era un adoctrinamiento para que fuésemos esclavas del marido, de nuestros hermanos y de la sociedad al completo; perfectas franquistas y perfectas cristianas, católicas y apostólicas. Se nos hacía un lavado de cerebro brutal", explica Mariaje López, que vivió desde los ocho a los trece años en el orfanato del Palacio de Eugenia Montijo (Madrid), gestionado por las Oblatas del Santísimo Redentor. Era el año 1965. Su padre había muerto y su madre, con muy pocos recursos y sobrepasada por la situación, consideró, aconsejada por sus tíos, que lo mejor era ingresarla en lo que creían que era un colegio de beneficencia. "No les informaron bien y me metieron en un infierno", añade.
Ese infierno duró para ella hasta 1970, aunque el fuego siguió quemando durante mucho tiempo más. Las consecuencias para muchas de las que pasaron por alguno de los centros del Patronato de Protección a la Mujer fueron muy visibles. "Eso ha influido en el tipo de vida que hemos llevado. Algunas hemos hecho una catarsis y hemos podido reconstruirnos con mucho trabajo personal; muchas han estudiado por su cuenta y tienen una profesión. Y también hay muchas que se han suicidado y otras que tienen toda la psicología destrozada, que todavía están con tratamiento psiquiátrico y, además, con el estigma de la culpa, porque les dicen que algo habrían hecho para estar ahí. Tenemos compañeras que no han sido capaces de contárselo a su marido o a sus hijos e hijas", explica López.
Con el transcurso del tiempo, las miles de mujeres que vivieron en los orfanatos o reformatorios de los centros del Patronato tuvieron que digerir solas lo sucedido. Hacerle un hueco a todas esas vivencias registradas en distintas partes de su cuerpo. Almacenar los recuerdos en lugares en los que, aunque no dejaran de doler, al menos interfirieran lo menos posible en sus vidas. Pero llegó un momento en que, para muchas de ellas, fue imprescindible poner en palabras lo sucedido. Esa es una de las primeras patas que sostienen el proceso de reconocimiento y la posterior subsanación.
Mariaje López publicó su libro Por caridad en 2018. En él cuenta lo que vivió durante la época más aberrante de su vida. "Hasta que lo escribí, pensaba que solo me había pasado a mí, pero cuando busqué documentación, vi la investigación de Consuelo García del Cid y me enteré de que eso había ocurrido en cientos de sitios, por los que habían pasado decenas de miles de mujeres. Y ahí sí que pensé que tenía que contarlo, no por mí sino por todas las mujeres que están calladas porque, o no se atreven a contarlo, o porque cuando lo han contado no las han creído".
El silencio las ha acompañado durante mucho tiempo, pero ahora han comenzado a encontrarse con otras compañeras de ese oscuro viaje y se han propuesto arrojar un poco de luz. En el caso de Mariaje López, su red la constituyen sus "hermanas" —como ellas mismas se llaman—, supervivientes del Patronato de varios puntos del Estado español que mantienen un vínculo, hasta ahora sobre todo virtual y se han convertido en un apoyo fundamental en este proceso de reconstrucción y búsqueda de justicia.
A María Forns la "encerraron sin explicación" —ella lo narra así— en 1972, cuando tenía 16 años, y permaneció once meses en un centro de las adoratrices de Barcelona. Ahora pertenece a un grupo de trabajo de esa misma ciudad que se creó hace un año, a raíz de una exposición sobre distintos aspectos del franquismo, entre ellos el Patronato. "A partir de ahí surgió la necesidad de dar a conocer el tema, porque muchas personas no habían oído nunca hablar de esto", indica. Para Forns, la restitución del daño se consigue dándolo a conocer. Y eso es lo que intentan hacer a través de sus charlas y encuentros: "A mí lo que me serviría es que se conozca, ya me está sirviendo hablar de esto. Porque si no es como un mal que trabaja por dentro".
Necesidad de reparación
Después de un tipo de violencia tan voraz y prolongada en el tiempo, hay un todo orgánico que habla. Y que lleva la cuenta. "Todo lo que se ha sufrido no puede borrarse, queda inscrito en el psiquismo y en el cuerpo. Lo que no puede decirse en una generación aparece en la siguiente y, a veces, aparece de una manera que no tiene que ver, pero se manifiesta en su cuerpo o en su manera de estar en el mundo", explica la psicóloga clínica Teresa Morandi, que trabaja desde hace años junto a movimientos de memoria histórica en pro de una necesaria reparación, palabra clave. "Hablamos de que eso traumático que ha vivido la persona, y que deja el aparato psíquico tocado y sin respuesta, pase un intenso trabajo de transformación. Ese trabajo lleva un tiempo y tiene que ver con lo que llamamos duelo, es decir, preguntarse qué me han hecho, por qué y qué puedo hacer con lo que me han hecho tanto individual como colectivamente", añade. Y continúa: "Compartir con otras es uno de los elementos que han logrado muchas de ellas, luchar por ese reconocimiento las ha unido, y saber que una cuenta con apoyos da fuerza para saber qué ha pasado, porque tiene que haber responsables. La reparación es lo paliativo, te hace poder convivir con ello. La palabra en sí misma no cura, cura un proceso donde la palabra es importante, porque hubo mucho silencio, y hay que hablar siendo escuchada, reconocida y dándole valor a esa palabra".
Las miles de mujeres que vivieron en los orfanatos o reformatorios de los centros del Patronato tuvieron que digerir solas lo sucedido
Además de crear comunidad junto a otras, existen otros mecanismos que están permitiendo restituir la violencia recibida. Por una parte, el trabajo individual, a veces con ayuda profesional y otras, sin ella. Algunas lo han canalizado a través de la escritura; otras, de la denuncia. Pero igual o más importante que este camino personal, es que los y las responsables asuman responsabilidades. "Es muy duro haber estado encerradas sin saber por qué estaban allí. Hay que decir que eso pasó, tenemos esta tendencia a decir que no hay que hablar del pasado, porque ya pasado está, y no. El pasado está en cada persona que lo ha vivido. Este reconocimiento hace falta", apunta Morandi.
Y es precisamente este último punto en el que también se está trabajando ahora. Un reconocimiento que se incluya en la legislación. Porque las violaciones de derechos humanos cometidas en cientos de centros del Patronato de Protección a la Mujer no están contempladas en la Ley de Memoria Democrática. En su artículo 3, que recoge los supuestos de víctimas, no menciona a las mujeres que sufrieron la férrea represión de esta institución. No existe una alusión específica a las que fueron represaliadas en estos centros por el simple hecho de no cumplir a rajatabla con los criterios de feminidad o de moral que estipulaba el franquismo.
"Hay que exigir el cambio del artículo 3 de la ley porque, contradictoriamente, en el preámbulo se habla del papel de las mujeres y se les da un lugar relevante, pero no se menciona esta institución, y eso es clave. No tiene sentido que se olvide una institución que ha estado 40 años y ha violado los derechos de las mujeres sistemáticamente. Es
un camino para empezar a hacer presión como víctimas del franquismo", explica Pilar Iglesias Aparicio, militante feminista e investigadora tanto de las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda– similar al Patronato- como de la institución del régimen franquista. Su libro, Políticas de represión y punición de las mujeres: Las Lavanderías de la Magdalena de Irlanda y el Patronato de Protección a la Mujer de España, refleja la necesidad de poner en marcha los mecanismos políticos necesarios para reconocer lo que sucedió y que las supervivientes puedan tener una reparación.
Las violaciones de derechos humanos cometidas en cientos de centros del Patronato de Protección a la Mujer no están contempladas en la Ley de Memoria Democrática
El preámbulo de Ley de Memoria Democrática expone expone que "en diferentes momentos de la historia", las mujeres "fueron represaliadas por haber intentado ejercer su derecho al libre desarrollo personal y haber transgredido los límites de la feminidad tradicional. Por tanto, en la promoción y transmisión del conocimiento ha de recogerse su contribución a la memoria democrática". Una mención demasiado laxa para quienes conocen de cerca o han sufrido en primera persona el funcionamiento de esta institución.
Pedir perdón
En cuanto a los contactos que algunas supervivientes están iniciando con las congregaciones religiosas en busca de una asunción de responsabilidades, Iglesias considera fundamental esa petición de perdón. "Esto es como si lo trasladas a otras víctimas, como con las víctimas del franquismo. Lo primero es que esa petición de perdón, ese reconocimiento público de que esa persona sufrió una violación de derechos humanos. Es restaurar la dignidad de la persona a nivel simbólico. Reconocer que fueron víctimas, porque además no había comisión de ningún delito y sólo se actuaba en nombre de una moral que se imponía de forma totalmente sesgada. Es una devolución simbólica de la dignidad y una reparación", considera. En esta misma línea opina María Forns: "Las administraciones públicas de diversos niveles tendrían que exigir a las congregaciones que reconozcan esto antes de subvencionarlas y firmar convenios. Porque eso pasó y no se puede enterrar, ignorar. El papel de la Iglesia fue muy importante. Y hay un elemento que hace más grave todo esto: éramos menores".
Pilar Iglesias considera que el Estado y la Secretaría de Memoria Democrática también tienen que hacerse cargo de lo sucedido. "Estamos hablando de justicia transicional, igual que consideramos que el Estado debe reparar a víctimas del franquismo, a otro tipo de víctimas también. Es una contradicción que en un Estado como España, con unas leyes de igualdad y un marco tan amplio, no se hable de una institución de este tipo, que era la de mayor control de la sexualidad de las mujeres. El Estado tiene que poner en marcha comisiones oficiales de investigación, con garantías, y tiene que comprometerse y constatar que es una grandísima violación de derechos humanos".
Algunas comunidades autónomas han emprendido acciones de reconocimiento y búsqueda de la justicia. El Parlamento catalán, a iniciativa del grupo de trabajo de Barcelona, está revisando la ley de memoria democrática de Catalunya, para incluir a las víctimas del Patronato. En la Comunitat Valenciana, el grupo Compromís ha registrado una proposición no de ley para llevar a Les Corts Valencianes "la necesidad de reparar a las víctimas de los mecanismos y procedimientos de la dictadura franquista para imponer el terror del patriarcado a las mujeres", en concreto por parte del Patronato de Protección a la Mujer en el territorio valenciano. Además, las periodistas Marta García Barbonell y María Palau Galdón publicaron recientemente Indignas hijas de su Patria. Crónicas del Patronato de Protección a la Mujer en el País Valencià, donde recopilan datos y testimonios de este "instrumento del régimen franquista". En Andalucía se ha creado el Grupo de Apoyo a las Represaliadas del Patronato de Protección a la Mujer para sensibilizar a la sociedad e influir en las instituciones.
La chispa empieza a prender. Se están dando algunos pasos que, aunque lejos del movimiento iniciado en Irlanda para reparar a las víctimas de Lavanderías de la Magdalena en los años 90, suponen un punto de arranque. "Allí hay un conocimiento muy grande de lo sucedido, porque ha habido denuncias en medios, se han organizado comisiones de investigación, se han recogido testimonios de las mujeres, se han rodado series, documentales, se han hecho obras de teatro, exposiciones. Hubo una petición pública de perdón en 2013 y a partir de ahí se puso en marcha un esquema de reparación. Ha habido una gran movilización por parte de la población civil. El modelo de Irlanda es importante, porque ha tocado todas las patas", añade Iglesias.
En cualquier caso, la ausencia de resarcimiento a quienes han vivido las situaciones de violencia del Patronato no deja de sorprender. "Había castigos, palizas, te hacían lamer el suelo con la lengua, nos hacían desatascar los váteres sin guantes, pasábamos horas y horas de rodillas. Hacíamos trabajo sin cobrar, jornadas completas a destajo, y dedicando solo dos o tres horas al estudio. Había castigos especiales para quienes se hacían pis en la cama —como poner ortigas en la vulva y el recto—. En general el trato era ese", añade Mariaje López. "Las heridas están y hay que hacer algo con ellas para que no sigan haciendo daño. Dejar las cosas igual sería seguir retraumatizando a quienes, en plena infancia o adolescencia, fueron traumatizadas por medidas crueles de un Estado heteropatriarcal", asegura Teresa Morandi. Lo piensa ella y todas las que, desde hace tiempo, luchan por una justicia que respalde la verdad que custodian y permita enterrar el silencio.