¿Cómo historiar lo inmaterial? Historiografía feminista frente a desastres documentales
Por Tatiana Romero
Historiadora
-Actualizado a
A Tomasa Cuevas, primera historiadora de la represión a las mujeres en el franquismo
Confieso que, como historiadora de las mujeres, he tenido cierta envidia de las periodistas que se dedican a contar también el pasado de las mujeres. Confieso que por momentos me pregunto por qué los libros de historia venden menos que las investigaciones hechas por periodistas.
Me pregunto por qué la historiografía se lee menos aunque sea, muchas veces, la base para textos periodísticos que investigan el mismo hecho o periodo. Eso nos hace reflexionar sobre nuestros propios errores como divulgadoras y constatar que la historiografía feminista es un apoyo fundamental para que las investigaciones periodísticas tengan una guía temporal y metodológica, que les permita caminar sin ir a ciegas. Después de veinte años de oficio, he descubierto que la clave está en hacer y construir conocimiento juntas. Pero aquí toca hablar de historiografía feminista y de la problemática que entraña investigar la represión franquista sobre los cuerpos de las mujeres y, en específico, el Patronato de Protección a la Mujer, uno de los órganos represivos del franquismo más longevos: 1941-1986.
¿Qué hacer si, bajo el miedo y el pacto de silencio impuesto en España, sus propias familias no tienen ni idea del periplo vital de madres, tías, abuelas?
Cuando queremos analizar la capilaridad del poder represivo del franquismo, es decir, aquellos espacios en donde pasaba casi inadvertido pero donde adquiere su cariz totalitario, surgen toda una serie de complicaciones e imposibilidades para investigar lo sutil de las redes de poder que se tejían sobre los cuerpos de las mujeres. Tenemos más o menos claro que el franquismo afincó toda su moralidad en el comportamiento de las mujeres, utilizándolas como vehículos para la purificación y la redención moral de España y, a su vez, esa moralidad se construyó en contraposición a la figura de "la roja": "Ese ser degenerado, lleno de ferocidad y rasgos criminales que por sus implicaciones políticas con la República ha perdido toda su feminidad", en palabras del psiquiatra del régimen Vallejo-Nájera.
Es tan central la represión a los cuerpos femeninos para el universo simbólico del franquismo que el trabajo de archivo es duro, no en vano han desaparecido kilómetros de documentación; y el de historia oral, muchas veces frustrante, porque son pocas las mujeres que quieren hablar de todo lo que sufrieron por el solo hecho de ser mujeres. Para la moralidad del franquismo ser mujer te convertía automáticamente en sospechosa. Nos encontramos con víctimas a las que no se las reconoce como tal, mujeres que vivieron en sus propias carnes tal grado de violencia, que recordarlo resulta desgarrador o que nunca se lo han contado a su familia o personas más cercanas. Mujeres sobre las que se inoculó la vergüenza como forma de habitar el mundo. ¿Cómo historiar la vergüenza? ¿Cómo documentar lo que no deja huellas aparentes? ¿Cómo historiar el maltrato, los abusos, las violaciones a los derechos humanos más básicos, la tortura psicológica? ¿Cómo historiar lo inmaterial? ¿Cómo historiar el dolor de las otras?
Asunto: inmoralidad
El Patronato de Protección a la Mujer, dependiente del Ministerio de Justicia, nace por decreto y desaparece por decreto y, por tanto, al ser una institución oficial dependiente de un Ministerio, supondremos que la documentación es de fácil acceso en los archivos; pero acercarnos a ellos no lo es tanto.
Primero, las condiciones de acceso a los fondos. Según la ley de Patrimonio Histórico Español, "debido a que los expedientes pueden contener datos personales que puedan afectar al honor de las personas, a la intimidad de su vida privada y a su propia imagen, no podrá ser consultada la documentación que no cumpla los plazos legalmente establecidos, sin que medie consentimiento expreso de los afectados". Muchos de estos fondos documentales se encuentran en los archivos provinciales porque el Patronato establecía la creación en cada provincia de una Junta Provincial bajo la presidencia del Gobernador Civil. Sin embargo, no hay documentación en todos los archivos provinciales. Es posible que la documentación permaneciera en las sedes de las Juntas Provinciales hasta los años 80, pero que con la disolución del Patronato se trasladara a otras dependencias o se "traspapelara"
Por otro lado, podemos encontrar alguna memoria anual del Patronato, publicada por el Ministerio de Justicia e impresa por Gráficas Ibérica, imprenta que también publicaba textos relacionados con la doctrina social católica. El trabajo con este material es complicado porque, como ocurre con el resto de documentación institucional relativa a la represión franquista, no es fácil encontrarla.
Los expedientes de las mujeres internadas en los centros del Patronato comúnmente llevan por título: "Asunto: inmoralidad", e incluyen informes médicos y psiquiátricos, así como valoraciones patologizantes de la conducta. El tratamiento que debemos darle a estas fuentes no puede ser aséptico, al contrario de lo que piensen compañeros de la disciplina. Detrás de cada expediente hay una mujer, una vida marcada por la represión, generaciones enteras de mujeres disciplinadas a través de las violencias más extremas. No pocas veces he escuchado entre colegas la frase, "he encontrado oro en el archivo" cuando se descubre un fondo documental que antes no se había tocado. Y me pregunto, en el caso de los expedientes de las mujeres represaliadas, ¿a costa de quiénes, de las vidas de quiénes, es que expoliaremos ese oro? Es probable que las mujeres que pasaron por el Patronato en el primer franquismo (1939-1959) ya no vivan, pero sí sus familiares o amistades, ¿Qué hacer cuando encontramos el expediente de una mujer represaliada? ¿Qué hacer si, bajo el miedo y el pacto de silencio impuesto en España, sus propias familias no tienen ni idea del periplo vital de madres, tías, abuelas?
Muchas de las mujeres se autocensuran en el momento de contar la violencia que sufrieron. Las entrevistas que se han podido realizar a mujeres represaliadas, a las que pasaron por las cárceles franquistas, por dependencias del Patronato, relatan las palizas y las torturas. Sin embargo, faltan datos sobre el momento de la detención. Sabemos que, por lo menos en el primer franquismo, las mujeres eran también violadas por la Guardia Civil durante las detenciones y antes de ser llevadas a prisión, víctimas del periplo represor del rapado y la ingesta de aceite de ricino. Lo sabemos porque es repetitiva la afirmación "Al detenerme hicieron conmigo lo que quisieron" o por los largos silencios cuando se les pregunta directamente si sufrieron violencia sexual.
Hemos aprendido a leer esos silencios, las miradas, las manos que tiemblan. Esa es una de las grandezas de la historiografía feminista: aprender a mirar lo que parece invisible. La mayor fortaleza metodológica de la historiografía feminista —y lo que las historiadoras han aportado con mucho esfuerzo desde aquel texto fundacional, de Joan Wallach Scott, El género: una categoría útil para el análisis histórico, de 1986— es, sin duda, la capacidad de ver las fuentes con otros ojos, de buscar fuentes que siguen siendo desdeñadas por considerarse demasiado subjetivas e intentar utilizar métodos de análisis nuevos para construir otras interpretaciones posibles del pasado. Como dice la misma Joan Scott: "En lugar de buscar orígenes sencillos, debemos concebir procesos tan interrelacionados que no puedan deshacerse sus nudos".