Incels en los medios
Por Berta Gómez
El 4 de agosto de 2009, en Pensilvania, un analista de sistemas llamado George Sodini se coló en una clase de aeróbic femenino, apagó las luces y empezó un tiroteo a sangre fría que acabó con la vida de tres mujeres, nueve resultaron heridas. Tras la investigación policial, se descubrió que el hombre de 48 años llevaba meses lamentándose en un blog por no tener novia desde 1984 ni relaciones sexuales desde hacía 20 años. Según sus propios cálculos, había sido rechazado por treinta millones de mujeres, "putillas blancas", explicaba, que preferían acostarse con hombres negros antes que con él. La vinculación entre estas entradas misóginas y la masacre la explicitó en su blog: "¿Por qué les he hecho esto a chicas jóvenes? Lee lo que sigue".
Tres años después, Elliot Rodger, un joven de 22 años, subió a Youtube un vídeo donde exponía sus quejas contra las mujeres por no darle cariño, sexo ni amor. "No sé por qué no os sentís atraídas por mí, chicas, pero pienso castigaros a todas", y anunciaba: "El día de la venganza voy a entrar en la casa de la fraternidad más buenorra de la UCSB (Universidad de California de Santa Bárbara) y voy a masacrar a todas las zorras rubias, malcriadas y estiradas que pille. Todas esas chicas a las que tanto he deseado". Así lo hizo. Mató a dos chicas de la fraternidad e hirió a otra. Como parte de la misma masacre, Rodger disparó y mató a seis personas, incluyendo varios hombres. Sus motivos eran los mismos: explicó que se trataba de un ajuste de cuentas, "representa mi venganza contra todos los hombres que han disfrutado de una vida sexual placentera mientras yo sufría".
En abril de 2018, Alek Minassian mató a diez personas, ocho mujeres y dos hombres, con una furgoneta de alquiler en el distrito de North York de Toronto (Canadá). El atropello masivo se produjo días después de que Minassian publicara en Facebook un mensaje que decía: "¡La rebelión incel ha comenzado! ¡Derrocaremos a todos los chads y las stacys! Salve a Elliot Rodger, el caballero supremo!". En el interrogatorio, Minassian confesó sin pudor que sus actos eran una venganza contra las mujeres que le habían rechazado. También admitía que estos pensamientos surgieron tras radicalizarse en internet.
Del titular al análisis de las causas estructurales
Párrafos como los anteriores, que sirven de gancho para el lector debido a su espectacularidad y a su extrema violencia, no son una novedad. Los grandes medios de todo el mundo han relatado estas masacres con todo lujo de detalles. Sin embargo, las matanzas se plantean siempre desde su condición de excepcionalidad. ¿En serio hay hombres matando mujeres porque no pueden tener relaciones sexuales? Las masacres son la noticia y el móvil se plantea como una excentricidad morbosa, la monomanía de un lobo solitario que sirve para separar a los "hombres trastornados" del resto. Al tiempo que se busca el clic, se construye un relato donde la misoginia y el antifeminismo quedan diluidos, desenfocados por la rareza de los hechos.
A George Sodini no se le atribuyeron palabras como "terrorismo", "extremismo", "machismo" ni "sexismo": para el The New York Times, este hombre era una "persona torturada por la soledad". En el caso de Elliot Rodger, debido a que además había herido y matado a varios chicos, fue relativamente fácil dejar en un segundo plano su discurso misógino y la pertenencia a un grupo extremista. Según cuenta la escritora Laura Bates en Los hombres que odian a las mujeres: "Muchos medios se hicieron eco de la mala salud mental de Rodger, aunque, pese a haber recibido tratamiento psiquiátrico, no se le había diagnosticado ninguna enfermedad. [. ] El contraste con los terroristas islámicos, a quienes casi nunca se les tacha de trastornados, es brutal".
Estas explicaciones sin fondo ideológico —utilizadas para estos y otros tantos crímenes con motivaciones incels, que en los últimos diez años se han cobrado 100 víctimas entre asesinadas y agredidas— contrastan con la reacción que tuvo la masacre dentro de los foros y webs incel, donde los asesinos son canonizados como ejemplos a seguir, valientes que se atrevieron a poner sus ideas en práctica.
"Marcarse un ER es una expresión habitual utilizada para hablar de perpetrar una masacre incel, mientras que las iniciales se incluyen frecuentemente en otras palabras con la misma conclusión. En muchos mensajes se anima a los miembros del foro a actuar de forma hERóica", desarrolla Bates, mostrando que la radicalidad a la que llegó Rodger no fue una excepción brutal, sino un logro aspiracional, una fuente de comunidad que les permite verse como parte de un movimiento. De hecho, aunque no se le prestó atención mediáticamente, la relación e influencia entre los crímenes es clara: el informe policial de la masacre de Santa Bárbara reveló que Sodini aparecía constantemente en el historial de búsquedas de Rodger.
Algo cambió con el caso de Alek Minassian. En 2018, incluyendo la prensa española, el caso dio pie a varios textos pedagógicos sobre qué era la machoesfera y cómo habían nacido y se habían desarrollado los incels, atribuyendo causas misóginas a la masacre de Toronto. Sin embargo, esto no evitó que aquello no fuese más que otro caso aislado, atípico y lejano: ahora hablábamos de incels, pero solo cuando perpetran matanzas en EE UU o Canadá.
"Lo incel como tal da muchísimo morbo porque es abyecto y nihilista, y ha movido muchísima atención por su escabrosidad", explican desde Proyecto Una, que lleva 10 años investigando estas comunidades. "Los síntomas, que se presentan en forma de ataques suicidas y masacres, son mediáticamente morbosos, pero aparecen en los medios sin poner el foco en el análisis de las causas. Ha habido cientos de noticias y horas de contenido reproduciendo los nombres y caras de los asesinos más célebres, e incluso se han traducido y editado sus manifiestos. Esto es lo peor que se puede hacer, porque se hace de modo acrítico y buscando ganar atención, azuzando el pánico moral. Además, es lo que ellos querían: ser relevantes, pasar a la historia y que se les escuche". La economía de la atención, apuntan —y puede comprobarse justamente con el inicio de este reportaje— funciona a la perfección en estos casos. Pero este tratamiento es incapaz de ofrecer un mapa amplio sobre la reacción misógina que enfrentamos; y que tiene mucho más que ver con la injerencia de la terminología incel en la cultura pop, e incluso, en el discurso político.
"Ok, charos"
En septiembre de 2020, la revista feminista Pikara Magazine denunciaba que era la cuarta vez en un año que su redacción, situada en Bilbao, amanecía con pintadas machistas. Junto a las habituales consignas ultraderechistas nacidas al calor de webs y foros, como "La violencia no tiene género" o "Putas de Soros" (en alusión a la teoría de la conspiración que acusa a las feministas de estar financiadas por el estadounidense George Soros), también escribieron "Fuera Charos de nuestros barrios" y "Ok, Charos". El término puede leerse por primera vez en 2011 en burbuja.info, para después ser utilizado masivamente en Forocoches.
Las charos son las nuevas "malfolladas" o solteronas, mujeres que no cumplen con los mandatos de la feminidad. "Viene a convertir un concepto que no es novedoso, pero que ha tenido que adaptarse a otra realidad", explica la periodista Ana Requena en Intensas, "una realidad en la que la palabra feminista ha perdido connotación negativa para muchísimas mujeres y en la que los viejos estereotipos deben ser reformulados con un halo más moderno para sobrevivir".
Estas pintadas, lejos de ser anecdóticas, sirven para evidenciar dos cosas. La primera, que la separación entre lo online y offline hace tiempo que dejó de tener sentido si nos referimos a la violencia machista y sus consecuencias sobre las mujeres; y la segunda: que hemos entrado en un nuevo escenario de extremismo, donde el lenguaje marginal ya forma parte de la cultura dominante.
En la era posterior al #MeToo, alentar la supremacía masculina con medias verdades es la fórmula que han utilizado varios youtubers e influencers como marca personal —Un Tío Blanco Hetero, Roma Gallardo, Álvaro Reyes, Dallas Review— presentándose como víctimas del feminismo y defensores de los derechos de los hombres. Sin utilizar explícitamente la palabra incel, su discurso, seguido por enormes comunidades, sigue una argumentación casi calcada: todo —el Gobierno, la educación, las instituciones públicas, el mercado laboral y el mercado sexual— está construido para beneficiar a las mujeres en lugar de a ellos.
"La popularización de su jerga funciona como una correa de transmisión que lleva al público general a canales más oscuros, es el fenómeno que nosotras explicamos como embudo de radicalización", argumenta Proyecto Una. "Para nosotras, el verdadero problema de los incels no son ellos como movimiento, pues no dejan de ser el extremo de un fenómeno mucho más amplio, sino los procesos por los cuales sus posiciones llegan al público mayoritario".
Este proceso lo hemos visto en los medios de comunicación de gran alcance. "Incel es un insulto que evoca a hombres hetero que no pueden tener relaciones sexuales, salvo que paguen por ellas, aunque les gustaría. Algo que existe, vaya: varones feos, anodinos, gordos, antipáticos, tímidos patológicos o cualquier otra combinación de rasgos que te haga indeseable para la inmensa mayoría de las mujeres. Esta es la grave amenaza. Esos pobres tipos". Con esta soltura presentaba el periodista Juan Soto Ivars a los incel en una columna publicada en El Confidencial en septiembre de 2022, que tuvo un enorme alcance en redes sociales.
Aunque Ivars se muestra conocedor de las masacres perpetradas bajo esta ideología, su ejercicio pasa por individualizar el conflicto y blanquear sus motivaciones: "Son una minoría entre los que no tienen sexo". Tras las críticas recibidas, el escritor Alberto Olmos decidió arrimar el hombro por su colega publicando otro texto en The Objective: "Todos hemos sido incel durante determinados períodos que se alargaban más de lo que podíamos soportar, incluidos los machos alfa, que también han conocido sus veinticuatro horas de sufrimiento". Teniendo en cuenta que los incel defienden de manera explícita la violencia física y psicológica contra las mujeres para instaurar el orden y la disciplina, resulta como mínimo impactante que Olmos se denomine a sí mismo incel y que la columna, además, se publique en un medio. Solo puede entenderse si lo que pretende es, precisamente, manipular el significado de la palabra con una retórica victimizante.
Esta misma correa de transmisión, que va de los foros a los ataques físicos, pasando por los medios, ha afectado también la política institucional. Quizá el caso más evidente es el de Donald Trump, cuya victoria fue laureada por los foros incels por la adopción de sus preceptos. "Cada vez que siento que no le gustamos a nadie, me doy cuenta de que nos defiende la gente más poderosa del mundo. Los Trump apoyan a los incels, Trump nos quiere y nos respeta", escribía un usuario en 2018. Mientras otro decía "América ha hablado, fulanas. A nadie le importan ya vuestros lloriqueos de mierda. Y es hora de mostrarles la verdad". También ha ocurrido aquí. El partido ultraderechista Vox utiliza habitualmente en sus cuentas institucional de redes sociales el concepto de "charos" para señalar a mujeres feministas y desacreditarlas.
Es por ello que hoy es imperativo abrir el debate, dentro y fuera del periodismo, sobre las consecuencias de seguir abordando masacres misóginas y ataques antifeministas en redacciones, librerías y sedes de partidos como hechos aislados. De seguir presentado los discursos masculinistas en foros y vídeos como algo diferente del columnismo ultraderechista que legitima y victimiza la reacción incel. Sin atender a las motivaciones sistémicas, y a la capacidad que tienen estos discursos para permear en el mainstream como una forma de sentido común frente a los "excesos del feminismo", resulta mucho más complejo atajar el problema.
Para Proyecto Una, la solución pasa por ofrecer un enfoque mediático que apunte a las condiciones estructurales que posibilitan estas violencias misóginas y mucho menos a los individuos. "Lo más adecuado es entender los mecanismos que llevan a los incels a existir. Hay que hablar de masculinidad, de derecho agraviado, de monetización del odio por parte de las plataformas comerciales y, sobre todo, de falta de perspectiva de futuro y destrucción del tejido social y comunitario a manos del capitalismo".