Recreando a Gulliver
Zapatero está atado por un cordón al mercado y por otro a sus votantes
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Intenté levantarme, pero no me pude ni siquiera mover, porque resultaba que, echado boca arriba como había quedado, me encontré con que mis piernas y brazos estaban fuertemente sujetos al suelo a ambos lados; de la misma manera tenía atados mis cabellos, cuan largos y abundantes eran, y asimismo noté cómo varias ligeras ataduras cruzaban mi cuerpo desde las axilas hasta los muslos. Yo no podía mirar más que hacia arriba, y la luz del sol, que comenzaba a apretar, no me dejaba abrir los ojos".
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Este pasaje de Los viajes de Gulliver resulta evocador de la situación en la que se ha despertado José Luis Rodríguez Zapatero, atrapado en el dilema de ser pisoteado por el gigante de los mercados o acribillado por la multitud de diminutos seres que componen su electorado. El intento de levantarse sin romper ninguna de las ataduras es prácticamente imposible, porque mercado y votantes de izquierda representan intereses distintos y contradictorios, de modo que se traduce en movimientos compulsivos que transmiten la peor imagen posible de un gobernante: la de la confusión.
La imagen de confusión es la peor que puede transmitir un gobernante
Quizás convenga al presidente recordar que el sainete fiscal del verano, cuando la subida de los impuestos "a los ricos" acabó en un incremento para todos, se saldó con una pérdida de apoyo electoral de seis puntos, según los estudios demoscópicos. Y quizás le convenga también recordar aquello de "dime de qué presumes y te diré de qué careces" antes de lanzarse a proclamas como "sabemos a dónde vamos" o "tenemos la energía para seguir manejando el timón".
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Si quiere ponerse en pie, Zapatero tendrá que hacer algo más. Tendrá que romper uno de los cordones.
La petición de Barreda de cambiar el Gobierno es una confesión de su temor a perder el poder
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Las últimas medidas aprobadas por el Gobierno parecen dirigidas más bien a preservar el cordón de los mercados (así llamados como si detrás no hubiera personas físicas) para aplacar a quienes, después de haber causado la mayor crisis económica desde la Gran Depresión, siguen actuando como bandoleros de cuello blanco, explotando en beneficio propio su capacidad de desestabilizar la economía de un país (o de varios) con sólo difundir rumores, no digamos con acciones concretas. Haga lo que haga Zapatero para aplacar a los psicópatas del capitalismo, los mercados siempre van a preferir a la derecha.
Mientras, se resiente el cordón que lo ata al electorado, el conjunto de ciudadanos del que no sólo depende su permanencia en el Gobierno sino, sobre todo, al que se debe como presidente. Como explicaba José Luis de Zárraga al analizar el último Publiscopio (1/2/10), "es en el electorado socialista en el que se está librando la batalla de la imagen del presidente, y donde puede perderse... o ganarse". Así lo corrobora el también sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca: "Los socialistas lograron la victoria en 2008 en buena parte gracias a los apoyos que Zapatero activó en la izquierda. Si en 2004 el 49% y el 66% de quienes se sitúan ideológicamente en posiciones de extrema izquierda e izquierda votaron al PSOE, en 2008 esos porcentajes subieron al 59% y el 71%, respectivamente" (El País, 27/I/2010). El marcador dice que, de momento, Zapatero está perdiendo por goles en propia puerta.
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Para mantener el cordón umbilical con el electorado que le dio el triunfo en 2004 y le amplió la confianza en 2008, tendría que adoptar decisiones más audaces, medidas que conecten con la idea de "refundar el capitalismo" que se enterró en cuanto dejó de oírse el sonido del crack. Al menos, medidas capaces de generar empleo a corto plazo para detener la carrera desbocada del paro y no sólo contentarse con frenar la fuerza de su galopada. Esto es lo que piensa una buena parte del PSOE, aunque lo calle. Y, según los expertos que viven fuera de las burbujas liberales de la Oficina Económica de la Presidencia y del Banco de España, esas medidas no parece que puedan ser otras que una subida de impuestos que realmente cargue la salida de la crisis sobre los hombros de quienes la provocaron y siguen beneficiándose de sus coletazos, combinada con una agresiva política de incentivos a los que creen puestos de trabajo para otros o para sí mismos.
El Gobierno está necesitado de más acciones contundentes, como la de José Blanco poniendo coto a las obscenas retribuciones de los controladores aéreos, y de menos asesores como José María Barreda.
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Las declaraciones del presidente de Castilla-La Mancha pidiendo cambios en el Consejo de Ministros pueden ser el primer síntoma de cuarteamiento en la hasta ahora inquebrantable adhesión del PSOE a Zapatero, pero son sobre todo una confesión de la medida en que siente amenazado su sillón autonómico, más llamativa cuando procede de una región donde los socialistas no han logrado ganar al Partido Popular en unas elecciones generales ni siquiera en los mejores tiempos de José Bono.
Tampoco tienen motivos para sacar pecho los dirigentes del PP, capaces de emular a los habitantes de Liliput haciendo la guerra contra sus vecinos de Blefuscu por la forma de romper un huevo antes de hervirlo. Que Mariano Rajoy, con la que está cayendo sobre el tejado del Gobierno, sólo obtenga una ventaja demoscópica de 3,8 puntos, según el último estudio del CIS, es para preocuparse. En Génova y en toda España por cuanto pone de manifiesto la ausencia de una alternativa sólida y creíble.