madrid
El Faro de la Moncloa, un mirador desde el que se pueden contemplar unas excelentes vistas de la capital, cuenta desde primeros de este mes de agosto con una herramienta de realidad virtual (Faro Explorer), que permite disfrutar de cerca de los principales edificios de Madrid e incluso otros lugares emblemáticos como la Casa de Campo o la sierra de Guadarrama.
Se trata de un intento más de las autoridades municipales por revitalizar y aumentar el atractivo de lo que en su día se presentó como el nuevo símbolo del Madrid vanguardista, objetivo que nunca llegó a cuajar porque este “pirulí” de 110 metros de altura estuvo gafado desde su nacimiento.
Construida en 1992 como una moderna torre de iluminación y comunicaciones por el arquitecto Salvador Pérez Arroyo, la estructura disponía de un ascensor acristalado que tardaba 20 segundos en llegar a un mirador superior en forma de media luna, a 90 metros de altura, desde el que se disfrutaba de una de las mejores panorámicas de la ciudad.
Sin embargo, al poco de su inauguración, varias planchas de más de una tonelada de peso que recubrían la parte más alta de la torre se desprendieron y cayeron al vacío. El ascensor empezó a tener problemas técnicos e incluso la barandilla de una escalera en forma de espiral diseñada en el proyecto daba descargas de electricidad estática.
Todas estas deficiencias, y la alarma generada por el incendio del edificio Windsor, hicieron que en 2005 el Ayuntamiento clausurara la instalación por no cumplir las normas de seguridad. El Faro de la Moncloa fue reabierto 2016, pero en todo este tiempo sólo se ha ganado la indiferencia de los muchos estudiantes que pasan a su lado camino de la Ciudad Universitaria.
Pocas visitas
Pedro Montoliú, periodista, escritor y cronista de la Villa de Madrid, reconoce que la mala suerte persiguió a esta torre desde su construcción. “El número de visitas”, explica, “nunca se correspondió con los planteamientos iniciales, la concesión para el restaurante que se había diseñado en el proyecto jamás llegó a producirse, y la torre suscitó incluso cierta contestación desde parte del equipo de gobierno del entonces alcalde, José María Álvarez del Manzano, por entender que su ubicación, cercana al Museo de América y al Arco de la Victoria, creaba un conjunto demasiado heterogéneo”.
Precisamente el Arco de la Victoria es otro de los monumentos dignos de figurar en un catálogo de edificios malditos de Madrid. La basura, los escombros y los cristales rotos suelen concentrarse, principalmente los fines de semana, en los alrededores de una construcción levantada a mayor gloria del bando vencedor en la Guerra Civil.
La responsabilidad de este monumento recae en la Universidad Complutense y en el Consorcio Regional de Transportes de Madrid, ya que el intercambiador de Moncloa está a escasos metros de la zona. Los vecinos culpan de los destrozos a los patinadores y a los jóvenes que hacen botellón, porque saben, según los residentes, que al ser zona de la Universidad la Policía Municipal no puede actuar.
Pocos conocen que el Arco de la Victoria, en la parte superior, alrededor de la Cuádriga de la Minerva, alberga un magnífico mirador que nunca llegó a abrirse al público. También cuenta en la parte superior de la estructura con una sala de exposiciones que permanece cerrada y está plagada de pintadas.
Montoliú recuerda que el Comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid ha propuesto convertir el Arco de la Victoria en el Arco de la Memoria, despojándole de todos los símbolos franquistas, y con el fin de recrear en su interior una sala que pudiera recrear lo que fue el Frente de Madrid en la Ciudad Universitaria. No obstante, el paisaje que rodea el monumento, bien visible para los miles de conductores que a diario pasan por el lugar desde la A-6 para acceder al centro, está muy lejos de convertirse en la realidad que describe ese proyecto.
No se integran en la ciudad
El cronista de la Villa de Madrid considera que un edificio maldito es aquel que no encuentra su lugar en la ciudad, a pesar de tener una serie de valores históricos, artísticos o arquitectónicos. “Son construcciones que, por una razón o por otra, no terminan de integrarse en la ciudad y son víctima de unos intereses económicos que impiden que se les dé el uso para el cual fueron creados”, subraya Montoliú.
Otro candidato susceptible de incorporarse a esta lista negra es el Edificio España, ubicado en la céntrica plaza de España y construido entre 1948 y 1953 por los arquitectos españoles Julián y José María Otamendi.
Después de permanecer once años cerrado y abandonado, el inmueble, de 25 plantas, 32 ascensores y 117 metros de altura, es el octavo edificio más alto de la capital. Su futuro no parece tan sombrío porque después de ese largo periodo en el olvido la cadena Riu rehabilitará el edificio para construir un hotel que abrirá sus puertas a mediados de 2019.
Riu consiguió la propiedad del Edificio España después de que el empresario murciano Trinitario Casanova se lo comprara al grupo chino Wanda y luego se lo cediera a la cadena hotelera.
El inmueble, según los planes previstos, se convertirá en un hotel de cuatro estrellas, con casi 600 habitaciones y 15 salas de reuniones que sumarán cerca de 3.000 metros cuadrados destinados a reuniones y congresos.
Montoliú explica que el Edificio España tampoco ha sido ajeno a la mala suerte y se ha caracterizado por presentar múltiples problemas de construcción. “Es un edificio emblemático de lo que fue la arquitectura del franquismo, pero no tiene un excesivo valor arquitectónico. Tiene un valor más sentimental o paisajístico de la ciudad”, añade el periodista.
“A este edificio”, matiza, “quisieron sacarle mucho rendimiento económico y eso hizo que cambiara mucho de manos y que ninguno de los compradores terminara de desarrollar el proyecto que presentaba. Ahora parece que las cosas están encaminadas y se va a poder recuperar como hotel. Pero es cierto que lamentablemente ha estado abandonado durante muchos años”.
La escopeta nacional
Un edificio felizmente recuperado como sede de la Casa de América es el palacio de Linares, lugar elegido por el cineasta Luis García Berlanga para el rodaje de la película La escopeta nacional, que en su día se hizo muy popular por la posible existencia de un fantasma y un episodio de psicofonías que finalmente quedó en nada.
Situado en el corazón de Madrid, en la plaza de Cibeles, durante el periodo en el que estuvo habitado (entre 1884 y 1902) fue una de las residencias más exquisitas e impresionantes de Madrid. Según la página web del edificio, sus mármoles y murales, así como la riqueza de sus telas, alfombras, lámparas, bronces y maderas lo convierten en uno de los conjuntos de arquitectura decimonónica mejor conservados del siglo XIX en España.
Montoliú no incluiría este palacio en el catálogo de edificios malditos, aunque reconoce que durante casi 75 años permaneció cerrado. “No estaba gafado por un problema de psicofonías, sino por un problema especulativo”, señala el cronista de la Villa, quien indica que la Confederación de Cajas de Ahorros compró el inmueble para tirarlo y levantar un gran edificio de oficinas, proyecto que, afortunadamente, nunca prosperó.
“El edificio”, prosigue Montoliú, “pasó a manos del empresario Emiliano Revilla, que luego lo vendió al Ayuntamiento. Todos intentaban comprarlo para revenderlo y sacar más jugo, ya que estaba en una zona privilegiada. Finalmente, un acuerdo entre el Ayuntamiento, la Comunidad y el Ministerio de Asuntos Exteriores permitió poner en marcha la Casa de América. Hoy por hoy, el edificio es una de las joyas de la ciudad”.
Otra instalación olvidada durante mucho tiempo y desconocida para buena parte de los madrileños es el frontón Beti Jai, una joya arquitectónica levantada en 1893 en el distrito de Chamberí, que cuenta con un graderío elíptico cerrado al oeste por un muro de ladrillo en estilo neomudéjar. Diseñado por el arquitecto cántabro Joaquín de la Rucoba, la pista tiene una longitud de 67 metros, una anchura de 20 y una capacidad para 4.000 espectadores.
"La Capilla Sixtina de la pelota vasca"
Tras décadas de abandono en los años cincuenta y sesenta, el frontón al que muchos consideraron como “la Capilla Sixtina de la pelota vasca” parece tener garantizado su futuro, gracias al esfuerzo de los vecinos y las asociaciones ciudadanas, que han luchado intensamente por su recuperación.
El Ayuntamiento compró el frontón en 2015 por siete millones de euros, tras un proceso de expropiación iniciado en 2010. Su intención es rehabilitar las instalaciones para poner en marcha un espacio deportivo y cultural para la ciudad.
El Madrid, el Recoletos, el Jai Alai y el Beti Jai eran los cuatro grandes frontones que llegó a tener Madrid. Según Montoliú, a principios del siglo XX el deporte de la pelota vasca era muy popular en Madrid, como consecuencia de la gran implantación que la industria vasca tenía en la capital. “A la gente le encantaba presenciar los partidos de pelota, cesta punta y pala, y les encantaba apostar”, indica el historiador.
El cronista de la Villa destaca que la llegada de los ayuntamientos democráticos fue fundamental para recuperar muchos edificios malditos que habían sido presa de fuertes intereses especulativos y económicos.
Montoliú cita el caso del antiguo Hospital Provincial, hoy reconvertido en el Centro de Arte Reina Sofía; el Hotel Nacional, en la glorieta de Atocha, o el Cuartel del Conde-Duque, construido a principios del siglo XVII por un genio del Barroco madrileño, Pedro de Ribera.
“Muchos edificios que se podían considerar malditos, que parecían estar destinados a la piqueta, dejaron de serlo cuando las administraciones públicas intervinieron y les quitaron ese carácter de maldito”, concluye.
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