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@e_bayona
ZARAGOZA .- “El modelo de ganador de pan y ama de casa no se integró en las prácticas laborales obreras del siglo XIX y XX”, sostienen las historiadoras Pilar Pérez-Fuentes y Cristina Borderías, de las universidades del País Vasco y de Barcelona, en su estudio Trabajo femenino, economías familiares e industrialización en España. Balance y perspectivas, que presentaron este fin de semana en el X Congreso de Historia Local celebrado en Calatayud.
Según sostienen, recientes estudios han puesto de manifiesto el elevado volumen de trabajo femenino no registrado en los últimos dos siglos y medio en España, ya fuera por motivos burocráticos o de reputabilidad. Con esos trabajos, anotan, “la figura de la obrera joven y soltera se pone seriamente en cuestión”.
Se trata, básicamente, de una cuestión de fuentes: elevados porcentajes de trabajadoras no aparecían en los censos, lo que lleva a tomar los planteamientos tradicionales como “construcciones discursivas que, al ocultar las aportaciones de las mujeres, dificultan la comprensión de cómo vivían y se reproducían las clases trabajadoras, pero también de las dinámicas del cambio económico”.
Investigaciones realizadas a partir de los años 90, explican, “desvelaron que la ocultación de la actividad femenina era mucho más relevante de lo que se había pensado”: el 40% de las mujeres que aparecían en los censos obreros de Sabadell figuraban en los padrones municipales dedicadas a “sus labores”, mientras el 35% de las telefonistas y administrativas dejaban en blanco la casilla del padrón entre 1930 y 1945.
Hasta el 90% del empleo femenino permanecía oculto
La ocultación alcanzaba el 90% en la industria textil de localidades vascas como Balmaseda, oscilaba entre el 40%, llegaba al 50% en la agricultura de todo el país y rondaba el 75% entre las cigarreras vascas y sevillanas. Las conserveras gallegas, “a pesar de constituir el 90% de la mano de obra aparecían como no activas en los padrones, independientemente de su estado civil y su edad”, anotan.
“La elevada dimensión del subregistro de las actividades agrícolas, industriales y de servicios distorsiona claramente las interpretaciones sobre la modernización económica y el cambio estructural”, las cuales, señalan, requieren de una revisión en profundidad.
La mayor ocultación de la actividad entre las mujeres casadas “ha producido sesgos evidentes”, anotan, que llevaron a los historiadores “a abundar en la supuesta interrupción de la trayectoria laboral de las mujeres en el momento del matrimonio o del nacimiento de los hijos”, un fenómeno que se agudizó durante el franquismo.
Sin embargo, añaden, “con nuevas fuentes y metodologías, la figura de la obrera joven y soltera se pone seriamente en cuestión. Los censos y padrones, más que recoger datos sobre la realidad, contribuyen a construirla. Esa imagen es un efecto estadístico más que una realidad social”.
“El modelo del ganador de pan”
“Está claro que en la década de los años veinte el modelo del ganador de pan estaba aún muy alejado de las formas de vida de las mujeres obreras en los municipios textiles de Barcelona”, explican. El 40% de la población obrera en esa provincia era femenina a mediados del siglo XIX, proporción que se mantuvo en las tres primeras décadas del XX, mientras algunas investigaciones revelan “una importante participación de las mujeres en el mundo de los negocios y talleres familiares no solo como trabajadoras sino también como coparticipes, socias, usufructuarias y propietarias”. “El modelo de ganador de pan y ama de casa no se integró en las prácticas laborales obreras del siglo XIX y XX”, concluyen.
Las historiadoras señalan como tema de investigación pendiente intentar aclarar “si estas elevadas tasas de actividad venían determinadas por los bajos salarios masculinos o por la permanencia de una cultura de acumulación de salarios que se mantuvo en condiciones de alta demanda de mano de obra femenina”.
Por otro lado, estudios realizados en Catalunya, Euskadi y Galicia concluyen que “la presencia de hijos menores de diez años en el hogar no solo no actuaba de manera significativa sobre la actividad femenina, sino que la actividad de las madres podía ser más alta que la de quienes no tenían hijos, apuntando a la necesidad económica como factor relevante”.
El inviable modelo del cabeza de familia masculino
Ocurría tanto en zonas rurales, como en áreas pesqueras y núcleos textiles. Y la situación se mantenía cuando los hijos se incorporaban al mercado laboral. Esos datos, “abundan en la hipótesis de que la demanda de mano de obra tiene un mayor poder explicativo” que otras para comprenderlo.Por otra parte, las historiadoras apuntan a la difusión de modelos culturales como el male breadwinner family –cabeza de familia masculino-, “inviable para las clases trabajadoras” –anotan-, como uno de los “factores que explican el auge de las economías irregulares en los espacios urbanos”.
“El trabajo femenino en el propio domicilio o en otros domicilios –explican- permitía a las mujeres sostener económicamente sus hogares, compatibilizar mejor la doble presencia y no conculcar abiertamente el modelo de feminidad normativa, sino adaptarlo a formas de empleo que respetasen el monopolio de los varones de los mercados regulares de trabajo y desviasen la oferta femenina hacia trabajos informales”.
El ajuste de la práctica social al discurso de género en el franquismo
Este tipo de clichés sociales hizo que frecuente durante los años del desarrollismo franquista, las mujeres de edad media comenzaran a adaptar una carrera vital en la que dejaban la fábrica, se casaban, tenían hijos en su nuevo hogar y, después, al no poder reintegrarse en el mercado laboral, “recurrían a trabajar de asistentas por horas en oficinas y familias acomodadas, en peluquerías y negocios no declarados, actividades que permanecían ocultas de manera sistemática”.
Prácticas sociales y discursos de género se ajustaban, lo que ofrecía la ilusoria conclusión de que “la aportación salarial de las mujeres a las economías domésticas habría sido progresivamente marginal”.
En este sentido, destacan un estudio realizado sobre las mujeres vitorianas de esos años, el cuial “muestra una estrecha relación entre el ciclo vital y la modalidad del empleo, de tal manera que el trabajo industrial estaría limitado a jóvenes solteras -economía formal–, y el empleo informal y altamente desregularizado a las mujeres casadas, en consonancia con el modelo de feminidad preconizado por el franquismo”.
En otras zonas, como Sabadell, “a lo largo del siglo XX el trabajo a domicilio cumplía para determinadas empresas una función de flexibilización de la producción y de reducción de los gastos derivados de la mano de obra”, mientras que “para las trabajadoras constituía una estrategia necesaria para completar los ingresos familiares”.
Las casadas siempre han trabajado más
En ambos casos, señalan, “el trabajo a domicilio era más frecuente en mujeres con responsabilidades familiares, hijos o parientes enfermos o ancianos a su cargo”. “En muchas localidades –apuntan-, especialmente las textiles y de bienes de consumo, el trabajo femenino fue una práctica abierta y bien visible durante el proceso de industrialización”.Pérez-Fuentes y Borderías concluyen que “las mujeres están menos condicionadas por las cargas reproductivas de lo que se ha venido defendiendo en la historiografía clásica” y añaden que el empleo de las casadas “dependía más del nivel salarial del marido, y del tipo de familia en el que se vivía, que del número de hijos”.
“Todo parece indicar que el salario que podían obtener en el mercado era también un aspecto más decisivo que el número o la edad de los hijos, sobre todo cuando el trabajo femenino podía respaldarse en redes femeninas, familiares o de vecindad”, añaden.
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