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La evanescencia del encanto

Zapatero tendrá que compactar su equipo económico para recuperar crédito ante la crisis

G. LÓPEZ ALBA

En el comienzo de la legislatura pasada le habría bastado a José Luis Rodríguez Zapatero con acudir al Parlamento para, cual cid campeador, con su sola presencia desbaratar la oposición e imbuir a los ciudadanos de optimismo sobre su porvenir. Pero, en su segundo mandato, el poderoso intangible político del encanto ha sufrido el desgaste propio de los capitales evanescentes y la franqueza con la que se pronuncia en ocasiones es retorcida hasta darle la forma de un bumerán.

El diagnóstico se lo hizo el miércoles el portavoz del PNV, Josu Erkoreka: “No bastan unos mensajes tranquilizadores enviados a las cámaras –de televisión, por supuesto– con una voz profunda, con una mirada franca y con ojos azules para evitar que la cesta de la compra, la vuelta al colegio o la hipoteca mensual estrangulen las finanzas domésticas”.

Cuando Mariano Rajoy leyó las primeras palabras de su discurso de laboratorio –“¿A qué ha venido usted aquí?”– los diputados socialistas se encogieron en sus escaños, como el jugador que, sin poder retirar ya la puesta ni cambiar el naipe, es descubierto en un farol.

El tiempo perdido en la estéril discusión sobre el nombre de la cosa y el empecinamiento presidencial en ignorar la palabra maldita –ahora “la crisis” de la economía, antes “la derrota” de ETA– se ha convertido en una pegajosa sombra que lastra la credibilidad de sus pronósticos, por más que también erraran los organismos internacionales, los expertos y hasta el PP. La negación de la crisis que se demuestra cierta tiene el lógico corolario de que el Gobierno se durmió en los laureles, aunque sea el que más medidas ha adoptado.

La descripción pedagógica de realidades incontestables, como que la globalización estrecha sobremanera el margen de maniobra de los gobiernos nacionales o que la inquietante inanidad de la Unión Europea bloquea la aplicación de viejas recetas como bajar los tipos de interés, se convierte en una confesión de impotencia que arrastra al PP a caer en la tentación de hacer oposición de eslogan, reeditando el “¡Váyase, señor González!” en versión light.

Cuando la tempestad azota, caen las máscaras y se desnudan los árboles mostrando el tronco, que es la esencia de las cosas y de las personas. Ante la crisis, Zapatero ha elegido estar con “los suyos”, con los votantes del PSOE, y practicar un socialismo humanista o de los ciudadanos –como gusta decir al presidente–, que tiene la conciencia de que toda desgracia colectiva es el producto de la suma de muchas desgracias individuales.
Nunca antes se escuchó en España a un presidente lanzar una proclama tan de izquierdas: “Si hay que hacer un esfuerzo en una situación de dificultad, yo voy a dedicar recursos para apoyar a los ciudadanos, pero que no me pidan dinero para salvar empresas que han tenido grandes beneficios a través de procesos que, en ocasiones, no han sido buenos para la economía”.

Es la acotación final de la declaración de intenciones que hizo en la campa leonesa de Rodiezmo la que obvian quienes acusan a Zapatero de haber rectificado con su posterior anuncio de líneas de crédito para aportar liquidez al sector inmobiliario y dinamizar el alquiler.

Tan democráticamente obsceno es que la Justicia permanezca impasible ante quien se declara insolvente y se va de naja después de haber acumulado durante años beneficios desmesurados, como injusto y contraproducente sería que la impudicia de unos arrastre a todos los empresarios del sector, a los que tampoco el Gobierno puede dejar sin amparo cuando los mercados financieros penalizan colectivamente excesos que han dañado gravemente el crédito internacional de España –con ayuda de las terminales mediáticas que la derecha española tiene en el extranjero–.Con ser así, la contundencia de la respuesta ideológica de Zapatero no implica que pueda abstraerse de que el mercado no recibe como una buena señal políticas como la subida de las pensiones por encima de la inflación, ni es tampoco manta suficiente para tapar las diferencias de estrategia dentro del Gobierno. Con un presidente que aún no es percibido como un líder sólido en los circuitos financieros, se hace perentorio que ahorme las individualidades de su equipo económico en un bloque compacto que explote su potencial.

Tiene los mimbres en Pedro Solbes, David Vegara y Miguel Sebastián, pero existe la duda que con ellos pueda trenzarse un cesto. El atrevimiento heterodoxo de Sebastián suscita en los mercados desconfianzas que se ven equilibradas por la ortodoxia de Solbes, pero el tono hipotenso y crecientemente desganado que transmite el vicepresidente no parece el más indicado para vencer el componente anímico de una crisis ante la que se difumina la frontera entre las respuestas económicas y las políticas, lo que ha reavivado la incógnita sobre si agotará la legislatura.

Está por ver si Zapatero sabrá hacer la síntesis sin el coste de una crisis gubernamental o si tendrá que elegir. Por lo pronto, mañana empieza oficialmente –extraoficialmente hace ya tiempo que comenzó– la negociación de los presupuestos para 2009. El Gobierno confía en el apoyo PNV –y su efecto arrastre sobre otros grupos–, pero los nacionalistas vascos han puesto sobre la mesa condiciones que, bajo la apariencia de reivindicaciones económicas, tienen mucho de políticas. No son sólo inversiones en infraestructuras, ni siquiera la transferencia de las competencias en I+D+i, sino sobre todo la de las políticas activas de empleo. Esta última resulta de difícil aceptación para el Gobierno porque el PNV no se contenta con que el Estado le transfiera los fondos, sino que pretende su recaudación directa, lo que pondría en solfa la unidad de caja de la Seguridad Social.

Zapatero ha demostrado ser el campeón de la extensión de los derechos y libertades, pero la crisis económica le ha puesto en una de esas tesituras que determinan la auténtica talla de un líder. Si se equivoca, el péndulo de la alternancia se acelerará; si acierta, saldrá un líder más sólido. Tendrá que afinar como el que quiere herrar moscas.

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