Hemos sido unos incapaces, algunos de mala fe y otros porque no hemos tenido el valor para acabar con esta situación. Es hora de ajustar cuentas. Hay que poner a cada uno en su sitio”. El autor de la autocrítica y posterior advertencia es Mikel Carrera Sarobe, alias Ata, el jefe con cuya detención, en mayo de 2010, ETA perdió la última oportunidad de mantener su poder sobre la izquierda abertzale y asegurarse la continuidad de la estrategia “políticomilitar”. La misiva, fechada dos años antes, desató una guerra interna por el poder en la organización que a punto estuvo de acabar en escisión.
Un episodio que los terroristas han tratado de mantener oculto y cuyo arranque coincidió con el inicio de la cuenta atrás para ETA, al mes siguiente de la ruptura del último proceso de paz.
Ata tenía enfrente a Francisco Javier López Peña, alias Thierry, el vociferante interlocutor del Gobierno en los estertores del proceso. Y como en todas las contiendas, tras los generales estaban sus lugartenientes. Con Thierry, Ainhoa Ozaeta, alias Kuraia, la mujer que leyó el comunicado de fin de la tregua. Junto a Ata, Garikoitz Aspiazu, Txeroki, el más mediático de los últimos jefes que ha tenido la banda. Los cuatro permanecen encerrados a día de hoy en cárceles francesas, pero incluso allí están separados por bandos. Ata y Txeroki, en la prisión parisina de La Santé. Thierry y Ozaeta, en Fleury-Merogis.
Las Fuerzas de Seguridad han logrado recomponer ese enfrentamiento a través de documentación incautada en esta última etapa. La misma revela cómo una facción asesinó a Isaías Carrasco dos días antes de las generales de 2008 y la otra, sin conocer el plan, reivindicó después el atentado. O la indignación que produjo en el sector rival la actitud de Thierry en las reuniones con los enviados del Gobierno.
Las dos facciones no rivalizaban ideológicamente, sólo querían el poder
Una lucha por el poder
El conflicto se comenzó a gestar en julio de 2007, un mes después del comunicado de ruptura, a pesar de que ETA había enterrado el proceso en diciembre, con dos muertos bajo los escombros de la T-4. El 27 de ese mes fue detenido Juan Cruz Maiza Artola, jefe del aparato de logística y veterano etarra con tres décadas en la organización. Su arresto dejó a cinco terroristas en la dirección de la banda, pero divididos en dos facciones. La primera, la de Thierry, controlaba el aparato político, de información y las finanzas. Del otro lado, Ata y Txeroki dirigían las estructuras logística y militar. El peso caía del lado de los primeros por el apoyo de un tercer miembro de la dirección, Igor Suberbiola, etarra casi desconocido para la Policía a pesar de llevar años en la cúpula de la banda. La mayoría no quería, por tanto, que un candidato del otro bando ocupara la silla de Maiza Artola porque de eso dependía que conservara el control.
Nunca se conocieron entre ambos bandos divergencias políticas. Thierry había sustituido a Josu Ternera en las últimas reuniones del proceso de paz y su actitud adelantaba a los emisarios el desastre. Mientras, Txeroki planificaba en persona el atentado de Barajas. Se trataba únicamente de una lucha por el poder, sustentada en el profundo desprecio que sienten unos por otros, como pone de manifiesto la documentación a la que ha accedido Público.
Tras tres reuniones de la dirección, la situación seguía bloqueada. En ese momento, ETA celebraba la asamblea virtual que siempre sigue a la ruptura de una negociación con el Estado y durante la cual, la dirección de la banda se convierte en una suerte de Ejecutiva en funciones. Sólo esa situación de provisionalidad retrasaba el estallido del conflicto.
‘Thierry’ desconocía el plan para matar a Isaías Carrasco pero reivindicó el crimen
‘Ata’ arremete de frente
El 27 de enero de 2008, Mikel Carrera, Ata, fecha la carta que abre un camino sin retorno. Su primer dardo es para Ainhoa Ozaeta. “A pesar de no tener ni idea, quien no da muestras de no tener vergüenza para hablar de cualquier cosa no tiene sitio en la organización y menos en su dirección”. Con Thierry tampoco ahorra en descalificaciones: “No hay más que fijarse en el balance del ámbito información: cero. Los miembros de los comandos han tenido que continuar cargando con todos los riesgos, elaborando las informaciones porque tenemos un jefe de información incompetente, entre otras cosas”.
La actitud de Thierry con los enviados del Gobierno en el proceso de paz también es objeto de crítica por parte de Carrera. “Mientras ha sido representante de la organización se ha pensado que él era la organización. Sin ninguna vergüenza, en algún caso dando la espalda a decisiones que habían sido tomadas pocas semanas antes en la dirección, ha expuesto sus tesis ante los representantes del Estado español”, escribe. El carácter voluble del jefe etarra que describen los interlocutores del Ejecutivo encaja con la descripción que hace Carrera: “Nos aburre su perorata sin interrupción que, a parte de no tener interés, bloquea la dinámica de las reuniones”. Y un último dardo, a costa del desconocimiento del euskera por parte de López Peña: “Por su culpa, en los lugares en los que se mueve, el español es el idioma que prevalece. Esto ocurre también en el Zuba (órgano de dirección), donde a veces llegamos a preguntarnos nosotros mismos a ver dónde hostias estamos”.
La búsqueda de aliados
La carta de Ata es respondida por un documento del bando contrario en el que se propone su expulsión de la dirección. Ainhoa Ozaeta se la entrega en mano a Txeroki e intenta atraerlo hacia su facción, pero resulta inútil. Aspiazu es aliado de Ata desde hace tiempo, de los tiempos en que protagonizaron una revuelta de jóvenes mandos intermedios del aparato militar que a punto estuvo de costarles la expulsión en 2004.
Lejos de eso, él y Ata vuelven a golpear y suscriben otro documento en el que aseguran tener el apoyo de todos los miembros de los aparatos militar y logístico. En él hablan de “colapso absoluto” de la organización y consagran la fractura: crean una ejecutiva temporal destinada a sustituir a la que había en funciones. Pero el apartado más duro es el dedicado a anunciar la expulsión de ETA de sus tres oponentes. Ni siquiera ocultan su identidad: escriben sus verdadero nombres, exponiéndolos a que el documento, como ocurrió, fuera incautado.
Pero el otro bando no se queda quieto. López Peña, Ozaeta y Suberbiola conciertan citas con multitud de militantes para atraerlos a su lado. Elaboran una plantilla para confeccionar las citas de la que sólo tienen que cambiar el lugar y la hora. En ese punto comienzan las traiciones. Etarras que supuestamente apoyaban a los jefes del aparato militar y logístico trasladan información al triunvirato. Este también se dirige a las cárceles. Deciden que tienen que recabar el apoyo de los exgenerales de la organización que están en prisión.
Carrera cargó contra el papel de López Peña en las negociaciones con el Gobierno
Aislar al enemigo
Garikoitz Aspiazu y Mikel Carrera son dos etarras procedentes de Segi. Doctrinarios y curtidos en la clandestinidad, apenas cuentan con formación “política”. Thierry, de 50 años, y Ozaeta, joven pero con experiencia en el aparato político, se dan cuenta de la importancia de controlar los canales de comunicación. Por eso se dirigen a los miembros de la banda terrorista encargados de llevar y traer mensajes, tanto entre los aparatos como a los medios de comunicación afines. Se aseguran su lealtad y logran aislar a sus oponentes.
En este contexto, las Fuerzas de Seguridad atribuyen al grupo de Thierry el comunicado de marzo de 2008, en el que ETA pedía la abstención para las elecciones generales. Tres semanas después harán público otro reivindicando el asesinato del exconcejal del PSE en Mondragón Isaías Carrasco, a pesar de ser obra de la facción de Ata y Txeroki, que había actuado por su cuenta.
Cada vez ganando más terreno, Thierry decide, con una comunicación interna, informar de lo que ocurre a todos los miembros de ETA. A pesar de su carácter iracundo, en el escrito ni siquiera menciona a sus oponentes, a los que acusa de “intentar” llevar a la organización “a la escisión”. Las dos facciones se relacionan ya únicamente por escrito o concertando citas entre sus subordinados. López Peña, Ozaeta y Suberbiola se sienten ganadores y firman sus textos como “comité ejecutivo”. En una decisión que no tiene consecuencias prácticas, suspenden de militancia a Aspiazu y Carrera.
‘Thierry’ detenido
El 20 de mayo de 2008, la Policía francesa irrumpe en un piso de Burdeos y detiene al número uno de ETA, Francisco Javier López Peña, y a sus dos máximos colaboradores: Ainhoa Ozaeta e Igor Suberbiola. Cuando peor se presentaba la contienda para Txeroki y Ata, la investigación del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y la Guardia Civil borra a sus enemigos del mapa y les deja vía libre para dirigir la organización.
La primera medida de Carrera y Aspiazu es nombrar jefe del aparato político a un afín, Aitor Elizaran, y organizar una comisión de conflictos que abre un proceso contra los tres líderes de la facción rival. Un año después, la comisión resuelve: López Peña y Ozaeta son expulsados de ETA y del Movimiento de Liberación Nacional Vasco (MLNV), e Igor Suberbiola queda fuera únicamente de la organización. Todos los sectores del MLNV, incluidos los presos compañeros de los sancionados, son informados de la decisión en agosto de 2009. Así acaba la más grave crisis en el seno de la organización desde que en 1974 se fraccionara en ETA políticomilitar, que se disolvió en 1982, y ETA militar, que mató durante casi cuatro décadas, hasta que el pasado 20 de octubre anunciara el “cese definitivo” de su actividad armada.
Pero el mandato de los vencedores no duró mucho. Txeroki fue detenido seis meses después que Thierry. En febrero de 2010 fracasó el ambicioso plan de Ata para trasladar la base logística de ETA a Portugal y lanzar una campaña de atentados, el más relevante contra las torres KIO de Madrid. Carrera pretendía acallar la corriente de la izquierda abertzale contraria a la violencia, pero fue detenido en mayo. ETA superó maltrecha su guerra civil sin saber que se disponía a claudicar definitivamente.
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