Barcelona debería haberse ahorrado un día como el de ayer. El consejero de Interior, también. Felip Puig invirtió desde buena mañana más de seis horas en intentar solucionar un problema, con el resultado de empeorarlo con creces. Ya a media tarde, el mismo titular de Interior dedicó una interminable hora a intentar explicarse ante los medios y defenderse, consiguiendo confirmar ampliamente el grave despropósito cometido ante las cámaras de medio mundo.
Pocas veces se ha visto a alguien pifiarla de una manera tan estrepitosa y con tanto riesgo alegando razones tan elementales y domésticas como la higiene, la salud pública y la prevención de seguridad ante una eventual concentración de masas. Parece que el Gobierno de CiU se haya tomado un poco demasiado al pie de la letra el apoyo mayoritario de los electores a sus candidaturas el pasado domingo.
La suma de todo lo que pasó ayer no es sólo un penoso espectáculo con daños colaterales en la imagen de una ciudad caracterizada por su mesura y su espíritu de convivencia en libertad. Es, también, una erosión temeraria de la institución policial de la Generalitat. Justamente lo que el propio Felip Puig prometió rescatar de las cenizas del Tripartito al aterrizar con más ruido que tacto en Interior.
El estruendo de las aspas del helicóptero de los Mossos que a primera hora de la mañana atronaba el centro de la ciudad ya era un mal presagio. Un helicóptero suspendido sobre las cabezas de unas 300 personas medio dormidas y acosadas por un contingente de antidisturbios integrado por más de 400 policías, produce mucho más que una alucinación de estética wagneriana. Sobre todo si se trata sólo de pasar la escoba y retirar objetos del espacio público para prevenir males mayores hoy, tal y como reiteró el conseller Puig.
Ayer hacía 12 días de acampada. El desenlace electoral y la resaca propia de las experiencias intensas habían retirado el foco de la plaza de Cataluña, donde apenas medio millar de jóvenes mantenían la llama de los indignados. Tras la sorpresa inicial, el paisaje del amanecer en el centro de la plaza dio paso en pocas horas a un escenario que rozó la catástrofe, con agentes desbordados por la resistencia de los indignados y el alud de miles de personas. En un clima de desenfreno, la exhibición de fuerza resultó tan inexplicable y patética como el caótico repliegue policial. El problema, sin embargo, no es (sólo) de competencia. Hay un trasfondo de ideas y lenguaje sobre el concepto de seguridad, la cultura de la libertad y el ejercicio de la responsabilidad democrática conforme al derecho. En su prolongado y estéril esfuerzo por reparar los destrozos, el consejero Puig fue traicionado varias veces por su conciencia al referirse a la protesta pacífica instalada en la plaza como un 'campamento ‘cronificado’' (sic), un 'camping', un 'supermercado gratis' e incluso un 'parque temático', desde donde 'un 1% de energúmenos' podría poner la ciudad patas arriba en la presunta jornada de gloria de hoy. Penoso.
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